jueves, 8 de agosto de 2013
Capítulo 32
De repente, recordé de nuevo a Janco. Agarré a Valek por el brazo y tiré de él,
explicándole lo que pasaba mientras los dos corríamos. Fuimos a buscar al médico y,
con la persuasión de un cuchillo, Valek consiguió que nos acompañara.
Cuando entramos en el ala de Reyad, sentí náuseas. Había trozo de brazos y
piernas por todas partes, como si alguien hubiera ido amputándolos sobre la marcha.
Las paredes estaban cubiertas de sangre, al igual que el suelo.
El médico quería detenerse con el primer hombre, pero Valek lo puso de pie y
seguimos avanzando hasta que vimos a Janco. Estaba tumbado de costado, con la
cabeza en el regazo de Ari. Estaba inconsciente, afortunadamente, una espada le
había atravesado el vientre. La punta le salía por la espalda. El rostro empapado de
sangre de Ari tenía una expresión sombría. A su lado, yacía un hacha, responsable de
aquella carnicería. Irys estaba sentada en el centro del círculo de los prisioneros.
Tenía la frente cubierta de sudor y una expresión distante en el rostro. Los hombres y
mujeres encadenados contemplaban la escena con ojos impasibles.
El viaje a la enfermería fue como una pesadilla. Todo pasó como envuelto en un
remolino hasta que me vi tumbada junto a Janco, sujetándole la mano. El médico
hizo todo lo posible, pero si la espada había atravesado algún órgano vital de Janco,
no sobreviviría.
Me habían curado mi herida y casi no notaba dolor alguno. Toda mi energía y
fuerza iban dirigidas a Janco.
Más tarde de aquel mismo día, me desperté tras un ligero sueño.
—¿Durmiendo en tu puesto de trabajo? —me susurro Janco con una débil
sonrisa en su pálido rostro.
Respiré aliviada. Si tenía fuerzas suficientes para insultarme, seguramente
sobreviviría.
Desgraciadamente, Irys no nos pudo decir lo mismo sobre el Comandante.
Cuatro días después de la muerte de Mogkan, aún no había recuperado su espíritu.
Sus consejeros sí se habían recuperado y se habían hecho cargo del control militar del
DM-5 y enviaron mensajeros al general Tesso, del DM-4 y al general Hazal, del 6,
requiriendo su presencia inmediatamente. Los generales tendrían la potestad de
decidir qué se haría a continuación si el Comandante no lograba sobrevivir.
Igual de desconcertante fue que ninguna de las víctimas de Brazell, Reyad y
Mogkan despertó de su letargo. Irys nos dijo que sus mentes eran como casas
abandonadas...
Irys y yo nos resignamos a pensar que vivirían el resto de sus días sumidos en
aquel letargo. Sufrí en especial la pérdida de Carra, aunque descubrí que May seguía
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MARIA V. SNYDER Dulce Veneno
viva y bien, entre el resto de los huérfanos. Yo decidí ir a visitarla en cuanto Janco
recuperara las fuerzas.
—Resulta evidente que los niños del orfanato de Brazell procedían de Sitia —
explicó Irys, que había venido a visitarme a la enfermería—. Mogkan espació
suficientemente los secuestros para no despertar sospechas. La magia suele ser más
fuerte en las mujeres, lo que explica que haya más chicas. Seguramente, Mogkan y
Brazell estuvieron mucho tiempo planeando esto. No creo que resulte difícil
encontrar a tu familia, Yelena.
—No sé... Antes de morir, Mogkan mencionó algo sobre el linaje de los Zaltana
—respondí.
—¡Zaltana! —exclamó Irys entre risas—. Ahora que me acuerdo, sí que
perdieron una hija. Dios mío. Si formas parte del clan de los Zaltana, te espera una
buena sorpresa. Eso explicaría por qué tú fuiste la única que no se plegó a los deseos
de Mogkan.
Miles de preguntas se me agolpaban en la garganta. Quería saber más sobre
aquella familia, pero no deseaba hacerme esperanzas. Tal vez yo no era una Zaltana.
Supuse que lo averiguaría cuando llegáramos a Sitia. Irys quería empezar mi
adiestramiento inmediatamente. No obstante, sentía cierta intranquilidad por tener
que abandonar Ixia. Cambié de tema.
—¿Cómo está el Comandante?
—El es diferente de los demás. Los prisioneros no tienen nada en la cabeza,
pero él se ha retirado a un lugar muy blanco. Si pudiera descubrir dónde está, tal vez
podría hacerlo regresar.
Consideré aquellas palabras durante unos instantes y pensé en un momento en
el que me quedé dormida en la sala de guerra.
—¿Puedo intentarlo?
—¿Por qué no?
Irys me acompañó a la habitación del Comandante. Me senté en la cama y tomé
su fría mano entre las mías. Cerré los ojos y envié mi poder mental hacia él.
Mis pies pisaron hielo. Un frío viento me azotó el rostro. Estaba rodeada por un
blanco cegador. Polvo de diamantes o copos de nieve, no estaba segura. Caminé
durante un largo rato, enfrentándome al gélido viento sin encontrar nada.
Estaba a punto de admitir mi derrota cuando recordé por qué pensé que podría
encontrar al Comandante. Me centré en la escena de una joven mujer llena de alegría
sobre el cuerpo sin vida de un tigre de nieve. De repente, el viento se detuvo. Estaba
al lado de Ambrose. Iba vestido con unas pieles blancas que parecían las del tigre.
—Regresa —dije.
—No puedo...
Al mirar a mí alrededor, vi que unos barrotes nos rodeaban por todas partes.
Me pareció una jaula a primera vista, pero, cuando me fijé mejor, descubrí que eran
soldados armados con espadas.
—Cada vez que trato de marcharme, ellos me lo impiden.
—Pero tú eres el Comandante.
—Aquí no. Aquí sólo soy Ambrosia, atrapada en un cuerpo equivocado. Los
soldados conocen mi maldición.
Miré el cuerpo del tigre.
—¿Cómo lo mataste?
El rostro de la muchacha se animó. Me contó que se había bañado en la esencia
del animal y que se había pasado semanas envuelto en pieles de tigre. Fingió ser uno
de los tigres, hasta que éstos la admitieron en su manada. Al final, conseguir su
trofeo sólo fue cuestión de tiempo.
—Eso demuestra que soy un hombre. Que me he ganado el derecho de ser un
hombre.
—En ese caso, tal vez debas ponerte tu trofeo. Las pieles no te ayudarán contra
tus soldados.
La mujer comprendió de repente. Miró al tigre muerto y se metamorfoseó en el
Comandante. Su largo cabello se acortó y le surgieron arrugas en el rostro. Las pieles
cayeron al suelo al tiempo que se materializaba su impoluto uniforme. Se apartó de
las pieles dándoles patadas.
—No deberías hacer eso —dije—. Podrías necesitarlas de nuevo.
—¿Te necesito a ti, Yelena? —me preguntó—. ¿Puedo confiar en que mantengas
en secreto mi mutación?
—He venido aquí para hacerte volver. ¿Te sirve eso como respuesta?
—Valek me juró lealtad cuando le grabé una c en el pecho. ¿Harías tú lo
mismo?
—¿Sabe Valek lo de Ambrosia?
—No. No has respondido a mi pregunta.
Le mostré al Comandante la mariposa de Valek.
—Llevo esto contra mi pecho. Le he jurado lealtad a Valek, que a su vez te es
leal a ti.
El Comandante alcanzó la mariposa. Yo permanecí inmóvil mientras me la
quitaba del cuello. Entonces, sacó un cuchillo de las pieles y se cortó la palma
derecha. Sostuvo el colgante en la mano ensangrentada y me extendió el cuchillo. Yo
extendí la mano e hice un gesto de dolor al notar el contacto con la hoja. Nuestras
sangres se mezclaron mientras sosteníamos la mariposa. Cuando me soltó, el regalo
de Valek estaba en mi mano. Lo volví a colocar en su lugar, sobre mi corazón.
—¿Cómo vamos a regresar? —me preguntó el Comandante.
—Tú eres el que manda.
—Lucharemos —dijo, sacando la espada.
Yo agarré una lanza que había junto al cuerpo del tigre. Era más ligera que mi
bastón, pero me serviría.
Nos enfrentamos a los soldados. Eran muy hábiles, pero el Comándate era un
espadachín estupendo. Era como luchar con cinco hombres más. No tardamos en
deshacernos de todos los hombres.
—Muy bien —dijo el Comandante—. Me has ayudado a redescubrirme, a matar
a todos mis demonios.
Me tomó la mano y se la llevó a los labios. De repente, la escena invernal se
desvaneció y me encontré de nuevo sentada en la cama, mirando a los poderosos ojos
del Comandante.
Aquella noche, Valek y yo informamos al Comandante de todo lo que había
ocurrido desde la reunión del brandy. Valek había interrogado a Brazell y había
descubierto que Mogkan y él llevaban diez años preparando el golpe. El Criollo
había sido el último eslabón de un plan muy elaborado.
—¿Y la fábrica? —preguntó el Comandante.
—Hemos detenido la producción —dijo Valek.
—Bien. Salvad los materiales que podáis y luego quemad la fábrica y todo el
Criollo que podáis encontrar.
—Sí, señor.
—¿Algo más?
—Sí. Brazell me contó que, cuando hubieran conseguido el control de Ixia,
planeaban invadir Sitia.
Al día siguiente, el Comandante celebró el juicio de Brazell con Valek a su
derecha. Como se esperaba, Brazell fue despojado de su rango y sentenciado a pasar
el resto de su vida en las mazmorras del Comandante.
Como se le permitieron unas últimas palabras, Brazell empezó a gritar;
—¡Idiotas! ¡Vuestro Comandante es un mentiroso! ¡Lleva años mintiéndoos! ¡En
realidad, se trata de una mujer vestido de hombre!
El silencio se apoderó de la sala, pero el Comandante no varió la expresión
neutral de su rostro. Muy pronto, las risas estallaron entre las cuatro paredes de la
sala. ¿Quién iba a creer las palabras de un lunático?
Por supuesto, las risas no se debían a que nadie creyera que la idea de una
mujer ostentando el poder era ridícula, sino porque el Comandante Ambrose tenía
una presencia muy poderosa. Además, debido a sus creencias y convicciones, yo, que
sabía la verdad, no podía pensar en él de ningún otro modo.
Más tarde aquel día, fui a visitar el orfanato. Encontré a May en el dormitorio.
Al verme, se levantó de su cama y se abrazó con fuerza contra mí.
—¡Yelena! Creí que jamás volvería a verte...
Yo la apreté con fuerza. Cuando ella se retiró, sonreí al verla. Su alegría se
desvaneció al saber lo de Carra. Entonces, vi lo mucho que la niña que yo recordaba
había crecido.
—¡Nos vamos contigo a Sitia! —exclamó May de repente, llena de alegría. Me
indicó una maleta que había en la puerta.
—¿Cómo?
—La dama del sur nos dijo que nos llevaría a nuestro hogar para ayudarnos a
encontrar a nuestras familias.
Sentí un extraño dolor en el corazón. Para mí, la palabra familia tenía un
significado diferente. Valek, Ari y Janco eran mi familia. Hasta Maren era como una
gruñona hermana mayor.
—Es maravilloso —dije, tratando de igualar su entusiasmo.
—Desgraciadamente, quedamos tan pocos...
—Valek se asegurará de que Carra y los demás estén bien cuidados.
—¡Valek! ¡Qué guapo!
Janco, por otro lado, me recibió con un rostro muy triste cuando fui a
despedirme de él. Irys, que se mostraba ansiosa por ir al sur, quería estar de camino
al día siguiente por la mañana. Ari se había hecho cargo de Janco y estaba sentado a
su lado.
—¿Qué ha pasado con el mensaje de amistad eterno que me escribiste en la
navaja?
—Vaya, vaya... ¿Ya lo has traducido?
Yo sonreí.
—En cuanto Janco esté mejor, nos marcharemos al sur —prometió Ari.
—¿Y qué vais a hacer allí?
—Nos vendrán muy bien unas vacaciones —comentó Janco, sonriendo.
—Cuídate —dijo Ari.
—En el sur no necesito protección. Además, me parece que no hace mucho
tiempo, superé a mis dos instructores. Además, no debéis preocuparos por mí.
Regresaré muy pronto.
—Eso espero. Quiero la revancha —replicó Janco.
Sin embargo, yo había hablado demasiado pronto sobre el regreso. Valek, Irys y
yo habíamos hablado de mi futuro, pero el Comandante parecía tener otros planes.
Aquella tarde, el Comandante Ambrose convocó una reunión. A solas con Valek, Irys
y Ari en el viejo despacho del general Brazell. Prometió respetar el tratado. Luego me
dijo mi destino.
—Yelena, me has salvado la vida y, por eso te doy las gracias. Sin embargo,
tienes poderes mágicos que no se toleran en Ixia. No me queda elección más que
ordenar tu ejecución.
Todos los presentes se quedaron atónitos. Cuando el Comandante le extendió
un papel a Valek, sentí una extraña frialdad en la piel. Valek no se movió.
—Señor, siempre he creído que tener un mago trabajando para nosotros nos
beneficiaría y, por ejemplo, habría impedido esta situación en particular. Podemos
confiar en Yelena.
—Tienes razón —afirmó el Comandante—. Aunque podemos confiar en ella,
aunque me salvó la vida, debemos cumplir el Código de Comportamiento. Lo
contrario, sería una señal de debilidad, algo que no me puedo permitir ahora, sobre
todo después del asunto con Mogkan. Además, los generales y mis consejeros no
confían en ella.
Una vez más, el Comandante extendió la orden de ejecución a Valek.
Mentalmente, escuché que Irys me decía que saliera huyendo. Me negué. Seguiría allí
hasta el final. No huiría.
—No voy a aceptarla —dijo Valek.
—¿Vas a desobedecer una orden directa?
—No. Si no la tomo, no tendré que desobedecerla.
—¿Y si hago que sea verbal?
—Obedeceré, pero será la última vez —replicó Valek, sacándose una daga del
cinturón.
Ari también desenvainó su espada.
—Tendrás que acabar primero conmigo —dijo, colocándose delante de mí.
—No, Ari...
Lo obligué a bajar la espada y me coloqué al lado de Valek. Nos miramos a los
ojos. Comprendí que su lealtad al Comandante no tenía límites. Comprendí que,
después de quitarme la vida, se quitaría la suya.
El Comandante nos observó atentamente.
—He firmado esa orden por el Código —dijo por fin—. Asignaré a otra persona
para que la lleve a cabo. Tal vez tarde unos días en encontrar la persona adecuada...
Aquella era la oportunidad que nos daba para que Irys y yo nos marcháramos
de Ixia.
—Os recuerdo que esta orden sólo es valida en Ixia —añadió—. Ahora, os
podéis marchar.
Todos salimos inmediatamente. Ari me abrazó con fuerza. Sin embargo, yo
sentí una profunda amargura al saber que me separaría de Valek tan pronto después
de unirnos.
Cuando tuvimos organizada nuestra «huida», Valek me apartó de los demás.
Nos besamos con pasión y urgencia desesperadas.
Cuando recuperamos el aliento, dije:
—Ven conmigo...
—No puedo. Yelena, tienes que aprender, tienes que encontrar a tu familia,
tienes que extender las alas y ver hasta dónde puedes volar. En estos momentos no
me necesitas, pero el Comandante sí.
Lo abracé con fuerza. Tenía razón. No lo necesitaba, pero quería que él
estuviera conmigo para siempre.
Nos marchamos aquella noche. Irys, ocho chicas y dos chicos y yo.
Caminamos durante varias horas hasta que encontramos un claro adecuado
para acampar aquella noche. Ari nos había suministrado todo lo que podríamos
necesitar durante el viaje. Levantamos seis pequeñas tiendas e Irys sorprendió a los
niños encendiendo el fuego tan sólo con un gesto de la mano. Cuando todos
estuvieron dormidos, yo me senté al lado del fuego. Por centésima vez, me pregunté
por qué Valek no habría acudido a despedirse de mí.
De repente, sentí movimiento. Me puse de pie y tomé mi bastón. Una sombra se
despegó de un árbol. Irys había creado una barrera mágica alrededor de las tiendas.
Según ella, la barrera nos ocultaría y provocaría que la persona que se nos acercara
sólo viera un claro. La sombra me sonrió. No parecía afectado por la magia. Era
Valek.
Extendió la mano. Yo le agarré los fríos dedos entre los míos y dejé que él me
apartara de las tiendas y me condujera al bosque.
—¿Por qué no viniste antes de que nos marcháramos? —le pregunté cuando
nos detuvimos.
—Estaba ocupando asegurándome de que el Comandante tenía problemas a la
hora de encontrar a alguien que llevara a cabo sus órdenes. Es sorprendente la
cantidad de trabajo que hay después de lo de Brazell —añadió con una sonrisa.
—¿Quién prueba ahora la comida del Comandante?
—Por el momento, yo, pero creo que la capitana Star sería una excelente
candidata. Dado que ella sabe quienes son todos los asesinos, me parece que su
ayuda sería muy valiosa.
Me tocó a mí sonreír. Star lo haría bien, si conseguía superar el adiestramiento...
—Ya basta de charla. Necesito despedirme de ti adecuadamente...
Pasé mi última noche en Ixia con Valek bajo aquel árbol. Las horas volaron.
Cuando el sol comenzó a entrometerse entre nosotros, despertándome de un feliz
descanso entre los brazos de Valek, me obligó a enfrentarme al día en el que tema
que separarme de él.
Presintiendo mi estado de ánimo, Valek dijo:
—Una orden de ejecución no nos ha conseguido separar antes. No lo va a
conseguir ahora. Estaremos juntos.
—¿Es una orden?
—No, una promesa.
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