hombros. Tenía un gusto metálico en la boca. Miré a mi
alrededor y no vi nada
familiar. ¿Y por qué estaba de pie? No, no de pie, sino
colgada. Miré hacia arriba y
me di cuenta de que tenía las muñecas atadas al final de una
larga cadena que pendía
de una gruesa viga de madera del techo. Cuando posé los pies
en el suelo, el dolor de
los hombros se me alivió un poco.
Estudié el lugar donde me encontraba. Vi palas oxidadas y
azadones sucios de
tierra seca. Había guadañas llenas de polvo. El sol se
filtraba por las grietas de las
paredes de madera. Yo supuse que estaba en un cobertizo
abandonado.
Mi confusión sobre cómo había llegado allí desapareció en
cuanto oí una voz.
—Empezaremos tus clases ahora —dijo Goel, en un tono de
satisfacción que
hizo que se me encogiera el estómago.
—Vuélvete para que puedas ver todo lo que te he preparado.
Yo me obligué a girarme, y vi una sonrisa de suficiencia en
el rostro de Goel
mientras me hacía un gesto hacia la mesa que tenía a la
derecha. Sobre ella había
armas e instrumentos exóticos de tortura. A su izquierda
había una carreta con un
saco. Tras él estaba la puerta del cobertizo.
Goel siguió mi mirada y sonrió.
—Está cerrada con llave. Estamos en un lugar olvidado, lejos
de la Fortaleza —
dijo.
Después, Goel tomó un látigo negro que tenía púas de metal
en el extremo.
¡La Fortaleza! Atraje algo de poder y proyecté una
desesperada llamada mental.
«Irys».
—¿Qué tal tienes las costillas? —le pregunté a Goel,
intentando distraerlo.
Él frunció el ceño y se tocó el costado.
—Esa yegua va a servir para hacer un buen estofado —dijo—.
Pero eso será
después.
«¡Yelena! Gracias al destino que estás viva. ¿Dónde estás?»,
me preguntó con
preocupación mi maestra.
«En un cobertizo, en algún lugar».
Goel se acercó para golpearme con el látigo. Yo le di una
patada en el estómago.
Él se apartó hacia atrás de un salto, más de la sorpresa que
del dolor.
—He cometido un error —dijo, acercándose de nuevo a la
mesa—. No te
preocupes. Lo remediaré —añadió, y tomó un frasquito.
La poción para dormir. Yo pensé con rapidez.
«Necesito más información. ¿Está contigo Ferde?», me
preguntó Irys.
«Ferde no. Goel».
«¿Goel?».
«No hay tiempo. Te lo explicaré más tarde».
Goel metió el dardo en un canutillo y apuntó hacia mí. Yo me
reí. Él me miró
con confusión.
—No puedo creerlo —dije.
—¿Creer qué? —él bajó el arma.
—Que me tengas miedo —respondí, riéndome—. No pudiste
vencerme en una
lucha limpia, así has tenido que tenderme una trampa y
drogarme. E incluso
teniéndome encadenada, te doy miedo.
—No es cierto —dijo él. Cambió el canuto por un par de
grilletes y se agachó
hacia mis pies.
Yo luché, pero él era más fuerte que yo. Finalmente,
consiguió ponerme los
grilletes en los tobillos. Después eligió otro látigo más
largo.
Movió el brazo. Yo proyecté una serie de imágenes caóticas
hacia su mente.
Goel perdió el equilibrio y cayó al suelo.
—¿Eh —preguntó, desconcertado.
Cuando se puso en pie de nuevo, yo percibí un movimiento
tras él. El pomo de
la puerta se movió, y al segundo la puerta se abrió con un
estallido violento. La luz se
derramó en el interior del cobertizo, y distinguí dos figuras
en el umbral. Eran Ari y
Janeo, y dirigían las puntas de sus espadas hacia el corazón
de Goel.
—Yelena, ¿estás bien? —me preguntó Ari, sin apartar los ojos
del rostro
sorprendido de Goel.
Janeo se acercó a mí e inspeccionó las cadenas.
—¿Y las llaves? —le preguntó a Goel. Goel apretó los
labios—. Supongo que
tendré que hacerlo por el modo complicado —dijo Janeo, y se
sacó del bolsillo su
herramienta de abrir cerraduras.
La sensación de alivio que había sentido al ver a mis amigos
se enfrió. Aquel
rescate no impediría que Goel intentara atacarme de nuevo.
Aunque fuera arrestado
por secuestro, Goel seguiría odiándome hasta que fuera
libre, y dentro de unos años,
yo podría encontrarme en la misma situación. Tenía que
enfrentarme a él. Tenía que
saber que no podría vencerme.
—Tengo la situación bajo control —le dije a Janeo—. Volved a
la Fortaleza. Nos
veremos allí.
Janeo me miró con perplejidad. Ari, sin embargo, confió en
mí.
—Vamos. No necesita nuestra ayuda —dijo mientras envainaba
su espada.
Janeo asintió y sonrió.
—Me apuesto una moneda de bronce a que está libre en cinco
minutos —le dijo
a Ari.
—Yo me apuesto una de plata a que sale en diez —replicó Ari.
—Y yo os apuesto una de oro a que lo mata —dijo Valek, desde
detrás de ellos.
Mis amigos se apartaron y él entró, vestido de Ayudante
Ilom—. Es la única manera
de ocuparse de él, ¿verdad, amor?
—No lo mataré —dije—. Me las arreglaré.
—Es mi hombre —dijo Cahil desde la puerta—. Yo me encargaré.
Valek se volvió hacia él, y Cahil lo miró durante un
instante antes de entrar.
—Goel, levántate —le dijo.
Valek desapareció.
Durante la conversación y las llegadas, la cara de Goel
había cambiado desde el
asombro, al horror y finalmente a la obstinación.
—No —le dijo a Cahil.
—Goel, tenías razón en cuanto a ella, pero éste no es el
modo de solucionarlo.
Sobre todo, cuando sus dos amigos están aquí. Libérala.
—No obedezco órdenes tuyas. Los demás pueden fingir que eres
el jefe. Yo no.
—¿Estás cuestionando mi autoridad? —le preguntó Cahil.
—No tienes autoridad sobre mí —replicó Goel.
Cahil se congestionó de furia.
—¿Cómo te atreves…?
—¡Caballeros! —grité yo—. Pueden resolverlo después. Ahora,
que todo el
mundo se vaya. ¡Me duelen los brazos!
Janeo sacó a Cahil del cobertizo y Ari cerró la puerta. Goel
se quedó allí,
parpadeando en la repentina oscuridad.
—¿Dónde estábamos? —pregunté.
—No esperarás que… —dijo él y señaló la puerta.
—Olvídalos. Tienes que preocuparte más por lo que hay dentro
que fuera.
El sonrió con desprecio.
—No estás en posición de fanfarronear.
—Y tú no entiendes bien lo que es enfrentarse a una maga.
La sonrisa se le borró de los labios.
—Crees que sólo soy una chica a la que tienes que enseñarle
una lección. Que
debería temerte. Y tú eres el que necesita aprender —dije.
Reuní el poder y proyecté mi conciencia hacia Goel.
La palabra «maga» sólo le había causado una ligera duda.
«Después de todo»,
pensó, «si fuera una buena maga, no habría sido tan fácil
atraparla».
—Fue un lapsus momentáneo —dije.
Como él no tenía poderes mágicos, no podía leer mi
pensamiento, pero yo
podría ser capaz de controlarlo. Cerré los ojos y me
proyecté dentro de Goel, para
probar si podía entrar en él. Lo conseguí. Goel saltó como
si lo hubiera alcanzado un
rayo cuando yo me apropié de su mente.
Noté su pánico cuando se dio cuenta de que yo había tomado
control de su
cuerpo. Aún podía pensar, ver y sentir. Yo me maravillé de
su fuerza física, pero
encontré algo difícil mover su cuerpo. Las proporciones me
resultaban extrañas, y
balancear su cuerpo requería un esfuerzo de concentración.
Él intentó recuperar su control, pero yo aplasté sus débiles
intentos.
Busqué las llaves de los grilletes y las encontré en su
bolsa, bajo la mesa.
Entonces, le quité los grilletes de los tobillos a mi
cuerpo. Después me sujeté con uno
de los brazos de Goel y abrí las esposas de las muñecas.
Agarré mi cuerpo antes de
que cayera al suelo y lo levanté.
Me sentía tan ligera como una pluma. Mi cuerpo respiraba, y
la sangre corría
por mis venas. Con el cuerpo de Goel, lo llevé junto a la
puerta y lo posé en el suelo.
Con el dedo de Goel, levanté mi párpado izquierdo. Aunque mi
cuerpo vivía, la
chispa de la vida había desaparecido. Inquieta, me puse de
pie y me alejé.
Cuando el sentimiento de completa impotencia invadió a Goel,
yo le dejé que lo
experimentara durante un largo rato. Tomé un cuchillo de la
mesa y le hice un corte
largo y profundo en el brazo. Noté su dolor, pero
amortiguado por la distancia.
Apoyé la punta del cuchillo en su pecho y me pregunté qué
ocurriría si se lo hundía
en el corazón. ¿Nos mataría a los dos?
Era una pregunta interesante que tendría que responder en
otro momento. Le
quité las botas y le puse los grilletes en los pies. Después
acorté la cadena que
colgaba de la viga y le puse las esposas. Saboreé la
combinación de miedo,
incomodidad y disgusto que dominaba su mente, antes de
proyectarme de nuevo en
mi propio cuerpo.
Cuando abrí los ojos, el cobertizo daba vueltas. Estaba muy
fatigada. Me puse
en pie lentamente, pero pude sonreír al ver la nueva
situación de Goel. Cuando me
dirigía hacia la puerta, pensé que probablemente no habría
descubierto aquella
nueva habilidad mágica trabajando con Irys o con los otros
magos. ¿Qué había
hecho, exactamente? ¿Transferir mi magia? ¿Mi voluntad? ¿Mi
alma? Me quité de la
cabeza aquellos pensamientos inquietantes. Tomar el control
del cuerpo de otro y
forzarlo a moverse debía de ser una violación del Código
Ético. Sin embargo, cuando
Goel me había secuestrado, se había convertido en un
criminal. El Código Ético no se
aplicaba en su caso. Debería estarle agradecida a Goel por
haberme atacado. Gracias
a él, había descubierto otro movimiento mágico de defensa.
Ari y Janeo me estaban esperando en el campo de hierba que
rodeaba al
cobertizo. Vi una valla derrumbada y un establo derruido.
Supuse que estábamos en
una granja abandonada a las afueras de Citadel. Valek y
Cahil no me habían
esperado.
Ari sonrió, y Janeo le dio una moneda de plata.
—¿Y tu problema? —me preguntó Ari.
—Lo he dejado colgando.
—¿Por qué has tardado tanto? —me preguntó Janeo,
quejumbrosamente.
—Quería demostrar una cosa —respondí—. ¿Dónde están… eh… el
Ayudante
Ilom y Cahil?
—¿Y por qué ese súbito interés por el Ayudante? —me preguntó
Janeo con una
ingenuidad fingida—. Es un hombre adulto con sorprendentes
habilidades. Ese
aburrido apareció de la nada, imitó a la perfección la voz
de Valek y desapareció de
nuevo, como por arte de magia. ¡Es un genio! Debería haber
sabido que vendría.
Valek no se perdería la diversión.
La sonrisa de Ari se apagó.
—A Valek lo van a atrapar. Cahil fue directamente a Citadel,
probablemente a
decirle a todos los miembros del Consejo que Valek está
aquí.
—Sin embargo, lleva un gran disfraz —dijo Janeo—. Nos
engañó.
—Cahil ya sospechaba que Valek estaba aquí —dije yo,
estremeciéndome
debido al aire frío de la mañana—. Estoy segura de que Valek
podrá manejarlo.
Mi mente agotada, sin embargo, no era capaz de dar con una
buena solución.
Ari se acercó al cobertizo y tomó mi mochila, que estaba
apoyada contra una
pared.
—Necesitarás esto —me dijo, y me la entregó.
Encontré mi capa dentro. Me envolví en ella y, cuando me iba
a colgar la
mochila a la espalda, Ari la tomó de nuevo.
—Vamos —dijo.
Janeo y él me condujeron por los campos en barbecho. Pasamos
junto a una
granja vacía.
—¿Dónde estamos? —pregunté.
—A unos cuatro kilómetros de Citadel —respondió Ari.
Yo suspiré ante la idea de tener que recorrer cuatro
kilómetros andando.
—¿Cómo me habéis encontrado?
—Seguimos a tus guardias anoche, para asegurarnos de que
sabían lo que
estaban haciendo. Cuando nos dimos cuenta de que los habían
golpeado, tú ya
habías desaparecido.
Janeo sonrió.
—Los magos se pusieron frenéticos, y enviaron partidas de
búsqueda —dijo,
sacudiendo la cabeza como si no pudiera creer el revuelo—.
No teníamos idea de qué
iban a encontrar en medio de la oscuridad. Sólo esperábamos
que no estropearan el
rastro. Cuando salió el sol, nos resultó muy fácil seguir
las huellas. Goel usó una
carreta para sacarte de Citadel.
Yo recordé el saco que vi en la carreta. Goel debía de
haberme escondido en
aquel saco.
—Supongo que Cahil nos siguió —dijo Janeo—. Por supuesto, tú
no necesitabas
nuestra ayuda. Ahora tendré que ir a golpear a algún soldado
para mantener mi ego
intacto.
Cuando llegábamos a la puerta este de Citadel, vi un
alboroto junto a la caseta
de los guardias. Había un caballo suelto que les estaba
causando problemas a los
soldados. Kiki.
Ella se detuvo cuando entramos por la puerta.
«Dama Lavanda cansada. Necesita montar».
«¿Cómo me has encontrado?».
«He seguido el olor del Hombre Fuerte y el Hombre Conejo».
Se refería a Ari y a Janeo. Yo me disculpé ante los guardias
de la puerta por los
trastornos que les había causado Kiki. Ari me ayudó a montar
y me dio mi mochila.
—Después iremos a verte —me prometió Ari.
Antes de que Kiki y yo fuéramos hacia la Fortaleza, les di
las gracias a mis
amigos.
—¿Por qué? No hemos hecho nada —refunfuñó Janeo.
—Por preocuparos lo suficiente como para seguir a mis
guardias. Y la próxima
vez, puede que sí necesite ayuda.
—Será mejor que no haya próxima vez —dijo Ari, lanzándome
una mirada
severa.
—Qué conmovedor —dijo Janeo, fingiendo que se secaba los
ojos—. Vete,
Yelena. No quiero que me veas llorar —dijo, y sollozó
burlonamente.
—Estoy segura de que tu ego podrá soportarlo —dije yo—. ¿O
necesitas sacudir
a unos cuantos pupilos para sentirte hombre otra vez?
—Muy graciosa —dijo él.
Yo me despedí agitando la mano; después le pedí a Kiki que
me llevara a casa.
Por el camino, conecté mi mente con Irys para contarle lo
que había ocurrido. Ella me
prometió que enviaría guardias para detener a Goel.
«Si no llego a mi habitación, estaré dormida en el establo»,
le dije bostezando. Y
noté que ella vacilaba. «Y ahora, ¿qué pasa?».
«Tus padres han llegado esta mañana».
«¡Oh, no!».
«Oh, sí. Esau está aquí conmigo, pero cuando tu madre supo
que habías
desaparecido, se subió a un árbol, y no podemos convencerla
de que baje. Está
histérica, y no nos escucha. Tendrás que ir a hablar con
ella».
Yo suspiré.
«Voy para allá. ¿Dónde está?».
Perl estaba en uno de los robles más altos que había junto
al prado.
Kiki me llevó hasta el tronco del roble, y entre las hojas,
yo distinguí la capa
verde de mi madre, cercana a la copa. La llamé y le dije que
estaba bien.
—Baja, mamá —le pedí.
—¡Yelena! ¡Gracias al destino! Ven aquí, donde estaremos
seguras.
Yo me resigné. Conseguir que Perl bajara del árbol sería
difícil. Me quité la capa
y la mochila y las dejé en el suelo. Me puse en pie sobre el
lomo de Kiki y comencé a
trepar. Me quedé en la rama que estaba bajo mi madre, y en
un segundo, ella
apareció a mi lado y me abrazó con fuerza. Cuando su cuerpo
comenzó a temblar
debido a los sollozos, yo tuve que agarrarme a la rama de un
árbol para impedir que
cayéramos.
Yo esperé a que se calmara antes de apartarla suavemente.
Ella se quedó
sentada a mi lado, apoyada en mi hombro. Se le había
ensuciado la cara porque sus
lágrimas se habían mezclado con el barro de mi ropa. Le
ofrecí una parte limpia de
mi camisa para que limpiara, pero ella sacudió la cabeza y
se sacó un pañuelo de un
bolsillo. Su capa de color verde oscuro tenía muchos
bolsillos, y tenía un corte que
dibujaba el cuerpo sin ajustarse, pero eliminando el
sobrante de tela. No sería una
buena manta, pero era perfecta para dar calor mientras se
viajaba por las copas de los
árboles.
—¿Es uno de los diseños de Nutty? —le pregunté, señalando la
capa.
—Sí. Como yo no había salido de la selva en catorce años…
—dijo, y sonrió con
tristeza—, necesitaba algo para el clima frío.
—Me alegro de que hayas venido —le dije.
Su sonrisa desapareció, y me miró con terror. Después
comenzó a respirar
profundamente para calmarse.
—Tu padre me dio Eladine para mantenerme relajada durante el
viaje, y estaba
haciéndolo muy bien hasta que… —se puso una mano en el
cuello, con un gesto de
dolor.
—Ha sido una mala coincidencia. Pero estoy bien, ¿ves? —dije
yo, y extendí un
brazo. Fue un error.
Ella exhaló un brusco jadeo al ver los moretones sangrientos
que yo tenía en la
muñeca. Entonces tiré de la manga para cubrírmelos.
—Sólo son arañazos.
—¿Qué te ha ocurrido? Y no intentes endulzármelo —me ordenó.
Yo le di una versión resumida, que sólo tenía una fina capa
de azúcar.
—No volverá a molestarme de nuevo.
—No ocurrirá de nuevo. Vas a venir a casa con nosotros
—declaró ella.
Después de aquella mañana, yo quería decir que sí.
—¿Y qué haría allí?
—Ayudar a tu padre a recoger muestras o ayudarme a mí a
hacer perfumes. La
idea de perderte de nuevo me resulta insoportable.
—Pero tendrás que soportarlo, madre. No voy a huir ni a
esconderme de las
situaciones difíciles. Y he hecho promesas, a mí misma y a
los demás. Tengo que
conseguir que las cosas se resuelvan, porque si escapara, no
podría vivir conmigo
misma.
La brisa movió las hojas, y noté el sudor de mi piel como
hielo. Mi madre se
arrebujó en su capa. Yo notaba su emoción anudada a su
alrededor. Estaba en un
lugar extraño, enfrentándose a la realidad de que su hija se
arriesgaría por los demás,
y no podía perderla de nuevo. Luchaba con su terror, porque
no quería otra cosa que
la seguridad de su familia y la familiaridad de su casa.
Tuve una idea.
—La capa de Nutty me recuerda a la selva.
—¿De verdad?
—Es del mismo color que el envés de la hoja de Ylang–Ylang.
¿Te acuerdas de
aquella vez que nos sorprendió un aguacero repentino cuando
volvíamos a casa del
mercado, y tuvimos que refugiarnos bajo una enorme hoja de
Ylang–Ylang?
—Te has acordado —dijo ella con una sonrisa resplandeciente.
Yo asentí.
—Los recuerdos de mi niñez estaban bloqueados, pero he
conseguido
liberarlos. Sin embargo, ahora no los tendría si no me
hubiera arriesgado y hubiera
ido con Irys a la Meseta Avibian.
—Has estado en la Meseta —dijo ella, y el horror de su
rostro se transformó en
reverencia—. No tienes miedo de nada, ¿verdad?
—Durante ese viaje, experimenté al menos cinco cosas que me
daban mucho
miedo.
Sobre todo, el hecho de que el Hombre Luna quisiera cortarme
la cabeza con su
cimitarra. Sin embargo, fui lo suficientemente lista como
para no decirle eso a mi
madre.
—Entonces, ¿por qué fuiste?
—Porque necesitaba información. No podía permitir que el
miedo me impidiera
hacer lo que necesitaba hacer.
Ella pensó en silencio en lo que yo le había dicho.
—Tu capa puede protegerte de más cosas aparte del tiempo
frío —le dije—. Si
llenas los bolsillos con cosas especiales de casa, puedes
rodearte de la selva siempre
que tengas miedo o te sientas desorientada.
—No lo había pensado.
—De hecho, tengo algo que te puedes meter a uno de los
bolsillos y que te
recordará a mí. Vamos —dije, y sin mirar si me seguía, bajé
del árbol.
Mientras rebuscaba en mi mochila, oí crujir las ramas.
Cuando miré al árbol, vi
a mi madre bajando al suelo. Yo encontré mi amuleto del
fuego en uno de los
bolsillos traseros. Teniendo en cuenta todo lo que me había
ocurrido últimamente, el
amuleto estaría más seguro con ella.
—Lo gané durante una temporada de mi vida en la que el miedo
era mi
compañero constante —le dije al entregárselo.
Era el primer premio de una competición acrobática que se
celebraba durante el
Festival del Fuego, en Ixia. Lo que ocurrió después fue lo
peor de mi vida, pero
habría competido de nuevo por el amuleto, incluso sabiendo
cuál iba a ser el
resultado.
—Es uno de los cuatro únicos objetos que amo. Quiero que lo
tengas tú.
Ella examinó el amuleto.
—¿Cuáles son los otros tres?
—Mi mariposa y mi serpiente —dije, y se los enseñé.
—¿Te los ha hecho alguien?
—Sí. Un amigo —respondí yo.
Ella arqueó una de sus esbeltas cejas, pero sólo me
preguntó:
—¿Y cuál es la última cosa?
Yo rebusqué mi navaja en la mochila. Cuando se la enseñé, le
expliqué lo que
querían decir los símbolos que tenía grabados en el mango.
—¿Es del mismo amigo?
Yo me reí y le hablé de Ari y de Janeo.
—Son más mis hermanos mayores que amigos.
La sonrisa de mi madre fue como si saliera el sol después de
una tormenta.
—Me alegro de saber que hay gente en Ixia que te quiere
—dijo, y se metió el
amuleto en uno de los bolsillos de la capa—. El fuego
representa la fuerza. Lo llevaré
siempre conmigo.
Perl me abrazó durante un instante y me dijo:
—Estás helada. Ponte la capa. Vamos dentro.
—Sí, madre.
Esau e Irys nos estaban esperando en el ala de invitados de
la Fortaleza, en la
parte oeste del campus. Yo recibí un abrazo de mi padre,
pero tuve que declinar su
invitación para cenar con mi familia. Mi deseo de bañarme y
de dormir superaba con
mucho el hambre que tenía. Les prometí que pasaría todo el
día siguiente con ellos y
me permitieron marchar.
Irys me acompañó a los baños. Tenía ojeras, y parecía que
estaba tan cansada
como yo.
—¿Usaste la magia con tu madre? —me preguntó.
—No, ¿porqué?
—Parece que está en paz. Quizá lo hicieras instintivamente.
—Pero eso no es bueno. Debería tener el control completo,
¿no es así?
—Estoy empezando a pensar que no todas las reglas pueden
aplicársete,
Yelena. Quizá fue tu educación, o el hecho de que has
empezado a controlar tu magia
a la edad adulta, y eso ha permitido que tus poderes se
desarrollaran de una forma
poco común. Sin embargo, no debes preocuparte. Creo que será
para bien.
Irys y yo nos despedimos y yo entré en los baños. Después de
un largo baño
caliente, me arrastré hasta mi habitación. Mi último
pensamiento antes de sumirme
en un profundo sueño fue que Irys había confiado lo
suficiente en mí como para no
asignarme más guardias.
Me pareció que sólo habían pasado unos momentos cuando Irys
me despertó
con una llamada telepática. Intentando orientarme, entreabrí
los ojos al sol brillante.
«¿Qué hora es?», le pregunté.
«Mediodía», me dijo ella.
¿Mediodía? Aquello significaba que había estado durmiendo
más de un día y
medio, desde la tarde anterior.
«¿Por qué no me has despertado?».
«Se ha concertado una sesión extraordinaria del Consejo, y
se requiere tu
presencia».
«¿Una sesión de emergencia?».
«Goel ha sido asesinado, y Cahil afirma que el Ayudante Ilom
es Valek
disfrazado».
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