lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo 18

Yo miré a Leif. Su expresión de alarma se había convertido en un gesto de
terror. Se había quedado pálido, y miraba al hombre azul y después a mí.
Con mi barrera mental en su sitio, yo mantenía el arco preparado, pero el
hombre estaba relajado. Yo también estaría relajada si tuviera acceso a la cantidad de
poder mágico que él controlaba. No tenía necesidad de moverse: podría matarnos
con una sola palabra. Lo cual hacía que me preguntara por qué estaba allí.
—¿Qué quieres? —le pregunté,
—Vete —le dijo Leif al hombre—. Sólo causas problemas.
—Vuestras historias están enredadas y anudadas —dijo el Tejedor de Historias
—. He venido para enseñaros cómo desenmarañarlas.
—Échalo —me dijo Leif—. Tiene que obedecerte.
—¿De verdad? —le pregunté yo. Aquello me parecía demasiado fácil.
—Si queréis que me vaya, me iré. Pero a tu hermano y a ti no se os permitirá
entrar en nuestro pueblo. Su alma retorcida nos causa dolor, y tú estás unida a él.
Yo miré al Tejedor de Historias con confusión. Sus palabras no tenían sentido
para mí. ¿Amigo o enemigo?
—Has dicho que has venido a enseñarnos. ¿Cómo?
—¡Échalo ahora! —gritó Leif—. Te engañará. Probablemente, está asociado con
el secuestrador de Tula y está intentando retrasarnos.
—Tus miedos siguen fuertes —le dijo el Tejedor de Historias a Leif—. No estás
preparado para enfrentarte a tu historia, y prefieres rodearte de nudos. Algún día te
estrangularán. Tú elegiste declinar nuestra ayuda, pero tus nudos amenazan con
asfixiar la vida de tu hermana. Esto debe corregirse.
El hombre me tendió la mano.
—Tú estás preparada. Deja a Kiki y ven conmigo.
—¿Adonde?
—A ver nuestra historia.
—¿Cómo? ¿Por qué?
El Tejedor de Historias rehusó contestar. Transmitía una paciencia calmada,
como si pudiera estar allí toda la noche, con la mano extendida.
Kiki me miró.
«Ve con el Hombre Luna», me dijo. «Hambre. Sed. Cansada. Quiero a Topaz».
«¿Mal olor?», le pregunté yo.
«Camino difícil, pero la Dama Lavanda es fuerte. Ve».
Yo metí mi arco en su carcaj y desmonté.
—¡Yelena, no! —gritó Leif, y se apretó las riendas de Rusalka contra el pecho.
Yo me detuve, asombrada.
—Ésta es la primera vez que me llamas por mi nombre. ¿Ahora te importa lo
que me suceda? Lo siento, es demasiado tarde. Francamente, no quiero tener que
tratar tus problemas. Tengo suficiente con los míos. Y tenemos que encontrar al
atacante de Tula antes de que actúe de nuevo, así que es muy importante que nos
reunamos con los ancianos del clan. Si es esto lo que tengo que hacer para
conseguirlo, lo haré. Además, Kiki me ha dicho que vaya.
—¿Y escucharías a un caballo antes que a tu hermano?
—Hasta ahora, mi hermano se ha negado a reconocer que tenía relación
conmigo. Yo confío en Kiki.
Leif resopló de exasperación.
—Tú has pasado tu vida en Ixia. No sabes nada de estos Sandseed.
—Sé en quién tengo que confiar.
—En un caballo. Eres tonta —dijo él, sacudiendo la cabeza.
Yo no le presté más atención y me volví hacia el Tejedor de Historias.
—¿Cuándo volveré? —le pregunté.
—Con los primeros rayos de sol.
Yo le quité la silla a Kiki y le di un cepillado rápido mientras ella comía unos
copos de avena. Después le cambié la bolsa de comida por la de agua. Ella la vació, y
yo dejé los sacos vacíos junto a la silla.
La aprensión por aquel extraño viaje había empezado a atenazarme el
estómago.
«¿Me vas a esperar?», le pregunté a Kiki. Ella relinchó y me dio un suave
coletazo. Después se movió hacia la hierba para comenzar a pastar. Había sido una
pregunta tonta por mi parte.
Miré a Leif durante un instante. Tenía una expresión pétrea. Después me
acerqué al Tejedor de Historias, que no se había movido. Kiki lo había llamado el
Hombre Luna. Antes de tomar la mano que me ofrecía, le pregunté:
—¿Cómo te llamas?
—Hombre Luna vale.
Yo observé su piel.
—¿Por qué de color azul?
Él sonrió.
—Es un color frío para calmar el fuego que arde entre tu hermano y tú —dijo.
Después esbozó una sonrisa tímida—. Es mi color favorito.
Yo le di la mano. Su palma era suave como el terciopelo, y su calor me empapó
los huesos y fluyó por mi brazo. La magia resplandeció, y el mundo se derritió a
nuestro alrededor. Yo comencé a desenroscarme, sintiendo cómo mi cuerpo se
aflojaba y se alargaba como si se estuviera transformando en una cuerda. Las hebras
que entrelazaban la historia de mi vida comenzaron a separarse y divergir, de modo
que pude ver los muchos eventos que habían conformado mi existencia.
Parte de mi historia me resultaba familiar; busqué los recuerdos familiares,
observándolos como si estuviera mirando por una ventana.
«Por eso me necesitas», me dijo el Hombre Luna. «Tú deberías quedarte aquí.
Mi trabajo es guiarte hacia la hebra adecuada».
Los recuerdos se arremolinaban a mi alrededor. Yo cerré los ojos mientras las
visiones giraban. Cuando el aire se calmó, una vez más, los abrí.
Estaba sentada en mitad de un salón. Había sofás construidos con lianas, y una
mesa de cristal. Un niño de unos ocho o nueve años estaba recostado en el suelo de
madera. Llevaba unos pantalones cortos de color verde, y tenía las manos detrás de
la cabeza a modo de almohada. Miraba al techo cubierto de hojas. Entre nosotros
había diez dados.
—Me aburro —dijo el chico.
—¿Te apetece jugar a los dados? ¿Te apetece ir a los columpios con Nutty?
—Si tú quieres jugar a juegos tontos con Nutty, adelante. Yo voy a explorar, y
probablemente descubriré algo muy importante. Quizá encuentre la cura para la
lepra. Seré famoso. Seguro que me elegirán jefe del clan.
Como yo no quería perderme ningún descubrimiento importante y la fama
consiguiente, accedí a ir con él. Avisamos a nuestra madre, salimos de casa y bajamos
por la escalera de la Palmera al suelo de la selva, donde el aire era más fresco. Yo
noté el suelo esponjoso bajo los pies.
Seguí a Leif por la selva, maravillándome de la energía de mi cuerpo de seis
años. Una parte de mí sabía la verdad, que yo era mucho mayor y no estaba allí en
realidad, que todo era una visión. Sin embargo, no me importaba, y yo seguí
paseando por la selva para disfrutar.
—Esto es serio —me dijo Leif en tono de enfado—. Somos exploradores.
Tenemos que recolectar muestras. Tú recoge hojas mientras yo busco pétalos de
hojas.
Cuando se dio la vuelta, yo le saqué la lengua, pero de todos modos comencé a
recoger hojas. Un movimiento rápido entre las ramas me distrajo. Me quedé quieta,
observando todo el área. Colgado de una rama había un pequeño valmur blanco y
negro. Me miraba con sus enormes ojos marrones, que le sobresalían del rostro.
Yo sonreí y le silbé a la criatura. El valmur trepó un poco más alto, me miró y
movió su larga cola. El animal quería jugar. Yo lo seguí, copiando sus movimientos,
por la selva. Trepamos por las lianas, nos columpiamos y corrimos alrededor de los
troncos de los árboles.
Me detuve cuando oí una voz en la distancia. Era Leif, llamándome. Yo lo
hubiera ignorado y habría seguido jugando, porque era más divertido que recoger
hojas, pero pensé que había dicho algo del árbol Ylang–Ylang. Mi madre nos haría
una tarta de fruta si le llevábamos flores de Ylang–Ylang para sus perfumes.
—¡Voy! —grité, y comencé a saltar por el suelo de la selva. Cuando me di la
vuelta para despedirme del valmur, estuve a punto de tropezar con un hombre.
Yo salté hacia atrás, sorprendida. Él estaba sentado en el suelo, con la pierna
derecha estirada y la otra doblada cerca del cuerpo. Se agarraba el tobillo izquierdo.
Tenía la ropa sucia y hecha jirones, y hojas y ramas enredadas en el pelo.
La parte adulta de mí gritó.
«¡Mogkan! ¡Corre!». Pero mi parte joven no se asustó.
—¡Gracias al destino! —gritó Mogkan—. Estoy perdido. Creo que me he roto el
tobillo. ¿Podrías ayudarme?
Yo asentí.
—Iré a buscar a mi hermano.
—Espera. Ayúdame antes.
—¿Por qué?
—Para ver si puedo caminar. Si tengo el tobillo roto de verdad, tendrás que
buscar más ayuda.
Mi conciencia adulta sabía que aquello era una mentira, pero no pude evitar
que la niña se acercara a él. Extendí la mano. Él la agarró y tiró de mí hacia abajo.
Con un movimiento rápido, él me puso un trapo húmedo en la cara y me lo apretó
contra la nariz. Tenía un olor dulce.
La selva comenzó a dar vueltas a mi alrededor. La oscuridad me envolvía.
Luchando en brazos de Mogkan, mi conciencia adulta sabía lo que iba a suceder
después. Mogkan me llevaría a Ixia, y yo crecería en el orfanato del padre de Reyad,
el General Brazell, para que cuando alcanzara la madurez, pudieran quitarme la
magia como si estuvieran ordeñando a una vaca. Así, Mogkan podría incrementar su
poder mágico y Brazell tomaría el control sobre el Comandante Ambrose y sobre
Ixia. Ni siquiera sabiendo cuál sería el final me sentí mejor por mi secuestro.
La cara de Leif entre los arbustos fue lo último que vio mi conciencia infantil
antes de quedar a oscuras. Y aquello fue verdaderamente horrible.
La visión desapareció. Yo estaba con el Hombre Luna.
—¿Leif vio de verdad lo que me ocurrió? —le pregunté al Tejedor de Historias.
—Sí.
—¿Y por qué no se lo dijo a nuestros padres? Ellos podrían haber enviado a un
grupo a rescatarme, o haber intentado recuperarme. Era mejor para ellos saber cuál
había sido el paradero de su hija que no seguir preguntándoselo durante años.
Al pensar en Leif, mi resentimiento se hacía más intenso. Él me había robado la
oportunidad de tener una niñez, de tener una habitación y unos padres que me
quisieran, de aprenderlo todo sobre la selva con mi padre, de destilar perfumes con
mi madre, de columpiarme en los árboles con Nutty y de jugar, en vez de memorizar
el Código de Comportamiento de Ixia.
—¿Por qué?
—Ésa es una pregunta que debes hacerle a él.
Yo sacudí la cabeza.
—Debía de odiarme. Se alegró de ver que me secuestraban. Eso explica su ira
cuando volví a Sitia.
El Hombre Luna dijo:
—El odio y la ira son algunas de las emociones que asfixian a tu hermano, pero
no todas. La respuesta fácil nunca es la respuesta correcta. Debes desenmarañar a tu
hermano antes de que se ahogue.
—¿Por qué no puedo recordar nada de cómo era mi vida antes de que Mogkan
me secuestrara? —le pregunté.
—Mogkan se valió de la magia para suprimir todos tus recuerdos, para que lo
creyeras y te quedaras en el orfanato.
Aquello tenía sentido. Si yo hubiera recordado a mi familia, habría intentado
escaparme.
—¿Quieres recuperar esos recuerdos?
—¡Sí!
—Prométeme que ayudarás a tu hermano y los desbloquearé.
Yo sopesé aquella oferta.
—¿Y cómo puedo ayudarlo?
—Encontrarás la forma.
—Críptico, ¿eh?
Él sonrió.
—Es la parte divertida de mi trabajo.
—¿Y si rehúso ayudarlo?
—Esa decisión debes tomarla tú.
Yo resoplé, frustrada.
—¿Y por qué te importa?
—El buscó alivio para su dolor en la Meseta Avibian. Intentó suicidarse. Su
necesidad de ayuda me llevó hasta él. Le ofrecí mis servicios, pero el miedo retorcía
su corazón, y la rechazó. Su dolor aún me alcanza. Es un trabajo sin terminar. Un
alma perdida. Mientras quede tiempo, haré lo que pueda, aunque tenga que negociar
con una Halladora de Almas.

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