«¡No!», le grité. «¡Tienes que sobrevivir! ¡Piensa en
algo!».
«Yo viviré si tú vives también», replicó Valek.
Aquel hombre era frustrante. Exasperada, yo reuní las
imágenes y los hechizos
que me estaban abrumando, las retorcí y luché contra ellas.
Sudando y jadeando del
esfuerzo que me estaba costando, conseguí sacarme el
cuchillo del estómago y atraer
un hilo de magia hacia la herida. Me puse las manos en el
abdomen y cubrí de poder
el torrente de sangre.
Concentrándome, conseguí reparar los músculos y coser la
piel. Aunque quedó
una fea cicatriz roja que aún me causaba un dolor agudo, la
herida dejó de ser
mortal.
Yo había cumplido mi parte del trato, y deseé con todas mis
fuerzas que Valek
cumpliera la suya. Estaba tan exhausta que me habría quedado
dormida, pero
nuevamente, Kiki me animó.
«Vamos», me dijo.
Yo abrí los ojos.
«Cansada».
Estábamos fuera del Vacío, pero aún no nos habíamos alejado
de Alea.
«Olor malo. Vamos», insistió ella. «Agárrate a mi cola».
Yo obedecí y conseguí sentarme. Kiki se agachó y yo me subí
a su lomo.
Después, ella comenzó a trotar y al instante, adoptó su
marcha de ráfaga de viento.
Yo me agarré con fuerza e intenté mantenerme consciente. Las
planicies se volvieron
un borrón a medida que avanzábamos. El sol se puso. El aire
helado comenzó a
morderme la piel.
Cuando Kiki aminoró la marcha, yo parpadeé, intentando
reconocer los
alrededores. Aún estábamos en la llanura, pero vi una
hoguera un poco más allá.
«Haz ruido. No asustes a Conejo».
¿Conejos? El hambre hizo que me rugiera el estómago. Kiki
relinchó divertida,
relinchó y se detuvo. Yo miré hacia delante y vi a dos
hombres que cortaban el
camino. La luz de la luna brillaba en las hojas de sus
espadas. Ari y Janeo. Los llamé;
ellos envainaron las espadas y Kiki se acercó.
«¿Conejo? ¿No es el Hombre Conejo?».
«Demasiado rápido para ser un hombre».
—¡Gracias al destino! —gritó Ari.
Al ver cómo yo me encorvaba sobre el cuello de Kiki, Ari me
tomó en brazos y
me llevó junto a la hoguera del campamento. Allí me depositó
en el suelo con
delicadeza. De repente, tuve el deseo de que Ari fuera
realmente mi hermano. Ni
siquiera siendo un niño de ocho años, él habría permitido
que me secuestraran.
Janeo fingió aburrimiento.
—Sale y consigue toda la gloria de nuevo —dijo—. No sé ni
siquiera para qué
nos hemos molestado en venir a esta tierra de locos. Las
huellas de tu rastro no han
tenido la decencia de dirigirse a un lugar; dibujaban
círculos —refunfuñó.
—¿No te gusta perderte, Janeo? —le pregunté yo burlonamente.
Él refunfuñó un poco más y se cruzó de brazos.
—No te preocupes. Aún conservas tu destreza. Estáis en la
Meseta Avibian.
Tiene una magia defensiva que confunde la mente.
—Magia —dijo él con desdén—. Otra buena razón para
permanecer en Ixia.
Ari me ayudó a sentarme.
—Tienes mal aspecto —dijo, y me envolvió en mi propia capa.
—¿Dónde…?
—La encontramos en la llanura —me dijo Ari—. Valek nos pidió
anoche que lo
ayudáramos. Lo seguimos, pero le habían tendido una emboscada
a las puertas de
Citadel.
—Cahil y sus hombres —dije yo.
Él asintió y comenzó a inspeccionar los cortes que yo tenía
en los brazos.
—¿Cómo supieron que era él?
—El capitán Marrok es un rastreador de fama —dijo Ari—.
Parece que había
conocido a Valek en el pasado. Él es el único soldado que
consiguió escapar de los
calabozos del Comandante. Debía de estar esperando la
ocasión perfecta —Ari
sacudió la cabeza—. Cuando capturaron a Valek, nos vimos
frente a un dilema.
—Ayudar a Valek o ayudarte a ti —dijo Janeo.
—Creo que él sospechaba que podría pasarle algo, y no quería
que tú quedaras
sin protección. Así que nos ceñimos al plan y te seguimos
—siguió explicando Ari, y
me tendió un odre de agua.
Yo bebí con avidez.
—No es que sirviera de nada —dijo Janeo—. Cuando llegamos al
punto de
intercambio, el caballo y el carro habían desaparecido, y
pensamos que podríamos
seguiros. Ella tendría que parar en algún momento. Pero…
—Os perdisteis —terminé yo. Ari inspeccionó el corte más
profundo, el que yo
tenía en el brazo derecho—. ¡Ay!
—Estate quieta —dijo Ari—. Janeo, trae mi botiquín. Hay que
limpiar y vendar
estas heridas.
Si yo hubiera tenido energía, me habría curado con magia,
pero en vez de eso,
Ari tuvo que hacerlo por mí. Cuando terminó de vendarme,
tomó algo del fuego.
—Janeo cazó un conejo —me dijo, y me ofreció un pedazo de
carne—. Tienes
que comer un poco.
Mientras yo comía, Janeo se fue a atender a Kiki.
—Es preciosa —afirmó, cuando hubo terminado y volvió junto a
nosotros—.
Nunca había visto a un caballo que se dejara cepillar con
tanta paciencia. ¡Y ni
siquiera estaba atada!
Yo le dije que ella le había concedido el honor de llamarle
sólo Conejo, y no
Hombre Conejo.
—Eso no tiene precedentes.
Él me miró con extrañeza.
—Hablar con los caballos. Magia. Sureños locos —dijo
sacudiendo la cabeza.
Quizá dijera más cosas, pero yo ya no podía seguir
despierta.
A la mañana siguiente, yo les hablé de Alea a mis amigos, y
del clan que vivía
en la Llanura Daviian. Ellos querían ir tras la mujer, pero
yo les recordé que no
sabíamos lo que le había ocurrido a Valek, y que teníamos
que capturar a Ferde. A mí
se me encogió el corazón al pensar en Valek. Ni siquiera
después de una noche de
sueño tenía la energía suficiente como para averiguar dónde
estaba.
Ari y Janeo recogieron sus cosas y me siguieron, corriendo
tras el caballo. Se
mantenían en una perfecta forma física. Cuando llegamos a la
carretera, Janeo
comenzó a maldecir por haberse perdido a tan sólo un
kilómetro del camino
principal.
Al llegar a las puertas de Citadel, nos encontramos con los
Magos Maestros.
Todos iban a caballo, y estaban acompañados por un grupo de
caballería bien
armado.
Yo sonreí al percibir la mirada de estupefacción de Roze,
pero me entristecí ante
la mirada fría de Irys.
—¿Por qué estáis aquí? —les pregunté.
—Íbamos a rescatarte o a matarte —dijo Zitora, y le lanzó
una mirada de
irritación a Roze.
Yo miré a Irys para obtener alguna respuesta, pero ella
apartó la cara y bloqueó
todos mis esfuerzos por alcanzar su mente. Aunque yo sabía
que ella me rechazaría
por haberme marchado sola, sus acciones me rompieron el
corazón.
Sin molestarse en disimular la satisfacción que sentía, Roze
me dijo:
—Debido a tu peligrosa despreocupación por el bienestar de
Sitia, has sido
expulsada.
Aquélla era la menor de mis preocupaciones.
—¿Está a salvo Opal? —les pregunté a los magos.
Bain Bloodgood asintió.
—Nos dijo que la había secuestrado una mujer. ¿Tenía
conexión esa mujer con
Ferde?
—No. Aún necesitamos encontrarlo. Él no me quiere a mí. Debe
de haber
tomado a otra persona. ¿Ha desaparecido alguien?
Mi anuncio provocó un jaleo considerable. Todo el mundo
había asumido que
era Ferde quien retenía a Opal. Sin embargo, no era cierto,
así que tendrían que
cambiar de estrategia.
—Llevamos buscándolo dos semanas —dijo Roze, poniendo punto
final a la
charla de los demás—. ¿Qué te hace pensar que podremos
encontrarlo ahora?
—La última víctima no ha sido secuestrada —dijo Bain—.
Volvamos a hablar de
esto. Yelena, tú estarás más segura en la Fortaleza.
Hablaremos de tu futuro cuando
este asunto esté resuelto.
Los Magos se dirigieron hacia la Fortaleza. Ari, Janeo y yo
los seguimos. Yo
pensé en el comentario de Bain. Mi futuro no sería nada sin
Valek. Me acerqué a Bain
y le pregunté por él.
Bain me miró con severidad, y yo sentí su magia presionando
mi barrera
mental. Bajé la guardia y oí su voz en mi mente.
«Será mejor que no hables de esto en voz alta, hija. Cahil y
sus hombres lo
capturaron hace dos noches, pero Cahil no quiso entregárselo
a los Consejeros ni a
nosotros, a los Magos».
Noté que Bain desaprobaba las acciones de Cahil. Y tuve que
reprimir mi deseo
de ir en busca de Cahil y atravesarlo con su propia espada.
«Cahil intentó colgar a Valek ayer, al amanecer, pero Valek
consiguió escapar»,
dijo Bain, impresionado. «No sabemos dónde está ahora».
Yo le di las gracias a Bain y le indiqué a Kiki que marchara
más despacio, para
que los demás nos pasaran. Sentí un gran alivio al saber que
Valek estaba vivo.
Cuando Ari y Janeo me alcanzaron, les di la información.
Cuando llegamos al edificio del Ayuntamiento, Ari y Janeo se
fueron a sus
habitaciones. Kiki aceleró el ritmo y de nuevo alcanzamos a
los demás. Roze me
envió directamente a mis habitaciones de la Fortaleza, y
Bain asintió.
—Ve a descansar, hija. Y no te preocupes. Haremos todo lo
que podamos para
encontrar al asesino.
Yo obedecí; en realidad, estaba tan cansada que la orden de
Bain tenía todo el
sentido del mundo. Antes de llegar a mi habitación, fui a
visitar a mis padres.
Fue mi padre quien abrió la puerta. Al verme, me abrazó.
—¿Estás bien? ¿Funcionó mi píldora?
—Como un sortilegio —respondí yo, y le di un beso en la
mejilla—. Me has
salvado la vida.
Él bajó la cabeza.
—He hecho más, por si acaso. Yo sonreí con gratitud.
Miré más allá y le pregunté: —¿Dónde está mamá?
—En su roble favorito, junto al prado. Estaba muy bien hasta
que… —me dijo
mi padre, y sonrió con ironía.
—Lo sé. Iré a buscarla.
Yo me quedé junto al tronco del árbol. Me sentía como si me
hubiera
atropellado un caballo.
—¿Mamá? —dije.
—¡Yelena! ¡Sube! ¡Aquí estaremos a salvo!
«No hay ningún lugar seguro», pensé yo. Los eventos de los
últimos dos días
habían terminado por angustiarme. Demasiados problemas.
—Baja —le pedí yo—. Te necesito.
Me dejé caer al suelo, me abracé a mí misma y comencé a
llorar. Haciendo crujir
las ramas, mi madre apareció a mi lado. Yo me transformé en
una niña de seis años y
me eché a sus brazos, sollozando. Ella me consoló, me ayudó
a llegar a mi habitación,
me dio un pañuelo y un vaso de agua. Me acostó y me besó la
frente.
Cuando se marchaba, yo le agarré de la mano.
—Por favor, quédate.
Mi madre sonrió, se quitó la capa y se tumbó a mi lado. Yo
me quedé dormida
en sus brazos.
A la mañana siguiente, me llevó el desayuno a la cama. Yo
protesté por la
extravagancia, pero ella me atajó:
—Tengo que recuperar catorce años de maternidad.
Consiéntemelo.
Aunque el plato estaba lleno de comida, yo lo terminé todo y
me bebí todo el té.
—Los pasteles dulces son mis preferidos.
—Lo sé —dijo ella con una sonrisa petulante—. Le pregunté a
uno de los
trabajadores del comedor, y me dijo que cada que vez que
servían pasteles, se te
iluminaba la mirada —me explicó mi madre, y se llevó la
bandeja—. Deberías volver
a dormir —añadió, mientras iba a la otra habitación.
Yo podría haber seguido su consejo de buena gana, pero antes
tenía que
descubrir si alguien había desaparecido de la escuela.
Decidí tomar un baño antes de
ir en busca de Bain.
—Ven a nuestra habitación cuando hayas terminado de bañarte
—me dijo Perl
—. Cuando tu padre me contó lo que ha estado ocurriendo con
este asesino y el
curare, pensé en algo que puede ayudarte. Podría haberte
ayudado ayer —resopló—.
No soy una flor delicada. Esau y tú no tenéis por qué
ocultarme las cosas. Y eso
incluye a Valek —mi madre se puso las manos en las caderas y
se alisó las arrugas
del vestido.
—Cómo… —dije yo, tartamudeando.
—No soy sorda. En el comedor todo el mundo hablaba de Valek
y de ti. ¡Y de
cómo Valek huyó de Cahil! —exclamó, y se llevó la mano al
cuello. Entonces, inspiró
profundamente—. Sé que tengo tendencia a reaccionar
desmesuradamente, y a
subirme a los árboles. Sin embargo, aunque Valek tiene una
horrible reputación,
confío en ti. Cuando tengas tiempo, debes hablarme de él.
—Sí, madre —le dije yo, y le prometí que pasaría por su
habitación después de
mi baño.
A mitad de mañana, los baños estaban casi vacíos. Mientras
me lavaba, pensé
en lo mucho que podría contarle a mi madre sobre Valek.
Cuando terminé de
secarme, me puse ropa limpia y me dirigí a ver a mis padres.
Por el camino me encontré con Dax. Su cara, que normalmente
tenía una
expresión jovial, estaba tensa de preocupación, y tenía
ojeras que indicaban que no
había dormido en unos cuantos días.
—¿Has visto a Gelsi? —me preguntó.
—No desde la Fiesta de los Nuevos Comienzos —respondí.
Habían ocurrido muchas cosas desde aquella noche. El
semestre no había
transcurrido según lo que yo había imaginado.
—¿No estaba trabajando en un proyecto especial para el
Maestro Bloodgood?
—Sí. Estaba experimentando con la planta Bellwood. Pero yo
no la veo desde
hace días. No consigo encontrarla por ninguna parte.
Sus palabras me atravesaron como el cuchillo de Alea. Se me
escapó un jadeo
de horror.
—¿Qué ocurre? —me preguntó él, alarmado.
—¿Estaba trabajando con plantas? ¿Dónde, y con quién?
—Ya he buscado por los invernaderos varias veces. Gelsi
estaba trabajando con
uno de los jardineros. ¿Quizá podríamos preguntarle a él?
A él. A mí se me encogió el corazón. Sabía con quién estaba
Gelsi.
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