Sentí miedo y comencé a temblar.
—Tienes que estar equivocado. Nadie puede despertar a los muertos.
Hayes se pasó la mano por los ojos cansados, mientras reconsideraba lo que
acababa de decir.
—Quizá he hablado apresuradamente —convino—. Sólo una persona de toda
nuestra historia podía revivir a los muertos —dijo, y se estremeció—. Y los resultados
fueron realmente horribles.
Yo quería hacer más preguntas, pero Hayes se fue hacia la puerta, insistiendo
en que tenía trabajo que hacer.
Con una sensación de inquietud, observé la forma inmóvil de Tula. A través de
la sábana y de su piel, veía cada una de sus heridas. Parecía como si, una vez que
había aprendido aquella nueva habilidad, no pudiera dejar de usarla. Las fracturas,
los esguinces y los hematomas se me mostraban con una luz roja brillante. Cuando
más estudiaba la luz, más conseguía concentrarme en las lesiones, y sentí cómo el
dolor de Tula se adueñaba de mí. Con una agonía repentina, me caí al suelo.
Me acurruqué y cerré los ojos con fuerza. Una pequeña parte de mí sabía que
aquel dolor era imaginario, pero, presa del pánico, intenté apartar de mí aquel
tormento. Atraje poder de la fuente. La magia me llenó. La acumulación se extendió
sobre mi piel como si fuera fuego. Entonces, liberé el poder.
Mis gritos resonaron por la habitación al sentir el alivio frío que aplastó mi
sufrimiento. Desprovista de toda energía, permanecí en el suelo, jadeando.
—Yelena, ¿estás bien?
Yo abrí los ojos. Hayes estaba inclinado junto a mí, mirándome con
preocupación. Yo asentí.
—¿Y Tula?
Él se apartó de mi lado.
—Está bien.
Yo me senté, y la habitación comenzó a dar vueltas a mi alrededor.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Hayes.
Yo quería decirle que había perdido el control, explicarle que mi viejo instinto
de supervivencia había actuado de nuevo y había reaccionado contra el dolor de
forma inconsciente. Pero no me había sentido así, y admitir que había perdido el
control sería peligroso.
Los magos incontrolados podían dañar la fuente del poder, y los Maestros se
verían obligados a matarme.
En vez de eso, apreté los labios, intentando poner orden en mis pensamientos
revueltos.
Antes de que pudiera hablar, Hayes dijo:
—Le has curado los otros dos dedos.
Estaba junto a la cama de Tula, tomándole la mano. Hayes inspeccionó sus
dedos antes de dejarle la mano sobre el pecho de nuevo.
Después, se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
—No deberías haber intentado esto sin mí. No me extraña que gritaras.
Reuniste demasiado poder y tuviste que liberarlo. Es un error de principiante, y
ahora estás exhausta. Necesitas reforzar tus mecanismos de control.
Mientras me ayudaba a ponerme en pie, la expresión de Hayes se relajó.
—Tienes la habilidad de sanar, pero necesitas guía. Te juzgué equivocadamente
al principio, pensando que quizá fueras una Halladora de Almas —dijo, con una risa
ahogada—. La próxima vez, espérame, ¿de acuerdo?
Yo asentí.
Hayes me guió hacia la puerta.
—Ve a descansar. Probablemente estarás débil durante unos días.
Mientras yo arrastraba los pies hacia el ala de los aprendices, recordé lo que
había ocurrido, y cuando me derrumbé sobre la cama, me las arreglé para
convencerme de que la explicación de Hayes había sido correcta. Casi.
Al día siguiente, una actividad frenética llenó el campus. Yo esquivé grupos de
gente que llevaba paquetes mientras caminaba hacia la torre de Bain.
Abrí la puerta de su despacho, e iba a preguntarle por los estudiantes que
habían llegado, cuando vi que tenía dos visitantes.
Bain estaba sentado tras su escritorio, y me hizo un gesto para indicarme que
pasara.
—Yelena, estos son mis estudiantes, Dax Greenblade, un aprendiz, y Gelsi
Moon, una principiante —dijo, extendiendo la mano hacia cada uno de ellos.
Ellos asintieron para saludarme. Tenían una expresión muy seria que parecía
fuera de lugar en sus rostros jóvenes. Supuse que Dax tendría unos dieciocho años,
mientras que la chica debía de tener quince.
—¿Has elegido otra estudiante, maestro Bloodgood? —preguntó Gelsi.
—No, Yelena está trabajando con otra maestra.
Yo tuve que contener una sonrisa cuando noté que ambos se relajaban. Dax me
lanzó una sonrisa.
Gelsi, sin embargo, estaba intrigada conmigo.
—¿Quién es tu mentora? —me preguntó.
—Irys… quiero decir, la maestra Jewelrose.
Los dos estudiantes se quedaron sorprendidos.
—¿De qué clan eres? —me preguntó Gelsi.
—Zaltana.
—¿Eres otra prima de Leif? —preguntó Dax—. Eres un poco mayor para
comenzar tu instrucción. ¿Qué extraño poder posees?
Su tono de voz era de curiosidad y de buen humor, pero Bain lo reprendió.
—Dax, eso es poco apropiado. Ella es la hermana de Leif.
—Ahhh… —Dax me miró con un súbito interés.
—¿Tenemos clase esta mañana? —le pregunté a Bain.
El mago asintió. Le indicó a Dax que se fuera a deshacer sus maletas, pero le
pidió a Gelsi que se quedara.
—Me temo que Irys volverá pronto y te reclamará —me dijo Bain con una
sonrisa—. Para este semestre, Gelsi tiene como objetivo aprender cómo comunicarse
mágicamente con otros magos. Irys me ha dicho que ésa es tu habilidad más fuerte.
Por lo tanto, me gustaría que me ayudaras a enseñarle esta habilidad a mi estudiante.
—Haré lo que pueda —dije yo.
Bain asintió de nuevo.
—Está bien. Yelena, quiero que intentes conectar con Gelsi.
Yo saqué algo de energía de mi cuerpo agotado, tiré de un hilo de poder y lo
dirigí hacia la muchacha, proyectando mi conciencia sobre ella. Noté su aprensión
por trabajar con una mujer extraña de Ixia en su mente.
«Hola», dije.
Ella se sobresaltó del susto.
Para ayudarla a relajarse, le conté:
—Yo nací en la Selva de Miáis. ¿Dónde naciste tú?
«Vivo con mi familia en las faldas de la Montaña Esmeralda. Cada mañana, una
nube de niebla de las montañas envuelve nuestra casa».
Yo le mostré la morada de mis padres, sobre los árboles. Hablamos
mentalmente sobre los hermanos. Gelsi tenía dos hermanas mayores y dos hermanos
menores, pero ella era la única de la familia que había desarrollado poderes mágicos.
Bain nos observó en silencio. Al cabo de unos instantes, nos interrumpió.
—Ahora romped la conexión.
Agotada, yo relajé mi mente.
—Gelsi, te toca establecer contacto con Yelena.
Ella cerró los ojos, y yo sentí que buscaba mi mente. Lo único que tendría que
hacer sería tirar de su conciencia.
—No la ayudes —me dijo Bain.
Así pues, me limité a mantener la mente abierta. Sin embargo, ella no pudo
alcanzarme.
—No te preocupes —le dijo Bain—. La primera vez es la más difícil.
Bain me observó con una mirada amable.
—Lo intentaremos en otra ocasión. Gelsi, ve a deshacer las maletas y a
instalarte.
Después de que la muchacha hubiera dejado el despacho de Bain, me dijo:
—No me extraña que te agotaras anoche. Hayes me ha contado algo. Ahora,
cuéntamelo tú —me indicó.
Yo le hablé del dolor y del poder.
—Parece que aún no tengo el control al completo.
Después de decírselo, esperé a ver si me reprendía. Sabía que, si mis acciones
hubieran sido en realidad un estallido incontrolado, los Magos Maestros lo hubieran
sentido. Y estaba segura de que Roze habría actuado sin dudarlo.
—Lección aprendida —me dijo Bain—. Sanar heridas requiere un enorme
esfuerzo. Ya es suficiente por hoy. Nos veremos esta noche en la fiesta.
¡La fiesta! Se me había olvidado.
—¿Qué debo…? —antes de terminar la pregunta, me interrumpí. Me había
sentido tonta por preguntar acerca de un atuendo.
Bain me sonrió.
—Yo no soy un experto en la materia, pero puedes ir a ver a Zitora. Ella
disfrutará ayudándote —me dijo, como si me hubiera leído el pensamiento—.
Además, le vendrá bien la compañía.
—Creía que estaba muy ocupada con el Consejo.
—Y lo está, pero está realizando la transición de pasar cinco años estudiando a
hacer las cosas por sí misma. El hecho de que no tenga tiempo para ser mentora no
significa que no tenga tiempo para tener amigos.
Yo me despedí de Bain y me dirigí a la torre de Zitora. Cuando llegué a sus
dependencias, ella me saludó con una sonrisa espléndida, que sólo vaciló cuando
hablamos sobre el estado de Tula. La conversación se volvió finalmente hacia la
fiesta, y yo le pregunté qué debía ponerme.
Entonces, pese a mis protestas, ella me llevó a su habitación y abrió su armario.
Allí me lleno los brazos de vestidos, faldas y blusas de encaje, señalando que era una
suerte que tuviéramos la misma talla. Después, pasó a otra habitación, y cuando
volvió, me puso encima del montón de ropa unas sandalias negras.
—Suelas de goma, cuero suave y tacón bajo. Perfectas para bailar —dijo,
riéndose.
—Pero… no puedo aceptar todo esto —dije, e intenté devolverle la ropa—. Sólo
he venido a pedir consejo, no a llevarme tu guardarropa.
Yo había planeado ir de compras al mercado. Con la vuelta de los residentes de
Citadel, las tiendas permanecían abiertas todos los días.
Ella me guió hacia la puerta de su habitación.
—No te preocupes, eso no lo notaré en mi armario. Soy una coleccionista de
ropa. No puedo pasar ante una tienda sin encontrar algo que debo comprarme.
—Al menos, déjame pagarte…
—Ya basta —dijo ella, alzando la mano—. Te lo pondré más fácil. Mañana me
voy en misión del Consejo, y, para disgusto mío, tendré que ir escoltada por cuatro
soldados. Irys y Roze pueden moverse por toda Sitia solas, y a ellas les asignan todas
las misiones divertidas y secretas. Pero el Consejo se preocupa por mí, así que sólo
me asignan misiones con escolta —dijo con frustración—. Te he visto practicando con
tu arco cerca de los establos. ¿Qué te parece que intercambiemos mi ropa por unas
cuantas lecciones de defensa propia?
—Muy bien. Pero, ¿por qué no aprendiste a defenderte cuando eras estudiante
aquí?
—Odiaba al Maestro de Armas —dijo ella—. Era un matón que convertía las
clases en sesiones de tortura. Disfrutaba causando dolor. Yo lo evitaba a toda costa.
Cuando los Maestros se dieron cuenta de que yo tenía fuertes poderes, se
concentraron más en mi aprendizaje.
—¿Quién es el Maestro de Armas?
—Uno de los norteños de Cahil. Se llama Goel —dijo Zitora, y se estremeció de
repugnancia—. Aunque aquello no era tan malo como el examen de Maestro… —
dijo, y se interrumpió con una expresión de horror en el semblante. Entonces, movió
la cabeza como si quisiera librarse de recuerdos no deseados—. De todos modos,
Roze se ofreció a enseñarme, pero preferiría que tú fueras mi profesora —dijo, y me
lanzó una sonrisa conspirativa.
Después de ponernos de acuerdo en aquel intercambio, yo me despedí y fui a
mi habitación. Por el camino me preguntaba sobre el examen de Maestro. ¿Qué
tendría de horrible? Debía preguntárselo a Irys.
El patio que estaba junto a mi habitación estaba abarrotado de estudiantes.
Algunos chicos estaban jugando a la pelota, otros estaban tumbados en la hierba y
otros charlaban en grupo. Con los brazos llenos de ropa de Zitora, yo intenté abrir la
puerta.
—¡Eh, tú! —dijo alguien.
Yo miré a mi alrededor y vi un grupo de chicas que me estaban haciendo
gestos.
—Las barracas de primer año están por allí —me dijo una de ellas, de pelo
rubio y largo—. Éste ala es sólo para aprendices.
—Gracias, pero ésta es mi habitación —dije yo, y me di la vuelta de nuevo.
Me las arreglé para abrir la puerta justo antes de sentir el picor del poder en la
espalda. Dejé la ropa en el suelo y me volví. El grupo de chicas se había acercado a
mí.
—Tú no tienes por qué estar aquí —me dijo la chica rubia, con un brillo
peligroso en sus ojos color violeta—. Eres nueva. Yo conozco a todo el mundo, y los
estudiantes nuevos van a las barracas de primer año. Tú tienes que ganarte una
habitación aquí.
Una magia persuasiva emanaba de ella. Yo sentí un fuerte deseo de recoger mis
cosas y mudarme al dormitorio de los de primer año. Rechacé su orden mágica
fortaleciendo mis defensas mentales.
Ella gruñó de indignación. Entre todas las muchachas pasaron varias miradas.
El poder se intensificó cuando todas se unieron. Yo me preparé para otro ataque,
pero antes de que pudieran usar su poder al unísono, una voz cortó el
enfrentamiento.
—¿Qué está ocurriendo aquí?
El poder se disipó cuando Dax Greenblade interpuso su cuerpo fibroso y
musculoso entre las muchachas y yo, mirándolas con sus ojos de color verde
transparente. Al sol, su piel bronceada le hacía parecer mayor.
—Ella no tiene por qué estar aquí —repitió la muchacha.
—Yelena es estudiante de la Cuarta Maga —dijo Dax—. Se le ha asignado una
habitación en este ala.
—Pero eso no es justo —se quejó la muchacha—. Uno tiene que ganarse el
derecho de estar aquí.
—¿Y quién te ha dicho que ella no lo tiene? —le preguntó Dax—. Si te parece
que la Cuarta Maga se ha equivocado, te sugiero que se lo comentes.
Hubo un incómodo silencio mientras el grupo regresaba al jardín. Dax se quedó
conmigo.
—Gracias —le dije—. Supongo que no he hecho amigos.
—Tienes tres puntos en contra, me temo. Uno —dijo Dax, y extendió uno de sus
dedos largos—. Eres nueva. Dos. La Cuarta Maga es tu mentora. Cualquier
estudiante que haya sido seleccionado por uno de los Maestros estará sujeto a los
celos de los demás. Si estás buscando amigos, creo que Gelsi y yo somos tus únicas
opciones.
—¿Y cuál es el tercer punto?
Él sonrió con socarronería.
—Los rumores y las especulaciones. Los estudiantes buscarán cualquier detalle
de información sobre ti y sobre por qué estás aquí. No importa si la información es
cierta o no. De hecho, cuanto más extraño sea el chisme, mejor. Y tengo la sensación,
por lo que ya he oído sobre ti, que cualquier chisme tuyo será interesante y dará
lugar a más cotilleos.
Yo observé su rostro. Tenía arrugas de preocupación en la frente, pero no
detecté engaño en su expresión.
—¿Chismes?
—Tú eres la hermana perdida de Leif, eres mayor que el resto de los estudiantes
y eres extremadamente poderosa.
Lo miré con sorpresa. ¿Poderosa yo?
—No he venido a ayudarte a ti. He venido a protegerlas a ellas —dijo, y señaló
con un movimiento de la cabeza hacia el grupo que estaba en el jardín.
Antes de que yo pudiera decir nada, Dax señaló hacia una habitación, que
estaba cinco puertas más allá de la mía.
—Ven cuando quieras, por cualquier razón. Gelsi está en el barracón de los
principiantes, junto al muro oeste.
Dax me dijo adiós y se marchó a su habitación. El grupo transfirió
momentáneamente su hostilidad hacia él, antes de volver a mirarme. Yo cerré la
puerta de mis habitaciones.
Estupendo. El primer día, y ya era una apestada.
Pero, ¿qué podía importarme? Yo estaba allí para aprender, y no para hacer
amigos. Además, cuando las clases empezaran, los estudiantes estarían demasiado
ocupados como para pensar en mí.
Yo busqué entre la ropa que me había prestado Zitora. Elegí una falda negra,
larga, y una blusa roja y negra con el escote en forma de uve. Me lo probé. Decidí que
dejaría el arco en la habitación para la fiesta, así que hice un corte en la costura de los
bolsillos de la falda para tener acceso rápido a mi navaja. Las sandalias eran un poco
grandes, así que hice otro agujero en las correas.
Hasta que no me miré en el espejo no me di cuenta de que llevaba los colores
del Comandante Ambrose, la misma combinación de mi uniforme del norte. Pensé
en llevar otro atuendo, e incluso me probé ropa distinta, pero estaba más cómoda con
la primera elección.
Me deshice la trenza y me di cuenta de que mi pelo era una masa lacia. Me
había cortado los enredos y los nudos el año anterior, y las puntas me habían crecido
abiertas. La melena negra me llegaba por los hombros. Necesitaba un buen corte y un
lavado.
Me puse la ropa de día y salí de mi habitación para visitar a Topaz y a Kiki y
darles manzanas. La conversación en el patio cesó cuando yo salí. No presté atención
a los demás y me dirigí al establo. Me detendría en los baños al volver.
La hora de la fiesta llegó antes de lo que yo me esperaba. De nuevo, estaba en
mi habitación, frente al espejo, observando mi aspecto con ojo crítico. Me aparté un
rizo de la cara.
Una ayudante de los baños me había reprendido al verme cortándome yo
misma el pelo. Me había quitado las tijeras y me había cortado las puntas. Después
me había rizado el pelo con unas tenacillas calientes.
En vez de estar recogido en un moño, mi pelo caía libremente formando suaves
rizos. Estaba ridícula. Sin embargo, antes de que pudiera arreglármelo, alguien llamó
a la puerta.
Yo agarré mi arco y miré por la ventana. Cahil estaba esperando fuera. Su pelo
y su barba parecían de plata a la luz de la luna.
Yo abrí la puerta y dije:
—Creía que íbamos a encontrarnos en… —entonces, no pude continuar. Me
quedé boquiabierta.
Cahil llevaba una larga túnica de seda de color azul oscuro. El cuello de la
túnica estaba bordado en plata y tenía forma de uve; dejaba al descubierto parte de
su pecho musculoso. Las mangas eran largas y anchas, y llevaba un cinturón ancho
de plata, con piedras preciosas, para ceñirse la túnica a la estrecha cintura. Los
pantalones iban a juego con la túnica, y llevaba unas botas de cuero brillantes.
Realeza encarnada.
—Pasaba por tu habitación de camino. Me pareció una tontería no parar —me
dijo.
Yo me di cuenta de que él no podía ver cómo lo estaba mirando, con la boca
abierta.
—¿Estás lista?
—Dame un momento —dije yo, y entré a la sala de estar.
Le señalé una silla a Cahil mientras volvía a mi habitación para sujetarme la
navaja al muslo con una correa, bajo la falda. No tenía tiempo para arreglarme el
pelo, así que me lo metí detrás de las orejas. ¡Rizos! Vivir en Sitia me estaba
ablandando.
En los labios de Cahil se dibujó una amplia sonrisa cuando me vio a la luz de la
sala.
—No te rías —le advertí.
—Nunca me río de una mujer guapa. Prefiero reírme y bailar con ella.
—Las alabanzas huecas no funcionan conmigo.
—Todo lo que he dicho era cierto —dijo Cahil, y me ofreció el brazo—. ¿Nos
vamos?
Después de una ligera vacilación, tomé su brazo.
—No te preocupes. Sólo soy tu acompañante esta noche. Te ofrecería protección
ante las atenciones de los borrachines, pero sé que eres capaz de defenderte sola.
Probablemente, vas armada, ¿verdad?
—Siempre.
Caminamos en silencio, amigablemente. Pronto se unieron a nosotros otras
parejas y grupos que iban en la misma dirección. Una música animada se oía a lo
lejos, y fue haciéndose más fuerte a medida que nos acercábamos.
El comedor de la Fortaleza se había convertido en un gran salón de baile. Había
banderines naranjas, rojos y amarillos colgados del techo y de las paredes. Las
carcajadas y las conversaciones competían con la música, mientras la gente comía,
bebía y bailaba en la pista. Parecía que todo el mundo llevaba sus mejores galas, y la
habitación brillaba con las joyas reflejando la luz de las velas.
Nuestra llegada pasó inadvertida; sin embargo, mientras Cahil me guiaba entre
la multitud hacia el fondo de la habitación, recibimos un par de miradas de sorpresa.
Yo me sobresalté cuando detecté a Leif entre la gente. No lo había visto desde
que Irys se había marchado, y supuse que, como ya se había graduado, no tenía nada
que ver con los estudiantes o las clases. Sin embargo, allí estaba, junto a Roze y Bain.
Cahil se dirigió hacia ellos.
Estuve a punto de desmayarme cuando mi hermano me sonrió, pero cuando
me reconoció, su sonrisa se convirtió en un gesto de desagrado. Me pregunté qué
tendría que hacer para conseguir una sonrisa verdadera de Leif, pero me quité
aquello de la cabeza. Yo no quería ganarme su aprecio, y no lo necesitaba. Y quizá si
seguía repitiéndome aquello, acabara por creérmelo.
Cuando nos unimos al grupo, Bain alabó mi peinado, y Roze hizo caso omiso
de mí. El ambiente sólo se animó cuando Zitora se acercó.
—¡Perfecta! ¡Absolutamente perfecta! —exclamó al ver mi atuendo.
La conversación pronto se centró en asuntos del Consejo, y Cahil presionó a
Roze para que lo pusiera en el orden del día de alguna de las reuniones. Yo no tenía
interés en hablar de política, y me puse a observar a la gente. Vi sólo a unos cuantos
de los hombres de Cahil. Llevaban uniforme, y estaban de servicio, dispuestos junto
a las paredes de la sala, en vez de estar disfrutando de la fiesta.
Miré a los que bailaban durante un rato y aprendí los pasos de la danza. Los
movimientos se repetían siguiendo un patrón.
Aparecieron Dax y Gelsi. Los estudiantes de Bain saludaron a los tres Maestros
con formalidad. Gelsi llevaba un vestido verde que iba a juego con sus enormes ojos,
y Dax llevaba una camisa roja con unos pantalones negros.
—Eh, vamos conjuntados —me dijo—. ¿Quieres bailar?
Yo sonreí al mirar a Cahil, que estaba hablando con Leif.
—Claro.
Dax sonrió y me llevó a la pista. Observar había sido más fácil que bailar, pero
con la guía de Dax, pronto me hice con el ritmo.
Mientras dábamos vueltas por la pista, Dax dijo:
—¿Te acuerdas de cuando te dije que tenías tres puntos en contra?
Yo asentí.
—Ahora son cinco.
—¿Y por qué? —pregunté con exasperación. Era difícil creer que hubiera tenido
tiempo para enfadar a alguien más.
—Has llegado a la fiesta del brazo de Cahil. Todo el mundo pensará dos cosas:
primera, que eres su novia. Segunda, que eres simpatizante de Ixia, y eso es lo peor
de todo.
—Bueno, pues están equivocados. ¿Quién saca todas esas conclusiones?
—Yo no, desde luego —dijo Dax—. Si yo estuviera a cargo de todo esto, habría
más postres en la comida, más fiestas y mucho más baile.
Bailamos un rato en silencio. Yo pensé en todo lo que él me había dicho, y
decidí no malgastar el tiempo preocupándome de lo que pensaban los demás, o en
querer cambiar su percepción sobre mí. El tiempo que yo pasara en la Fortaleza sólo
era una escala; que pensaran lo que quisieran. Mi nerviosismo con respecto a aquella
velada se disipó al tomar aquella decisión. Sonreí.
—Te brillan los ojos. ¿Qué estás planeando?
—¿Sólo tienen cinco cosas contra mí? —dije yo, entrecerrando los ojos—. Eso es
muy poco. Me parece que debería conseguir ocho o diez.
Dax sonrió.
—Eres demasiado modesta. Creo que tú puedes conseguir quince o veinte.
Me reí. Dax y yo seguimos bailando por la pista unas cuantas canciones más
antes de volver con el grupo. Cahil nos recibió con una mirada agria. Antes de que él
pudiera decir algo o seguir debatiendo con Leif, lo tomé por la mano y tiré de él
hacia la pista.
—Esta noche no es para los negocios —le dije, mientras seguíamos a Dax y a
Gelsi por la pista—. Esta noche es para divertirse. Para bailar, en vez de pelear.
Él se rió.
—Tienes razón.
La noche voló mientras yo bailaba con Cahil, Dax y Bain. Incluso el Maestro de
Caballerizas bailó conmigo. Si Cahil no hubiera insistido, yo no hubiera parado ni
para bailar.
La llegada de Irys hubiera convertido la noche en algo perfecto, pero yo noté el
agotamiento en su rostro. Llevaba un sencillo vestido azul, en vez de su ropa de
viaje, así que debía de haber tenido un rato para bañarse y arreglarse el moño con
rubíes y diamantes antes de llegar a la fiesta.
—¿Va todo bien? ¿Has encontrado a la hermana de Tula? —le pregunté.
Irys asintió.
—Su hermana, Opal, está con ella ahora —dijo, y me miró de una forma
extraña.
—¿Vamos a ayudar a Tula esta noche?
Irys negó con la cabeza.
—Dejemos que Opal pase un rato con su hermana. Es la primera vez que la ve
desde que Tula fue secuestrada —respondió, y de nuevo, me miró de una manera
rara.
—Entonces, ¿qué ocurre? Hay algo que no me estás diciendo.
—Yo le advertí a Opal sobre el estado de Tula, tanto físico como psíquico. Sin
embargo, cuando llegamos, parecía que había ocurrido un milagro.
—¿Se ha despertado Tula? —le pregunté, confusa, mientras ella me miraba a los
ojos con una expresión intensa.
—No, su alma aún está escondida, pero su cuerpo está completamente sano.
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