viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo 11

—No —dije yo—. No vas a ser mi profesor.
—No hay elección —dijo el Jefe de Caballerizas. Miró a Cahil y después me
miró a mí, con expresión de desconcierto—. No hay nadie más, y la Cuarta Maga ha
insistido en que empieces ahora mismo. Cahil ha sido un ratoncillo de establo desde
los seis años. Nadie, aparte de mí —explicó sonriendo—, sabe más de caballos.
Yo me puse en jarras.
—Muy bien. Siempre y cuando sepa más de caballos de lo que sabe de la gente.
Cahil se encogió. Bien.
—Pero me quedo con esta yegua —dije.
—Tiene leucoma —dijo Cahil.
—¿Que tiene qué?
—Tiene los ojos azules. Eso da mala suerte. Y se ha criado con el clan de los
Sandseed. Sus caballos son difíciles de adiestrar.
Kiki relinchó a Cahil. «Chico mezquino».
—Una superstición tonta y una reputación injusta. Cahil, tú sabes que todo eso
no es cierto —intervino el Jefe de Caballerizas—. Es una yegua muy buena. No sé lo
que ha ocurrido entre Yelena y tú, pero tendréis que solucionarlo. No tengo tiempo
para cuidar de bebés —dijo. Y con aquello, se alejó, farfullando.
Cahil y yo nos lanzamos miradas fulminantes durante un rato, hasta que Kiki
me dio un suave empujón en el hombro, buscando pastillas de menta.
—Lo siento, chica, no tengo más —le dije, mostrándole las manos vacías.
Entonces, ella siguió pastando.
Cahil me miró fijamente.
—Está bien. Tendrás que vivir con tu decisión acerca del caballo. Pero si vas a
contradecirme cada vez que intente enseñarte algo, dímelo ahora y no perderé el
tiempo.
—Irys quiere que aprenda, y aprenderé.
Él se quedó satisfecho.
—Está bien. La primera lección comienza ahora —dijo, y trepó por la valla del
cercado—. Antes de que aprendas cómo montar, debes saber todo lo necesario sobre
tu caballo, en cuanto a lo físico y a lo emocional.
Cahil chasqueó la lengua para que Kiki se acercara, pero la yegua le hizo caso
omiso, así que fue él quien se acercó a ella. Justo cuando llegaba a su lado, ella se dio
la vuelta y lo golpeó con una de sus ancas.
Yo me mordí el labio para no echarme a reír. Cada vez que él intentaba
acercarse, Kiki se alejaba o se chocaba con él deliberadamente.
Enrojecido de frustración, Cahil dijo:
—El cuerno. Voy a buscar un ronzal.
—Has herido sus sentimientos al decir que daba mala suerte —le expliqué yo—.
Cooperará contigo si te disculpas.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé.
—Ni siquiera sabías cómo desmontar. No soy tan tonto como para creérmelo.
—Lo sé de la misma forma que sé que Topaz quería copos de avena.
Cahil me miró, expectante.
Yo suspiré.
—Topaz me dijo que quería copos de avena. Contacté con él mentalmente por
casualidad, y le pedí que cabalgara de una forma más suave porque me dolía la
espalda. Es lo mismo que con Kiki.
Cahil se acarició la barba.
—La Primera Maga me dijo que tenías fuertes habilidades mágicas. Supongo
que debería haberme dado cuenta antes, pero estaba convencido de que eras espía —
dijo él, mirándome como si me viera por primera vez—. ¿La yegua se llama Kiki?
Yo asentí. Él se dio la vuelta, se acercó a Kiki y se disculpó. Yo me sentí molesta.
Debería disculparse también conmigo por todo lo que me había hecho pasar.
«¿Empujo al Chico Mezquino?», me preguntó Kiki.
«No. Sé amable. Va a enseñarme cómo cuidar de ti».
Cahil me hizo un gesto para que me acercara también a Kiki. Entonces, me
señaló todas las partes del cuerpo de mi yegua, comenzando por el hocico y
terminando por los cascos.
—Mañana, a la misma hora —dijo Cahil, al terminar la lección—. Nos veremos
en el establo, y te enseñaré los cuidados de un caballo.
Antes de que se marchara, lo detuve. Ya no estaba irritada con él, y me
preguntaba por qué había ido a enseñarme.
—¿Por qué te has ofrecido para ser mi profesor? Creía que tu campaña para
lograr el trono de Ixia te ocupaba la mayor parte del tiempo.
Consciente de lo que yo pensaba de sus objetivos, Cahil me observó con
atención en busca de alguna señal de sarcasmo en mi rostro.
—Hasta que consiga todo el apoyo del Consejo de Sitia, no puedo hacer mucho
más —me dijo—. Además, necesito dinero para pagar mis gastos. La mayoría de mis
hombres trabajan en la Fortaleza, de guardias o de jardineros, dependiendo de lo que
se necesite. Durante la temporada calurosa, yo concentro todos mis esfuerzos en
conseguir apoyo. Esta temporada había pensado que, finalmente, conseguiría
respaldo del Consejo, pero eso no ha funcionado. Así que voy a volver a trabajar y a
pedirle al Consejos que me ayude —terminó. Después frunció el ceño y sacudió la
cabeza—. ¿Mañana, entonces?
—Mañana —dije, y observé cómo Cahil caminaba hasta el establo. Él había
contado con que yo era una espía de Ixia y que, al capturarme, conseguiría influir en
el Consejo. Me pregunté qué sería lo siguiente que iba a hacer.
Con otro suspiro de resignación, acaricié a Kiki y le rasqué detrás de las orejas.
Después, volví a mi habitación.
Durante los días siguientes, mis días siguieron el mismo patrón.
Por las mañanas estudiaba y practicaba mis técnicas de defensa propia con Irys.
También exploraba mis habilidades; juntas descubrimos que yo no era capaz de
encender fuegos, como ella, y que tampoco mover objetos físicos estaba dentro de
mis destrezas mágicas.
Por las tardes, después de comer, me dedicaba a descansar, y por las noches, iba
a clase de equitación con Cahil y con Kiki.
Al final de una de aquellas clases de equitación, recibí súbitamente un aviso
mental de Irys.
«Yelena, ven a la enfermería inmediatamente».
«¿Estás bien?», le pregunté yo.
«Estoy bien, pero tienes que venir».
«¿Dónde está la enfermería?».
«Que te lo indique Cahil».
Yo le dije a Cahil lo que me había pedido Irys, y él se apresuró a recoger la silla
y la brida de Kiki. Cuando lo dejamos todo en la sala de arreos, me guió por los
corredores de mármol de la Fortaleza hasta la enfermería.
—Adelante —dijo Irys, antes de que yo tuviera oportunidad de llamar a la
puerta.
Yo abrí, y vi a Irys, de pie, junto a un hombre vestido de blanco. El sanador
Hayes, quizá. Había alguien más, tumbado y tapado, en la camilla que ocupaba el
centro de la sala. Tenía el rostro vendado.
Leif estaba sentado en una silla, en la esquina de la habitación, con una
expresión de horror en el rostro. Cuando me vio, preguntó:
—¿Qué está haciendo ella aquí?
—Yo le pedí que viniera. Quizá pueda ayudarnos —dijo Irys.
—¿Qué ocurre? —le pregunté yo a mi maestra.
—Han encontrado a Tula en Booruby, casi muerta. Su mente ha huido y no
podemos alcanzarla —me explicó Irys—. Necesitamos averiguar quién le ha hecho
esto.
—No puedo sentirla —dijo Leif—. Los demás Magos Maestros tampoco. Se ha
ido, Cuarta Maga. Sólo estás perdiendo el tiempo.
—¿Qué le ha ocurrido? —preguntó Cahil.
—La han golpeado, torturado y violado —dijo el sanador—. Menciona algo
horrible, y probablemente se lo habrán hecho.
—Y aun así, ha sido afortunada —dijo Irys.
—¿Afortunada? ¿Cómo puedes decir eso? —preguntó Cahil con indignación.
—Al menos conservó su vida —respondió Irys—. Ninguna de las demás tuvo
tanta suerte.
—¿Cuántas? —le pregunté yo. No quería saberlo, en realidad, pero no pude
evitar hacer la pregunta.
—Ella es la undécima víctima. Las demás estaban muertas, brutalmente
maltratadas, como ella —dijo Irys con una expresión sombría.
—¿Y cómo puedo ayudar?
—La sanación mental es mi poder más fuerte, pero tú fuiste quien alcanzó al
Comandante y lo trajo de vuelta cuando yo no fui capaz de hacerlo —dijo ella.
—¿Qué? —gritó Cahil—. ¿Ayudaste al Comandante?
Su indignación se concentró en mí. Yo le hice caso omiso.
—Pero yo conocía al Comandante. Tenía una idea de dónde podía buscar —le
dije a Irys—. No estoy segura de si podré ayudar aquí.
—Inténtalo, de todos modos. Los cuerpos han sido hallados en diferentes
ciudades de Sitia. No hemos podido averiguar el motivo de los crímenes, y tampoco
tenemos ningún sospechoso. Necesitamos atrapar a este monstruo. Por desgracia,
Yelena, éste es el tipo de situación a las que tendrás que enfrentarte cuando te
conviertas en maga. Te pedirán ayuda para resolverlas. Considera esto como una
experiencia de aprendizaje.
Yo me acerqué a la cama.
—¿Puedo tomarle la mano? —le pregunté al sanador.
Él asintió. Apartó la sábana y dejó a la vista el torso de la muchacha; entre los
vendajes empapados de sangre, tenía la piel en carne viva. Cahil maldijo. Yo miré a
Leif; tenía el rostro vuelto hacia la pared.
Los dedos de la muchacha estaban entablillados; los tenía todos rotos. Con
mucho cuidado, le tomé la mano y le acaricié la palma. Tiré de un hilo de poder,
cerré los ojos y proyecté mi energía hacia ella.
Sentí su mente abandonada. El vacío estaba lleno con la sensación de que había
huido y que nunca iba a volver. Fantasmas intangibles y grises flotaban en su mente.
Aquellos fantasmas tenían las caras desfiguradas de dolor, terror y miedo. Yo intenté
apartar los fantasmas y concentrarme en encontrar a la Tula verdadera, que
seguramente, estaba escondida en algún lugar en el que aquellos horrores no podían
alcanzarla.
Entonces, sentí algo en los brazos, como si la hierba alta me hiciera cosquillas en
la piel. Percibí el olor limpio de un prado cubierto de rocío, pero no encontré la
fuente. Busqué hasta que se me agotó la energía y ya no fui capaz de mantener la
concentración.
Finalmente, tuve que abrir los ojos. Me senté en el suelo sin soltar la mano de la
chica.
—Lo siento, pero no puedo encontrarla —dije.
—Os dije que era una pérdida de tiempo —afirmó Leif. Se levantó de su sitio y
preguntó—: ¿Qué os esperabais de una norteña?
—Pueden esperar que no voy a rendirme tan pronto como lo has hecho tú —
respondí, mientras lo veía salir de la habitación.
Tenía que haber otro modo de despertar a Tula. Concentré de nuevo mi mente
en sus problemas. ¿Cómo había conseguido yo encontrar al Comandante? Él se había
retirado al lugar de su logro más grande. El lugar donde se sentía más feliz, y tenía
todo el control.
—Irys —dije—, cuéntame todo lo que sepas de Tula.
—No es mucho —me dijo ella—. Su familia tiene una fábrica de cristal justo a
las afueras de Booruby. Esta es su época de mayor trabajo, así que mantienen los
hornos encendidos continuamente. Tula tenía que mantener el fuego encendido
durante la noche. A la mañana siguiente, cuando su padre llegó a trabajar, los
carbones estaban fríos y Tula había desaparecido. La buscaron durante mucho
tiempo. Finalmente, la encontraron, doce días después, en el campo de un granjero,
apenas viva. Sin embargo, no podían alcanzar su mente, así que me la trajeron.
—¿Tiene hermanas?
—Varias. ¿Por qué?
—¿Alguna cercana a su edad?
—Mmm… quizá un año y medio.
—¿Y podrías traer a su hermana aquí?
—¿Para qué?
—Con ayuda de su hermana, quizá pueda recuperar el alma de Tula.
—Le enviaré un mensaje —dijo Irys, y se volvió hacia el sanador—. Hayes,
avísame si cambia el estado de Tula.
Hayes asintió, e Irys salió de la enfermería.
Cahil y yo la seguimos. Él no dijo nada hasta que estuvimos en el corredor.
Entonces, se volvió hacia mí y me miró con dureza.
—Muy atrevido, el pensar que tú podrás alcanzarla cuando ninguno de los
Magos Maestros ha podido —dijo mientras se alejaba.
—Muy estúpido —le repliqué yo, mirando su espalda—, el rendirse antes de
haber probado todas las soluciones posibles.
Cahil continuó caminando sin volverse. Muy bien. Acababa de darme otra

razón para demostrarle que se equivocaba.

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