miércoles, 7 de agosto de 2013

Capítulo 27

—¿Dónde encontraste esos granos? —me preguntó Rand—. Son el ingrediente
que me falta para la receta del Criollo. No se me ocurrió tostarlos para cambiar su
sabor.
—En un almacén del sótano —mentí. No estaba dispuesta a decirle que Valek y
yo los habíamos interceptado de camino a la nueva fábrica de Brazell, que,
seguramente, no producía piensos sino Criollo.
—¿Qué almacén? —insistió Rand, complemente desesperado.
—No me acuerdo.
—Esfuérzate un poco. Si puedo hacer Criollo, tal vez no me transfieran.
—¿A dónde?
—¿Me estás diciendo que Valek aún no te lo ha dicho? Lleva queriendo librarse
de mí desde el cambio de régimen. Me envían a la casa de Brazell para que Ving
pueda venir aquí. ¡No durará ni una semana! —exclamó con amargura.
—¿Cuándo?
—No lo sé. Mis papeles aún no están listos, por lo que aún me queda esperanza
de impedirlo. Si me puedes encontrar esos granos.
Creía que aún éramos amigos. Incluso después de admitir que había intentado
envenenarme, aún creía que yo sería capaz de hacer algo por él.
—Lo intentaré —dije antes de marcharme precipitadamente.
Los primeros rayos del sol estaban despuntando en las montañas del Alma
cuando llegué a la suite de Valek sin que nadie me viera. Gracias a la tenue luz, vi
que Valek me estaba esperando sentado en el sofá.
—¿Tan pronto vuelves? —me preguntó Valek—. Una pena. Estaba a punto de
organizar una partida de búsqueda de tu cadáver. ¿Qué ocurrió cuando llamaste a la
puerta de la maga del sur para sacrificarte? ¿Te echaron a patadas, pensando que
eras demasiado tonta como para que perdieran su tiempo contigo?
Me senté en una silla para escuchar la charla de Valek. Ninguna excusa que yo
le dijera le satisfaría. Tenía razón. Había sido una tontería salir sola, pero la lógica y
el estómago vacío eran como el aceite y el agua. No se mezclan.
Cuando terminó, le pregunté:
—¿Has terminado ya?
—¿No vas a refutar lo que acabo de decirte?
—No.
—En ese caso, he terminado.
—Bien. Dado que ya estás de mal humor, tal vez te diga lo que ocurrió mientras
estaba en la cocina. En realidad, dos cosas. Una mala y una buena. ¿Cuál te gustaría
escuchar primero?
—La mala. Eso siempre transmite la esperanza de que la buena equilibre un
poco las cosas.
Me armé de valor y admití haber revelado su operación de investigaciones
secretas. El rostro de Valek se endureció.
—Es culpa tuya. ¡Te estaba defendiendo!
—Por proteger mi honor, has dejado al descubierto meses de trabajo. ¿Crees
que debería sentirme halagado?
—Sí.
No pensaba sentirme culpable. Si no hubiera puesto a prueba mi lealtad con
Star y luego me hubiera utilizado en su investigación, no estaría en aquella situación.
—No había planeado realizar arrestos hasta finales de mes. Será mejor que
empiece antes de que Rand tenga tiempo de alertar a Star. No obstante, esto podría
beneficiarnos. Creo que Star está empezando a sospechar. Si la detengo ahora, tal vez
descubra quién la contrató para que pusiera el veneno en la botella de Sitia.
—¿Star? ¿Cómo?
—Ella tiene empleado a un asesino del sur. Sería el único que tuvo la
oportunidad y la habilidad de hacerlo. Estoy seguro de que el envenenamiento no
fue el resultado de los puntos de vista políticos de Star. Su organización haría
cualquier cosa por un buen precio. Debo descubrir quién arriesgó tanto para
comprometer a la delegación. Bueno, ¿cuáles son las buenas noticias?
—Los granos misteriosos son un ingrediente del Criollo.
—Entonces, ¿por qué mintió Brazell en su solicitud? —dijo Valek, pensando
igual que yo en la verdadera naturaleza de la fábrica de Brazell.
—Tal vez porque importa los granos de Sitia —sugerí—. Eso sería ilegal, al
menos hasta que el tratado de comercio esté finalizado. Puede que haya estado
utilizando más materias primas o equipamiento.
—Es posible, lo que explicaría su interés por tener un tratado. Tendrás que
fijarte muy bien cuando visites la fábrica.
—¿Qué?
—El Comandante ha preparado un viaje al DM-5 cuando se marchen los de
Sitia. Y, donde va el Comandante, tú lo acompañas.
—¿Y tú? Tú vas a venir también, ¿verdad? —dije, llena de pánico.
—No. Se me ha ordenado que permanezca aquí.
—Uno y dos y tres, cuatro y cinco... Sigue peleando así y morirás —canturreó
Janco.
Yo estaba inmovilizada contra la pared. Mí bastón cayó al suelo. Janco me
golpeó en la sien con el suyo, para enfatizar sus palabras.
—¿Qué te pasa? Normalmente no resulta tan fácil ganarte.
—Estoy demasiado distraída —dije. Sólo hacía un día que Valek me había
informado de los planes del Comandante.
—Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? —preguntó Ari. Maren y él nos
estaban observando.
—Os prometo que me esforzaré un poco más en la siguiente ronda. Janco, ¿por
qué nunca dejas de hablar mientras peleas?
—Me ayuda con el ritmo.
—¿No te toman el pelo los otros soldados?
—No cuando los derroto.
Empezamos una nueva pelea. Hice un esfuerzo mayor por concentrarme, pero
Janco volvió a derrotarme.
—Ahora te estás esforzando demasiado. Planeas cada movimiento de ataque.
Te delatas —me comentó—. Por eso, yo te puedo bloquear los golpes antes de que los
des.
—Ensayamos por una razón. Los movimientos ofensivos y defensivos deben ser
instintivos —añadió Ari—. Deja que tu mente se relaje, pero permanece alerta.
Bloquea todas las distracciones. Permanece centrada en tu oponente, pero no
demasiado.
—¡Es una contradicción! —grité, llena de frustración.
—Funciona —respondió Ari. Respiré profundamente y traté de apartar los
turbadores pensamientos de mi próxima visita al distrito de Brazell. Me concentré en
la solidez y suavidad de mi arma y traté de establecer un vínculo con ella, como si se
tratara de una extensión de mí misma.
Al tocar la madera de nuevo, sentí una ligera vibración en los dedos. Mi
conciencia fluía a través del bastón, uniéndome por completo a él.
Empezamos la tercera ronda con una sensación diferente. Instintivamente,
empecé a adivinar lo que Janco planeaba. Una décima de segundo antes de que él
estableciera un movimiento, yo se lo bloqueaba con mi arma. En vez de luchar por
defenderme, lo hacía por atacar. Acorralé a Janco. Una música me empezó a vibrar
en la mente y yo le permití guiar mi ataque. Gané la pelea.
—Sorprendente —dijo Janco—. ¿Has seguido el consejo de Ari?
—Al pie de la letra.
—¿Puedes volver a hacerlo? —quiso saber Ari.
—No lo sé.
—Ponme a prueba a mí.
Ari tomó su bastón y se colocó en posición. Yo froté de nuevo el bastón con los
dedos, dejando que mi mente regresara a la misma zona mental en la que había
estado antes. La segunda vez, me resultó más fácil.
Ari era un oponente más complicado que Janco. Lo que le faltaba de velocidad,
lo compensaba con la fuerza. Tuve que modificar mi defensa y utilicé mi menor
tamaño para colarme bajo uno de sus codos. Entonces, le coloqué mi bastón detrás de
los tobillos y tiré. Se cayó al suelo como un saco de patatas. Había vuelto a ganar.
—Increíble —dijo Janco.
—Me toca a mí —me desafió Maren. Una vez más, volví a la misma zona
mental. Los ataques de Maren eran rápidos como los de una pantera. Era una
oponente muy lista, que aplicaba la táctica en vez de la fuerza y la velocidad. A pesar
de todo, también conseguí derrotarla.
—¡Maldita sea! —exclamó—. Cuando una estudiante empieza a derrotar a su
profesora, significa que la primera ya no la necesita. Me marcho.
Ari, Janco y yo nos miramos.
—Está de broma, ¿verdad? —pregunté.
—Déjala. Ya se le pasará —comentó Ari—. A menos que empieces a derrotarla
en cada pelea.
—No creo que eso sea muy probable.
—Eso digo yo —apostilló Janco, que seguramente también estaba tratando de
animar a su derrotado ego.
—Ya basta de peleas —dijo Ari—. Yelena, ¿por qué no haces algunas katas para
irte relajando y lo dejamos por hoy?
Una kata era una rutina de bloqueos y golpes defensivos y ofensivos. Cada una
tenía un nombre y se iban haciendo más complejas a medida que se iba avanzando.
Yo empecé con una más sencilla.
Mientras yo me ejercitaba, Ari y Janco estaban absortos en su conversación. Yo
sonreí, pensando que parecían una pareja de casados.
Mientras realizaba mis ejercicios, noté que alguien me estaba observando desde
la puerta con mucho interés. Era Irys.
Llevaba un uniforme de halconera y el cabello recogido según las reglas
militares de Ixia. Seguramente había conseguido recorrer el castillo sin que nadie la
detuviera.
Miré a mis guardaespaldas y vi que seguían sumidos en su conversación y que
no hacían caso ni de Irys ni de mí. La intranquilidad se apoderó de mí. Al ver que
ella entraba en el almacén, me acerqué un poco más a mis compañeros.
—¿No sentirá Valek tu magia? —le pregunté, señalando a Ari y a Janco.
—Él está en el otro lado del castillo, pero sentí que alguien utilizaba el poder
antes de que llegáramos. Unos momentos breves. Así que hay o hubo otro mago en el
castillo.
—¿No lo sabes tú?
—Desgraciadamente, no.
—Pero sabes de quién se trata, ¿verdad?
—No. Hay varios magos que han desaparecido. O están muertos o escondidos.
Algunos son muy reservados, por lo que nunca sabemos nada de ellos. Podría ser
cualquiera. Yo sólo puedo identificar a un mago si he establecido un vínculo con él o
ella, tal y como he hecho contigo. ¿Qué le pasa al Comandante? —me preguntó, tras
inspeccionar las armas que había contra la pared—. Los pensamientos prácticamente
se le escapan de la cabeza. Es tan abierto... Yo podría sacarle toda la información que
quisiera si no fuera porque va contra nuestro código de ética.
Yo no podía responderle a eso.
—¿Qué estás haciendo aquí? —quise saber.
Irys sonrió. Indicó el bastón que yo tenía entre las manos.
—¿Qué haces tú con ese arma?
Como no veía razón alguna para mentir, expliqué mi entrenamiento.
—¿Cómo te ha ido hoy? —me preguntó.
—Por primera vez, he derrotado a mis tres compañeros.
—Interesante —comentó Irys. Parecía contenta.
—¿Por qué estás aquí? —insistí, tras mirar a Ari y a Janco, que seguían sumidos
en su profunda conversación—. Me prometiste un año. ¿Estoy cerca de salir
ardiendo?
—Aún te queda tiempo. Por el momento, te has estabilizado, pero, ¿cómo de
cerca estás de venir a Sitia?
—No puedo conseguir el antídoto, a menos que tú le puedas sacar la
información de la mente.
—Imposible. Sin embargo, mis curanderos dicen que si puedes conseguir
suficiente antídoto para que te dure un mes, hay una posibilidad de que te podamos
quitar el veneno del cuerpo. Ven con nosotros cuando nos marchemos. Tengo una
consejera que es justo de tu tamaño. Ella se pondrá tu uniforme y alejará a Valek y a
sus hombres mientras tú ocupas su lugar. Con una máscara puesta, nadie se daría
cuenta.
La esperanza se despertó dentro de mí. El corazón se me aceleró. Tenía que
tranquilizarme. Irys había dicho que existía la posibilidad de sacarme el veneno del
cuerpo, pero no había garantías. El plan de huida parecía sencillo, pero yo busqué
posibles fallos. Sabía muy bien que no debía fiarme por completo de ella.
—El consejero Mogkan estuvo aquí la semana pasada —dije—. ¿Es él uno de
tus espías?
—Mogkan... Mogkan...
—Es un hombre alto, de ojos grises. Tiene el pelo largo y lo lleva recogido con
una única trenza. Valek me dijo que tiene poderes.
—¡Kangom! ¡Qué poco original! Lo perdí de vista hace diez años. Se produjo un
gran escándalo sobre su implicación en una banda de secuestradores. Oh —susurró,
mirándome fijamente—. ¿Dónde está ahora?
—En el DM-5. ¿Se le busca?
—Sólo si se convierte en un peligro para Sitia, pero eso explica por qué he
estado captando emanaciones de poder desde esa dirección —dijo—. De hecho, hay
un débil flujo de magia en el castillo. Podría ser de Kangom... O Mogkan, aunque no
lo creo. Él no tiene esa clase de fuerza. Probablemente no sea nada de importancia.
Sin embargo, he sentido que alguien absorbía poder recientemente. Bueno, ¿vienes
conmigo?
Tal vez la magia de Mogkan no le preocupara a ella, pero a mí sí. Parecía existir
un vínculo entre la magia de Mogkan y el inusual comportamiento del Comandante,
pero no podía entender por qué.
No sabía qué hacer. El hecho de escapar siempre había sido un reflejo
defensivo. Marcharme al sur me ofrecía mi mejor posibilidad de supervivencia.
Meses antes, me habría aferrado a la posibilidad, pero en aquel momento, me parecía
que era como abandonar el barco demasiado pronto.
—No. Todavía no.
—¿Estás loca?
—Probablemente, pero primero tengo que terminar una cosa. Entonces,
mantendré mi promesa y me marcharé a Sitia.
—Si sigues con vida.
—Tal vez tú puedas ayudarme. ¿Hay algún modo en el que pueda proteger mi
mente de influencias mágicas?
—¿Te preocupa Kangom?
—Mucho.
—Creo que sí. Eres lo suficientemente fuerte como para manejarlo —dijo,
entregándome mi bastón—. Haz una de tus katas, cierra los ojos y aclara la mente.
Empecé con una de bloqueo.
—Imagínate un ladrillo. Coloca un ladrillo en el suelo y luego haz una fila de
ellos. Utilizando un mortero imaginario, construye otra fila. Sigue construyendo
hasta que tengas una pared tan alta como tu cabeza.
Hice lo que Irys me decía. Cuando por fin terminé, había formado una
resistente pared mental.
—Basta —me ordenó—. Ahora, abre los ojos —añadió. Mi pared desapareció—
¡Ahora, bloquéame!
Una música resonó en mi cabeza, abrumándome.
—Imagina tu pared —me gritó Irys.
Mi muro se erigió inmediatamente. La música se detuvo en seco.
—Muy bien. Sugiero que termines todo lo que tengas que terminar aquí y te
vengas al sur. Con esa clase de fuerza, si no consigues controlar tu magia por
completo, alguien podría quitártela y utilizarla, convirtiéndote en un esclavo sin
mente.
Con eso, se dio la vuelta y se marchó del almacén. En el momento en el que la
puerta se cerró, Ari y Janco terminaron su conversación y parpadearon como si se
estuvieran despertando de un profundo sueño.
—¿Has terminado ya? ¿Cuántas katas? —me preguntó Ari.
Yo me eché a reír y dejé el bastón.
—Vamos, tengo hambre.
Cuando la delegación de Sitia se marchó tres días después, tuve un repentino
ataque de pánico. ¿Qué diablos estaba haciendo? Era la oportunidad perfecta para
escapar al sur, pero yo había decidido quedarme en el castillo y prepararme para ir a
la casa de Brazell. Irys tenía razón. Estaba loca. Cada vez que pensaba en el viaje, el
corazón se me aceleraba. El Comandante lo había preparado todo para salir al día
siguiente.
Empecé a preparar mis provisiones especiales para el viaje. El rostro triste de
Dilana me recibió cuando fui a pedirle ropa de viaje. Los papeles de Rand ya estaban
preparados. Venía con nosotros.
—Yo he pedido un traslado, pero dudo que me lo concedan. Si ese imbécil se
hubiera casado conmigo, no estaríamos en esta situación.
—Aún tenéis tiempo de hacer la solicitud. Si se aprueba, podrás viajar al DM-5
para la boda.
—El no quiere que nadie sepa lo que siente por mí. Le preocupa que me
pudieran utilizar para vengarse de él.
Dilana estaba inconsolable. Ni siquiera se alegró cuando le dije que, con el
nuevo tratado de comercio, se podría importar seda. Cuando me dio la ropa, me
marché de su taller sin haber conseguido animarla.
La mañana siguiente amaneció gris y nublada. La estación fría estaba
comenzando, lo que normalmente indicaba el fin de los viajes, no el inicio. Las nieves
probablemente mantendrían nuestra partida en casa de Brazell hasta que llegara la
estación de las heladas. Temblé sólo de pensarlo.
Valek me detuvo antes de que me marchara de nuestra suite.
—Éste es un viaje muy peligroso para ti. Intenta pasar desapercibida y mantén
los ojos abiertos. Cuestiona los pensamientos que tengas, porque podrían no ser
tuyos —dijo. Entonces, me entregó una petaca de plata—. El Comandante tiene tu
dosis de antídoto, pero, si se le olvidara, aquí tienes un suministro de apoyo. No le
digas a nadie que lo tienes y mantenlo oculto.
Por primera vez, Valek había confiado en mí.
—Gracias.
El miedo me rozó el estómago mientras metía la petaca en mi mochila. Otro
peligro que no había reconocido. ¿Qué más había pasado por alto?
—Espera, Yelena, hay una cosa más. Quiero que tengas esto.
Extendió la mano y en ella vi la hermosa mariposa de piedra que él había
tallado. Los puntos de plata relucían maravillosamente. Una cadena de plata colgaba
de un pequeño agujero que tenía en el cuerpo.
Valek me colocó la cadena alrededor del cuello.
—Cuando la tallé, pensaba en ti. Delicada en apariencia, pero con una fuerza
que no se nota a primera vista.
Sentí una extraña tensión en el pecho. Valek se comportaba como si no fuera a
volver a verme. Su miedo por mi seguridad parecía auténtico. Sin embargo, ¿le
preocupaba yo o su valiosa catadora de comidas?

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