que me falta para la receta del Criollo. No se me ocurrió
tostarlos para cambiar su
sabor.
—En un almacén del sótano —mentí. No estaba dispuesta a
decirle que Valek y
yo los habíamos interceptado de camino a la nueva fábrica de
Brazell, que,
seguramente, no producía piensos sino Criollo.
—¿Qué almacén? —insistió Rand, complemente desesperado.
—No me acuerdo.
—Esfuérzate un poco. Si puedo hacer Criollo, tal vez no me
transfieran.
—¿A dónde?
—¿Me estás diciendo que Valek aún no te lo ha dicho? Lleva
queriendo librarse
de mí desde el cambio de régimen. Me envían a la casa de
Brazell para que Ving
pueda venir aquí. ¡No durará ni una semana! —exclamó con
amargura.
—¿Cuándo?
—No lo sé. Mis papeles aún no están listos, por lo que aún
me queda esperanza
de impedirlo. Si me puedes encontrar esos granos.
Creía que aún éramos amigos. Incluso después de admitir que
había intentado
envenenarme, aún creía que yo sería capaz de hacer algo por
él.
—Lo intentaré —dije antes de marcharme precipitadamente.
Los primeros rayos del sol estaban despuntando en las
montañas del Alma
cuando llegué a la suite de Valek sin que nadie me viera.
Gracias a la tenue luz, vi
que Valek me estaba esperando sentado en el sofá.
—¿Tan pronto vuelves? —me preguntó Valek—. Una pena. Estaba
a punto de
organizar una partida de búsqueda de tu cadáver. ¿Qué
ocurrió cuando llamaste a la
puerta de la maga del sur para sacrificarte? ¿Te echaron a
patadas, pensando que
eras demasiado tonta como para que perdieran su tiempo
contigo?
Me senté en una silla para escuchar la charla de Valek.
Ninguna excusa que yo
le dijera le satisfaría. Tenía razón. Había sido una
tontería salir sola, pero la lógica y
el estómago vacío eran como el aceite y el agua. No se
mezclan.
Cuando terminó, le pregunté:
—¿Has terminado ya?
—¿No vas a refutar lo que acabo de decirte?
—No.
—En ese caso, he terminado.
—Bien. Dado que ya estás de mal humor, tal vez te diga lo
que ocurrió mientras
estaba en la cocina. En realidad, dos cosas. Una mala y una
buena. ¿Cuál te gustaría
escuchar primero?
—La mala. Eso siempre transmite la esperanza de que la buena
equilibre un
poco las cosas.
Me armé de valor y admití haber revelado su operación de
investigaciones
secretas. El rostro de Valek se endureció.
—Es culpa tuya. ¡Te estaba defendiendo!
—Por proteger mi honor, has dejado al descubierto meses de
trabajo. ¿Crees
que debería sentirme halagado?
—Sí.
No pensaba sentirme culpable. Si no hubiera puesto a prueba
mi lealtad con
Star y luego me hubiera utilizado en su investigación, no
estaría en aquella situación.
—No había planeado realizar arrestos hasta finales de mes.
Será mejor que
empiece antes de que Rand tenga tiempo de alertar a Star. No
obstante, esto podría
beneficiarnos. Creo que Star está empezando a sospechar. Si
la detengo ahora, tal vez
descubra quién la contrató para que pusiera el veneno en la
botella de Sitia.
—¿Star? ¿Cómo?
—Ella tiene empleado a un asesino del sur. Sería el único
que tuvo la
oportunidad y la habilidad de hacerlo. Estoy seguro de que
el envenenamiento no
fue el resultado de los puntos de vista políticos de Star.
Su organización haría
cualquier cosa por un buen precio. Debo descubrir quién
arriesgó tanto para
comprometer a la delegación. Bueno, ¿cuáles son las buenas
noticias?
—Los granos misteriosos son un ingrediente del Criollo.
—Entonces, ¿por qué mintió Brazell en su solicitud? —dijo
Valek, pensando
igual que yo en la verdadera naturaleza de la fábrica de
Brazell.
—Tal vez porque importa los granos de Sitia —sugerí—. Eso
sería ilegal, al
menos hasta que el tratado de comercio esté finalizado.
Puede que haya estado
utilizando más materias primas o equipamiento.
—Es posible, lo que explicaría su interés por tener un
tratado. Tendrás que
fijarte muy bien cuando visites la fábrica.
—¿Qué?
—El Comandante ha preparado un viaje al DM-5 cuando se
marchen los de
Sitia. Y, donde va el Comandante, tú lo acompañas.
—¿Y tú? Tú vas a venir también, ¿verdad? —dije, llena de
pánico.
—No. Se me ha ordenado que permanezca aquí.
—Uno y dos y tres, cuatro y cinco... Sigue peleando así y morirás
—canturreó
Janco.
Yo estaba inmovilizada contra la pared. Mí bastón cayó al
suelo. Janco me
golpeó en la sien con el suyo, para enfatizar sus palabras.
—¿Qué te pasa? Normalmente no resulta tan fácil ganarte.
—Estoy demasiado distraída —dije. Sólo hacía un día que
Valek me había
informado de los planes del Comandante.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó Ari. Maren
y él nos
estaban observando.
—Os prometo que me esforzaré un poco más en la siguiente
ronda. Janco, ¿por
qué nunca dejas de hablar mientras peleas?
—Me ayuda con el ritmo.
—¿No te toman el pelo los otros soldados?
—No cuando los derroto.
Empezamos una nueva pelea. Hice un esfuerzo mayor por
concentrarme, pero
Janco volvió a derrotarme.
—Ahora te estás esforzando demasiado. Planeas cada
movimiento de ataque.
Te delatas —me comentó—. Por eso, yo te puedo bloquear los
golpes antes de que los
des.
—Ensayamos por una razón. Los movimientos ofensivos y
defensivos deben ser
instintivos —añadió Ari—. Deja que tu mente se relaje, pero
permanece alerta.
Bloquea todas las distracciones. Permanece centrada en tu
oponente, pero no
demasiado.
—¡Es una contradicción! —grité, llena de frustración.
—Funciona —respondió Ari. Respiré profundamente y traté de
apartar los
turbadores pensamientos de mi próxima visita al distrito de
Brazell. Me concentré en
la solidez y suavidad de mi arma y traté de establecer un
vínculo con ella, como si se
tratara de una extensión de mí misma.
Al tocar la madera de nuevo, sentí una ligera vibración en
los dedos. Mi
conciencia fluía a través del bastón, uniéndome por completo
a él.
Empezamos la tercera ronda con una sensación diferente.
Instintivamente,
empecé a adivinar lo que Janco planeaba. Una décima de
segundo antes de que él
estableciera un movimiento, yo se lo bloqueaba con mi arma.
En vez de luchar por
defenderme, lo hacía por atacar. Acorralé a Janco. Una
música me empezó a vibrar
en la mente y yo le permití guiar mi ataque. Gané la pelea.
—Sorprendente —dijo Janco—. ¿Has seguido el consejo de Ari?
—Al pie de la letra.
—¿Puedes volver a hacerlo? —quiso saber Ari.
—No lo sé.
—Ponme a prueba a mí.
Ari tomó su bastón y se colocó en posición. Yo froté de
nuevo el bastón con los
dedos, dejando que mi mente regresara a la misma zona mental
en la que había
estado antes. La segunda vez, me resultó más fácil.
Ari era un oponente más complicado que Janco. Lo que le
faltaba de velocidad,
lo compensaba con la fuerza. Tuve que modificar mi defensa y
utilicé mi menor
tamaño para colarme bajo uno de sus codos. Entonces, le
coloqué mi bastón detrás de
los tobillos y tiré. Se cayó al suelo como un saco de
patatas. Había vuelto a ganar.
—Increíble —dijo Janco.
—Me toca a mí —me desafió Maren. Una vez más, volví a la
misma zona
mental. Los ataques de Maren eran rápidos como los de una
pantera. Era una
oponente muy lista, que aplicaba la táctica en vez de la
fuerza y la velocidad. A pesar
de todo, también conseguí derrotarla.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Cuando una estudiante empieza a
derrotar a su
profesora, significa que la primera ya no la necesita. Me
marcho.
Ari, Janco y yo nos miramos.
—Está de broma, ¿verdad? —pregunté.
—Déjala. Ya se le pasará —comentó Ari—. A menos que empieces
a derrotarla
en cada pelea.
—No creo que eso sea muy probable.
—Eso digo yo —apostilló Janco, que seguramente también
estaba tratando de
animar a su derrotado ego.
—Ya basta de peleas —dijo Ari—. Yelena, ¿por qué no haces
algunas katas para
irte relajando y lo dejamos por hoy?
Una kata era una rutina de bloqueos y golpes defensivos y
ofensivos. Cada una
tenía un nombre y se iban haciendo más complejas a medida
que se iba avanzando.
Yo empecé con una más sencilla.
Mientras yo me ejercitaba, Ari y Janco estaban absortos en
su conversación. Yo
sonreí, pensando que parecían una pareja de casados.
Mientras realizaba mis ejercicios, noté que alguien me
estaba observando desde
la puerta con mucho interés. Era Irys.
Llevaba un uniforme de halconera y el cabello recogido según
las reglas
militares de Ixia. Seguramente había conseguido recorrer el
castillo sin que nadie la
detuviera.
Miré a mis guardaespaldas y vi que seguían sumidos en su
conversación y que
no hacían caso ni de Irys ni de mí. La intranquilidad se
apoderó de mí. Al ver que
ella entraba en el almacén, me acerqué un poco más a mis
compañeros.
—¿No sentirá Valek tu magia? —le pregunté, señalando a Ari y
a Janco.
—Él está en el otro lado del castillo, pero sentí que
alguien utilizaba el poder
antes de que llegáramos. Unos momentos breves. Así que hay o
hubo otro mago en el
castillo.
—¿No lo sabes tú?
—Desgraciadamente, no.
—Pero sabes de quién se trata, ¿verdad?
—No. Hay varios magos que han desaparecido. O están muertos
o escondidos.
Algunos son muy reservados, por lo que nunca sabemos nada de
ellos. Podría ser
cualquiera. Yo sólo puedo identificar a un mago si he
establecido un vínculo con él o
ella, tal y como he hecho contigo. ¿Qué le pasa al
Comandante? —me preguntó, tras
inspeccionar las armas que había contra la pared—. Los
pensamientos prácticamente
se le escapan de la cabeza. Es tan abierto... Yo podría
sacarle toda la información que
quisiera si no fuera porque va contra nuestro código de
ética.
Yo no podía responderle a eso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —quise saber.
Irys sonrió. Indicó el bastón que yo tenía entre las manos.
—¿Qué haces tú con ese arma?
Como no veía razón alguna para mentir, expliqué mi
entrenamiento.
—¿Cómo te ha ido hoy? —me preguntó.
—Por primera vez, he derrotado a mis tres compañeros.
—Interesante —comentó Irys. Parecía contenta.
—¿Por qué estás aquí? —insistí, tras mirar a Ari y a Janco,
que seguían sumidos
en su profunda conversación—. Me prometiste un año. ¿Estoy
cerca de salir
ardiendo?
—Aún te queda tiempo. Por el momento, te has estabilizado,
pero, ¿cómo de
cerca estás de venir a Sitia?
—No puedo conseguir el antídoto, a menos que tú le puedas
sacar la
información de la mente.
—Imposible. Sin embargo, mis curanderos dicen que si puedes
conseguir
suficiente antídoto para que te dure un mes, hay una
posibilidad de que te podamos
quitar el veneno del cuerpo. Ven con nosotros cuando nos
marchemos. Tengo una
consejera que es justo de tu tamaño. Ella se pondrá tu
uniforme y alejará a Valek y a
sus hombres mientras tú ocupas su lugar. Con una máscara
puesta, nadie se daría
cuenta.
La esperanza se despertó dentro de mí. El corazón se me
aceleró. Tenía que
tranquilizarme. Irys había dicho que existía la posibilidad
de sacarme el veneno del
cuerpo, pero no había garantías. El plan de huida parecía
sencillo, pero yo busqué
posibles fallos. Sabía muy bien que no debía fiarme por
completo de ella.
—El consejero Mogkan estuvo aquí la semana pasada —dije—.
¿Es él uno de
tus espías?
—Mogkan... Mogkan...
—Es un hombre alto, de ojos grises. Tiene el pelo largo y lo
lleva recogido con
una única trenza. Valek me dijo que tiene poderes.
—¡Kangom! ¡Qué poco original! Lo perdí de vista hace diez
años. Se produjo un
gran escándalo sobre su implicación en una banda de
secuestradores. Oh —susurró,
mirándome fijamente—. ¿Dónde está ahora?
—En el DM-5. ¿Se le busca?
—Sólo si se convierte en un peligro para Sitia, pero eso
explica por qué he
estado captando emanaciones de poder desde esa dirección
—dijo—. De hecho, hay
un débil flujo de magia en el castillo. Podría ser de
Kangom... O Mogkan, aunque no
lo creo. Él no tiene esa clase de fuerza. Probablemente no
sea nada de importancia.
Sin embargo, he sentido que alguien absorbía poder
recientemente. Bueno, ¿vienes
conmigo?
Tal vez la magia de Mogkan no le preocupara a ella, pero a
mí sí. Parecía existir
un vínculo entre la magia de Mogkan y el inusual
comportamiento del Comandante,
pero no podía entender por qué.
No sabía qué hacer. El hecho de escapar siempre había sido
un reflejo
defensivo. Marcharme al sur me ofrecía mi mejor posibilidad
de supervivencia.
Meses antes, me habría aferrado a la posibilidad, pero en
aquel momento, me parecía
que era como abandonar el barco demasiado pronto.
—No. Todavía no.
—¿Estás loca?
—Probablemente, pero primero tengo que terminar una cosa.
Entonces,
mantendré mi promesa y me marcharé a Sitia.
—Si sigues con vida.
—Tal vez tú puedas ayudarme. ¿Hay algún modo en el que pueda
proteger mi
mente de influencias mágicas?
—¿Te preocupa Kangom?
—Mucho.
—Creo que sí. Eres lo suficientemente fuerte como para
manejarlo —dijo,
entregándome mi bastón—. Haz una de tus katas, cierra los
ojos y aclara la mente.
Empecé con una de bloqueo.
—Imagínate un ladrillo. Coloca un ladrillo en el suelo y
luego haz una fila de
ellos. Utilizando un mortero imaginario, construye otra
fila. Sigue construyendo
hasta que tengas una pared tan alta como tu cabeza.
Hice lo que Irys me decía. Cuando por fin terminé, había
formado una
resistente pared mental.
—Basta —me ordenó—. Ahora, abre los ojos —añadió. Mi pared
desapareció—
¡Ahora, bloquéame!
Una música resonó en mi cabeza, abrumándome.
—Imagina tu pared —me gritó Irys.
Mi muro se erigió inmediatamente. La música se detuvo en
seco.
—Muy bien. Sugiero que termines todo lo que tengas que
terminar aquí y te
vengas al sur. Con esa clase de fuerza, si no consigues
controlar tu magia por
completo, alguien podría quitártela y utilizarla,
convirtiéndote en un esclavo sin
mente.
Con eso, se dio la vuelta y se marchó del almacén. En el
momento en el que la
puerta se cerró, Ari y Janco terminaron su conversación y
parpadearon como si se
estuvieran despertando de un profundo sueño.
—¿Has terminado ya? ¿Cuántas katas? —me preguntó Ari.
Yo me eché a reír y dejé el bastón.
—Vamos, tengo hambre.
Cuando la delegación de Sitia se marchó tres días después,
tuve un repentino
ataque de pánico. ¿Qué diablos estaba haciendo? Era la
oportunidad perfecta para
escapar al sur, pero yo había decidido quedarme en el
castillo y prepararme para ir a
la casa de Brazell. Irys tenía razón. Estaba loca. Cada vez
que pensaba en el viaje, el
corazón se me aceleraba. El Comandante lo había preparado
todo para salir al día
siguiente.
Empecé a preparar mis provisiones especiales para el viaje.
El rostro triste de
Dilana me recibió cuando fui a pedirle ropa de viaje. Los
papeles de Rand ya estaban
preparados. Venía con nosotros.
—Yo he pedido un traslado, pero dudo que me lo concedan. Si
ese imbécil se
hubiera casado conmigo, no estaríamos en esta situación.
—Aún tenéis tiempo de hacer la solicitud. Si se aprueba,
podrás viajar al DM-5
para la boda.
—El no quiere que nadie sepa lo que siente por mí. Le
preocupa que me
pudieran utilizar para vengarse de él.
Dilana estaba inconsolable. Ni siquiera se alegró cuando le
dije que, con el
nuevo tratado de comercio, se podría importar seda. Cuando
me dio la ropa, me
marché de su taller sin haber conseguido animarla.
La mañana siguiente amaneció gris y nublada. La estación
fría estaba
comenzando, lo que normalmente indicaba el fin de los
viajes, no el inicio. Las nieves
probablemente mantendrían nuestra partida en casa de Brazell
hasta que llegara la
estación de las heladas. Temblé sólo de pensarlo.
Valek me detuvo antes de que me marchara de nuestra suite.
—Éste es un viaje muy peligroso para ti. Intenta pasar
desapercibida y mantén
los ojos abiertos. Cuestiona los pensamientos que tengas,
porque podrían no ser
tuyos —dijo. Entonces, me entregó una petaca de plata—. El
Comandante tiene tu
dosis de antídoto, pero, si se le olvidara, aquí tienes un
suministro de apoyo. No le
digas a nadie que lo tienes y mantenlo oculto.
Por primera vez, Valek había confiado en mí.
—Gracias.
El miedo me rozó el estómago mientras metía la petaca en mi
mochila. Otro
peligro que no había reconocido. ¿Qué más había pasado por
alto?
—Espera, Yelena, hay una cosa más. Quiero que tengas esto.
Extendió la mano y en ella vi la hermosa mariposa de piedra
que él había
tallado. Los puntos de plata relucían maravillosamente. Una
cadena de plata colgaba
de un pequeño agujero que tenía en el cuerpo.
Valek me colocó la cadena alrededor del cuello.
—Cuando la tallé, pensaba en ti. Delicada en apariencia,
pero con una fuerza
que no se nota a primera vista.
Sentí una extraña tensión en el pecho. Valek se comportaba
como si no fuera a
volver a verme. Su miedo por mi seguridad parecía auténtico.
Sin embargo, ¿le
preocupaba yo o su valiosa catadora de comidas?
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