sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 32

Valek y yo decidimos cuál sería el mejor curso de acción y después quedamos
en encontrarnos en el borde de la Meseta Avibian.
Cuando llegué a la Fortaleza, fui directamente a mi habitación a hacer el
equipaje. Al cabo de un rato, alguien llamó a la puerta. Por instinto, busqué mi arco
con la mirada, pero Leif lo había hecho pedazos con su machete durante nuestra
lucha, así que tomé la navaja.
Me relajé un poco cuando abrí la puerta. Irys estaba allí, vacilante. Yo me hice a
un lado y la invité a pasar.
—Tengo noticias —me dijo Irys. Yo me quedé mirándola fijamente y ella
continuó—: Ferde está en los calabozos de la Fortaleza, y el Consejo ha revocado tu
expulsión. Quieren que te quedes para que puedas explorar tus habilidades mágicas.
—¿Quién me enseñaría?
Irys miró al suelo.
—Eso deberías decidirlo tú.
—Lo pensaré.
Irys asintió y se dio la vuelta para marcharse. Entonces, se detuvo.
—Lo siento, Yelena. No confié en tus habilidades, y aun así tú has conseguido
lo que no han podido conseguir los Cuatro Magos Maestros.
Aún había un débil vínculo entre nosotras, y yo sentí la incertidumbre de Irys y
su pérdida de confianza. Se cuestionaba su capacidad para manejar situaciones
difíciles en el futuro, y pensaba que sus creencias acerca de lo que había que hacer
para resolver un problema habían resultado ser equivocadas.
—En esta situación, la magia no era la solución —le dije yo—. Fue la falta de
magia lo que me permitió vencer a Ferde. Y no podría haberlo hecho sin Valek.
Ella pensó en mis palabras durante un momento, y tomó una decisión.
—Te propongo que formemos una sociedad —me dijo.
—¿Una sociedad?
—Creo que tú ya no necesitas una profesora, sino una socia que te ayude a
descubrir toda tu fuerza como Halladora de Almas.
Yo me acobardé al oír el título.
—¿Crees que lo soy?
—Lo he sospechado, pero no quería creerlo. Era una respuesta automática,
como la tuya ahora mismo de sentir cierto temor. Y parece que yo también necesito
aprender. He averiguado que la forma sitiana de hacer las cosas no siempre es lo
mejor. Quizá tú puedas ayudarme a superar esto último.
—¿Estás segura de que quieres aprender el método de tomar decisiones
apresuradas y esperar que sea lo mejor?
—Siempre y cuando tú quieras aprender más sobre el hecho de ser una
Halladora de Almas. ¿Va realmente en contra del Código Ético? Quizá haya que
poner el Código al día. ¿Y podría considerarse que eres una Maestra, o tendrías que
aprobar el examen de los Maestros primero?
—¿El examen? He oído historias de terror sobre él —dije, y noté una opresión
de angustia en la garganta.
—Son rumores. Es para desanimar a los estudiantes para que sólo aquellos que
se sientan completamente seguros de sus habilidades se atrevan a pedir que se les
haga el examen.
—¿Y si no son lo suficientemente fuertes?
—No aprobarán, pero aprenderán cuál es el alcance de sus poderes. Eso es
mejor que llevarse una sorpresa más tarde.
Irys se quedó en silencio. Yo noté que su mente se ponía en contacto con la mía.
«¿Hacemos el trato?», me preguntó.
«Lo pensaré. Han ocurrido muchas cosas».
«Cierto», dijo ella. «Avísame cuando estés lista».
Irys se marchó, y yo cerré la puerta.
Pensé en la posibilidad de explorar mis poderes contra la posibilidad de que me
condenaran por ser una Halladora de Almas. Después de mi recado, tal y como lo
había llamado Valek con tanta despreocupación, tendría que tomar algunas
decisiones. Era agradable tener que elegir. De nuevo.
Terminé de recoger todas las cosas, y al pasar una última mirada por la
habitación, se me encogió el estómago. Aquellas estancias de la Fortaleza habían sido
mi casa, pese a mi resistencia.
Me puse la mochila al hombro y, de camino a la salida, fui a visitar a mis
padres. Yo oí a Esau en la cocina, y vi que Perl tenía una expresión rara en el rostro.
Se llevó la mano al cuello, así que yo supe que algo la había disgustado. Ella me
obligó a quedarme a tomar el té. Me quitó la mochila y me pidió que me sentara en
una de las butacas.
Esau trajo el té, y ella me sirvió una taza humeante.
Aparentemente satisfecha de que me hubiera quedado en el asiento, al menos
hasta que terminara mi té, Perl me dijo, sacudiendo la cabeza:
—Te vas, ¿verdad?
—Tengo algunos asuntos que resolver. Volveré —dije; sin embargo, aquella
débil respuesta no la calmó.
—No me mientas.
—No estaba mintiendo.
—Está bien. Entonces, no te mientas a ti misma —puntualizó, mirando mi
abultada mochila, que estaba en el suelo—. Envíanos un mensaje cuando te hayas
instalado en Ixia, e iremos a visitarte —dijo—. Aunque probablemente no será hasta
la estación calurosa. No me gusta el frío.
—¡Mamá! —exclamé yo, y estuve a punto de derramar el té.
Esau asintió. Parecía que el tema de nuestra conversación era demasiado para
él.
—Me gustaría encontrar el laurel gigante que crece cerca de los hielos. He leído
que esa planta puede curar la Tos Crónica. Sería interesante averiguarlo.
—¿Estáis preocupados por si vuelvo a Ixia? —les pregunté a mis padres.
—Teniendo en cuenta la semana que has pasado —me dijo mi padre—, estamos
felices de que sigas viva. Además, confiamos en tu sentido común.
—Si voy a Ixia, ¿me visitaréis con frecuencia?
Ellos me lo prometieron. Yo, que no quería prolongar la despedida, tomé mi
mochila y me marché.
«¿Manzana?», me preguntó Kiki esperanzadamente.
«No, pero tomaré algunas pastillas de menta». Fui a la sala de arreos del establo
en busca de la bolsa de dulces. Tomé dos y volví con Kiki.
Después de que ella hubiera devorado los caramelos, le pregunté:
«¿Preparada para marchar?».
«Sí. ¿Silla?».
«Esta vez no».
La Fortaleza proporcionaba el equipo a los estudiantes, pero se entendía que
cuando se hubieran graduado, ellos debían comprar su propia silla.
Monté en Kiki y salimos de Citadel. Tomamos la carretera del valle durante un
rato. Yo me negué a mirar atrás, hacia la ciudad. Pensaba volver, ¿no era así? Aquel
día no sería el último que viera los colores suaves del sol reflejándose en el mármol,
¿verdad?
A medida que se desvanecía la luz del sol, yo oí los cascos de unos caballos
acercándose por la carretera. Kiki se detuvo y volvió la cabeza hacia el recién llegado.
«Topaz», dijo con placer.
Sin embargo, por la expresión furiosa del rostro de Cahil, yo supe que aquel
encuentro no iba a ser agradable.
—¿Adonde crees que vas? —me preguntó.
—Eso no es asunto tuyo.
Cahil se quedó lívido y comenzó a tartamudear de asombro.
—¿Que no es asunto mío? ¿Que no es asunto mío?
Yo vi que reprimía un estallido de cólera. Después, con un gruñido letal, dijo:
—Eres la amante del criminal más buscado de Sitia. Tus movimientos son
asunto mío. De hecho, voy a encargarme personalmente de saber dónde estás en
cada momento —dijo, y emitió un silbido.
Yo oí movimiento, y cuando me volví, vi a los hombres de Cahil adoptando
situaciones defensivas detrás de mí. Intentando conservar mi fuerza, no había
registrado mentalmente el camino que se extendía ante mí. No lo había creído
necesario. Qué tonta había sido.
«¿Los oliste, Kiki?», le pregunté.
«No. Contra el viento. ¿Los paso por encima?».
«Aún no».
Miré a Cahil y le pregunté:
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Te haces la tonta para postergar lo inevitable, Yelena? Supongo que ese
método te ha funcionado en el pasado. A mí me engañaste, eso es cierto. Me
convenciste, igual que convenciste a la Primera Maga, de que no eras una espía,
usando tu magia para que yo confiara en ti. Yo me lo creí todo.
—Cahil, yo…
—Lo que quiero es matar a Valek. Además de vengarme por la muerte de mi
familia, les demostraré a los miembros del Consejo mis capacidades, y conseguiré su
apoyo, por fin.
—Has tenido a Valek en tus manos y se te ha escapado. ¿Por qué piensas que
vas a poder matarlo ahora?
—Tu amante intercambiará su vida por la tuya.
—Necesitarás más hombres para capturarme.
—¿De veras? Mira bien detrás de ti.
Yo obedecí. Los hombres de Cahil estaban a un par de metros de los cuartos
traseros de Kiki, pero incluso a la suave luz del atardecer, vi que cada uno de ellos
tenía un canuto en los labios con el que me apuntaba.
—Los dardos están impregnados de curare —dijo Cahil—. Un arma sitiana
excelente. No llegarás lejos.
Comencé a sentir miedo. Tenía theobroma en la mochila, pero sabía que si
intentaba sacarlo, me convertiría en el alfiletero de los hombres de Cahil.
—¿Vas a cooperar, o tendré que dar la orden de que te inmovilicen?
«Fantasma», me dijo Kiki.
Antes de que yo pudiera entender lo que me había dicho Kiki, Valek saltó al
camino de entre las hierbas de la llanura. Todo el mundo se quedó helado de
asombro durante unos instantes. Cahil lo miraba boquiabierto.
—Es un dilema interesante, amor —me dijo Valek—. Necesitarás tiempo para
pensarlo. Mientras… —Valek extendió los brazos mientras se acercaba a Cahil.
Se había quitado el disfraz de mendigo y llevaba unos pantalones y una túnica
marrones, como los de la mayoría de los ciudadanos de Citadel. Parecía que no iba
armado, pero yo sabía que no era así. Y Cahil también debía de saberlo, porque se
pasó las riendas de Topaz de la mano derecha a la izquierda, y sacó la espada.
—Veamos si lo entiendo bien —continuó Valek, a quien no pareció importarle
mucho la amenaza—. Quieres vengarte por la muerte de tu familia. Comprensible.
Pero deberías saber que la familia real no era tu familia. Una cosa que he aprendido
durante los años es a conocer a mi enemigo. La dinastía real terminó el día en que el
Comandante tomó el control de Ixia. Yo me aseguré de ello.
—¡Mientes! —gritó Cahil, y atacó a Valek con la espada.
Valek se hizo a un lado con agilidad y evitó el golpe de Cahil. Cuando Cahil
intentó atacar de nuevo, yo dije:
—Tiene sentido. Valek nunca dejaría un trabajo sin terminar.
Cahil me miró con incredulidad.
—Tu amor por él te ha dañado el entendimiento.
—Y tu hambre de poder ha afectado a tu inteligencia. Tus hombres te están
usando, y tú te niegas a ver lo evidente.
Cahil sacudió la cabeza.
—No escucharé más mentiras. Mis hombres son leales. Me obedecen, o reciben
un castigo. La muerte de Goel me ayudó a reforzar ese concepto.
Yo reconocí el vacío en sus ojos azul pálido.
—Tú mataste a Goel.
Él sonrió.
—Mis hombres me han brindado sus vidas. Yo no he cometido ningún crimen
—dijo, y blandió la espada—. Preparados —les dijo a sus soldados—. Apuntad y…
—Piensa en esto antes de fanfarronear sobre tus hombres, Cahil. Siempre miran
al capitán Marrok para pedirle su aprobación antes de seguir tus órdenes. Te dieron
una espada que es demasiado pesada para ti, y nunca te enseñaron a manejarla bien.
Se supone que tienes parentesco con el difunto rey, que era un mago poderoso. ¿Por
qué, entonces, tú no tienes ninguna habilidad mágica?
—Yo… —Cahil se quedó callado.
Sus hombres se miraron los unos a los otros, entre consternados y confusos.
Aquello acabó con su concentración. Y en aquel momento, Valek saltó sobre el lomo
de Kiki, detrás de mí. Ella salió disparada hacia la llanura, sin que nadie tuviera que
decírselo. Yo me agarré a sus crines, mientras Valek me rodeaba la cintura con los
brazos, y Kiki comenzó su marcha de ráfaga de viento.
Yo oí que Cahil ordenaba disparar a sus hombres, y pensé que oía el silbido de
un dardo cerca de mi oreja, pero pronto estuvimos fuera de su alcance. Kiki
avanzaba el doble de distancia que con un galope normal sin hacer ningún esfuerzo.
Cuando la luna había llegado a lo más alto del cielo, Kiki se detuvo.
«Ya no hay olor», dijo.
Valek y yo desmontamos. Yo la inspeccioné para ver si tenía heridas antes de
que ella resoplara con impaciencia y se alejara a pastar.
Yo me estremecí por el aire frío; me busqué dardos por el cuerpo, antes de
arrebujarme en mi capa.
—Ha faltado poco.
—En realidad, no —respondió Valek, acercándome a él—. Distrajimos a los
hombres, así que cuando el reyezuelo Cahil les dio la orden de disparar, no tuvieron
tiempo de apuntar.
Valek me daba calor, pese a que él no llevaba capa. Aparentemente, me leyó el
pensamiento:
—Compartiré la tuya —me dijo con una sonrisa de picardía—. Pero antes
necesitas una buena hoguera, comer y dormir un poco.
Yo negué con la cabeza.
—Te necesito a ti.
No me costó mucho convencerlo. Cuando le hube quitado toda la ropa, él se
unió a mí en mi capa.
Me desperté por el delicioso olor a carne asada. Entrecerrando los ojos bajo el
sol brillante, vi a Valek agachado junto al fuego. Había puesto un pedazo de carne a
hacerse sobre las brasas.
—¿El desayuno? —pregunté, mientras me rugía el estómago.
—La cena. Has dormido todo el día.
Yo me senté.
—Deberías haberme despertado. ¿Y si nos encuentra Cahil?
—Lo dudo, con toda esta magia en el aire —dijo Valek, y miró hacia el cielo
mientras olisqueaba el aire—. ¿Te molesta?
Yo abrí la mente al poder que nos rodeaba. La magia protectora de los Sandseed
intentaba invadir y confundir los pensamientos de Valek, pero su inmunidad
esquivaba los hilos de poder con facilidad. Parecía que la magia era también
indiferente a mi presencia.
—No —le dije a Valek. Después le hablé de mi parentesco lejano con el clan
Sandseed—. Si me acerco a su pueblo con la intención de hacerles daño, su
protección me atacaría. O eso, o lo haría uno de sus Tejedores de Historias.
Valek reflexionó.
—¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a la Meseta Daviian?
—Eso depende de Kiki. Si decide usar su paso de ráfaga de viento, podemos
llegar en pocas horas.
—¿Ráfaga de viento? ¿Así lo llamas? Nunca había visto a un caballo correr tan
rápido.
—Sólo lo hace cuando estamos en las llanuras. Quizá esté conectada con la
magia de los Sandseed.
Valek se encogió de hombros.
—Cuanto más rápidamente nos encontremos con Alea, mejor.
Sin embargo, seguía siendo una incógnita cómo íbamos a enfrentarnos con
Alea. Yo sabía que ella sería una amenaza para mí si había sobrevivido a su herida,
pero no quería matarla. Quizá con entregarla al clan Sandseed fuera suficiente. Pensé
en los comentarios que había hecho el Hombre Luna sobre los Vermin, y me di
cuenta de que, posiblemente, Ferde no se refería a que Alea vendría tras de mí
cuando había mencionado la existencia de otros, sino a que había más miembros del
clan de los Daviian.
Valek sacó la carne del fuego y me dio un pedazo.
—Come. Tienes que recuperar fuerzas.
Yo olfateé el pedazo de carne, de un animal no identificable.
—¿Qué es?
Él se rió.
—Mejor que no lo sepas.
—¿Venenos?
—Dímelo tú —bromeó él.
Yo le di un mordisco experimental. La jugosa carne tenía un extraño sabor a
tierra. Era algún tipo de roedor, pero no había venenos. Cuando terminé la cena,
comenzamos a recoger nuestras cosas.
—Valek, debes prometerme que después de que nos encarguemos de Alea
volverás a Ixia.
Él sonrió.
—¿Y por qué iba a hacerlo? Está empezando a gustarme este clima. Quizá me
construya una residencia de verano aquí.
—Esa actitud temeraria fue la que te metió en problemas en primer lugar.
—No, amor. Fuiste tú. Si no te hubieras dejado capturar por Goel, yo no me
habría dejado descubrir por el aspirante a rey.
—No fuiste tú. Me temo que fui yo, cuando luché con Cahil.
—¿Defendiendo mi honor otra vez? —me preguntó él.
En una ocasión, en Ixia, yo lo había desenmascarado sin darme cuenta al dar la
cara por él.
—Sí.
Valek sacudió la cabeza con asombro.
—Sé que me quieres, así que tú no puedes dejar de demostrármelo. De veras, no
me importa lo que Cahil piense de mí.
Yo pensé en Cahil.
—Valek, siento mucho haber creído que tú mataste a Goel.
Él desdeñó mi disculpa.
—Habrías tenido razón. Yo volvía a matarlo, pero Cahil me había adelantado —
dijo Valek, y se puso muy serio—. El reyezuelo sigue siendo un problema.
Yo asentí.
—Un problema del cual me encargaré yo.
—Y ahora, ¿quién es temeraria?
Yo comencé a protestar, pero Valek me silenció con un beso. Cuando se retiró,
yo noté que Kiki había alzado la cabeza y tenía las orejas estiradas.
«¿Olor?», le pregunté.
Entonces oí sonidos de cascos de caballo, que se acercaban hacia nosotros.
«Rusalka», dijo Kiki. «El Hombre Triste».
Mi primera reacción por el hecho de que Leif nos hubiera seguido fue sentirme
molesta. Pero al pensar que si él podía encontrarnos, Cahil también, sentí aprensión.
«¿Alguien más?», pregunté.
«No».
Valek desapareció entre la altísima hierba justo cuando la yegua de Leif se
materializó de entre una nube de polvo.
Mi hermano tenía los ojos abiertos de par en par.
—Ella nunca había hecho algo así.
Mi irritación se transformó en diversión. La piel negra de Rusalka brillaba de
sudor, pero no parecía que ella estuviera estresada.
—Yo lo llamo la ráfaga de viento de Kiki —le dije a Leif—. ¿Es Rusalka una
yegua de los Sandseed?
Mi hermano asintió. Antes de que pudiera decir una palabra más, yo vi un
borrón de movimiento a su izquierda cuando Valek saltó sobre la yegua y tiró a Leif
al suelo, aterrizando sobre él. Le arrebató el machete y se lo puso en el cuello,
mientras mi hermano intentaba recuperar el aliento.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Valek.
—He venido a buscar a Yelena —respondió Leif, jadeando.
—¿Por qué?
Para entonces, yo ya me había recuperado de la sorpresa.
—No pasa nada, Valek. Es mi hermano.
Valek apartó el machete, pero permaneció encima de él. Leif estaba
aterrorizado.
—¿Valek? No tienes olor. No tienes aura —dijo.
—¿Es tonto? —me preguntó Valek.
Yo sonreí.
—No —dije, y aparté a Valek de Leif—. Con su magia puede sentir el alma de
una persona. Tu inmunidad debe de estar bloqueando su poder —dije. Me incliné
sobre Leif y lo inspeccioné con mi magia para saber si se había roto algún hueso. No
encontré ninguna herida.
—¿Estás bien? —le pregunté a Leif.
Él se sentó y miró nerviosamente a Valek.
—No te preocupes por él. Es demasiado protector.
Valek refunfuñó.
—Si no estuvieras siempre metiéndote en problemas, protegerte no sería algo
tan instintivo para mí —dijo, y se frotó la pierna—. Ni tan doloroso.
Leif se había recuperado del susto, y se puso en pie.
Yo me sentí de nuevo molesta.
—¿Por qué has venido? —le pregunté.
Él miró a Valek, y después fijó la vista en el suelo.
—Por algo que dijo mamá.
Yo esperé.
—Me dijo que te habías perdido de nuevo, y que sólo un hermano que había
estado buscándote durante catorce años podría encontrarte.
—¿Cómo me encontraste?
Leif gesticuló, un poco salvajemente, hacia su yegua.
—Kiki encontró a Topaz en las llanuras, así que como Rusalka también se crió
con los Sandseed, pensé que podría pedirle que encontrara a Kiki. Y… y…
—Ella nos encontró muy deprisa —dije yo—. ¿Y por qué piensa Perl que estoy
perdida? ¿Y por qué te ha enviado a ti? No fuiste de ayuda la última vez —dije. En
aquel momento tuve que reprimir las ganas de darle un puñetazo. Había estado a
punto de matarme con su machete en casa de Ferde.
Leif se encogió de culpabilidad.
—No sé por qué me envió.
Estaba a punto de decirle que se fuera a casa, cuando apareció el Hombre Luna.
—Es un buen hombre —le dije a Valek, antes de que se lanzara a atacarlo.
—Esto parece un lugar de reunión —murmuró Valek entre dientes.
Cuando el Hombre Luna se acercó, le pregunté:
—¿No hay llegada misteriosa? ¿No te materializas de un rayo de luna? ¿Y
dónde está la pintura?
Las cicatrices que tenía en los brazos y las piernas resaltaban contra su piel
oscura, y llevaba unos pantalones cortos.
—No es divertido cuando ya te sabes esos trucos —respondió el Hombre Luna
—. Además, Fantasma me habría matado si hubiera aparecido de repente.
—¿Fantasma?
El Hombre Luna señaló a Valek.
—Kiki lo llama así. Los seres vivos mágicos vemos el mundo a través de la
magia. Lo vemos con nuestros ojos, pero no podemos verlo con nuestra magia. Así
que es como un fantasma para nosotros.
Valek escuchó al Hombre Luna. Aunque no tenía ninguna expresión en el
rostro, yo me di cuenta, por la tensión de sus hombros, que estaba preparado para
atacar.
—¿Otro pariente? —me preguntó Valek.
El Hombre Luna sonrió.
—Sí. Soy el primo tercero de la esposa del tío de su madre.
—Es un Tejedor de Historias, un mago del clan Sandseed —le expliqué a Valek.
Después me volví hacia el Hombre Luna—. ¿Y para qué has venido?
El rostro del mago se tornó serio.
—Estás en mis tierras. Yo podría hacerte la misma pregunta, pero ya sé cuál es
el motivo de tu venida. Yo estoy aquí para asegurarme de que cumples tu promesa.
—¿Qué promesa? —preguntaron Valek y Leif al unísono.
Yo desdeñé su pregunta con un gesto de la mano.
—Lo haré, pero ahora no. Necesitamos…
—Sé lo que os proponéis. Sin embargo, no tendréis éxito hasta que te
desenmarañes —me dijo el Hombre Luna.
—¿Yo? Pero creía que habías dicho… —me detuve. Él había hecho que le
prometiera que ayudaría a Leif, pero entonces recordé que el Hombre Luna me había
dicho que nuestras vidas estaban entrelazadas. Pero, ¿qué tenía que ver el hecho de
ayudar a Leif con la persecución de Alea?—. ¿Por qué dices que no tendremos éxito?
El Hombre Luna no respondió.
—¿No tienes más consejos crípticos? —le pregunté yo.
Él extendió las manos, una hacia Leif y otra hacia mí.
Valek resopló, no supe si por diversión o de pura irritación, y dijo:
—Parece que éste es un asunto de familia. Estaré cerca si me necesitas, amor.
Yo observé a Leif. Su reacción hacia el Tejedor de Historias, la última vez que
nos habíamos encontrado con él, había sido de miedo.
Sin embargo, en aquel momento dio un paso adelante y tomó la mano del
mago, lanzándome una mirada de determinación.
—Terminemos con esto —me dijo mi hermano.

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