miércoles, 7 de agosto de 2013

Capítulo 30

Mientras las puntas de las espadas me pinchaban en la espalda, observé a
Valek. Esperaba que él se pusiera en acción durante el miserable viaje hacia las celdas
de Brazell. Esperé que se pusiera en movimiento mientras nos desnudaban y nos
registraban, teniendo que soportar la humillación del contacto con aquellas hoscas
manos mientras me confiscaban mi mochila, mi navaja y mi collar. Perder mi ropa no
me dolió tanto como perder la mariposa de Valek y mi amuleto. A continuación, nos
llevaron a la prisión y nos colocaron en celdas contiguas.
Contuve el aliento al escuchar el sonido de la cerradura. Los soldados nos
tiraron la ropa a través de los barrotes antes de marcharse, dejándonos sumidos en la
oscuridad. Yo me vestí rápidamente.
Allí estaba de nuevo. Una pesadilla hecha realidad. Aquel olor rancio me
saludó de nuevo. El aire estaba tan viciado que tardé un rato en darme cuenta de que
éramos los únicos ocupantes.
—¿Valek?
—¿Qué?
—¿Por qué no te enfrentaste a los guardias? Yo te habría ayudado.
—Me halaga que confíes tanto en mí, pero ocho hombres armados y sus
correspondientes espadas apuntándome al pecho es demasiado. Cuatro, tal vez, pero
ocho...
—¿Forzamos las cerraduras para escaparnos?
—Eso estaría fenomenal, si tuviéramos algo con lo que hacerlo... ¿Era ése tu
destino? —preguntó, tras una pequeña pausa—. Si no hubieras matado a Reyad,
¿habrías terminado encadenada al suelo?
La imagen de aquellos cautivos volvió a atormentarme. Por primera vez me
alegré de haber acabado con Reyad. Efectivamente, Mogkan absorbía el poder de
aquellas personas. Brazell, Reyad y Mogkan debían de buscar personas con potencial
mágico. Entonces, mientras experimentaban con los elegidos, Mogkan les borraba la
mente y los convertía en cascaras de las que podía extraer su poder.
—Creo que Brazell y Reyad querían reducirme a ese estado mental, pero yo
resistí —dije. Entonces, le expliqué mi teoría sobre los cautivos a Valek.
—Cuéntame lo que te pasó.
Tras una pausa, la historia empezó a fluir de mis labios, al principio en retazos,
pero luego en toda su extensión. Las lágrimas me caían abundantemente por el
rostro. No me ahorré ningún detalle ni traté de quitarle horror a las partes más
desagradables. Le conté a Valek todo lo vivido durante aquellos dos años de horror,
las humillaciones, los tormentos, los juegos crueles y, por último, la violación que
precedió al asesinato. Así, me purgué de la sangre de Reyad que cubría mi alma. Me
sentí bien por ello.
Valek permaneció en silencio. Por fin, su voz cristalizó y dijo:
—Brazell y Mogkan serán destruidos.
Yo no sabía si se trataba de una promesa o de una amenaza. Entonces, como si
hubieran escuchado sus nombres, Brazell y Mogkan se presentaron en las
mazmorras. Los escoltaban cuatro guardias con lámparas encendidas.
—Me alegro de volver a verte en donde debes estar —me dijo Brazell—. He
sentido la tentación de mojarme las manos con tu sangre, pero Mogkan me ha
informado del destino que te espera si no recibes tu antídoto —añadió, sonriendo de
satisfacción—. Ver cómo la asesina de mi hijo se retuerce de dolor será mucho mejor.
Te vendré a visitar más tarde para escuchar tus gritos. Si me lo suplicas, tal vez te
ayude a morir, aunque sólo sea para poder respirar el aroma cálido de tu sangre. En
cuanto a ti, Valek, desobedecer una orden directa se castiga con la pena capital. El
Comandante Ambrose ha firmado tu pena de muerte. Tu ejecución se llevará a cabo
mañana a mediodía. Creo que haré que me disequen tu cabeza. Te convertirás en un
bonito elemento de decoración para mi despacho cuando me convierta en
Comandante.
Entre risas, los dos se marcharon. La oscuridad en la que quedamos sumidos
resultó más pesada que antes. Las emociones que sentía pasaban del terror al
desprecio más absoluto. Di una patada a los barrotes de la celda y empecé a golpear
las paredes.
—Yelena, tranquilízate. Duerme un poco. Necesitarás las fuerzas más tarde.
—Sí, claro. Todo el mundo debería estar descansado para morir —repliqué.
Entonces, lamenté mi dureza al recordar que Valek también se enfrentaba a la muerte
—. Lo intentaré.
Me tumbé en la sucia paja, sabiendo que no podría descansar. ¿Cómo podía
alguien dormir en sus últimas horas de vida?
Aparentemente, yo.
Me desperté con un grito. La pesadilla de ratas se había transformado en
realidad. Tenía una enorme sobre la pierna. Le di una patada que la mandó contra la
pared.
—¿Has dormido bien? —me preguntó Valek.
—Mejor en otras ocasiones. Mi compañero de sueños roncaba —bromeé—.
¿Cuánto tiempo he estado dormida?
—Resulta difícil saberlo sin el sol, pero yo diría que está a punto de ponerse el
sol.
Yo había recibido mi última dosis de antídoto el día anterior por la mañana. Eso
significaba que tenía hasta el día siguiente por la mañana, pero los síntomas
empezarían seguramente mucho antes.
—Valek, tengo una confesión...
De repente, los músculos del estómago se me contrajeron con tal severidad que
me sentí como si alguien estuviera tratando de arrancármelos.
—¿Qué te pasa?
—Un fuerte dolor de estómago. ¿Es el comienzo?
—Sí. Empiezan muy lentamente, pero muy pronto las convulsiones serán
continuas.
Al notar otro fuerte dolor, me acurruqué en el suelo. Cuando pasó, me preparé
sobre la paja del suelo, esperando el siguiente asalto.
—Valek, háblame. Necesito algo que me distraiga.
—Pues te diré una cosa que tal vez te consuele. No existe ningún veneno
llamado Polvo de Mariposa.
—¿Cómo dices?
—Vas a querer morir, a desear que ya estuvieras muerta, pero, al final, seguirás
con vida.
—¿Por qué me lo dices ahora?
—La mente controla al cuerpo. Si creyeras que vas a morir, habrías muerto sólo
por esa creencia.
—¿Y por qué has esperado hasta ahora para decírmelo? —le espeté, llena de
furia.
—Una decisión táctica.
Traté de comprender a Valek. Decidí que, tal vez, durante el día se nos habría
presentado la oportunidad de escapar. En ese caso, Valek no habría tenido que
contarme la verdad.
—¿Y los retortijones que siento?
—Es síndrome de abstinencia.
—¿De qué?
—De tu supuesto antídoto. Es un brebaje muy interesante. Yo lo utilizo para
provocar los vómitos. A medida que pasa el tiempo, produce fuertes dolores de
estómago que duran un día entero. Si se bebe con continuidad, los síntomas no se
manifiestan hasta que se deja de tomar.
—¿Cómo se llama? —pregunté, recordando los libros que había estudiado.
—Susto Blanco.
—¿Y el Polvo de Mariposa? —quise saber, más tranquila dado que conocía que
no iba a morir. Este hecho me ayudó a soportar los dolores más estoicamente.
—No existe. Yo lo inventé. Me sonaba muy bien. Necesitaba algo para evitar
que los catadores de comida se escaparan sin tener que utilizar guardias ni puertas
cerradas.
—¿Sabe el Comandante que es una mentira? —inquirí. Si él lo sabía, Mogkan
también estaría al corriente.
—No. Él cree que has sido envenenada.
Durante aquella noche, me resultó difícil creer que no tenía ningún veneno en el
cuerpo. Los dolores resultaban insoportables. No hacía más que recorrer la celda,
gritando y vomitando.
Por fin, el agotamiento me llevó a quedarme dormida.
Me desperté tumbada sobre el suelo de la celda.
Tenía el brazo derecho extendido a través de los barrotes. Me sorprendió más el
hecho de que estuviera de la mano de Valek que estuviera viva.
—Yelena, ¿te encuentras bien? —preguntó él, con cierta preocupación.
—Creo que sí.
De repente, la puerta de la prisión se abrió con un fuerte estruendo.
—Hazte la muerta —me susurró Valek, soltándome la mano—. Intenta que se
acerquen a mi celda —añadió, mientras dos guardias entraban en la mazmorra.
—¡Maldita sea! El olor que hay aquí es peor que el de las letrinas después de la
fiesta de la cerveza —dijo uno de los guardias.
—¿Crees que está muerta? —preguntó el segundo.
Tenía el rostro contra la pared, pero cerré los ojos de todos modos y contuve el
aliento mientras la luz de la lámpara me recorría el cuerpo.
El guardia se inclinó para tocarme la mano izquierda que, al no haber estado en
contacto con la de Valek, estaba helada.
—Fría como el orín del tigre de nieve. Saquémosla de aquí antes de que
empiece a pudrirse. Si crees que ahora huele mal...
La puerta de la celda se abrió. Yo me concentré en hacerme la muerta mientras
el guardia me sacaba por los pies. Cuando pasábamos por delante de la celda de
Valek, agarré los barrotes con las manos aprovechando la penumbra que reinaba a
nivel del suelo.
—Espera un momento. Se ha enganchado.
—¿Con qué? —preguntó el que llevaba la lámpara.
—No lo sé. Regresa aquí con esa maldita luz.
Yo me solté y enganché el brazo entre los barrotes de la celda.
—Apártate —le dijo el guardia a Valek.
Empezó a tirarme del brazo con fuerza. Entonces, soltó un gruñido. Abrí los
ojos a tiempo para ver cómo la luz de la lámpara se apagaba cuando ésta cayó contra
el suelo.
—¿Qué diablos? —exclamó el que me tenía agarrada por los pies.
Se apartó de los barrotes de Valek. Yo doblé las piernas y me acerqué a sus
botas. Al sentir que yo le agarraba los tobillos, gritó con fuerza. Entonces, tropezó y
cayó. El horrible sonido del hueso rompiéndose contra el suelo no fue lo que yo
esperaba. Me puse de pie.
Al escuchar el tintineo de las llaves, me volví y vi a Valek encendiendo la
lámpara. El otro guardia estaba apoyado contra los barrotes. Tenía la cabeza colocada
un ángulo poco natural. Yo miré al otro soldado y vi que se había roto la cabeza
contra el suelo. Al ver el enorme charco de sangre, pensé que había matado a otro
hombre. Empecé a temblar. ¿Me había convertido en una asesina sin corazón?
¿Sentía Valek remordimientos cuando segaba una vida?
Tan eficaz como siempre, Valek quitó las armas a los soldados muertos.
—Espera aquí —me ordenó. Entonces, abrió la puerta principal de las
mazmorras y salió.
Se escucharon gritos y el sonido de una pelea. No había culpabilidad ni
remordimiento alguno en el caso de Valek. Él hacía lo que tenía que hacer para
ganar.
Cuando me indicó que me reuniera con él, vi que tenía el rostro, el pecho y los
brazos manchados de sangre. Había tres guardias, o inconscientes o muertos,
tumbados sobre el suelo.
Mi mochila estaba sobre una mesa, sobre la cual estaban esparcidos todos sus
contenidos. Lo recogí todo mientras Valek abría la puerta que nos quedaba para
alcanzar la libertad. Cuando tuve la mariposa y mi amuleto colgados del cuello, me
sentí muy optimista.
—Maldita sea...
—¿Qué ocurre, Valek?
—El Capitán debe de tener la única llave de esta puerta. La abrirá cuando
llegue el momento de hacer el cambio de guardia.
—Prueba con estos —le dije, entregándole mis punzones. Él sonrió.
Rápidamente abrió la cerradura y se asomó al exterior.
—Perfecto. No hay guardias. Vamos —susurró.
Entonces, me agarró de la mano y se dio la vuelta de lo que significaba nuestra
única salida. Me condujo a la prisión, deteniéndose para dejar completamente abierta
la puerta de las celdas.
—¿Estás loco? —le pregunté, al ver que me llevaba a la última celda—. La
libertad no está por aquí.
—Confía en mí. Éste es el lugar perfecto para escondernos. Muy pronto
descubrirán lo ocurrido y enviarán partidas de búsqueda por todas partes. Cuando
todos los soldados hayan abandonado la casa, saldremos de aquí. Hasta ese
momento, nos esconderemos.
Después de apagar la lámpara, me hizo tumbarme sobre la paja. Yo me
acurruqué de costado, de espaldas a él. Entonces, Valek nos cubrió con paja y me
tomó entre sus brazos. Yo me tensé al notar el contacto, pero su calor corporal me
hizo entrar en calor y muy pronto me relajé.
La conmoción que se produjo cuando se descubrió nuestra huida fue
ensordecedora. Se escuchaban voces y gritos por todas partes. Se organizaron
partidas de búsqueda, pero Brazell y Mogkan no parecían de acuerdo sobre qué
dirección debían tomar.
—Valek probablemente se retirará a un territorio que conozca bien —afirmó
Brazell.
—Sin embargo, el sur es lo más lógico. Nosotros tenemos al Comandante. No
pueden hacer nada. Huyen para salvar la vida. Tomaré un caballo y registraré el
bosque con mi magia.
Cuando la prisión quedó en silencio por fin y estuvo vacía durante unas horas,
yo empecé a sentirme inquieta.
—¿Podemos marcharnos ya?
—Todavía no. Creo que aún es de día. Esperaremos hasta que oscurezca.
Para ayudar a que pasara el tiempo, le pregunté a Valek cómo había comenzado
su relación con el Comandante. Después de una larga pausa, durante la cual me
arrepentí de mi curiosidad, él tomó la palabra.
—Mi familia vivía en la provincia de Icefaren, antes de que esta adoptara el
nombre de DM-1. Un invierno particularmente duro, provocó que la casa que
albergaba el negocio de pieles de mi padre se desmoronara, destrozándole todas sus
herramientas. Necesitaba otras para poder seguir trabajando, pero los soldados que
vinieron a mi casa a recoger el dinero de los tributos no se atuvieron a razones. Por
aquel entonces, yo sólo era un niño, pero tenía tres hermanos mayores. Todos eran
fuertes y grandes. Cuando mi padre les dijo a los soldados que si pagaba los
impuestos no tendría dinero para dar de comer a su familia, ellos mataron a mis
hermanos. Se echaron a reír y le dijeron a mi padre que ya tenía el problema
solucionado porque tenía tres bocas menos que alimentar. Naturalmente, yo quería
vengarme, pero no de los soldados. Ellos sólo eran mensajeros. Yo quería al Rey. El
hombre que había permitido que sus soldados asesinaran a mis hermanos en su
nombre. Aprendí a pelear y estudié el arte de matar hasta que me convertí en un
hombre invencible. Empecé a viajar y utilicé mis habilidades para ganar dinero. Los
de la clase alta eran tan corruptos que me pagaban para matarse unos a otros.
Entonces, me encargaron que matara a un joven llamado Ambrose, cuyos discursos
incitaban a la rebelión y que estaban poniendo muy nerviosos a la realeza. Había
desaparecido con un ejército cada vez más numeroso y realizaba operaciones secretas
contra la monarquía. El pago que me dieron para matar a Ambrose era muy
significativo. Le tendí una emboscada, esperando que podría matarlo antes de que se
diera cuenta. Sin embargo, él me paró el golpe y me encontré luchando para salvar la
vida. Cuando perdí, en vez de matarme, Ambrose me grabó una c en el pecho con mi
propio cuchillo, por cierto, el mismo que usé para matar al Rey. Entonces, Ambrose
se declaró mi Comandante y anunció que yo trabajaba para él. Estuve de acuerdo y le
prometí que si me facilitaba el acercamiento al Rey para que yo pudiera matarlo, le
sería leal para siempre. A lo largo de todos estos años, lo he visto ir alcanzando sus
objetivos uno a uno sin excesos ni violencia. El poder y la avaricia no han logrado
corromperle. Es muy leal a los suyos y no ha habido nadie en el mundo al que
apreciara más. Hasta ahora.
Yo contuve el aliento. Había sido una pregunta muy sencilla. Jamás habría
esperado una respuesta tan íntima.
—Yelena, me has estado volviendo loco. Me has causado considerables
problemas y he pensado en quitarte la vida en dos ocasiones desde que te conozco —
confesó. El hecho de sentir su aliento contra la oreja me provocó un escalofrío por la
espalda—. Sin embargo, te me has metido muy dentro y me has robado el corazón.
—Eso parece más un veneno que una persona —dije. Su confesión me había
sorprendido y emocionado a la vez.
—Eso es. Me has envenenado —susurró, dándome la vuelta para ponerme cara
a cara con él. Antes de que yo pudiera decir nada más, me besó.
Un deseo reprimido durante mucho tiempo cobró vida. Lo abracé con fuerza y
le devolví el beso con idéntica pasión. Mi respuesta fue una deliciosa sorpresa. Había
temido que, después de los abusos de Reyad, el cuerpo sintiera pánico y repulsión
ante la cercanía de un nombre. No fue así.
El sonido distante de la música vibró en el aire. Poco a poco, la mágica armonía
fue acrecentando su tempo y nos cubrió como si fuera una cálida manta. Nos
olvidamos de la presión y de la sucia paja. A aquel nivel, éramos compañeros,
iguales. Nuestras almas se unieron. Su placer era mi éxtasis. Mi sangre comenzó a
bombear su corazón.
El gozo en estado puro sólo se conseguía en pequeños retazos, pero Valek y yo
estábamos dispuestos a volverlo a intentar. Nos habíamos fundido, nos habíamos
convertido en uno. Yo atesoraba su esencia y gozaba con el hecho de sentir su cuerpo
dentro del mío. Valek había llenado el vacío que había en mi corazón con luz y
alegría. Aunque estábamos tumbados sobre sucia paja y nos enfrentábamos a un
futuro incierto, un profundo zumbido de felicidad vibraba por todo mi cuerpo.

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