cálida del Tejedor de Historias tomaba control de mis
sentidos.
Viajamos hacia la Selva de Illiais, hasta el lugar donde
Leif se había escondido
mientras presenciaba cómo Mogkan me secuestraba, catorce
años antes. Los tres
observamos los eventos a través de los ojos de Leif, y
sentimos sus emociones. En
esencia, nos convertimos en él.
Al principio, Leif sintió una mezquina satisfacción al ver
que Yelena recibía lo
que se merecía por no haberse quedado a su lado. Sin
embargo, cuando aquel
hombre extraño la dejó dormida, sacó una bolsa y una espada
de debajo de un
matorral, Leif sintió un terror repentino por que el hombre
pudiera atraparlo
también, y se mantuvo escondido. Se quedó allí durante mucho
tiempo después de
que el hombre se hubiera marchado con su hermana pequeña.
El Hombre Luna manipuló la historia durante un momento,
mostrándonos a
Leif y a mí lo que hubiera ocurrido si Leif hubiera
intentado rusentarme. Mogkan
habría sacado la espada y habría matado a Leif atravesándole
el corazón. Permanecer
escondido había sido una buena decisión.
La historia, entonces, cambió, y se concentró en Perl y
Esau, en su
desesperación y su ira cuando Leif les había dicho
finalmente que yo me había
perdido. Leif creyó que se enfadarían mucho más si les
hubiera dicho la verdad: que
no había hecho nada para detener a aquel hombre. Leif estaba
convencido de que los
grupos de búsqueda encontrarían al hombre y a su hermana. Ya
sentía celos por toda
la atención que iba a recibir Yelena sólo por ser rescatada.
Cuando los grupos de búsqueda fracasaron en su intento, Leif
comenzó su
propia búsqueda. El sabía que vivían en la selva, y que se
escondían de él tan sólo
para fastidiarlo. Tenía que encontrarla, y quizá así, su
padre y su madre volvieran a
quererlo.
A medida que pasaban los años, el sentimiento de
culpabilidad hizo que
intentara suicidarse, y finalmente, la culpa se transformó
en odio. Cuando por fin,
Yelena volvió a sus vidas, apestando a sangre del norte, él
quería matarla. Sobre
todo, cuando vio por primera vez en catorce años la alegría
más pura en el rostro de
su madre.
La emboscada de Cahil, aunque fue algo inesperado para él,
le proporcionó a
Leif una audiencia receptiva a la necesidad de librarse de
una espía del norte. Sin
embargo, al ver que le hacían daño a Yelena, la preocupación
había hecho mella en
su negro muro de odio.
Su huida de Cahil era la prueba de que Leif tenía razón
acerca de ella. Sin
embargo, ella había vuelto, insistiendo en que no era una
espía, y por lo tanto, no iba
a huir como si lo fuera. Roze, después, había confirmado sus
declaraciones, y aquello
había dejado completamente desconcertado a Leif.
Su confusión y sus emociones contradictorias habían
aumentado al ver cómo
Yelena ayudaba a Tula. ¿Por qué iba ella a preocuparse por
otra persona? No se
había preocupado por él, ni de todo lo que había sufrido
durante todo el tiempo que
ella había estado desaparecida. Él quería seguir odiándola,
pero cuando la había
visto luchar por recuperar a Tula, no había podido soportar
la culpabilidad de
quedarse aparte y no hacer nada, otra vez.
Cuando habían viajado a las llanuras, y el Tejedor de
Historias se les había
acercado, Leif había sabido que su hermana descubriría la
verdad sobre él. Había
huido, incapaz de enfrentarse a las acusaciones que se
reflejarían en la mirada de
Yelena. Pero, cuando había conseguido calmarse, Leif se
había preguntado si
verdaderamente la verdad sería tan difícil de asimilar para
ella. Yelena había pasado
por muchas cosas en Ixia. Quizá también superara aquel
obstáculo.
Sin embargo, cuando ella había vuelto de las llanuras, Leif
había sabido que era
imposible. Yelena irradiaba ira y censura. No lo quería, ni
lo necesitaba. Sólo las
súplicas de su madre para que la ayudara lo habían empujado
a ir en su busca.
El Tejedor de Historias dejó que los hilos de la narración
se deshicieran. Los tres
quedamos en una oscura planicie, una que yo recordaba de la
última vez que había
estado con el Hombre Luna. Leif miró a su alrededor,
maravillado.
—¿Por qué te pidió mamá que me ayudaras a rescatar a Gelsi?
—le pregunté a
Leif.
—Pensó que yo podría ayudarte. En vez de eso, yo intenté…
—¿Matarme? Puedes unirte al club de los que quieren o han
querido matarme.
Valek es el presidente: intentó librarse de mí dos veces —le
dije yo, sonriendo. Sin
embargo, Leif se quedó mirándome con la culpabilidad
reflejada en los ojos—. No
fuiste tú. Ferde se apropió de tus recuerdos y los usó.
—Yo quería matarte antes de que ayudaras a Tula —Leif bajó
la cabeza.
—No te sientas avergonzado por tener esos sentimientos y
esos recuerdos. Lo
que ocurrió en el pasado no puede cambiarse, pero sí puede
ser una guía para lo que
ocurra en el futuro.
El Hombre Luna asintió con aprobación.
—Deberíamos hacer una Tejedora de Historias de ti, si no
eres ya una Halladora
de Almas —dijo, con una enorme sonrisa.
—¿De veras?
¿A cuánta gente tendría que oír decir eso antes de creerlo o
sentirlo? Quizá
fuera mejor no declararme una Halladora de Almas, y ser sólo
la vieja Yelena.
El Hombre Luna arqueó una ceja.
—Ven a visitarme cuando estés lista.
Entonces, el mundo giró en un remolino, y yo cerré los ojos.
Cuando el
movimiento cesó, los abrí de nuevo y me encontré en el claro
del bosque, con Leif. El
Hombre Luna estaba hablando con Valek.
Yo reflexioné sobre lo que había ocurrido en la planicie
oscura. Leif estaba en el
proceso de desenmarañarse. Su camino se había allanado
cuando había tomado la
decisión de ayudarme a recuperar a Tula. Entonces, ¿por qué
me había pedido el
Hombre Luna que lo ayudara? Busqué con la mirada al Tejedor
de Historias, pero
había desaparecido.
Entonces, comprendí las respuestas, y con ellas, mi propia
culpa. No me había
parado a intentar comprender verdaderamente a Leif, y lo
había tratado mal,
culpando de las acciones de un niño de ocho años a un hombre
adulto, sin ver cómo
había intentado remediarlas.
Leif me observó.
—¿Cómo es que nunca hay una fiesta de los Nuevos Comienzos
cuando
realmente se necesita? —pregunté.
Leif me sonrió. Era la primera sonrisa verdadera que me
había dedicado, y me
acarició lo más profundo del alma.
—No pasa nada. No sé bailar —dijo él.
—Aprenderás —le prometí.
Valek carraspeó.
—Por muy conmovedor que sea esto, tenemos que irnos. Tu
Tejedor de
Historias nos va a proporcionar algunos soldados para
enfrentarnos a la gente de
Alea. Tenemos que encontrarnos con ellos a la madrugada.
Supongo que tu
hermano…
—Leif —dije yo.
—¿Va a venir?
—Claro —dijo Leif.
—No —dije yo, al mismo tiempo—. No quiero que resultes
herido. A mamá no
le gustaría nada.
—Y yo no podría soportar su ira si no me quedara a ayudar
—dijo Leif,
cruzándose de brazos. Tenía la mandíbula apretada, mostrando
su obstinación.
—Parece que vuestra madre es una mujer formidable —dijo
Valek.
—No tienes idea —respondió Leif con un suspiro.
—Bueno, si se parece a Yelena, mi más sentido pésame —bromeó
Valek.
—¡Eh!
Leif se rió, y el momento tenso se desvaneció.
Valek le entregó a Leif su machete.
—¿Sabes usarlo?
—Por supuesto. Hice leña del arco de Yelena —bromeó Leif.
—Me tomaste por sorpresa. No quería hacerte daño —repliqué
yo.
Leif se quedó dudoso.
—¿Para cuándo la revancha?
—Para cuando tú quieras.
Valek se interpuso entre nosotros.
—Estoy empezando a desear que fueras huérfana, amor.
¿Podréis concentraros
en la tarea que tenemos entre manos sin intentar poner al
día catorce años de
rivalidad fraternal?
—Sí —respondimos Leif y yo obedientemente.
—Bien. Entonces, vamos.
—¿Adonde? —pregunté yo.
—De acuerdo con su naturaleza críptica, lo único que me ha
dicho vuestro
Tejedor de Historias es que los caballos saben dónde ir
—dijo Valek, encogiéndose de
hombros—. Ciertamente, no es la estrategia militar que yo
usaría, pero he aprendido
que en el sur se usa una estrategia propia, y que, por muy
extraño que parezca,
funciona.
Los caballos sabían dónde ir, y, mientras el sol comenzaba a
elevarse sobre las
llanuras, nos encontramos con un grupo de soldados Sandseed
en una peña rocosa
rodeada por alta hierba. Eran una docena de hombres y mujeres,
protegidos con
armaduras de cuero y equipados con cimitarras y lanzas. Se
habían pintado líneas
rojas en el rostro y en los brazos, y de ese modo creaban un
aspecto fiero.
No había otros caballos. Valek y yo saltamos del lomo de
Kiki y Leif bajó de
Rusalka para unirse a nosotros. Las dos yeguas comenzaron a
pastar. Yo me
estremecí debido al aire frío de la mañana; me sentía
desnuda sin el arco, y deseé
tener otra arma aparte de mi navaja.
El Hombre Luna nos saludó. Se había vestido como sus
compañeros, pero
llevaba su cimitarra y un arco. El arco no era algo
corriente, hecho de ébano. Tenía
dibujos tallados de animales que revelaban una madera rojiza
bajo la superficie
negra. Y yo sentí que, si pudiera mirarlo durante el tiempo
suficiente, los dibujos me
contarían mi propia historia. Sacudí la cabeza, intentando
concentrarme en las
palabras del Hombre Luna.
—Envié un explorador anoche —dijo el Hombre Luna—. Él
encontró en el
Vacío el aparato de tortura que describió Yelena. Después,
siguió a los Vermin a un
campamento que está a unos dos kilómetros de ese lugar.
Ahora estamos al borde de
la meseta, a unos cuatro kilómetros al norte de su
emplazamiento.
—Esperaremos a que oscurezca y atacaremos por sorpresa —dijo
Valek.
—No, eso no funcionará —replicó el Hombre Luna—. Los Vermin
tienen un
escudo que los avisará de si hay intrusos. Mi explorador no
pudo acercarse mucho
por miedo a que lo descubrieran —el hombre Luna miró al
horizonte—. Tienen
Manipuladores muy poderosos, que pueden esconder su
localización de nuestra
magia.
—¿Manipuladores? —preguntó Leif.
—Magos. Yo me niego a llamarlos Tejedores de Historias,
porque manipulan
los hilos para conseguir sus propios deseos de un modo
egoísta.
Yo miré al grupo de Sandseed y me di cuenta de que llevaban
armas.
—¿No pensáis usar vuestra magia?
—No.
—¿Y no pensáis hacer prisioneros?
—Ésa no es la forma de hacer las cosas de los Sandseed. Los
Vermin deben ser
exterminados.
Yo quería neutralizar la amenaza de Alea, pero no quería
matarla. Aún llevaba
en la mochila el frasquito de curare que me había dado Esau.
Quizá pudiera
paralizarla y llevarla a la prisión de la Fortaleza.
—¿Cómo vais a impedir que los Daviian usen su magia?
—preguntó Valek.
—Moveremos el Vacío —respondió el Hombre Luna.
—¿Podéis hacer eso? —inquirí yo, sorprendida.
—El manto de poder puede recolocarse con sumo cuidado.
Centraremos el
agujero de poder justo encima del campamento Vermin, y
atacaremos.
—¿Cuándo?
—Ahora —dijo el Hombre Luna, y se dirigió hacia sus
soldados.
—Esto va a funcionar —me dijo Valek con un susurro—. Cuando
Alea esté
muerta, nos iremos. Ésta no es nuestra lucha.
—Creo que capturarla y encarcelarla será un castigo peor
para ella —dije yo.
Valek me observó durante un instante.
—Como quieras.
Los Sandseed se colocaron alrededor del campamento. Darían
la señal de
ataque cuando hubieran recolocado el Vacío. El Hombre Luna
me dio el arco que
llevaba en la mano.
—Esto es tuyo. Es un regalo de Suekray.
—¿De quién?
—De una de las mujeres de nuestro clan. Debes de haberle
caído en gracia,
porque raramente hace un regalo. Ha grabado tu historia en
el arco.
«Madre», dijo Kiki con aprobación.
Yo recordé a la mujer de pelo corto que se había llevado a
Kiki a cabalgar el día
que yo había hablado con los mayores.
Observé con admiración el arco. El equilibrio y el grosor
del arma se ajustaban
perfectamente a mis manos, y pese a los grabados, la madera
negra era suave y
fuerte. Cuando aparté los ojos de la belleza del arco, vi a
Valek con una cimitarra y a
Leif blandiendo su machete.
—Vamos.
Yo tomé mi capa e hice una preparación rápida antes de
seguir al Hombre Luna
por entre la hierba.
Desde nuestra posición, cercana al campamento Daviian, vi
actividad alrededor
de las tiendas y la hoguera. Todos estábamos agachados,
escondidos detrás de los
arbustos que crecían en el área abierta que rodeaba al
poblado.
Yo noté que se me ponía el vello de punta cuando el poder me
presionó la piel.
Proyecté mi conciencia y sentí que el Hombre Luna y otros
tres magos tiraban del
manto de poder. Aplicaron una presión uniforme para que el
manto no se arrugara
en una zona y se moviera con suavidad. Sus habilidades
mágicas me impresionaron,
y pensé que si me quedaba en Sitia, los Sandseed serían unos
poderosos profesores.
Noté la llegada del Vacío como una sensación abrumadora que
me hizo exhalar
todo el aire de los pulmones. Mi forma de percepción de lo
que me rodeaba quedó
reducida al oído, la vista y el sonido. Antes de que pudiera
adaptarme a la pérdida
de mi magia, oí un grito de guerra. Era la señal para atacar
el campamento.
Yo me puse en pie de un salto y seguí a Valek hacia el
campamento. Y me
detuve en seco cuando presencié la escena que había ante mí.
El escudo de los Daviian había sido destruido, y con él, la
ilusión. En vez de
unas cuantas personas reunidas junto a la hoguera, había
unas treinta. En vez de
unas cuantas tiendas, había filas y filas de ellas. Era
cierto que la mayor parte de los
Vermin se habían quedado conmocionados ante la pérdida de su
magia, pero aun
así, nos sobrepasaban en número: eran cuatro por cada uno de
nosotros.
Era demasiado tarde para retirarse. Teníamos el elemento
sorpresa a nuestro
favor, y los diecinueve Sandseed, sedientos de batalla,
comenzaron a abalanzarse
sobre los Daviian. Yo vi la cabeza calva del Hombre Luna por
encima de las demás,
en mitad de la lucha, y a Leif, cuyos poderosos golpes
mantenían a raya a un par de
Daviian. Valek me lanzó una mirada seria y me dijo, formando
las palabras con los
labios, que encontrara a Alea.
Muy bien, pensé yo; ¿cómo iba a encontrarla en aquella confusión?
Entre los
ataques de los Daviian, esquivando golpes y defendiéndome,
perdí la cuenta de
todos los oponentes a los que tuve que derribar. Finalmente,
fue Alea la que me
encontró.
—Me alegro de que nos hayamos encontrado —dijo, y cruzó sus
espadas a
modo de saludo burlón.
Yo di un paso hacia atrás y descargué toda mi fuerza en un
golpe de arco contra
las hojas, haciendo que las bajara hacia el suelo. Alea dio
un paso hacia delante para
recuperar el equilibrio, y yo me acerqué a ella. Nuestros
hombros chocaron. Las
armas se inclinaron hacia abajo.
Sin embargo, yo conseguí elevar mi arco y le di un golpe en
la cara. Ella gritó
mientras le brotaba la sangre de la nariz. Aproveché aquel
momento para sacar la
navaja y cortarle el antebrazo. Después, me aparté.
La hoja de la navaja estaba rociada de curare. Lo único que
tenía que hacer era
esperar unos segundos. Cuando ella, con una expresión de
asombro en el rostro, cayó
al suelo, yo le dije:
—¿A que no es divertido sentirse indefensa?
Miré a mi alrededor. Valek se había acercado a mí y estaba
luchando con dos
Daviian para impedir que interfirieran en mi lucha con Alea.
Leif combatía a pocos
metros. No veía a los otros Sandseed, pero sí vi al Hombre
Luna en el mismo
momento en que le cortaba la cabeza a un hombre con la
cimitarra. ¡Puaj!
El Hombre Luna vino corriendo hacia nosotros.
—¡Retirada! —gritó.
—La próxima vez —le dije a Alea—, terminaremos esto.
Entonces, el Vacío se movió, y la magia volvió a cubrir el
campamento; de ese
modo, los Sandseed crearon confusión. Nosotros estábamos
bañados en poder, y
sentí cómo el Hombre Luna nos envolvía en un escudo de magia
protectora mientras
empezábamos a retirarnos. Sin embargo, Valek se detuvo junto
a la figura inmóvil de
Alea. Se arrodilló junto a ella, tomó su cuchillo del suelo
y le dijo algo.
Antes de que yo pudiera llamarlo, le cortó la garganta con
un suave
movimiento. Era el mismo golpe letal que Valek le había dado
a su hermano,
Mogkan.
Cuando Valek me alcanzó, me dijo:
—No podemos permitirnos el lujo de ser magnánimos.
Corrimos hacia las llanuras. Los Vermin dejaron de
perseguirnos al borde de la
Meseta Avibian, pero nosotros seguimos corriendo al mismo
ritmo hasta que
llegamos al promontorio rocoso donde nos esperaban Kiki y
Rusalka.
—Sin duda, ahora adentrarán su campamento aún más en la
llanura —dijo el
Hombre Luna—. Tendré que traer más soldados. El hecho de que
nos hayan
engañado a mi explorador y a mí significa que sus
Manipuladores son más
poderosos de lo que yo creía. Debo consultar con los
mayores.
El Hombre Luna se despidió con una inclinación de la cabeza,
y pronto lo
perdimos de vista entre la hierba.
—¿Y ahora qué? —me preguntó Leif.
Yo miré a Valek, sin saber qué decir.
—Tú vuelve a casa; yo iré después —le dije a mi hermano.
—¿Vas a volver conmigo a la Fortaleza?
—Yo…
¿Volver a la Fortaleza, a sentirme aislada? ¿Volver a la
situación de que los
demás me temieran por mis poderes? ¿O volver para espiar a
Sitia de modo que
pudiera ganarme el derecho a regresar a Ixia? ¿O seguir mi
camino sola, explorando
Sitia, y pasar tiempo con mi familia?
—Creo que tienes miedo de volver a la Fortaleza —me dijo
Leif.
—¿Qué?
—Sería mucho más fácil para ti alejarte, y no tener que
enfrentarte al hecho de
ser una Halladora de Almas, a ser una hija y una hermana.
—No tengo miedo —dije yo.
Había intentado buscar mi lugar en Sitia, pero no dejaban de
intentar echarme.
¿Cuántas indicaciones necesitaba? ¿Y si decidían que una
Halladora de Almas era
equivalente a un demonio y me quemaban viva por violar su
Código Ético?
—Tienes miedo —dijo Leif.
—No es cierto.
—Sí lo es.
—No, no lo es.
—Entonces, demuéstralo —me dijo mi hermano.
Yo abrí la boca, pero no pude decir nada.
Finalmente, declaré:
—Te odio.
Leif sonrió.
—El sentimiento es mutuo. ¿Vas a venir?
—Ahora no. Lo pensaré —respondí.
—Si no vienes a la Fortaleza, entonces tendré razón. Y cada
vez que te vea, seré
insoportablemente petulante.
—¿Y en qué se diferenciará de lo que eres ahora?
Él, se rió, y yo vi la alegría en sus ojos por primera vez.
—Sólo has tenido una pequeña muestra de lo insoportable y
molesto que puedo
llegar a ser. Al ser el hermano mayor, estoy en mi derecho.
Leif montó a Rusalka y se marchó.
Valek y yo fuimos con Kiki hacia el norte. Hacia Ixia. Él me
agarraba la mano, y
yo me sentí contenta mientras iba pensando en los
acontecimientos de las últimas
horas.
—Valek, ¿qué le dijiste a Alea?
—Le conté cómo había muerto su hermano.
Yo recordé cómo había atrapado a Mogkan con mi magia y lo
había
inmovilizado, de modo que Valek pudo cortarle el cuello.
Alea había muerto de la
misma manera.
—No teníamos tiempo para llevarnos a Alea, amor mío. Y no
iba a permitir que
tuviera otra oportunidad para hacerte daño —me dijo él.
—¿Cómo sabes siempre cuándo te necesito?
A Valek le brillaron los ojos con una intensidad que yo no
había visto nunca.
—Lo sé. Es parte de mí, como el hambre o la sed.
Es una necesidad que tengo que satisfacer para seguir
viviendo.
—Pero, ¿cómo lo sabes? Yo no puedo conectar mi mente con la
tuya a través de
la magia. Y tú no tienes poder. Debería ser imposible.
Valek se quedó en silencio durante unos instantes.
—Quizá, cuando siento tu agitación, bajo la guardia y
permito que te pongas en
contacto conmigo.
—Quizá. ¿Lo habías hecho alguna vez con otra persona?
—No, mi amor. Tú eres la única que has conseguido que haga
las cosas más
extrañas de mi vida. Me has envenenado de veras.
Yo me reí.
—Raro, ¿eh?
—Me alegro de que no puedas leerme la mente.
En sus ojos de color azul zafiro brilló el fuego, y yo noté
que se le tensaban los
fibrosos músculos.
—Oh, sé lo que estás pensando —le dije, mientras él me
abrazaba.
—No puedo esconderme de ti —respondió Valek.
Oí a Kiki relinchar y alejarse, mientras mi mundo se llenaba
con el tacto, el olor
y el sabor de Valek.
Valek y yo pasamos los días siguientes recorriendo las
llanuras y disfrutando
del hecho de estar juntos, sin problemas acuciantes que
resolver. Descubríamos
pequeños escondrijos de comida y agua durante el camino. Y
aunque yo no tenía la
sensación de que nadie estuviera vigilándonos, sentía que
los Sandseed sabían dónde
estábamos, y que las provisiones eran la forma de ofrecer su
hospitalidad a una
pariente lejana.
Al final, salimos de las llanuras. Rodeamos Citadel por el
este y nos dirigimos
hacia el norte a través de las tierras del clan
Featherstone. Tuvimos la precaución de
viajar por la noche y escondernos durante el día, y tardamos
tres jornadas en
alcanzar el cortejo de la Embajadora.
Yo había perdido la noción del tiempo, y me sorprendí al ver
su campamento,
pero Valek sabía que estarían a un día y medio de la
frontera con Ixia. Después de
determinar dónde se escondían los espías sitianos, Valek se
puso su disfraz de
Ayudante Ilom y entró en el campamento en mitad de la noche.
Yo esperé y me
aproximé al día siguiente. No tenía ninguna razón para
esconderme, y si volviera a
Ixia, los espías sitianos informarían al Consejo de que yo
me había marchado.
Los ixianos habían empezado a recoger sus cosas cuando yo
entré con Kiki.
Todavía había una tienda en pie, pero Ari y Janeo se
acercaron corriendo a
saludarme antes de que pudiera llegar hasta ella.
Después de que mis amigos me saludaran, alegres por volver a
verme, me
contaron que el encuentro diplomático entre la Embajadora y
el Consejo sitiano se
había estropeado al final. Antes de que los ixianos se
marcharan, uno de los
Consejeros había acusado a la Embajadora de llevar a Valek a
Sitia para que
asesinara al Consejo en pleno.
Yo suspiré. Sabía que los sitianos tenían la preocupación
constante de que el
Comandante decidiera tomar el control de sus tierras. Y yo
también estaría
preocupada, sabiendo que Valek tenía la habilidad suficiente
como para matar a los
Consejeros e incluso a los Magos Maestros, creando el caos
suficiente como para que
los ixianos atacaran y no encontraran ninguna resistencia.
Sacudí la cabeza. Los ixianos y los sitianos veían el mundo
de una forma muy
distinta, y necesitaban a alguien que los ayudara a
comprenderse. Noté un cosquilleo
en el estómago. ¿Miedo? ¿Excitación? ¿Náuseas? Quizá las
tres cosas. Era difícil de
distinguir.
—Será mejor que vaya a hablar con la Embajadora —les dije a
mis amigos, y
desmonté.
Después, les prometí que me despediría de ellos antes de
marcharme del
campamento, y me dirigí hacia la tienda de la Embajadora con
el corazón en un
puño. Una despedida parecía algo tan definitivo…
Uno de los guardias que protegían la tienda me anunció, y yo
entré. Después de
los saludos de rigor, Signe me preguntó:
—¿Has decidido ya si vas a visitarnos?
Yo tomé la orden de ejecución del Comandante Ambrose de mi
mochila y se la
entregué con la mano temblorosa.
—Con este desafortunado choque de opiniones entre Ixia y
Sitia, creo que
ambos países necesitan un enlace. Un contacto neutral que
conozca ambos países y
que pueda facilitar las negociaciones, ayudar a que ambas
naciones se comprendan
mejor —dije yo.
Quería dejar claro que no espiaría para Ixia, pero que
ofrecía mi ayuda. En
aquel momento, era el Comandante quien debía decidir.
Y allí estaba él, con el uniforme de Signe, observándome con
sus poderosos ojos
dorados. Yo parpadeé varias veces. La transformación de
Signe a Comandante
Ambrose fue tan completa que yo sólo alcancé a ver un lejano
parecido entre los dos
en su rostro.
El Comandante enrolló la orden de ejecución y se dio unos
golpecitos en la
palma de la mano con el pergamino mientras miraba a la
distancia. Estaba sopesando
todas las opciones. Él nunca tomaba una decisión apresurada.
—Una observación válida —me dijo.
Después, rompió la orden en pedazos pequeños y los dejó caer
al suelo. Se
volvió y me tendió la mano.
—De acuerdo, Enlace Yelena.
—Enlace Yelena Zaltana —corregí yo mientras nos
estrechábamos las manos.
Hablamos de los planes que el Comandante tenía para Ixia, y
de cómo quería
expandir el comercio con Sitia. Insistió en que terminara mi
instrucción mágica antes
de convertirme en enlace oficial. Antes de que me marchara,
presencié su
transformación en Embajadora Signe. En aquel momento sentí,
brevemente, que dos
almas residían en un mismo cuerpo. Aquello explicaría por
qué el Comandante
conseguía guardar su secreto.
Yo seguí pensando en aquello durante un rato, para no
enfrentarme al hecho de
que iba a volver a la Fortaleza. Fui en busca de Ari y Janeo
y me despedí, diciéndoles
que volveríamos a vernos pronto. Después, me dirigí al sur
mientras los ixianos
emprendían el camino al norte.
Tiré de un hilo de poder y proyecté mi conciencia. Uno de
los espías sitianos me
seguía, con la esperanza de que yo me encontrara con Valek.
Le envié al hombre una
serie de imágenes confusas, hasta que él perdió toda noción
de qué era lo que debía
hacer.
Tal y como había quedado con Valek, no me alejé demasiado.
Encontré un
pequeño claro en el bosque y monté un pequeño campamento.
Mientras el sol se
ponía, proyecté de nuevo mi mente y percibí tranquilidad a
mi alrededor, salvo por
el detalle de que Cahil y sus hombres se acercaban.
Cahil no intentó enmascarar sus movimientos. Atrevido y
arrogante, dejó a sus
hombres al borde del bosque y prosiguió su camino hacia mí.
Yo suspiré, irritada.
Noté sus emociones; hervía de odio, pero había conseguido
controlarse con frialdad.
Se detuvo cuando llegó a mi campamento e inclinó la cabeza.
—¿Puedo hablar contigo?
—Eso depende de tus intenciones.
—Creía que podías leer mis intenciones —dijo él—. Veo que
has decidido
quedarte en Sitia. Es una decisión temeraria, teniendo en
cuenta que el Consejo sabe
de tu relación con Valek.
—No soy una espía, Cahil. Y el Consejo necesita un enlace
con Ixia.
El soltó una carcajada seca.
—¿Tú vas a servir de enlace? Eso sí que es gracioso. ¿Y
crees que el Consejo
confiará en ti?
—¿Y tú crees que el Consejo apoyará a un plebeyo?
Cahil se quedó muy serio. Miró hacia atrás, en dirección del
lugar en el que lo
esperaban sus hombres.
—Averiguaré la verdad. Sin embargo, no me importa demasiado.
He decidido
hacerme cargo de mis asuntos.
Aunque él no se había movido, yo noté su actitud amenazante.
—¿Por qué me estás contando todo esto? Sabes que no podrás
atrapar a Valek a
través de mí. Además, él ya está en Ixia.
Cahil sacudió la cabeza.
—No te creo. De ser así, tú no habrías acampado aquí por las
buenas —dijo—.
Voy a darte un consejo —añadió, y dio unos pasos hacia mí.
Yo alcé el arco.
—No te acerques más.
—Una vez dijiste que pensabas que Goel era honrado por
advertirte de sus
intenciones. Me pareció que yo debía hacer lo mismo. Sé que
no puedo venceros a
Valek ni a ti; ni siquiera mis hombres tienen una
oportunidad. Pero tiene que haber
alguien, en algún lugar, que tenga esa capacidad. Juro que
lo encontraré, y que
juntos, nos encargaremos de veros muertos a ti y a Valek.
Con aquello, Cahil se dio la vuelta y se marchó.
Yo no relajé la presión con la que agarraba el arco hasta
que Cahil montó a
Topaz y se marchó. Sus hombres lo siguieron corriendo.
Cuando rompí mi conexión
con su mente, leí el pensamiento de Marrok. Estaba asustado
y preocupado por el
extraño comportamiento de Cahil. Yo también.
Aquella noche sentí la soledad de mi campamento hasta que
llegó Valek.
Apareció junto al fuego, calentándose las manos sobre las
llamas. Yo decidí no
estropear nuestra última noche juntos hablándole de la
visita de Cahil.
—¿Se te ha olvidado otra vez la capa? —le pregunté.
Él sonrió.
—Me gusta compartir la tuya.
Mucho después de que el fuego se hubiera apagado, yo me
quedé dormida en
brazos de Valek. Cuando salió el sol, yo me acurruqué contra
él.
—Ven conmigo —me dijo Valek.
Con el corazón encogido, sacudí la cabeza.
—Aún tengo mucho que aprender. Y cuando esté lista, seré
enlace entre Ixia y
Sitia.
—Eso podría causar graves problemas —bromeó Valek.
—Si las cosas fueran de otro modo, tú te aburrirías.
Él se rió.
—Tienes razón. Y también mi serpiente.
—¿La serpiente?
Él tiró de mi brazo para dejar a la vista el brazalete.
—Cuando la tallé, estaba pensando en ti, mi amor. Tu vida es
como las vueltas
de esta serpiente. No importa todas las veces que gire,
porque tú terminarás en el
lugar que te corresponde: conmigo —me dijo. En sus ojos
color zafiro había una
promesa—. Estaré esperando con impaciencia tu primera visita
oficial, pero por
favor, no tardes mucho.
—No.
Después de otro beso, Valek se levantó, y mientras él se
vestía, yo le hablé de la
visita de Cahil.
—Muchos han intentado asesinarnos, y todos han fracasado
—dijo Valek,
encogiéndose de hombros—. Creo que se dedicará a lamentar su
falta de sangre real
y desaparecerá, o preferirá creer que hemos mentido y
renovará sus intenciones de
atacar Ixia, lo cual hará la vida muy interesante para el
nuevo enlace.
—Yo no usaría precisamente la palabra interesante.
—Debes vigilarlo bien —dijo Valek, con una sonrisa
melancólica—. Ahora debo
irme, mi amor. Le prometí a la Embajadora que la alcanzaría
en la frontera. Si los
sitianos van a causar problemas, será allí.
Yo lamenté mi decisión de quedarme en el mismo momento en
que Valek se
marchó, y la soledad se adueñó de mí. Sin embargo, Kiki me
rozó la mejilla con su
nariz fría.
«Kiki se queda con la Dama Lavanda», me dijo. «Kiki ayuda».
«Sí, eres un gran consuelo».
«Lista».
«Más lista que yo», convine.
«¿Manzana?».
«Has estado pastando toda la noche. ¿Cómo puedes seguir
teniendo hambre?».
«Siempre hay sitio para una manzana». Yo me reí y le di una
manzana antes de
comenzar nuestro viaje de dos días hacia la Fortaleza.
Cuando llegué a las puertas de la Fortaleza, el guardia me
indicó que me
dirigiera directamente a la sala de reuniones de los
Maestros. Le di a Kiki un rápido
cepillado en los establos, mientras me preguntaba qué habría
ocurrido en mi
ausencia, y después me fui apresuradamente a ver a los
Magos.
Al entrar en la sala de reuniones, tres expresiones
neutrales y un rostro lívido
saludaron mi llegada. Roze me envió una bola de energía
furiosa que me golpeó el
pecho. Me tambaleé, pero después conseguí rechazar su
ataque. Atraje el poder y
proyecté mi conciencia hacia ella. Sus defensas mentales
eran impenetrables, pero yo
apunté más bajo, a su corazón y su alma. Un punto mucho más
vulnerable.
«Vamos, vamos», le dije. «Sé agradable».
Ella se sobresaltó.
—¿Cómo?
«He encontrado tu alma, Roze. Y es un alma oscura y
desagradable. Llevas
demasiado tiempo relacionándote con criminales. Será mejor
que cambies tu modo
de ser, o no alcanzarás el cielo».
Sus ojos de color ámbar brillaban con odio y furia. Sin
embargo, bajo aquellas
emociones estaba el miedo. El odio y la furia no me
molestaban, pero el miedo era
una emoción poderosa. El miedo hacía que alguien atacara, y
Roze lo intentaría.
La liberé. Roze tartamudeó y me lanzó una mirada de veneno.
Yo la observé
con calma. Finalmente, ella salió airadamente de la
habitación.
—Así que es cierto —dijo Bain en el súbito silenció—. Eres
una Halladora de
Almas —añadió, pensativamente.
—¿Por qué estaba Roze tan enfadada? —pregunté.
Irys me hizo un gesto para que me sentara, y yo obedecí.
—Roze piensa que Valek y tú formáis parte de un plan para
asesinar al Consejo
—dijo Irys, y antes de que yo pudiera contestar, prosiguió—:
No hay ninguna
prueba. Pero lo que es más alarmante es que Ferde ha
escapado de los calabozos de
la Fortaleza.
Yo me puse en pie de un salto.
—¿Ferde ha escapado? ¿Cuándo? ¿Adonde?
Irys miró sabiamente a Bain.
—Te dije que ella no tenía nada que ver con la huida de
Ferde —le dijo.
Después se volvió hacia mí—. No sabemos con seguridad cuándo
escapó. Hemos
descubierto su desaparición esta mañana. Creemos que fue
Cahil quien lo rescató.
—¿Cahil?
—Se ha marchado. Encontramos al capitán Marrok; Cahil lo
había golpeado
brutalmente. El capitán nos dijo que lo había torturado
hasta que le había dicho la
verdad —dijo Irys, y sacudió la cabeza con asombro.
—Que Cahil no tiene sangre real —dije yo.
—¿Lo sabías? —me preguntó Zitora—. ¿Y por que no nos lo
dijiste?
—Lo sospechaba, pero fue Valek quien confirmó mis sospechas.
—Marrok nos dijo que la madre de Cahil murió al dar a luz, y
que él es hijo de
un soldado que murió durante el golpe de estado en Ixia.
Cuando los soldados
huyeron a Sitia, lo trajeron consigo —me explicó Irys.
—¿Y dónde está ahora?
—No lo sabemos —respondió Irys—. Y no sabemos cuáles son sus
planes,
ahora que sabe la verdad. Ni por qué se ha llevado a Ferde.
—Supongo que tendremos que encontrarlo y preguntárselo.
—Sí, pero todavía no —dijo Irys, y suspiró—. El Consejo está
sumido en el caos.
Como tú liberaste todas esas almas, Ferde es débil, y no
podrá usar la magia durante
algún tiempo. Y… —ella titubeó, y yo tuve la desagradable
sensación de que no iba a
gustarme lo siguiente que iba a decir—. El Consejo quiere
que se explore tu
capacidad como Halladora de Almas, y quizá que te conviertas
en Asesora del
Consejo.
Descubrir mis habilidades estaba en consonancia con mis
deseos, pero si quería
ser un enlace neutral, no podía estar vinculada al Consejo
de ninguna manera.
—No necesitan un asesor —dije yo—. Necesitan un enlace con
Ixia.
—Lo sé —dijo Irys.
—Deberíamos ir tras Cahil y Ferde hoy mismo.
—También lo sé. Pero tendrás que convencer al Consejo.
Yo miré fijamente a Irys. Mi Tejedor de Historias debía de
estar muñéndose de
risa. Mi futuro era un camino lleno de curvas y cruces, de
nudos, enredos y trampas.
Justo como a mí me gustaba.
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