sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 22

Rápidamente, observé el resto del cortejo de la Embajadora, buscando a la
persona que tenía que estar allí. Su ayudante, a un paso detrás de ella, llevaba el
mismo uniforme que la Embajadora, salvo por los diamantes, que habían sido
bordados en el cuello con hilo. Tenía una cara inexpresiva e insulsa, así que observé a
los demás.
Algunos de sus guardias me resultaban familiares, pero mi atención la captaron
dos capitanes. Ari, musculoso y con unos rizos tan rubios que parecían blancos a la
luz del sol. Su rostro permaneció impasible mientras me miraba, pero yo vi que se
ruborizaba del esfuerzo que le estaba costando no sonreír.
Janeo iba a su lado, mucho más fuerte y sano de lo que estaba cuando me había
despedido de él. Entonces, su cara pálida estaba tensa de dolor, y ni siquiera tenía
fuerzas para estar de pie. Aquél era el resultado de haber defendido a Irys contra los
hombres de Mogkan. Sin embargo, mientras desfilaba tras la Embajadora, movía su
fibroso cuerpo con gracia de atleta, y tenía la piel bronceada. Estaba serio al mirarme,
pero noté un brillo de picardía y alegría en sus ojos.
Era maravilloso verlos, pero seguí buscando. Mientras me agarraba el colgante
de la mariposa a través del vestido, estudiaba las caras de todos los soldados. Él tenía
que estar allí. Si el Comandante estaba allí, haciéndose pasar por la Embajadora,
entonces Valek tenía que estar cerca.
Pero Valek no conocía el secreto del Comandante Ambrose. Sólo yo conocía lo
que el Comandante llamaba su mutación: había nacido mujer, pero con alma de
hombre. Ya que Valek no sabía que la Embajadora era el Comandante,
probablemente estuviera con quien ocupaba el lugar del Comandante en Ixia.
A menos que el Comandante hubiera enviado a Valek a otra misión, o, incluso
peor, quizá Valek aún no se hubiera recuperado de la pérdida de su fuerza cuando
me la cedió. Quizá lo hubieran herido mientras era débil. O lo hubieran matado.
Imaginé una serie de posibilidades horribles mientras la delegación saludaba a sus
anfitriones.
Yo habría deseado que las formalidades hubieran terminado rápidamente.
Estaba impaciente por preguntarles a Ari y a Janeo por Valek.
Con mi pensamiento centrado en Valek, miré distraídamente al ayudante de la
Embajadora. Tenía el pelo negro y liso; le caía sin vida sobre las orejas y el cuello.
Tenía una nariz blanda y fofa sobre los labios descoloridos, y la barbilla débil. Parecía
que estaba aburrido mientras miraba a los Consejeros y a los Magos que había en la
habitación, sin ningún brillo de inteligencia en sus ojos azules.
Nuestras miradas se cruzaron durante un instante. Un rayo de color azul zafiro
me atravesó el corazón.
Aquella rata. Quería estrangular y besar a Valek al mismo tiempo.
Su expresión no cambió. No dio señal de haberme visto, y su atención siguió
concentrada en los Consejeros. Yo apenas pude soportar el resto de la reunión.
Cuando las presentaciones terminaron, se sirvieron refrescos para la delegación,
y todo el mundo formó pequeños grupos de charla.
Yo me dirigí hacia Janeo y Ari, que estaban junto a la Embajadora, pero Bavol
Cacao, el líder de mi clan, me detuvo y me entregó un mensaje de mis padres. Yo le
di las gracias, y cuando se marchó, rompí el sello de lacre y desenrollé el papel. Leí la
carta y cerré los ojos durante un instante. Todo se complicaba. Mis padres decían que
estaban de camino hacia la Fortaleza, para visitarme. Llegarían cinco días antes de la
luna llena.
¿Quién más podía ir? Si hubiera recibido un mensaje desde el infierno,
anunciándome que Reyad y Mogkan iban a visitarme, no me habría sorprendido.
Guardé la nota mientras sacudía la cabeza. Yo no tenía control sobre aquellos
sucesos, y ya me encargaría de estar con mis padres cuando llegaran. Me acerqué a
los ixianos. La Embajadora estaba charlando con Bain.
Los ojos dorados de la Embajadora se posaron sobre mí, y Bain dejó de hablar
para presentarnos.
—Embajadora Signe, te presento a la aprendiza Yelena Liana Zaltana.
Yo estreché la mano fría de la Embajadora con el saludo ixiano, y después me
incliné formalmente con el saludo de Sitia.
Ella me devolvió la reverencia.
—He oído hablar mucho de ti a mi primo. ¿Cómo progresan tus estudios?
—Muy bien, gracias. Por favor, llévale mi saludo al Comandante Ambrose —
dije yo.
—Lo haré —dijo Signe, y se volvió hacia su ayudante—. Te presento a Ilom.
Yo mantuve una expresión inalterada cuando le estreché la mano. Él murmuró
un saludo y después me ignoró como si yo no mereciera ni su tiempo ni su atención.
Yo sabía que Valek debía de estar actuando, pero su completa indiferencia hizo que
me preocupara por si sus sentimientos habían cambiado.
Sin embargo, no tuve demasiado tiempo para preocuparme. Cuando Bain se
llevó a Signe y a Ilom a conocer a otro Consejero, Ari me dio un abrazo.
—¿Qué es ese vestido? —me preguntó Janeo.
—Mejor que ese uniforme arrugado —repliqué yo—. ¿Y qué son esas canas que
tienes en la perilla?
Janeo se pasó la mano por la barba.
—Un pequeño recuerdo de mi encuentro con una espada. ¿O debería decir que
la espada se encontró conmigo? —dijo, y se le iluminó la mirada—. ¿Quieres ver la
cicatriz? Es estupenda.
Ari miró al cielo con resignación.
—Vamos, dale el regalo.
—Es de Valek —dijo Janeo, rebuscando en su mochila—. No ha podido venir en
la delegación.
—Habría sido un suicidio —explicó Ari—. Los sitianos ejecutarían a Valek si lo
atraparan.
Yo sentí una profunda preocupación por Valek y miré a mi alrededor por el
salón, intentando averiguar si alguien más lo había reconocido. Todos estaban
conversando, excepto Cahil. Estaba solo, evaluando a los ixianos. Nuestras miradas
se cruzaron, y él frunció el ceño.
Al oír un sonido triunfante de Janeo, me volví de nuevo hacia mis amigos.
Cuando vi lo que Janeo tenía en la palma de la mano, todos los pensamientos acerca
de Cahil desaparecieron. Una serpiente de piedra negra con incrustaciones de plata
se enroscaba cuatro veces alrededor de sus dedos. Las escamas de la serpiente
estaban talladas en forma de diamante por su lomo, y tenía dos diminutos zafiros en
los ojos. Era una de las tallas de Valek.
—Es una pulsera —dijo Janeo, y me la colocó en el antebrazo—. Era demasiado
pequeña para mí —bromeó—, así que le dije a Valek que te la diera a ti. Parece que te
vale.
Yo miré con asombro mi regalo. ¿Por qué habría elegido Valek una serpiente?
Charlamos hasta que Ari y Janeo tuvieron que seguir a la Embajadora a sus
habitaciones. Me dijeron que tenían turnos rotatorios para proteger a Signe y a Ilom,
y que tendrían tiempo libre para hablar conmigo de nuevo. Yo me ofrecí para
enseñarles Citadel, y quizá la Fortaleza.
Irys me encontró antes de que saliera del gran salón, y me acompañó por las
calles de Citadel a la reunión, para hablar sobre los esfuerzos que se estaban
realizando para encontrar a Opal. Mis guardias, que habían estado presentes con
discreción en la ceremonia, nos siguieron.
—Janeo tiene muy buen aspecto —dijo Irys—. Se ha recuperado muy bien y
rápidamente de una herida tan grave. Me alegro mucho.
Las palabras de Irys me recordaron algo que me había dicho el Tejedor de
Historias. Con toda la conmoción que habían causado la desaparición de Opal y la
llegada de la delegación, no había tenido tiempo de hablar con ella sobre lo que me
había dicho el Hombre Luna.
—Irys, ¿qué es un Hallador de Almas? Mi…
«No digas nada más en voz alta», me dijo Irys. «No deben oírte hablar de eso».
«¿Por qué no? ¿Cuál es tu temor?», le pregunté yo, haciendo girar el brazalete
de Valek en mi brazo.
Irys suspiró.
«La historia de Sitia está llena de magos maravillosos y valientes, que han
conseguido unir a los clanes y terminar con las guerras. Por desgracia, también ha
habido algunos magos que han causado mucho daño. Y con la corrupción de
Mogkan y con esta bestia que ahora se ha llevado a Opal, no quiero que comiencen a
circular rumores sobre un Hallador de Almas».
Irys jugueteó nerviosamente con las plumas de su máscara de halcón antes de
continuar.
«Hace unos ciento cincuenta años, nació un Hallador de Almas. Fue
considerado como un regalo del infierno. Su magia fuerte afectaba al alma de la
gente, y los sanaba tanto emocional como físicamente. Entonces, descubrió que podía
atrapar un alma del aire, antes de que pudiera irse flotando hasta el cielo, y despertar
a los muertos.
Sin embargo, sucedió algo. No sabemos qué es, pero él se llenó de amargura y
dejó de ayudar a la gente. Comenzó a usarla. Se guardaba las almas y despertaba a
los muertos sin su espíritu. Estas criaturas sin emociones seguían sus órdenes, y no
tenían remordimientos por lo que hacían. Esta habilidad está considerada una
aberración y va contra nuestro Código Ético. Con ese ejército sin alma, el Hallador de
Almas tuvo el control de Sitia durante muchos años oscuros, antes de que los Magos
Maestros lo detuvieran».
Antes de que yo pudiera preguntarle por los detalles, Irys continuó su historia.
«Yelena, tú tienes todas las habilidades de una Halladora de Almas. Cuando
respiraste por Tula, me dejaste conmocionada, y alarmaste a Roze. Ésa es la razón de
que yo fuera tan dura contigo cuando te zafaste de tus guardias. Tenía que
demostrarle a Roze que podía controlarte. Sin embargo, hoy has hecho que me diera
cuenta de que estaba equivocada. Tenemos que descubrir el límite de tus habilidades
antes de poder asignarte a una categoría. ¿Quién sabe? Quizá seas una Maga
Maestra.
Yo me reí, pensando en lo fácil que había sido para Irys tenderme una
emboscada y derribar mis defensas mágicas.
—Lo dudo mucho —le dije.
Mientras nos acercábamos a la entrada de la Fortaleza, yo noté que había un
pequeño mendigo envuelto en una capa sucia junto a la muralla, agitando una taza.
Molesta, por ser la única que se había dado cuenta, me acerqué y le eché una
moneda. El mendigo miró hacia arriba, y vi la sonrisa de Fisk antes de que volviera a
esconder la cara en la capa.
—Tenemos noticias sobre el que buscas. Ven al mercado mañana.
—¡Eh, tú! Deja de molestar a la señorita —le dijo uno de mis guardias.
Yo me di la vuelta y le lancé una mirada fulminante al guardia. Cuando me giré
de nuevo, Fisk había desaparecido.
Yo reflexioné sobre lo que me había dicho Fisk. Mi primer impulso fue zafarme
nuevamente de mis guardias al día siguiente e ir a la cita con Fisk; una respuesta
ixiana, sin duda. Sin embargo, decidí intentar hacer las cosas a la manera sitiana y
ver lo que los demás habían descubierto sobre el paradero de Opal.
Leif estaba apoyado sobre la mesa de la sala de reuniones, estudiando un mapa.
Se quedó sorprendido con mi presencia, pero yo no lo saludé; tuve que reprimir la
repentina furia que sentí al verlo. No tenía ni idea de cómo iba a cumplir la promesa
que le había hecho al Hombre Luna, cuando lo que quería en realidad era pedirle a
Leif una explicación.
Irys rompió el silencio y me puso al tanto de los esfuerzos que había hecho el
grupo hasta la fecha. Habían dividido Citadel en secciones, y a cada Mago se le había
asignado una de aquellas zonas de búsqueda. El Consejero Harun, el representante
del clan Sandseed, había llevado a su gente a buscar a Opal a la parte de la Meseta
Avibian que bordeaba Citadel. No habían hallado ninguna pista.
—Enviaremos soldados a registrar todos los edificios de Citadel —dijo Roze.
—Lo cual provocará la muerte inmediata de Opal —dije yo.
Roze me miró con desprecio.
—¿Quién te ha invitado? —preguntó mientras le lanzaba a Irys una mirada
venenosa.
—Tiene razón, Roze —dijo Irys—. La noticia de la búsqueda se extendería
rápidamente, y lo pondríamos sobre aviso.
—¿Se le ocurre a alguien una idea mejor?
—A mí —dije yo.
Todos los ojos se fijaron en mí. La mirada de Roze me heló la sangre.
—En Citadel tengo amigos que pueden conseguir información sin llamar la
atención. Creo que ya han averiguado algo, pero necesito reunirme con ellos mañana
en el mercado —dije. Bajo la manga, giré la pulsera de Valek mientras esperaba su
respuesta.
—No —dijo Roze—. Podría ser una trampa.
—¿Y ahora te preocupa mi bienestar? Qué conmovedor. Aunque creo que en
realidad lo que sientes son celos —respondí.
—Señoras, por favor —dijo Bain—. Concentrémonos en lo importante. ¿Confías
en tu fuente, Yelena?
—Sí.
—No parecerá raro que Yelena vaya al mercado a hacer sus compras. Sus
guardias la acompañarán —añadió Irys.
—Los guardias asustarán a mi fuente —intervine yo—. Además, mi fuente me
guiará hacia algún sitio, así que necesitaré moverme con rapidez.
—Pero necesitas protección. Disfrazaremos a los guardias —me ofreció Irys.
—No. No son la protección que necesito. Yo puedo defenderme de una
amenaza física, pero necesito defensa contra un posible ataque mágico —expliqué.
Irys sería una poderosa aliada.
Irys asintió, y comenzamos a hacer planes para el día siguiente.
Después de la reunión, fui a comer algo y tomé del comedor unas manzanas
para Kiki y Topaz. Mis guardias continuaban siguiéndome, y yo tuve la extraña
sensación de que me había acostumbrado a su presencia. Al menos, no necesitaba
preocuparme de que Goel intentara otro ataque sorpresa. Sobre todo, cuando tenía
tantas cosas de las que preocuparme.
No había podido montar a caballo desde mi arresto domiciliario, así que decidí
ir a practicar un poco. La madre de Kiki había mostrado desdén por la silla, así que
yo quería aprender a montar sin ella. Además, podía ser algo muy útil. En una
emergencia, no tendría tiempo de ensillar a Kiki.
Ella me estaba esperando en la puerta del cercado. Relinchó para saludarme, y
yo le di una manzana antes de subir a la valla. Mis guardias se quedaron fuera junto
a la puerta, cerca, pero no demasiado. Estaban aprendiendo.
Mientras Kiki comía, yo la inspeccioné. Tenía ortigas enredadas en la cola, y
barro seco en el estómago y en los cascos.
—¿Nadie te ha aseado? —le pregunté, molesta.
—No permitía que nadie se acercara a ella —dijo Cahil. Tenía un cubo lleno de
cepillos y peines apoyado en la valla—. Parece que tú eres la única que puede hacer
los honores.
Yo tomé el asa del cubo.
—Gracias.
Tomé una almohaza y comencé a quitarle el barro de la piel.
Cahil posó los brazos sobre la valla.
—Te he visto hablando con los del norte hoy. ¿Los conoces?
Yo miré a Cahil. Tenía una expresión muy seria en el rostro. Así que su
oportuna llegada con el cubo no había sido una coincidencia. Me estaba esperando
para hacerme preguntas sobre los ixianos.
Eligiendo las palabras con cuidado, le dije:
—Dos de los guardias son amigos míos.
—¿Los que te enseñaron a luchar? —preguntó él, en tono despreocupado.
—Sí.
—¿A qué división pertenecen?
Yo dejé de cepillar a Kiki y lo miré.
—Cahil, ¿qué quieres saber en realidad?
Él comenzó a tartamudear.
—No estarás pensando en poner en peligro a la delegación, ¿verdad? ¿Quieres
sabotear las reuniones? ¿O estás más interesado en atacarlos cuando estén de camino
hacia Ixia?
Él abrió la boca, pero no dijo nada.
—Eso no sería inteligente —continué yo—. Convertirías a Ixia y a Sitia en
enemigos, y además… los guardias de élite del Comandante están protegiendo a la
Embajadora. Sería un suicidio intentar secuestrarla.
—Hoy estás llena de sabiduría —dijo Cahil con sarcasmo—. Tu preocupación
por el bienestar de mis hombres es conmovedor. ¿Estás segura de que sólo quieres
proteger a tus amigos del norte? ¿O quizá proteger a tu amado?
Cahil tenía que estar haciendo hipótesis. Yo no hice caso de su farol.
—¿Por qué estás rabiando?
—Te estaba observando cuando llegó la delegación. Aunque tu expresión no se
alteró, te llevaste la mano al colgante de la mariposa que llevas bajo la ropa. Sé que el
que te dio el colgante está aquí. De hecho, hoy te ha dado otro regalo.
Yo me volví hacia Kiki para esconder mi cara de Cahil.
—Si sabes tanto, ¿por qué me estás haciendo preguntas?
—¿Quién es? —me interrogó Cahil, y al ver que no respondía, continuó—: ¿Es
el hombre al que le falta media oreja? ¿El que te dio la serpiente?
Cahil tenía una sonrisa de petulancia que me hizo reír.
—¿Janeo? Somos como hermanos. No. Él sólo me estaba entregando el regalo.
—No te creo.
Yo me encogí de hombros.
—Toma —le dije, y le di un cepillo a Cahil—. Puedes quitarle las ortigas de la
cola —le indiqué. Cuando vi que vacilaba, añadí—: No te preocupes, no te va a dar
una coz.
Trabajamos un rato en silencio. Sin embargo, Cahil no estaba conforme con la
calma.
—Estás más feliz ahora que tus amigos del norte están aquí.
—Los echaba de menos —afirmé yo.
—¿Te gustaría volver a Ixia?
—Sí. Pero eso es imposible, porque soy maga —respondí. Sin embargo, no
añadí que había una orden de ejecución contra mí, porque no me pareció prudente.
—No hay nada imposible —dijo Cahil. Terminó de cepillar la cola de Kiki y
comenzó con las crines—. Cuando tenga el control de Ixia y libere a la gente, tendrías
un lugar a mi lado si lo aceptaras.
Evitando su pregunta tácita, lo miré dubitativamente.
—¿Aún crees que Sitia te apoyará, después de haber establecido relaciones con
la delegación del norte?
Con la pasión de un místico, Cahil dijo:
—Durante toda mi vida me han dicho que un día dirigiré Ixia. Todas las
lecciones, las acciones y las emociones fueron enfocadas a ese único propósito.
Incluso el Consejo me animó a planear, entrenarme y esperar el momento perfecto
para atacar.
Los ojos azules de Cahil irradiaban tal intensidad que estuve a punto de dar un
paso atrás.
—Entonces, el norte accede a negociar un tratado de comercio y visitan Sitia —
continuó, escupiendo las palabras—. De repente, el Comandante es amigo del
Consejo sitiano, y la razón de mi existencia ya no tiene ningún apoyo. El Consejo no
se ha dado cuenta de que el Comandante está engañándolos, y cuando todo salga a la
luz, yo estaré ahí. Tengo muchos seguidores leales que se sienten igualmente
insatisfechos a causa de la alianza con el norte.
—Necesitarás militares adiestrados si tienes en la mente luchar contra las
fuerzas del Comandante —dije yo—. Y si Valek…
—¿Qué pasa con Valek? —me preguntó Cahil, y me agarró por el brazo. Con
los dedos, me hundió el brazalete en la carne. Yo hice un gesto de dolor.
Kiki alzó una oreja.
«¿Coz?».
«No. Todavía no».
—Si Valek descubre lo que estás planeando, te detendrá antes de que puedas
reunir a tus hombres.
—¿De verdad piensas que puede detenerme? —me preguntó él.
—Sí.
Yo aparté el brazo, pero él me tomó la muñeca con la otra mano y me tiró de la
manga hacia arriba, dejando a la vista la serpiente. Antes de que yo pudiera
detenerlo, me soltó la manga y me bajó el cuello de la túnica. Las diminutas
incrustaciones de plata de mi colgante de mariposa brillaron bajo la luz del sol, a
juego con las que había en el cuerpo de la serpiente.
—Tú lo sabes bien —dijo Cahil, soltándome. En su cara se reflejó un profundo
asombro cuando entendió, de repente, la verdad.
Yo me retiré hacia atrás.
—Al ser la catadora de la comida del Comandante, tú trabajabas con Valek cada
día. Él tenía que enseñarte todas las clases de veneno y las técnicas de
envenenamiento —Cahil me miró con repulsión—. Marrok me contó que cuando los
miembros de la familia real fueron asesinados, el asesino dejó junto a ellos una
estatua negra con incrustaciones de plata brillante. Era la tarjeta de visita del asesino.
Únicamente después de que el Comandante se hiciera con el poder en Ixia se supo
que Valek había sido el asesino.
Yo volví a cepillar a Kiki.
—Ése es un gran salto en la lógica, Cahil. Está basado en un cuento, que debe de
hacerse más y más interesante cada vez que es narrado, y en un par de regalos. Valek
no es el único que talla objetos en piedra. Piénsalo antes de sacar conclusiones.
Yo no miré a Cahil a los ojos, sino que puse todos los cepillos en el cubo y llevé
a Kiki a su compartimiento. Cuando terminé de llenarle el abrevadero de agua, Cahil
se había marchado.
Los guardias me escoltaron hasta los baños y se quedaron fuera mientras yo me
bañaba y me quitaba el pelo de caballo y el polvo de la piel. El sol se había puesto
cuando llegué a mi habitación. Yo esperé fuera, temblando de frío por el aire de la
noche, mientras los guardias registraban la habitación. Cuando me dieron permiso,
entré. Cerré las ventanas y la puerta y encendí un buen fuego en la chimenea.
—Eso está mejor —dijo una voz que me encendió el alma.
Me volví. Valek estaba sentado en una silla, con las botas apoyadas sobre la
Mesa.

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