miércoles, 7 de agosto de 2013

Por donde voy


—Ya basta. Tengo que vestirme así una vez al año y, por lo que a mí se refiere,
es demasiado. ¿Lista?
Me uní con él en la puerta. El uniforme hacía resaltar su atlético cuerpo. No
pude dejar de pensar lo magnífico que estaba con el uniforme.
—Estás muy guapo —dije sin pensar. Entonces, me sonrojé vivamente. Debía
de haberme tragado más brandy de lo que había pensado.
—¿De verdad? —replicó. De repente, pareció sentirse más cómodo y esbozó
una sonrisa.
—Sí.
Llegamos a la sala de guerra justo cuando los generales se reunían. Las largas
vidrieras refulgían con los últimos rayos del sol. Los criados recorrían nerviosamente
la sala, colocando platos de comida encima de la mesa. Todo el personal militar
estaba ataviado con el uniforme de gala. Las medallas y los botones relucían. De
vista, sólo conocía a tres generales. Deduje quiénes eran los demás por el color de sus
diamantes en el uniforme negro. Examiné cuidadosamente sus rostros, por si acaso
Valek me ponía a prueba más tarde.
Brazell me miró con desaprobación al verme. A su lado, estaba el consejero
Mogkan y temblé al ver cómo éste me miraba. Cuando Brazell y Reyad realizaban
sus experimentos conmigo, Mogkan siempre estaba cerca. Su presencia, a menudo
más presentida que vista, me había provocado violentas pesadillas. Los habituales
consejeros de Brazell no estaban. Me pregunté por qué se habría llevado a Mogkan.
El Comandante se sentó a la cabecera de la mesa. Su uniforme era sencillo y
elegante, con diamantes de verdad en el cuello. Los generales, flanqueados por sus
consejeros, tomaron asiento también. El lugar de Valek estaba a la derecha del
Comandante y mi taburete estaba detrás de ellos, contra la pared. Sabía que la
reunión duraría toda la noche y me alegraba poder descansar la espalda contra las
piedras. Otra ventaja de mi posición es que no estaba en línea directa con Brazell. Sin
embargo, aunque podía evitar ver sus miradas envenenadas, no podía esconderme
de las de Mogkan.
El Comandante golpeó la mesa. Se hizo el silencio.
—Antes de que abordemos los temas estipulados —dijo, señalando la agenda
de la que todos disponían—, tengo que realizar un anuncio de importancia. He
designado a un nuevo sucesor.
Un murmullo se extendió por toda la sala. Entonces, el Comandante se levantó
y les entregó un sobre sellado a cada general. En su interior, estaban las ocho piezas
del rompecabezas codificado que revelaba el nombre del nuevo sucesor, cuando se
pudiera descifrar con la clave de Valek.
La tensión se palpaba en la sala. Sobre los rostros de los generales, se adivinaba
un maremágnum de sentimientos: sorpresa, ira, preocupación... Sin embargo, la
tensión fue aplacándose lentamente y pasó cuando el Comandante empezó la
reunión. El primer punto de la reunión tenía que ver con el DM-1, seguido de cada
distrito en orden. Mientras saboreaban la botella de brandy del general Kitvivan, los
presentes hablaron de tigres de nieve y derechos mineros.
—Vamos, Kit. Ya basta de hablar de felinos. Dales de comer como hacemos
nosotros y no te molestarán —dijo el general Chenzo, del DM-2.
—¿Darles de comer para que se pongan fuertes y empiecen a procrear como
conejos? Nos arruinaríamos dándoles carne —replicó Kitvivan.
Mi interés en la reunión iba y venía, dependiendo del tema que se hablara.
Después de un rato, empecé a sentirme bajo los efectos del brandy, dado que el
protocolo dictaba que, en aquel caso, debía tragarlo.
Los generales votaron sobre varios tópicos, pero el Comandante siempre tenía
el voto final. Principalmente, se inclinaba a favor de la mayoría. Nadie se atrevía a
protestar cuando no era así.
El Comandante Ambrose había vivido en el DM-3, luchando por vivir con su
familia en las faldas de las montañas del Alma. Entre las montañas y el glaciar, su
hogar estaba sobre una enorme mina de diamantes. Cuando se encontró el rico filón,
el Rey reclamó todos los diamantes y «permitió» que la familia del Comandante
viviera allí y trabajara en las minas. Él perdió a muchos miembros de su familia en
las minas.
Como joven que sufrió las injusticias de la monarquía, Ambrose se instruyó a sí
mismo y empezó a predicar sobre la reforma. Su inteligencia y persuasión le
reportaron muchos seguidores.
Volví a centrarme en la reunión cuando los generales empezaron a abordar los
temas del DM-5. El general Brazell provocó un revuelo considerable. En vez de
repartir su mejor brandy, sacó una bandeja que contenía lo que parecían pequeñas
piedras marrones. Valek me entregó una. Era un trozo redondo del Criollo.
Antes de que las protestas sobre el hecho de ignorar la tradición se hicieran
incontenibles, Brazell se levantó e invitó a todo el mundo a dar un bocado. Después
de un breve momento de silencio, las exclamaciones de gozo llenaron la sala de
guerra. El Criollo estaba relleno de brandy de fresas. Le di al Comandante la señal
que indicaba que podía tomarlo para que yo pudiera saborear el resto de mi bocado.
La combinación del delicioso sabor del Criollo con el brandy era algo divino. Rand se
sentiría muy disgustado de que no se le hubiera ocurrido a él. Entonces, me lamenté
por haberme apenado de Rand, al recordar que me había engañado.
Después de que los elogios se acallaran, Brazell anunció que ya había terminado
de construir su nueva fábrica. Entonces, siguió hablando de asuntos mucho más
mundanos, como por ejemplo de cuánta lana se había esquilado o la cosecha que se
esperaba obtener de las plantaciones.
El DM-5 producía y teñía todo el hilo de Ixia. A continuación, lo enviaba al DM-
3 para que lo tejieran. El general Franis, que estaba a cargo del DM-3 sacudió la
cabeza con preocupación mientras anotaba las cifras de Brazell. Era el más joven de
los generales.
Yo empecé a dormitar sobre mi taburete y tuve extraños sueños sobre brandy y
patrullas fronterizas. Entonces, las imágenes se hicieron nítidas y brillantes al tiempo
que la imagen de una joven vestida con pieles blancas me asaltaba el pensamiento.
Levantaba una lanza en el aire a modo de celebración. A sus pies, yacía un tigre
de nieve. Entonces, sacó un cuchillo. Tras hacer un corte en la piel del animal, utilizó
una copa para recoger la sangre que se derramaba de la herida.
Mientras bebía, unos riachuelos de color rojizo se le derramaban por la barbilla.
Escuché claramente sus palabras.
—¡Nadie ha conseguido nunca esta hazaña! Nadie más que yo.
Su alegría me llenó el corazón.
—Eso demuestra que soy una cazadora fuerte y astuta. Que me quitaron mi
hombría. Que soy un hombre. Los hombres no gobernarán nunca más. Conviértete
en un tigre de nieve viviendo con tigres de nieve y en un hombre viviendo con
hombres.
La cazadora giró el rostro. Al principio, pensé que era la hermana del
Comandante, dado que ambos compartían los mismos delicados rasgos e idéntico
cabello negro. Transmitía seguridad en sí misma y poder. Cuando me miró, sus ojos
almendrados me atravesaron como una lanza. Cuando me di cuenta de que era el
Comandante, me desperté sobresaltada. El corazón me latía a toda velocidad y la
cabeza me dolía mucho. Entonces, me di cuenta de que Mogkan me estaba mirando
muy intensamente. Entonces, el consejero sonrió de satisfacción.
Las razones que tenía el Comandante para odiar a los magos me resultaron
claras como el agua. Él era una mujer, pero con la profunda convicción de que tenía
que haber nacido hombre. Aquel cruel destino lo había hecho cargar con una
mutación que tenía que superar y el Comandante temía que un mago pudiera
arrancarle su secreto. «Tonterías», pensé, mientras trataba de olvidarme de todo. Sólo
porque hubiera soñado con una mujer no significaba que el Comandante lo fuera.
Era una tontería. ¿O no?
Me froté los ojos y miré a mi alrededor para comprobar si alguien más se había
dado cuenta de que me había quedado dormida. El Comandante tenía la mirada
perdida en la distancia y Valek estaba sentado muy erguido y alerta, examinando la
sala como si estuviera buscando algo o a alguien. El general Tesso tenía la palabra.
Valek miró al Comandante y le golpeó en el brazo, alarmado.
—¿Qué le pasa? —le preguntó con urgencia—. ¿Dónde estabas?
—Simplemente recordaba un pasado muy lejano —dijo el Comandante con voz
pensativa—. Resulta más agradable que escuchar los aburridos y detallados informes
del general Tesso sobre la cosecha de trigo del DM-4.
Estudié los rasgos del Comandante, tratando de compararlos con los de la
mujer de mi sueño. Encajaban perfectamente, pero eso no significaba nada. Los
sueños tergiversaban la realidad y resultaba fácil imaginarse al Comandante
matando un tigre de nieve.
El resto de la reunión prosiguió sin incidentes. Yo dormitaba en mi taburete de
vez en cuando, ya sin que me molestaran sueños desagradables. Cuando el
Comandante tomó la palabra, me desperté inmediatamente.
—El último punto, caballeros —anunció—. Una delegación de Sitia ha pedido
una reunión.
Las voces resonaron por toda la sala. Los generales empezaron a discutir,
retomando el debate y sus argumentos donde lo habían dejado. Hablaron de
antiguos tratados de comercio y discutieron sobre un eventual ataque a Sitia. En vez
de comerciar, ¿por qué no arrebatárselos? Querían expandir sus distritos y contar con
más hombres y recursos. Así, terminarían también con la preocupación de que fuera
Sitia la que terminara atacando a Ixia.
El Comandante permaneció en silencio durante la discusión. Los generales
declararon su opinión sobre la visita de la delegación de Sitia. Los cuatro generales
del norte, (Kitvivan, Chenzo, Franis y Diño) no querían que ésta se produjera. Por el
contrario, los cuatro del sur (Tesso, Rasmussen, Hazal y Brazell) estaban a favor.
El Comandante sacudió la cabeza.
—Sé la opinión que tenéis sobre Sitia, pero los sureños prefieren comerciar con
nosotros a atacarnos. Nosotros tenemos más hombres y metal, un hecho del que ellos
son muy conscientes. Atacar Sitia significaría perder muchas vidas humanas y gastar
grandes cantidades de dinero. ¿Para qué? Sus artículos de lujo no valen tanto. Yo
estoy contento con Ixia. Hemos curado a esta tierra de la enfermedad del Rey. Tal vez
mi sucesor quiera más. Tendréis que esperar hasta entonces.
Un murmullo se extendió entre los generales. Brazell asintió para mostrar su
acuerdo.
—Yo ya he accedido a recibir a la delegación de Sitia —prosiguió el general—.
Van a llegar dentro de cuatro días. Tenéis hasta entonces para expresarme vuestras
preocupaciones específicas antes de marcharos. Se termina la reunión.
Entonces, el Comandante se puso de pie seguido de sus guardaespaldas y de
Valek y se dispuso a marcharse. Valek me indicó que me uniera a ellos. Yo me puse
de pie, pero el efecto del brandy que había tomado se apoderó por completo de mí. A
duras penas, pude seguir a los demás fuera de la sala. Una explosión de voces estalló
a nuestras espaldas cuando la puerta se cerró.
—Eso debería animar un poco las cosas —comentó el Comandante con una
débil sonrisa.
—Yo no le aconsejaría que se tomara sus vacaciones en el DM-8 este año —dijo
Valek, lleno de sarcasmo—. El modo en el que reaccionó Dinno cuando usted
anunció la visita de la delegación del sur me hace pesar que adornaría su casa de la
playa con arañas de arena —añadió, temblando—. Un modo terrible de morir.
Yo sentí un escalofrío al pensar en las letales arañas, que eran del tamaño de
perros pequeños. Nuestra procesión prosiguió en silencio durante un rato mientras
nos dirigíamos a la suite del Comandante. Yo andaba con paso algo inestable. Me
parecía que las paredes de piedra se movían y que yo era la que estaba inmóvil.
Frente a la suite del Comandante, Valek dijo: —Yo también tendría cuidado con
Rasmussen. No se ha tomado muy bien las noticias del cambio de sucesor.
El Comandante abrió la puerta. Yo conseguí echar un vistazo en el interior de
su suite. El mismo estilo espartano que decoraba su despacho y el resto del castillo.
¿Qué había esperado? ¿Tal vez una nota de color o algo más femenino? Sacudí la
cabeza para desprenderme de unos pensamientos tan absurdos.
—Tendré cuidado con todo el mundo, Valek. Ya lo sabes —dijo antes de cerrar
la puerta.
Al entrar en nuestra suite, Valek se quitó la chaqueta del uniforme y la arrojó
sobre el sofá. Me indicó una silla y me dijo:
—Siéntate. Tenemos que hablar.
Yo obedecí y observé cómo Valek recorría la habitación con su camiseta sin
mangas y unos favorecedores pantalones. Me imaginé que mis manos le ayudaban a
deshacerse de la tensión que se acumulaba en aquellos fuertes músculos y casi estuve
a punto de soltar la carcajada. El brandy me fluía con fuerza por la sangre y me hacía
perder el control.
—Esta noche han salido mal dos cosas —dijo.
—Venga ya. Sólo dormité durante un minuto —protesté.
—No, no. Tú te portaste bien —comentó, mirándome con sorpresa—. Me refería
a la reunión. A los generales. En primer lugar, Brazell pareció extremadamente
contento por lo del cambio de sucesor y por lo de la delegación de Sitia. Él siempre
ha querido un tratado de comercio, pero habitualmente se muestra más cauteloso. En
segundo lugar, había un mago en la sala.
—¿Cómo? —pregunté, atónita. ¿Acaso me había descubierto?
—Magia. Sutil, pero muy profesional. Sólo la sentí en una ocasión, pero no
pude averiguar de dónde venía. Sin embargo, el mago tenía que estar en la sala o no
lo habría sentido.
—¿Cuándo fue?
—Durante la aburrida disertación de Tesso sobre el trigo —comentó Valek, algo
más relajado, como si el hecho de hablar del tema le ayudara—. Al mismo tiempo
que tus ronquidos podían escucharse por toda la sala.
—Ja —repliqué—. Tú estabas tan tieso en la reunión que pensé que tenías rigor
mortis.
Valek se echó a reír.
—Dudo que tú hubieras tenido mejor aspecto si hubieras tenido que estar
sentada con un incómodo uniforme toda la noche. Creo que Dilana me puso más
almidón que de costumbre. Por cierto —añadió, en tono más serio—, ¿conoces al
consejero Mogkan? Te estuvo mirando casi toda la noche.
—Sí. Era el consejero principal de Reyad. También cazaban juntos.
—¿Cómo es?
—La misma clase de alimaña que Reyad y Nix —contesté, sin poder
contenerme. Cuando me tapé la boca con las manos, era ya demasiado tarde.
Valek me observó durante un instante.
—En la reunión había varios consejeros nuevos. Supongo que tendré que
investigarlos uno a uno. Me parece que tenemos un espía del sur con habilidades
mágicas. Nunca se acaba... —susurró, al tiempo que se dejaba caer sobre el sofá,
presa de un profundo agotamiento.
—Si se terminara, te quedarías sin trabajo.
Casi sin darme cuenta, me coloqué detrás de él y empecé a darle un masaje en
los hombros. El alcohol se había hecho dueño de mis movimientos y la pequeña
sección de mi cerebro que aún se mantenía sobria no podía hacer nada más que gritar
amonestaciones inútiles.

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