—Ixia os da la bienvenida a nuestra tierra y espera que
todos podamos empezar
de nuevo —anunció el Comandante ante la delegación del sur.
Mientras yo esperaba detrás del Comandante, me pregunté qué
les ocurriría a
los de Sitia cuando Valek informara al Comandante de que
Irys era una maga. Preferí
no pensar en el caos que ella podría causar en el castillo
antes de marcharse y traté de
imaginar una situación más favorable. Fracasé, dándome
cuenta de que,
probablemente, aquél era el principio del fin.
Valek observó atentamente cómo los sureños y el Comandante
intercambiaban
saludos más formales. Por la actitud de Valek, adiviné que
Irys no había utilizado su
magia. Después de que concluyera la ceremonia oficial de
bienvenida, se acompañó a
la delegación a sus aposentos para que pudieran descansar de
su viaje y esperar allí
el festín de la noche. El protocolo decretaba que las
galanterías y el entretenimiento
debían preceder a las duras negociaciones.
Todos, a excepción del Comandante y Valek, se marcharon de
la sala de guerra.
Yo hice ademán de marcharme también, pero Valek me agarró
del brazo.
—Muy bien, Valek. Tú dirás. Supongo que se trata de alguna
peligrosa
advertencia, ¿no? —preguntó el Comandante con un suspiro.
—La líder de la delegación de Sitia es una maga maestra
—dijo Valek, algo
molesto por la actitud del Comandante.
—Era de esperar. ¿Cómo si no podrían saber que somos
sinceros a la hora de
querer establecer un tratado de comercio? Todo esto podría
haber sido una
emboscada. Es lógico.
Sin mostrar preocupación alguna, el Comandante se dirigió
hacia la puerta.
—¿Esa mujer no le preocupa? —insistió Valek—. Ha tratado de
matar a Yelena.
El Comandante me miró por primera vez desde que habíamos
entrado en la
sala de guerra.
—Sería poco inteligente matar a la catadora de mi comida. Un
acto así podría
interpretarse como intento de asesinato y detener las
negociaciones. Yelena está a
salvo... por el momento.
Con eso, se marchó de la sala.
—Maldita sea —susurró Valek.
—¿Y ahora qué? —pregunté yo.
—Había anticipado que un mago o maga participaría en este
encuentro, pero
jamás había pensado que sería ella. Mientras esté aquí, Ari
y Janco se seguirán
ocupando de ti aunque, si es eso lo que quiere, no habrá
nada que ellos o yo
podamos hacer al respecto. Con Mogkan tuve suerte. Estaba
cerca cuando sentí su
poder. Esperemos que esa mujer se porte como una invitada
mientras esté en
nuestras tierras. Al menos ahora sé dónde están los magos.
Mogkan fue el que sentí
durante la reunión de generales. Y la maga del sur está
ahora en el castillo. A menos
que vengan más, estaremos a solas.
—¿Y la capitana Star?
—Star es una charlatana. Sus afirmaciones de que es maga
sólo son una táctica
para asustar a sus soplones y evitar que se enfrenten a
ella. Te recuerdo que tendrás
que asistir al festín esta noche. Una pesadez, pero al menos
la comida debería ser
buena. He oído que Rand quería utilizar el Criollo para un
nuevo postre, pero el
Comandante se negó. Otro enigma, dado que Brazell lo ha
enviado en cantidades
industriales y ha prometido hacer lo mismo con los otros
generales. Se lo pedían
como si fuera oro. ¿Te sientes extraña desde que has dejado
de tomarlo? —me
preguntó.
Habían pasado tres días desde que tomé el último trozo. No
recordaba haber
notado síntomas físicos. El hecho de comerlo me había levantado
el ánimo y había
supuesto un incremento de energía para mí. Anhelaba su dulce
sabor, especialmente
en aquellos momentos, cuando mis oportunidades de ser libre
eran más reducidas
que nunca.
—Un cierto deseo por tomarlo, pero no se puede considerar adicción
—le dije a
Valek—. Pienso en ello de vez en cuando y me gustaría tomar
un trozo.
—Tal vez sea demasiado pronto —comentó Valek, frunciendo el
ceño—. Puede
que aún lo tengas en la sangre. ¿Me informarás si ocurre
algo?
—Sí.
—Bien. Hasta esta noche.
«Pobre Valek», pensé. Había tenido que ponerse su uniforme
de gala en tres
ocasiones. En el comedor, se habían colocado elaborados
adornos para el festín. La
sala estaba muy iluminada. Se había construido una
plataforma para colocar la mesa
principal en la que la delegación del sur, el Comandante y
Valek estuvieran sentados
con sus mejores galas. El resto, estaba sentado alrededor en
mesas redondas,
formando un círculo en la sala. El espacio de en medio
quedaba vacío. En un rincón,
una pequeña orquesta tocaba música relajante, lo que resultó
una sorpresa. El
Comandante despreciaba la música, dado que la consideraba
una pérdida de tiempo.
Yo tomé asiento al lado del Comandante Ambrose de modo que
él pudiera
pasarme su plato. Como era de esperar, la comida era
maravillosa. Rand se había
superado a sí mismo. Por su parte, Irys y los suyos estaban
colocados a la izquierda
del Comandante. Sus hermosos trajes tenían remolinos de
color que brillaban a la luz
de las lámparas. Irys llevaba un colgante de diamantes con
forma de flor, que relucía
sobre su pecho. Ignoró mi presencia, lo que no me molestó en
absoluto.
Después de que los criados recogieran las mesas, apagaron la
mitad de las
lámparas. La orquesta empezó a tocar una música más animada
y, entonces, unos
bailarines disfrazados irrumpieron en la sala, sujetando
palos ardiendo por encima
de sus cabezas. ¡Bailarines de fuego! Realizaron una
compleja danza que dejó a todo
el mundo boquiabierto. Comprendí perfectamente por qué durante
el festival su
tienda había estado siempre llena.
Valek se reclinó en su silla y me dijo:
—No creo que hubiera pasado las pruebas, Yelena.
Probablemente, a estas
alturas de la danza ya tendría el cabello en llamas.
—¿Qué hay de malo en una cabeza chamuscada por el bien del
arte? —bromeé.
Él se echó a reír. Todo el mundo parecía estar muy contento.
Esperé de todo
corazón que el Comandante no esperara otros quince años para
celebrar otro festín.
Los bailarines terminaron su segundo baile y salieron de la
sala. Irys se levantó
para proponer un brindis. Los de Sitia habían llevado su
mejor brandy. Irys sirvió
una copa al Comandante, a Valek y a sí misma. No pareció
ofenderse cuando el
Comandante me entregó a mí su copa.
Hice que el líquido diera vueltas en la copa y aspiré el
olor. Tomé un pequeño
sorbo y saboreé el brandy y luego lo escupí al suelo. Entre
arcadas y escupitajos, traté
de echarlo todo. Valek me miró alarmado.
—Mi amor —susurré.
Valek tiró las otras dos copas y vertió sus contenidos sobre
la mesa. A medida
que mi cuerpo fue reaccionando al veneno, vi que Valek se
iba convirtiendo en un
punto negro y que las paredes se cubrían de sangre.
Yo flotaba en un mar rojo. Los colores parecían flotar y dar
vueltas a mí
alrededor. El sonido del cristal roto sobre la piedra creó
una extraña melodía en mi
mente. Navegaba a la deriva sobre una balsa hecha de cabello
blanco rizado, que era
empujada por una fuerte corriente. La suave voz de Irys
habló en medio de aquella
tempestad de colores.
—Te pondrás bien... Agárrate a tu balsa. Podrás capear esta
tormenta.
Me desperté en mi habitación. Alguien había encendido una
lámpara y Janco
estaba sentado en una silla, leyendo un libro. Aquello
resultaba mucho más
agradable que la última vez que había probado «Amor mío».
Una cómoda cama era
preferible a yacer en un charco de mis propios vómitos.
—Vaya, Janco. No sabía que eras capaz de leer —bromeé. Tenía
la voz ronca y
me dolían la cabeza y la garganta.
—Soy hombre de talentos desconocidos. Bienvenida.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Dos días.
—¿Qué ocurrió?
—¿Después de que te convirtieras en una loca? ¿O te refieres
más bien a por
qué te convertiste en una?
—Después.
—Resulta sorprendente lo rápido que se puede mover Valek
—dijo Janco con
admiración—. Te colocó a ti en el suelo mientras ponía el
corcho de la botella
envenenada y la cambiaba por otra con un rápido movimiento
de manos. Se disculpó
de su torpeza y sirvió otras tres copas para que esa bruja
del sur pudiera hacer su
brindis. Todo el incidente se tapó tan rápidamente que sólo
los de la mesa principal
se dieron cuenta de lo ocurrido. Bueno, Ari también —añadió,
tocándose la perilla—.
No te quitó los ojos de encima en toda la noche, por lo que,
cuando caíste al
suelo, nos levantamos. Nos deslizamos hasta llegar detrás de
la mesa principal y él te
trajo aquí. Aún estaría a tu lado, pero yo le obligué a que
se fuera a dormir un poco.
Eso explicaba el hecho de que mi balsa fuera de pelo rizado,
dado que era así
como lo tenía Ari. Me senté, pero el dolor de cabeza se
intensificó. Al ver que había
una jarra de agua sobre mi mesilla, me serví un vaso que
vacié de un trago.
—Valek dijo que tendrías sed. Ha estado aquí en un par de
ocasiones, pero ha
estado muy ocupado con los sureños. No me puedo creer que
esa bruja tuviera la
audacia de tratar de envenenar al Comandante.
—No fue así. ¿Es que no te acuerdas? Sirvió tres copas de la
misma botella.
Debió de hacerlo otra persona.
—A menos que estuviera dispuesta a suicidarse para cometer
el asesinato. Una
muerte rápida en vez de esperar en nuestras mazmorras a que
la colgaran.
—Puede ser —dije, aunque me parecía poco probable.
—Valek debe de ser de la misma opinión. Las conversaciones
sobre el tratado
han seguido como si no hubiera ocurrido nada —comentó Janco,
entre bostezos—.
Bueno, ahora que vuelves a estar despierta, voy a dormir un
rato. Quedan cuatro
horas hasta que amanezca. Descansa tú también un poco.
Volveremos por la mañana
—añadió, obligándome a tumbarme. Entonces, me estudió
atentamente, con el rostro
lleno de indecisión—. Ari me dijo que gritaste mucho
mientras él te cuidaba. De
hecho, dijo que si Reyad siguiera con vida, le rajaría sin
dudarlo un momento. Me
pareció que te gustaría saberlo.
Con eso, Janco me dio un beso fraternal en la frente y se
marchó.
Genial. ¿Qué más sabía Ari? ¿Cómo podría yo enfrentarme a él
por la mañana?
De momento, no podía hacer nada al respecto. Traté de dormir
un poco, pero el
estómago vacío no hacía más que protestar. Sólo podía pensar
en la comida.
Cuando me decidí a correr el riesgo de ir a buscar algo a la
cocina, me coloqué
mi navaja y me dirigí con piernas temblorosas a la cocina.
Allí esperaba encontrar un
poco de pan sin que Rand me viera.
Conseguí el pan y estaba cortándome un trozo de queso cuando
la puerta de
Rand se abrió.
—Yelena —dijo, muy sorprendido.
—Buenos días, Rand. Sólo estaba robando un poco de comida.
—Hace semanas que no te veo —se quejó —. ¿Dónde has estado?
—Ocupada. Ya sabes. Los generales, la delegación, el
festín... Por cierto, éste fue
magnífico. Rand, eres un genio.
Rand pareció animarse un poco. Me resigné al hecho de que,
si quería que él
pensara que seguíamos siendo amigos, tendría que charlar un
rato con él. Coloqué
mi desayuno sobre la mesa y acerqué un taburete.
—Alguien me dijo que estabas enferma —comentó, acercándose a
mí.
—Sí. Un virus estomacal. No he comido en dos días, pero
ahora estoy mejor.
—Espera, te haré unos pastelillos.
Observé cómo mezclaba los ingredientes y me aseguré de que
no echaba
ningún veneno. Cuando los pastelillos estuvieron a mi
alcance, me lancé a ellos con
completo abandono. La escena me resultaba tan familiar que
se disolvió la
incomodidad entre nosotros. Muy pronto estuvimos charlando y
riendo.
Hasta que sus preguntas se hicieron más concretas, no
comprendí que estaba
tratando de sacarme información sobre el Comandante y Valek.
—¿Sabes algo sobre ese tratado del sur? —preguntó Rand.
—No —dije con un tono tan duro que provoqué que él me mirara
con
curiosidad—. Lo siento. Estoy cansada. Es mejor que vuelva a
la cama.
—Antes de que te vayas, es mejor que te lleves estos granos.
Los he preparado
de todas las maneras posibles, pero su sabor resulta
horrible e irreconocible.
Me las echó en una bolsa y fue a comprobar los hornos. Al
ver cómo avivaba el
fuego, tuve una idea.
—Tal vez no sean para comer —dije—. Tal vez sean una fuente
de energía.
—Bueno, merece la pena intentarlo.
Arrojó los granos al fuego. Esperamos un rato, pero no se
produjeron
repentinas llamas ni ningún aumentó de la temperatura.
Mientras Rand se ocupaba
de sus panes, miré las brasas, pensando que, en el misterio
de los granos, ya no me
quedaban opciones.
Cuando Rand volvió a la carga con sus preguntas, aparté los
ojos del fuego.
Sentía una presión en la garganta.
—Es mejor que me vaya o Valek se preguntará dónde estoy.
—Sí, vete. He notado que Valek y tú estáis ahora muy unidos.
Dile de mi parte
que no mate a nadie, ¿quieres? —dijo, con la voz llena de
sarcasmo. Al escucharlo, yo
perdí el control.
—Al menos, Valek tiene la decencia de informarme que me ha
envenenado —le
espeté sin poder contenerme.
La expresión de su rostro pasó de la sorpresa a la
culpabilidad en un instante.
—¿Te lo dijo Star? —preguntó.
—Ah...
No sabía qué decir. Si decía que sí, Star le confirmaría que
yo le había mentido y
si decía que no, insistiría en conocer mi fuente. Fuera como
fuera, lo descubriría.
Acababa de dejar al descubierto las investigaciones secretas
de Valek.
Afortunadamente, Rand no esperó a que yo respondiera.
—Tendría que haberme imaginado que te lo diría. Le encanta
jugar malas
pasadas. Cuando tú apareciste, no quería conocerte. Lo único
que quería era el
montón de dinero que Star me ofreció para cancelar mi deuda
si le estropeaba la
prueba a Valek. Entonces, mi moralidad y lo buena persona
que tú eres complicaron
las cosas. Vender información sobre ti y luego tener que
protegerte sin que pareciera
que te estaba protegiendo convirtió mi vida en un infierno.
—Siento haberte molestado. Supongo que, aparte de
envenenamientos y
secuestros, te debería estar agradecida.
Rand se frotó el rostro con las manos.
—Lo siento, Yelena. Estaba acorralado y no podía salir sin
hacerle daño a
alguien.
—¿Por qué quería Star que me envenenaras?
—El general Brazell se lo encargó. Eso sí que no debería
suponerte una
sorpresa.
—No... Rand, ¿hay alguien que te pueda ayudar a salir de
este lío? ¿Valek, tal
vez?
—¡Por supuesto que no! ¿Por qué tienes tan buena opinión de
él? Es un asesino.
Deberías odiarlo por haberte dado el Polvo de Mariposa. Yo
lo odiaría.
—¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién más lo sabe? Pensé que sólo
lo sabían Valek y
el Comandante.
—Tu predecesor, Oscove, me dijo por qué jamás trataba de
huir y no, no le he
vendido esa información a nadie. Tengo mis límites. El odio
que Oscove sentía por
Valek rivalizaba con el mío. Lo comprendí. Sin embargo, tu
relación con Valek...
Estás enamorada de él, ¿verdad? —me dijo, inesperadamente.
—Eso es una tontería —grité.
Nos miramos mutuamente con la boca abierta, demasiado
atónitos para decir
nada más.
Entonces, un dulce aroma a frutos secos me alcanzó la nariz.
Rand también lo
notó. Seguí el aroma hasta el horno al que había arrojado
los misteriosos granos. Al
abrir la puerta, me vi asaltado por el fuerte aroma de una
esencia celestial. Criollo.
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