—Ya basta. Tengo que vestirme así una vez
al año y, por lo que a mí se refiere,
es demasiado. ¿Lista?
Me uní con él en la puerta. El uniforme
hacía resaltar su atlético cuerpo. No
pude dejar de pensar lo magnífico que
estaba con el uniforme.
—Estás muy guapo —dije sin pensar.
Entonces, me sonrojé vivamente. Debía
de haberme tragado más brandy de lo que
había pensado.
—¿De verdad? —replicó. De repente, pareció
sentirse más cómodo y esbozó
una sonrisa.
—Sí.
Llegamos a la sala de guerra justo cuando
los generales se reunían. Las largas
vidrieras refulgían con los últimos rayos
del sol. Los criados recorrían nerviosamente
la sala, colocando platos de comida encima
de la mesa. Todo el personal militar
estaba ataviado con el uniforme de gala.
Las medallas y los botones relucían. De
vista, sólo conocía a tres generales.
Deduje quiénes eran los demás por el color de sus
diamantes en el uniforme negro. Examiné
cuidadosamente sus rostros, por si acaso
Valek me ponía a prueba más tarde.
Brazell me miró con desaprobación al verme.
A su lado, estaba el consejero
Mogkan y temblé al ver cómo éste me miraba.
Cuando Brazell y Reyad realizaban
sus experimentos conmigo, Mogkan siempre
estaba cerca. Su presencia, a menudo
más presentida que vista, me había
provocado violentas pesadillas. Los habituales
consejeros de Brazell no estaban. Me
pregunté por qué se habría llevado a Mogkan.
El Comandante se sentó a la cabecera de la
mesa. Su uniforme era sencillo y
elegante, con diamantes de verdad en el
cuello. Los generales, flanqueados por sus
consejeros, tomaron asiento también. El
lugar de Valek estaba a la derecha del
Comandante y mi taburete estaba detrás de
ellos, contra la pared. Sabía que la
reunión duraría toda la noche y me alegraba
poder descansar la espalda contra las
piedras. Otra ventaja de mi posición es que
no estaba en línea directa con Brazell. Sin
embargo, aunque podía evitar ver sus
miradas envenenadas, no podía esconderme
de las de Mogkan.
El Comandante golpeó la mesa. Se hizo el
silencio.
—Antes de que abordemos los temas
estipulados —dijo, señalando la agenda
de la que todos disponían—, tengo que
realizar un anuncio de importancia. He
designado a un nuevo sucesor.
Un murmullo se extendió por toda la sala.
Entonces, el Comandante se levantó
y les entregó un sobre sellado a cada
general. En su interior, estaban las ocho piezas
del rompecabezas codificado que revelaba el
nombre del nuevo sucesor, cuando se
pudiera descifrar con la clave de Valek.
La tensión se palpaba en la sala. Sobre los
rostros de los generales, se adivinaba
un maremágnum de sentimientos: sorpresa,
ira, preocupación... Sin embargo, la
tensión fue aplacándose lentamente y pasó
cuando el Comandante empezó la
reunión. El primer punto de la reunión
tenía que ver con el DM-1, seguido de cada
distrito en orden. Mientras saboreaban la
botella de brandy del general Kitvivan, los
presentes hablaron de tigres de nieve y
derechos mineros.
—Vamos, Kit. Ya basta de hablar de felinos.
Dales de comer como hacemos
nosotros y no te molestarán —dijo el
general Chenzo, del DM-2.
—¿Darles de comer para que se pongan
fuertes y empiecen a procrear como
conejos? Nos arruinaríamos dándoles carne —replicó
Kitvivan.
Mi interés en la reunión iba y venía,
dependiendo del tema que se hablara.
Después de un rato, empecé a sentirme bajo
los efectos del brandy, dado que el
protocolo dictaba que, en aquel caso, debía
tragarlo.
Los generales votaron sobre varios tópicos,
pero el Comandante siempre tenía
el voto final. Principalmente, se inclinaba
a favor de la mayoría. Nadie se atrevía a
protestar cuando no era así.
El Comandante Ambrose había vivido en el
DM-3, luchando por vivir con su
familia en las faldas de las montañas del
Alma. Entre las montañas y el glaciar, su
hogar estaba sobre una enorme mina de
diamantes. Cuando se encontró el rico filón,
el Rey reclamó todos los diamantes y
«permitió» que la familia del Comandante
viviera allí y trabajara en las minas. Él
perdió a muchos miembros de su familia en
las minas.
Como joven que sufrió las injusticias de la
monarquía, Ambrose se instruyó a sí
mismo y empezó a predicar sobre la reforma.
Su inteligencia y persuasión le
reportaron muchos seguidores.
Volví a centrarme en la reunión cuando los
generales empezaron a abordar los
temas del DM-5. El general Brazell provocó
un revuelo considerable. En vez de
repartir su mejor brandy, sacó una bandeja
que contenía lo que parecían pequeñas
piedras marrones. Valek me entregó una. Era
un trozo redondo del Criollo.
Antes de que las protestas sobre el hecho
de ignorar la tradición se hicieran
incontenibles, Brazell se levantó e invitó
a todo el mundo a dar un bocado. Después
de un breve momento de silencio, las
exclamaciones de gozo llenaron la sala de
guerra. El Criollo estaba relleno de brandy
de fresas. Le di al Comandante la señal
que indicaba que podía tomarlo para que yo
pudiera saborear el resto de mi bocado.
La combinación del delicioso sabor del
Criollo con el brandy era algo divino. Rand se
sentiría muy disgustado de que no se le
hubiera ocurrido a él. Entonces, me lamenté
por haberme apenado de Rand, al recordar
que me había engañado.
Después de que los elogios se acallaran,
Brazell anunció que ya había terminado
de construir su nueva fábrica. Entonces,
siguió hablando de asuntos mucho más
mundanos, como por ejemplo de cuánta lana
se había esquilado o la cosecha que se
esperaba obtener de las plantaciones.
El DM-5 producía y teñía todo el hilo de
Ixia. A continuación, lo enviaba al DM-
3 para que lo tejieran. El general Franis,
que estaba a cargo del DM-3 sacudió la
cabeza con preocupación mientras anotaba
las cifras de Brazell. Era el más joven de
los generales.
Yo empecé a dormitar sobre mi taburete y
tuve extraños sueños sobre brandy y
patrullas fronterizas. Entonces, las
imágenes se hicieron nítidas y brillantes al tiempo
que la imagen de una joven vestida con
pieles blancas me asaltaba el pensamiento.
Levantaba una lanza en el aire a modo de
celebración. A sus pies, yacía un tigre
de nieve. Entonces, sacó un cuchillo. Tras
hacer un corte en la piel del animal, utilizó
una copa para recoger la sangre que se
derramaba de la herida.
Mientras bebía, unos riachuelos de color
rojizo se le derramaban por la barbilla.
Escuché claramente sus palabras.
—¡Nadie ha conseguido nunca esta hazaña!
Nadie más que yo.
Su alegría me llenó el corazón.
—Eso demuestra que soy una cazadora fuerte
y astuta. Que me quitaron mi
hombría. Que soy un hombre. Los hombres no
gobernarán nunca más. Conviértete
en un tigre de nieve viviendo con tigres de
nieve y en un hombre viviendo con
hombres.
La cazadora giró el rostro. Al principio,
pensé que era la hermana del
Comandante, dado que ambos compartían los
mismos delicados rasgos e idéntico
cabello negro. Transmitía seguridad en sí
misma y poder. Cuando me miró, sus ojos
almendrados me atravesaron como una lanza.
Cuando me di cuenta de que era el
Comandante, me desperté sobresaltada. El
corazón me latía a toda velocidad y la
cabeza me dolía mucho. Entonces, me di
cuenta de que Mogkan me estaba mirando
muy intensamente. Entonces, el consejero
sonrió de satisfacción.
Las razones que tenía el Comandante para
odiar a los magos me resultaron
claras como el agua. Él era una mujer, pero
con la profunda convicción de que tenía
que haber nacido hombre. Aquel cruel
destino lo había hecho cargar con una
mutación que tenía que superar y el
Comandante temía que un mago pudiera
arrancarle su secreto. «Tonterías», pensé,
mientras trataba de olvidarme de todo. Sólo
porque hubiera soñado con una mujer no
significaba que el Comandante lo fuera.
Era una tontería. ¿O no?
Me froté los ojos y miré a mi alrededor
para comprobar si alguien más se había
dado cuenta de que me había quedado
dormida. El Comandante tenía la mirada
perdida en la distancia y Valek estaba
sentado muy erguido y alerta, examinando la
sala como si estuviera buscando algo o a
alguien. El general Tesso tenía la palabra.
Valek miró al Comandante y le golpeó en el
brazo, alarmado.
—¿Qué le pasa? —le preguntó con urgencia—.
¿Dónde estabas?
—Simplemente recordaba un pasado muy lejano
—dijo el Comandante con voz
pensativa—. Resulta más agradable que
escuchar los aburridos y detallados informes
del general Tesso sobre la cosecha de trigo
del DM-4.
Estudié los rasgos del Comandante, tratando
de compararlos con los de la
mujer de mi sueño. Encajaban perfectamente,
pero eso no significaba nada. Los
sueños tergiversaban la realidad y
resultaba fácil imaginarse al Comandante
matando un tigre de nieve.
El resto de la reunión prosiguió sin
incidentes. Yo dormitaba en mi taburete de
vez en cuando, ya sin que me molestaran
sueños desagradables. Cuando el
Comandante tomó la palabra, me desperté
inmediatamente.
—El último punto, caballeros —anunció—. Una
delegación de Sitia ha pedido
una reunión.
Las voces resonaron por toda la sala. Los
generales empezaron a discutir,
retomando el debate y sus argumentos donde
lo habían dejado. Hablaron de
antiguos tratados de comercio y discutieron
sobre un eventual ataque a Sitia. En vez
de comerciar, ¿por qué no arrebatárselos?
Querían expandir sus distritos y contar con
más hombres y recursos. Así, terminarían
también con la preocupación de que fuera
Sitia la que terminara atacando a Ixia.
El Comandante permaneció en silencio
durante la discusión. Los generales
declararon su opinión sobre la visita de la
delegación de Sitia. Los cuatro generales
del norte, (Kitvivan, Chenzo, Franis y
Diño) no querían que ésta se produjera. Por el
contrario, los cuatro del sur (Tesso,
Rasmussen, Hazal y Brazell) estaban a favor.
El Comandante sacudió la cabeza.
—Sé la opinión que tenéis sobre Sitia, pero
los sureños prefieren comerciar con
nosotros a atacarnos. Nosotros tenemos más
hombres y metal, un hecho del que ellos
son muy conscientes. Atacar Sitia
significaría perder muchas vidas humanas y gastar
grandes cantidades de dinero. ¿Para qué?
Sus artículos de lujo no valen tanto. Yo
estoy contento con Ixia. Hemos curado a
esta tierra de la enfermedad del Rey. Tal vez
mi sucesor quiera más. Tendréis que esperar
hasta entonces.
Un murmullo se extendió entre los
generales. Brazell asintió para mostrar su
acuerdo.
—Yo ya he accedido a recibir a la
delegación de Sitia —prosiguió el general—.
Van a llegar dentro de cuatro días. Tenéis
hasta entonces para expresarme vuestras
preocupaciones específicas antes de
marcharos. Se termina la reunión.
Entonces, el Comandante se puso de pie
seguido de sus guardaespaldas y de
Valek y se dispuso a marcharse. Valek me
indicó que me uniera a ellos. Yo me puse
de pie, pero el efecto del brandy que había
tomado se apoderó por completo de mí. A
duras penas, pude seguir a los demás fuera
de la sala. Una explosión de voces estalló
a nuestras espaldas cuando la puerta se
cerró.
—Eso debería animar un poco las cosas —comentó
el Comandante con una
débil sonrisa.
—Yo no le aconsejaría que se tomara sus
vacaciones en el DM-8 este año —dijo
Valek, lleno de sarcasmo—. El modo en el
que reaccionó Dinno cuando usted
anunció la visita de la delegación del sur
me hace pesar que adornaría su casa de la
playa con arañas de arena —añadió,
temblando—. Un modo terrible de morir.
Yo sentí un escalofrío al pensar en las
letales arañas, que eran del tamaño de
perros pequeños. Nuestra procesión
prosiguió en silencio durante un rato mientras
nos dirigíamos a la suite del Comandante.
Yo andaba con paso algo inestable. Me
parecía que las paredes de piedra se movían
y que yo era la que estaba inmóvil.
Frente a la suite del Comandante, Valek
dijo: —Yo también tendría cuidado con
Rasmussen. No se ha tomado muy bien las
noticias del cambio de sucesor.
El Comandante abrió la puerta. Yo conseguí
echar un vistazo en el interior de
su suite. El mismo estilo espartano que
decoraba su despacho y el resto del castillo.
¿Qué había esperado? ¿Tal vez una nota de
color o algo más femenino? Sacudí la
cabeza para desprenderme de unos
pensamientos tan absurdos.
—Tendré cuidado con todo el mundo, Valek.
Ya lo sabes —dijo antes de cerrar
la puerta.
Al entrar en nuestra suite, Valek se quitó
la chaqueta del uniforme y la arrojó
sobre el sofá. Me indicó una silla y me
dijo:
—Siéntate. Tenemos que hablar.
Yo obedecí y observé cómo Valek recorría la
habitación con su camiseta sin
mangas y unos favorecedores pantalones. Me
imaginé que mis manos le ayudaban a
deshacerse de la tensión que se acumulaba
en aquellos fuertes músculos y casi estuve
a punto de soltar la carcajada. El brandy
me fluía con fuerza por la sangre y me hacía
perder el control.
—Esta noche han salido mal dos cosas —dijo.
—Venga ya. Sólo dormité durante un minuto —protesté.
—No, no. Tú te portaste bien —comentó,
mirándome con sorpresa—. Me refería
a la reunión. A los generales. En primer
lugar, Brazell pareció extremadamente
contento por lo del cambio de sucesor y por
lo de la delegación de Sitia. Él siempre
ha querido un tratado de comercio, pero
habitualmente se muestra más cauteloso. En
segundo lugar, había un mago en la sala.
—¿Cómo? —pregunté, atónita. ¿Acaso me había
descubierto?
—Magia. Sutil, pero muy profesional. Sólo
la sentí en una ocasión, pero no
pude averiguar de dónde venía. Sin embargo,
el mago tenía que estar en la sala o no
lo habría sentido.
—¿Cuándo fue?
—Durante la aburrida disertación de Tesso
sobre el trigo —comentó Valek, algo
más relajado, como si el hecho de hablar
del tema le ayudara—. Al mismo tiempo
que tus ronquidos podían escucharse por
toda la sala.
—Ja —repliqué—. Tú estabas tan tieso en la
reunión que pensé que tenías rigor
mortis.
Valek se echó a reír.
—Dudo que tú hubieras tenido mejor aspecto
si hubieras tenido que estar
sentada con un incómodo uniforme toda la
noche. Creo que Dilana me puso más
almidón que de costumbre. Por cierto —añadió,
en tono más serio—, ¿conoces al
consejero Mogkan? Te estuvo mirando casi
toda la noche.
—Sí. Era el consejero principal de Reyad.
También cazaban juntos.
—¿Cómo es?
—La misma clase de alimaña que Reyad y Nix —contesté,
sin poder
contenerme. Cuando me tapé la boca con las
manos, era ya demasiado tarde.
Valek me observó durante un instante.
—En la reunión había varios consejeros
nuevos. Supongo que tendré que
investigarlos uno a uno. Me parece que
tenemos un espía del sur con habilidades
mágicas. Nunca se acaba... —susurró, al
tiempo que se dejaba caer sobre el sofá,
presa de un profundo agotamiento.
—Si se terminara, te quedarías sin trabajo.
Casi sin darme cuenta, me coloqué detrás de
él y empecé a darle un masaje en
los hombros. El alcohol se había hecho
dueño de mis movimientos y la pequeña
sección de mi cerebro que aún se mantenía
sobria no podía hacer nada más que gritar
amonestaciones
inútiles.
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