martes, 9 de julio de 2013

En Nombre del Amor - Nicholas Sparks (Capitulo 05)


CAPITULO 05

A lo largo de las siguientes dos semanas, Gabby se convirtió en una experta a la hora de entrar y salir a escondidas, por lo menos cuando se trataba de hacerlo de su casa.
No le quedaba otra alternativa. ¿Qué diantre iba a decirle a Travis? Había hecho un ridículo tan espantoso, y él aún había empeorado más las cosas comportándose tan magnánimo, que obviamente se había visto obligada a alterar las normas de entrada y salida. Ahora, la regla número uno consistía en evitarlo a toda costa. La única actuación de la que se sentía orgullosa —lo único positivo que había sacado de aquella experiencia tan horrorosa— era que se había disculpado en su consulta.
No obstante, le resultaba difícil continuar por esa línea. Al principio, lo único que había tenido que hacer era aparcar el coche dentro del garaje, pero ahora que se acercaba la fecha del parto, había tenido que volver a aparcar el coche en la calle para que Molly pudiera preparar el nido.
Aquello significaba que Gabby tenía que llegar y marcharse cuando estaba segura de que Travis no estaba cerca.
Había rebajado los cincuenta años que inicialmente se había propuesto pasar desapercibida para su vecino. Ahora pensaba que con un par de meses más bastaría, o a lo mejor medio año sería suficiente para que él olvidara el asunto, o por lo menos para que no se acordara de su deplorable actuación. Gabby sabía que el paso del tiempo ejercía un extraño influjo a la hora de difuminar los márgenes de la realidad hasta que sólo quedaba una imagen confusa, y cuando eso sucediera, ella retomaría poco a poco sus rutinas. Empezaría por pequeños cambios —un saludo por aquí cuando se apeara del coche, quizás otro saludo si coincidían los dos en sus respectivas terrazas—, y a partir de ahí avanzarían paso a paso. Pensó que con el tiempo quizá llegarían a mantener una relación cordial —a lo mejor incluso llegarían a reírse algún día juntos por la forma en que se habían conocido—, pero hasta ese momento, ella prefería vivir como una espía.
Evidentemente, había tenido que aprenderse los horarios de Travis. No le había costado mucho: un rápido vistazo al reloj cuando él se marchaba por la mañana mientras ella lo observaba desde la cocina. El regreso a casa después del trabajo había resultado incluso más fácil: cuando ella llegaba, él solía estar navegando con la barca o practicando esquí náutico. Aunque en el fondo, eso hacía que los atardeceres fueran la peor traba. Puesto que él estaba «por ahí fuera», ella tenía que estar «ahí dentro», a pesar de que la puesta de sol fuera espectacular, y a menos que decidiera ir a visitar a Kevin, no le quedaba más remedio que quedarse encerrada, estudiando su libro de astronomía, el que había comprado con la esperanza de impresionar a Kevin una noche que se dedicaran a observar las estrellas, lo cual, por desgracia, todavía no había tenido lugar.
Suponía que se podría haber comportado de un modo más adulto en lo que concernía a aquel asunto, pero tenía la extraña impresión de que, si se encontraba con Travis cara a cara, irremediablemente él «rememoraría» todo lo sucedido en vez de «prestarle la debida atención», y lo último que deseaba era causarle una impresión aún peor de la que ya tenía. Además, había otros temas que le preocupaban.
Kevin, por ejemplo. Él pasaba a visitarla un rato prácticamente todos los días, al anochecer, e incluso se había quedado a dormir el fin de semana anterior, después de jugar al golf, por supuesto, para no perder la costumbre. Kevin adoraba el golf. También habían salido tres veces a cenar y habían ido dos veces al cine, y habían pasado parte del domingo por la tarde en la playa, y un par de días antes, mientras estaban sentados en el sofá, él le había quitado los zapatos mientras bebían una copa de vino.
—¿Qué haces?
—Pensé que igual te gustaría que te masajeara un poco los pies. Supongo que los tienes entumecidos, después de pasarte todo el día de pie.
—Será mejor que primero me los lave.
—No me importa si no están limpios. Y además, me gusta mirar los dedos de tus pies. Son muy monos.
—No tendrás un fetichismo secreto con los pies, ¿eh?
—No, mujer. Lo único es que me gustan tus pies —respondió él, empezando a hacerle cosquillas en los pies, y ella los apartó, riendo a carcajadas.
Un momento después, se estaban besando apasionadamente, y cuando él se tumbó a su lado, le declaró que la quería mucho. Por la forma en que se lo dijo, Gabby tuvo la impresión de que podría considerar la posibilidad de irse a vivir con él, lo cual era bueno. Era la vez que él había estado más cerca de hablar de su futuro en común, pero...
Pero ¿qué? Eso era lo que siempre aguaba la fiesta, ¿no? ¿Era el acto de vivir juntos un paso más hacia delante o sólo una forma de alargar el presente? ¿De veras ella necesitaba que él se le declarase? Gabby se quedó pensativa unos instantes. La verdad era que... sí. Pero no hasta que él estuviera preparado, lo cual la llevaba, inevitablemente, a formularse preguntas que se habían ido gestando cada vez que estaban juntos: ¿cuándo estaría él preparado? ¿Realmente llegaría a estarlo algún día? Y, por supuesto, ¿por qué él no estaba preparado para casarse con ella? ¿Había algo malo en querer casarse en lugar de simplemente irse a vivir con él? Había llegado un momento en que ni tan sólo estaba segura sobre esa cuestión. Es como muchas parejas que han pasado tantos años juntos que tienen la certeza de que acabarán casándose algún día, y al final lo hacen; en cambio otras saben que aún tardarán en casarse, por lo que deciden irse a vivir juntos, y la relación también funciona. A veces, Gabby se sentía como si fuera la única con las ideas claras; para ella, el matrimonio siempre había sido una vaga idea, algo que acabaría por... suceder.
Y sucedería, ¿no?
Esos enrevesados pensamientos le provocaron dolor de cabeza. Lo que realmente quería era sentarse fuera en la terraza y saborear un vaso de vino y olvidarse de todo durante un rato. Pero Travis Parker estaba en su terraza, ojeando una revista, por lo que eso no iba a ser posible. Así que, un jueves más, se quedó encerrada dentro de casa.
Cómo deseaba que Kevin no tuviera que trabajar hasta tan tarde, porque de ese modo podrían hacer alguna actividad juntos. Él tenía una reunión a última hora con un dentista que estaba a punto de abrir su consulta y que por eso necesitaba toda clase de seguros. Tampoco era para echarse a llorar —sabía que él se dedicaba en cuerpo y alma al negocio familiar—, pero lo peor de todo era que a la mañana siguiente, a primera hora, Kevin tenía que marcharse con su padre a Myrtle Beach para asistir a una convención, así que no tendría oportunidad de verlo hasta el miércoles siguiente, lo cual significaba que tendría que pasar incluso más tiempo acurrucada como una gallina. El padre de Kevin había abierto una de las compañías de seguros más grandes en la zona este de Carolina del Norte, y, con cada año que pasaba, Kevin iba asumiendo más responsabilidades en la oficina de Morehead City, mientras su padre se preparaba para retirarse del negocio. A veces se preguntaba cómo debía de ser esa experiencia —tener una carrera profesional ya marcada desde el día en que empezó a dar sus primeros pasos—, pero suponía que había cosas peores, especialmente porque el negocio iba viento en popa. A pesar de apestar a nepotismo, no se podía decir que Kevin no se ganara el sueldo; por aquella época, su padre pasaba menos de veinte horas a la semana en la oficina, lo cual obligaba a Kevin a trabajar casi sesenta horas a la semana. Con casi treinta empleados, los problemas de dirección eran interminables, pero Kevin poseía una portentosa habilidad para tratar con la gente. Por lo menos, eso era lo que algunos de sus empleados le habían comentado en las dos ocasiones que había asistido a la cena de Navidad de la empresa.
Sí, se sentía muy orgullosa de él; sin embargo, no podía evitar el sentimiento de abandono en noches como aquélla, que le parecían noches perdidas. Quizá podría salir a estirar las piernas un rato a Atlantic Beach, donde podría tomarse una copa de vino mientras presenciaba la puesta de sol. Por un momento, consideró esa posibilidad. Pero cambió de opinión. No pasaba nada si se quedaba sola en casa, pero la idea de beber en la playa sola la hacía sentirse muy desdichada. La gente pensaría que no tenía ni un solo amigo en el mundo, lo cual no era cierto. Tenía un montón de amigas. Lo único que pasaba era que ninguna de ellas se hallaba a menos de ciento cincuenta kilómetros a la redonda, y aquello tampoco le infundía ánimos.
Si saliera con su perrita, sin embargo..., bueno, eso ya era otro cantar. Esa era una práctica completamente normal, incluso saludable. Había necesitado varios días y la mayoría de los analgésicos de su botiquín, pero al final el dolor por culpa de su primer día de ejercicio físico había desaparecido. No había regresado a la clase de Body Pump —los que asistían eran sin lugar a dudas masoquistas—, pero había empezado a mantener una rutina bastante regular en el gimnasio. Por lo menos, en los últimos días. Había ido tanto el lunes como el miércoles, y estaba decidida a buscar un rato libre para ir también al día siguiente.
Se levantó del sofá y apagó el televisor. Molly no estaba cerca, y se encaminó hacia el garaje, pues supuso que la encontraría allí. La puerta del garaje estaba entornada. Cuando entró y encendió la luz, lo primero que vio fueron unas bolitas peludas que no paraban de moverse alrededor de Molly.
Gabby soltó un grito de sorpresa; un momento más tarde, sin embargo, empezó a gritar asustada. Travis acababa de entrar en la cocina para sacar una pechuga de pollo de la nevera cuando oyó los repentinos golpes frenéticos en la puerta de su casa.
—¿Doctor Parker? ¿Travis? ¿Estás ahí?
Sólo necesitó unos instantes para reconocer la voz de Gabby. Cuando abrió la puerta, vio que su vecina lo miraba con cara de susto. Estaba muy pálida.
—¡Ven, por favor! —imploró ella—. ¡Molly no está bien!
Travis reaccionó al instante; mientras Gabby se ponía a correr de vuelta a su casa, él cogió el maletín que guardaba detrás del asiento del pasajero en la furgoneta, el que utilizaba cuando recibía alguna llamada de algún granjero y tenía que desplazarse para examinar animales en las granjas. Su padre siempre había recalcado la importancia de tener a punto un maletín con todo lo necesario y Travis había seguido el consejo a ciegas. En esos momentos, Gabby ya casi había llegado a su puerta, y la dejó abierta, al tiempo que desaparecía dentro de casa. Travis la siguió un momento más tarde y la avistó en la cocina, cerca de la puerta abierta que comunicaba con el garaje.
—¡Está jadeando y vomitando! —explicó ella, visiblemente alterada, mientras se acercaba a su perrita—. Y... tiene algo colgando en...
Travis intervino al instante al reconocer el desprendimiento uterino, con la esperanza de que no fuera demasiado tarde.
—Deja que me lave las manos —dijo rápidamente. Se frotó las manos con brío en el fregadero de la cocina, y mientras se lavaba continuó diciéndole—: ¿Hay alguna forma de conseguir más luz ahí dentro? ¿Una lámpara o algo similar?
—¿No piensas llevarla a la clínica veterinaria?
—Probablemente sí —contestó él, manteniendo el tono de voz bajo—. Pero no ahora. Primero quiero intentar algo. Y lo que necesito es más luz, ¿entendido? ¿Puedes ayudarme?
—Sí, sí..., claro. —Gabby desapareció de la cocina, y regresó un momento después con una lámpara—. ¿Se pondrá bien?
—Dentro de un par de minutos sabré si es grave. —Con las manos alzadas como un cirujano, señaló con la cabeza hacia el maletín que había en el suelo—. ¿Puedes llevarme el maletín hasta el garaje? Déjalo cerca de Molly y busca un enchufe para la lámpara. Tan cerca de Molly como sea posible, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —contestó ella, intentando no perder la calma.
Travis se acercó a la perrita despacio mientras Gabby enchufaba la lámpara, y suspiró aliviado al ver que Molly estaba consciente. Oyó que gemía, lo cual era normal, dada la situación. Acto seguido, centró toda su atención en la masa tubular que se desprendía de su vulva y examinó los cachorros, prácticamente con la certeza de que el alumbramiento había tenido lugar en la última media hora, y pensó que eso era bueno. Menos posibilidades de necrosis...
—¿Y ahora qué? —preguntó Gabby.
—Agarra a Molly y háblale en voz baja. Necesito que me ayudes a calmarla.
Cuando ella se hubo arrodillado, Travis también se colocó al lado de la perrita, escuchando mientras Gabby murmuraba y susurraba palabras de remanso, con la cara pegada a la de Molly. La perrita sacó la lengua para lamer a su dueña, otra buena señal. Travis se puso a examinar el útero con mucha delicadeza, y Molly se encogió instintivamente.
—¿Qué le pasa?
—Es un prolapso uterino. Eso significa que una parte del útero se ha desprendido y se ha desplazado de su lugar. —Palpó el útero, examinándolo con cuidado para ver si había roturas o áreas necróticas—. ¿Ha tenido problemas durante el alumbramiento?
—No lo sé —dijo ella, aturdida—. Ni siquiera sé cuándo ha dado a luz. Se pondrá bien, ¿verdad?
Concentrado en el útero, Travis no contestó.
—Abre el maletín. Busca la solución salina. También necesitaré gelatina.
—¿Qué vas a hacer?
—Necesito limpiar el útero, y después lo manipularé un poco. Quiero intentar reducirlo manualmente y, si tenemos suerte, se contraerá solo, por sí mismo. Si no, tendré que llevarla a la clínica para operarla. Preferiría evitar esa opción...
Gabby encontró la solución salina y la gelatina, y se las entregó. Travis lavó el útero, después volvió a lavarlo dos veces más antes de coger la gelatina para lubricarlo, con la esperanza de que aquello diera resultado.
Gabby no podía mirar, así que se concentró en Molly, susurrándole con la boca pegada a la  oreja que era una perrita muy buena. Travis permanecía quieto, moviendo rítmicamente la mano dentro del útero.
No sabía cuánto rato hacía que estaban en el garaje —podría haber sido diez minutos o podría haber sido una hora—, pero al final vio que Travis se echaba hacia atrás, como si intentara relajar la tensión de sus hombros. Fue entonces cuando se fijó en sus manos vacías.
—¿Ya está? —se aventuró a preguntar—. ¿Está bien?
—Sí y no —contestó él—. El útero vuelve a estar en su sitio, y se ha contraído sin problemas, pero necesito llevarla a la clínica. Tendrá que permanecer en reposo un par de días mientras recupera las fuerzas, y necesitará algunos antibióticos y líquidos. También tendré que hacerle una radiografía. Pero si no surgen más complicaciones, muy pronto estará como nueva. Ahora lo que haré será dar marcha atrás con mi furgoneta hasta la puerta de tu garaje. Dentro tengo un par de mantas viejas sobre las que Molly podrá tumbarse.
—¿Y no... volverá a... salírsele?
—No debería. Tal y como te he dicho, se ha contraído correctamente.
—¿Y qué les pasará a los cachorros?
—Los llevaremos a la clínica con ella. Necesitan estar con su mamá.
—¿Y eso no empeorará la situación de Molly?
—No debería. Pero precisamente por eso necesito suministrarle líquidos, para que pueda amamantar a los cachorros.
Gabby notó que se le relajaban los hombros; no se había dado cuenta de la tensión que había acumulado en esa parte del cuerpo. Por primera vez, sonrió.
—No sé cómo agradecértelo —suspiró.
—Acabas de hacerlo.
Después de recogerlo todo, Travis colocó a Molly en la furgoneta con mucho cuidado, mientras Gabby llevaba los cachorros. Cuando los seis estuvieron bien colocados, Travis asió el maletín y lo lanzó en el asiento del pasajero. Rodeó la furgoneta y abrió la puerta del conductor.
—Ya te informaré de su evolución —dijo.
—Yo también quiero ir.
—Preferiría que Molly descansara, y si tú estás en la sala, es posible que ella no se relaje.
Necesita recuperarse. Tranquila; te aseguro que la cuidaré. Me quedaré toda la noche con ella. Te doy mi palabra.
Gabby dudó unos instantes.
—¿Estás seguro?
—Se recuperará. Te lo prometo.
Ella consideró sus palabras, y acto seguido le ofreció una sonrisa temblorosa.
—En mi trabajo nos enseñan que nunca se debe prometer nada, ¿sabes? Nos aconsejan que digamos que haremos todo lo que esté en nuestras manos.
—¿Te sentirías mejor si no te hiciera esa promesa?
—No. Pero sigo pensando que sería mejor que fuera contigo.
—¿No tienes que trabajar mañana?
—Sí, pero tú también.
—Ya, pero es que éste es mi trabajo. Es lo que hago. Y además, sólo tengo un colchón. Si vienes, tendrás que dormir en el suelo.
—¿Me estás diciendo que no me ofrecerías el colchón?
Travis se encaramó en la furgoneta.
—Supongo que lo haría si no me quedara más remedio —confesó, con una risita burlona—. Pero me preocupa lo que tu novio pueda pensar si se entera de que hemos pasado la noche juntos.
—¿Cómo sabes que tengo novio?
Él agarró la puerta para cerrarla al tiempo que respondía, con el semblante visiblemente desilusionado:
—No lo sabía. —Procuró sonreír para recuperar la compostura—. Mira, deja que me lleve a Molly, ¿de acuerdo? Llámame mañana y te informaré de cómo ha pasado la noche.
Gabby acabó por ceder.
—Vale, de acuerdo.
Travis cerró la puerta, y ella oyó el ruido del motor al ponerse en marcha. Él asomó la cabeza por la ventanilla.
—No te preocupes —volvió a decir—. Se pondrá bien.
Condujo con suavidad hasta la calle, luego giró a la izquierda. Cuando se alejaba, sacó la mano por la ventanilla para despedirse. Gabby le devolvió el gesto, a pesar de que sabía que él no podía verla, sin apartar la vista de las luces rojas traseras del automóvil, que desaparecieron cuando el coche dobló en la esquina.
Después de que Travis se marchara, ella deambuló por su cuarto hasta que se detuvo delante de la cómoda. Siempre había sabido que no estaba como para parar un tren, pero por primera vez en muchos años, se miró al espejo preguntándose qué era lo que un hombre —aparte de Kevin— pensaba cuando la veía.
A pesar de su visible agotamiento y de su pelo despeinado, no tenía tan mal aspecto como temía. Esa constatación hizo que se sintiera bien, aunque no sabía por qué. Inexplicablemente, se ruborizó al rememorar la expresión de desilusión en la cara de Travis cuando le dijo que tenía novio. No es que se sintiera menos atraída por Kevin, pero...
Ciertamente se había equivocado al juzgar a Travis Parker; se había equivocado por completo, desde el principio. Él se había comportado de forma más que comedida y sensata durante la emergencia. Todavía estaba impresionada, aunque pensó que no debería estarlo. Se recordó que, después de todo, era veterinario, o sea, que se había limitado a hacer su trabajo.
Sin poder dejar de pensar en la cuestión, decidió llamar a Kevin, quien reaccionó de inmediato y le prometió que al cabo de cinco minutos estaría en su casa.
—¿Cómo estás? —se interesó Kevin. Gabby se inclinó hacia él y se sintió reconfortada cuando él la abrazó.
—Supongo que un poco nerviosa.
Él la estrechó con más fuerza, y ella pudo oler su aroma, fresco y limpio, como si se hubiera duchado antes de ir a verla. Su pelo, desaliñado y despeinado por el viento, le confería el aspecto de un joven universitario.
—Celebro que tu vecino estuviera aquí —apuntó—. Travis, ¿no?
—Sí. —Alzó la cara para mirarlo—. ¿Lo conoces?
—No, pero gestionamos el seguro de su clínica, aunque ésa es una de las cuentas que lleva mi padre.
—Pensé que conocías a todo el mundo en esta pequeña localidad.
—Y así es. Pero me crié en Morehead City y de chiquillo no tenía relación con nadie de Beaufort. Además, me parece que él es unos años mayor que yo. Probablemente ya se había ido a estudiar a la universidad cuando yo empecé en el instituto.
Gabby asintió. En el silencio, sus pensamientos vagaron nuevamente hacia Travis, su expresión seria mientras auxiliaba a Molly, la tranquila seguridad en su voz mientras le explicaba lo que sucedía. En el silencio, se sintió un poco culpable, y se inclinó hacia Kevin para tocarle el cuello con la nariz. Kevin le acarició el hombro, y ella se sintió nuevamente  reconfortada por la familiaridad de ese tacto.
—Me alegra que hayas venido; realmente necesitaba estar contigo esta noche —susurró Gabby.
Él le besó el cabello.
—¿Y dónde iba a estar, si no?
—Lo sé, pero tenías esa reunión, y además mañana temprano has de marcharte de viaje...
—No pasa nada. Sólo se trata de una convención. Únicamente necesito diez minutos para meter cuatro cosas en la maleta y ya está. Lo único que siento es no haber podido llegar antes.
—Probablemente te habrías muerto de asco.
—Probablemente. Pero, de todos modos, lo siento.
—No tienes que sentirlo, de verdad.
Él le acarició el pelo cariñosamente.
—¿Quieres que anule el viaje? Estoy seguro de que mi padre lo comprenderá, si me quedo contigo mañana.
—No, no hace falta. De todos modos, he de ir a trabajar.
—¿Estás segura?
—Sí, pero gracias por ofrecerte. Significa mucho para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario