Mientras me reclinaba contra la pared, me aferré a la mano
de Mogkan. Sentía
que el mundo se difuminaba a mí alrededor. De repente, sentí
un incómodo tirón y el
bloqueo que me oprimía la garganta desapareció. Al tiempo
que trataba de recuperar
el aliento, recuperé los sentidos y me di cuenta de que
estaba tumbada en el suelo. A
mi lado, Valek estaba sentado sobre el pecho de Mogkan. Lo
tenía agarrado por el
cuello, pero no dejaba de mirarme a mí.
Mogkan sonrió cuando Valek se puso de pie y le obligó a él a
hacer lo mismo.
—Espero que seas consciente de la pena que te espera por ser
mago en el
territorio de Ixia —dijo Valek—. Si no, yo estaré encantado
de decírtelo.
Mogkan se estiró el uniforme y ajustó la larga y oscura
trenza en la que llevaba
recogido su cabello.
—Algunos dirían que tu habilidad para oponerte a la magia te
convierte a ti en
un mago, Valek.
—El Comandante es de otra opinión. Estás arrestado.
—En ese caso, tú te llevarás una gran sorpresa. Te sugiero
que hables con el
Comandante antes de que hagas algo demasiado drástico.
—¿Qué te parece si te mato ahora mismo? —le espetó Valek,
acercándosele
peligrosamente.
Un profundo dolor me atravesó el abdomen. Yo lancé un grito
y me enrollé
sobre mí misma. La agonía era insoportable. Valek dio otro
paso al frente. Yo grité al
experimentar una sensación parecida a la del fuego en la
espalda y en la cabeza.
—Acércate más y ella se convertirá en cadáver —dijo Mogkan,
con la voz llena
de astucia.
Con los ojos llenos de angustia, Valek trató de seguir hacia
delante, pero al final
permaneció inmóvil.
—Vaya, vaya... Eso sí que es interesante. Al Valek de antaño
no le habría
importado que yo matara a un simple catador de comida.
Yelena, niña mía, me acabo
de dar cuenta de lo útil que vas a ser para mí.
El intenso dolor resultaba insoportable. Habría muerto
gustosa tan sólo para
escapar de él. Antes de perder el conocimiento, lo último
que vi fue cómo Mogkan se
marchaba, sin que Valek se lo impidiera.
Me desperté sumida en la oscuridad. Tenía algo pesado sobre
la frente.
Alarmada, traté de incorporarme.
—Tranquila —dijo Valek, obligándome a tumbarme.
Me toqué la cabeza y noté un trapo húmedo. Parpadeé para que
los ojos se me
acostumbraran a la luz y comprobé que estaba en mi
habitación. Valek estaba de pie
a mi lado con una taza en la mano.
—Bébete esto.
Tomé un sorbo. Me repugnó el sabor a medicina, pero Valek
insistió en que me
lo terminara. Cuando la taza estuvo vacía, la colocó sobre
la mesilla de noche.
—Descansa —me ordenó. Entonces, se dio la vuelta para
marcharse.
—Valek —dije, para que se detuviera—. ¿Por qué no mataste a
Mogkan?
—Una maniobra táctica. Mogkan te habría matado a ti antes de
que yo hubiera
podido acabar con él. Tú eres la clave de muchos enigmas. Te
necesito.
Se dirigió de nuevo a la puerta, pero se detuvo en el
umbral.
—He denunciado a Mogkan ante el Comandante, pero él se ha
mostrado...
impasible —añadió, agarrando con fuerza el pomo de la
puerta—. Yo me encargaré
de vigilar al Comandante hasta que Brazell y Mogkan se
marchen. He designado a
Ari y a Janco como tus guardaespaldas personales. No te
marches de estas
habitaciones sin ellos. Y deja de comer Criollo. Yo me
encargaré de probar el del
Comandante. Quiero ver si te ocurre algo.
Valek se marchó, dejándome a solas con mis turbadores
pensamientos.
Tal y como había prometido y para enojo del Comandante,
Valek no se apartó
de su lado. A Ari y a Janco les gustó poder disponer de un
cambio de rutina, pero yo
les hice trabajar mucho. Cuando no estaba probando las
comidas del Comandante,
hacía que Ari me instruyera en las peleas a cuchillo y que
Janco me diera más clases
sobre abrir cerraduras.
La marcha del Comandante estaba programada para el día
siguiente, lo que
significaba que había llegado el momento de realizar mi
propio reconocimiento. Era
media tarde, y sabía que Valek estaría con el Comandante
hasta muy tarde. Les dije a
Ari y a Janco que me iba a acostar temprano y les di las
buenas noches en el umbral
de la puerta de las habitaciones de Valek. Después de
esperar durante una hora, salí
al pasillo.
Los corredores del castillo no estaban tan desiertos como
había esperado, pero,
afortunadamente, el despacho de Valek estaba situado en una
parte bastante
tranquila del castillo. Me acerqué a la puerta y, tras
asegurarme de que no había
nadie, metí mis punzones en la primera de las tres
cerraduras. Sin embargo, los
nervios hicieron que me resultara imposible hacer saltar la
cerradura. Respiré
profundamente y volví a intentarlo.
Había conseguido abrir dos de las cerraduras cuando oí
voces. Rápidamente,
saqué los punzones de la cerradura y llamé a la puerta justo
cuando los dos hombres
aparecían en el pasillo.
—Está con el Comandante —dijo uno de ellos.
—Gracias —repliqué.
Entonces, comencé a caminar en la dirección opuesta. El
corazón me latía con la
misma velocidad que las alas de un colibrí. Cuando vi que
los hombres se habían
marchado, regresé al despacho de Valek. La tercera cerradura
resultó ser la más
difícil. Cuando conseguí abrirla, estaba completamente
cubierta de sudor. Entré
rápidamente en el despacho y cerré la puerta a mis espaldas.
Mi primera tarea era abrir el armario en el que se guardaba
mi antídoto. Tal vez
Valek tenía allí anotada la receta. Cuando lo conseguí,
encendí una pequeña lámpara
para mirar en su interior. Había muchas botellas y frascos.
La tensión se fue
apoderando de mí. Lo único que descubrí fue una gran botella
que contenía el
antídoto. Vertí unas cuantas dosis en el frasco que llevaba
en el bolsillo, sabiendo que
Valek se daría cuenta si tomaba demasiado.
Después de volver a cerrar el armario, empecé a registrar
los archivos de Valek.
Afortunadamente, sus papeles personales estaban muy bien organizados.
Encontré
informes sobre Margg y el Comandante. Sentí la tentación de
leerlos, pero me centré
en buscar el archivo que contenía mi nombre o alguna
referencia al Polvo de
Mariposa. En mi archivo personal, Valek había escrito unos
comentarios muy
interesantes sobre mi habilidad para notar sabores, pero no
había mención alguna
del veneno ni del antídoto.
Cuando terminé con el escritorio, me dirigí a la mesa de
conferencias. Rebusqué
entre libros y carpetas, pero era consciente de que el
tiempo se me estaba acabando.
Tenía que regresar a mi habitación antes de que Valek
acompañara al Comandante a
su suite.
Terminé con la mesa. Sentí una profunda desilusión al darme
cuenta de que
aún me quedaba por registrar la mitad del despacho. De
repente, oí el distintivo
sonido que hacía una llave al introducirse en la cerradura.
Un clic. Se retiró la llave.
Apagué la luz mientras sonaba el clic correspondiente a la
segunda cerradura. Me
lancé bajo la mesa de conferencias, esperando que las cajas
que se apilaban debajo de
ella me ocultaran por completo. Recé para que fuera Margg y
no Valek. El tercer clic
hizo que se me detuviera el corazón.
La puerta se abrió y se cerró. Unos pasos cruzaron la sala y
alguien se sentó al
escritorio. No me arriesgué a mirar para ver de quién se
trataba, pero sabía que era
Valek. ¿Se había retirado pronto el Comandante? Repasé las
opciones que tenía: ser
descubierta o esperar a que Valek se marchara. Me puse
cómoda.
Unos minutos después, alguien llamó a la puerta.
—Entre —dijo Valek.
—Su... su paquete ha llegado, señor —anunció una voz
masculina.
—Hágalo pasar.
Inmediatamente, oí un ruido de cadenas y alguien que
arrastraba los pies al
andar.
—Puede marcharse —ordenó Valek. La puerta se cerró.
Inmediatamente, capté
el olor rancio de las mazmorras.
—Bien, Tentil. ¿Eres consciente de que eres el siguiente en
ir al cadalso? —
preguntó Valek. —Sí, señor —susurró una voz. —Estás aquí
porque mataste a tu hijo
de tres años con un arado y afirmaste que se trataba de un
accidente. ¿Es correcto?
—Sí, señor. Mi esposa acababa de morir. Yo no me podía
permitir una niñera
para el niño. No sabía que él se había metido debajo
—murmuró el hombre, con la
voz desgajada por el dolor.
—Tentil, en Ixia no valen las excusas. —Sí, señor. Lo sé,
señor. Quiero morir,
señor. Me resulta imposible soportar la culpa.
—En ese caso, la muerte no sería un castigo adecuado, ¿no te
parece? Vivir sería
una sentencia mucho más dura. De hecho, yo conozco una
granja muy productiva en
el DM-4 que, trágicamente, ha perdido al granjero y a su
esposa. Han quedado tres
huérfanos con menos de seis años. Tentil morirá en la horca
mañana mismo, o eso
será lo que crea todo el mundo. Sin embargo, tú te dirigirás
al DM-4 para hacerte
cargo de una granja de trigo y de criar a esos tres niños.
Te sugiero que lo primero
que hagas sea contratar a una niñera. ¿Comprendido?
—Pero...
—El Código de Comportamiento ha realizado un papel
fundamental a la hora
de librar a Ixia de los indeseables, pero también carece en
cierto modo de
comprensión humana. A pesar de mis argumentos, el Comandante
no logra
comprender este punto, por lo que en ocasiones yo me ocupo
personalmente de
algunos asuntos. Mantén la boca cerrada y sobrevivirás. Uno
de mis hombres de
confianza te irá a ver de vez en cuando...
Yo escuché completamente incrédula aquellas palabras. No
podía creer lo que
acababa de oír.
En aquel momento, alguien llamó a la puerta.
—Entre —dijo Valek—. En el momento justo, como siempre Wing.
¿Has traído
los documentos? —preguntó. Oí el ruido de unos papeles—. Tu
nueva identidad,
Tentil. Wing te acompañará al DM-4. Puedes marcharte.
—Sí, señor —repuso Tentil, con la voz rota por la emoción.
Seguramente se
sentía abrumado. Yo sabía cómo me sentiría si Valek me
ofreciera una vida en
libertad.
Cuando los hombres se marcharon, un doloroso silencio se
apoderó del
despacho. Me temí que el sonido de mi respiración me
delatara. De repente, la silla
de Valek se deslizó sobre el suelo. Entonces, él bostezó
ruidosamente.
—Bueno, Yelena, ¿te ha parecido interesante esa
conversación?
Me mantuve inmóvil, esperando que él estuviera elucubrando.
Sin embargo, su
siguiente frase no me dejó dudas.
—Sé que estás detrás de la mesa.
Me puse de pie. No había ira en su voz. Se había reclinado
sobre la silla y había
puesto los pies en el escritorio.
—¿Cómo has...? —empecé.
—Te gusta el jabón de lavanda y yo no seguiría con vida si
no pudiera darme
cuenta de que alguien ha forzado mis cerraduras. A los
asesinos les encantan las
emboscadas y eso de dejar cadáveres detrás de puertas
misteriosamente cerradas.
Muy divertido.
—¿No estás enfadado conmigo?
—No. En realidad, me siento aliviado. Ya me estaba
preguntando cuándo
registrarías mi despacho para buscar la receta del antídoto.
—¿Aliviado? —repetí, furiosa—. ¿De que haya intentado
escaparme? ¿De que
haya rebuscado en tus papeles? ¿Tan seguro estás de que no
voy a conseguir nada?
—No. Lo que me alivia es que vayas siguiendo los pasos
habituales de los
intentos de escapada y que no hayas inventado un plan
diferente. Si sé lo que estás
haciendo, puedo anticipar tu siguiente movimiento. Si no es
así, podría ser que se me
escapara algo. Naturalmente, el hecho de aprender a forzar
cerraduras conduce a
esto. No obstante, dado que la fórmula del antídoto no está
escrita y sólo la conozco
yo, estoy seguro de que no la encontrarás.
Llena de furia, apreté con fuerza los puños para no
estrangular al señor
sabelotodo.
—Muy bien. No tengo posibilidad de escapar. ¿Qué te parece
esto? Le has dado
a Tentil una nueva vida. ¿Por qué no a mí?
—¿Cómo sabes que no lo he hecho ya? —replicó Valek,
poniéndose de pie—.
¿Por qué crees que estuviste un año en las mazmorras? ¿Fue
sólo la suerte la que
provocó que tú fueras la siguiente cuando Oscove murió? Tal
vez simplemente
estaba actuando en nuestra primera reunión, cuando pareció
que me sorprendía
tanto de que fueras una mujer.
Aquello me resultaba insoportable.
—¿Qué es lo que quieres, Valek? —pregunté—. ¿Quieres que
deje de intentarlo?
¿Qué me contente con una vida envenenada?
—¿De verdad lo quieres saber?
—Sí...
—Te quiero... no como sirvienta, sino como colaboradora
leal. Eres inteligente,
rápida y te estás convirtiendo en una luchadora decente.
Quiero verte tan dedicada
como yo a la hora de preservar la vida del Comandante. Sí,
es un trabajo peligroso,
pero, por otro lado, un salto mal calculado sobre el cable
podría hacerte romper el
cuello. Eso es lo que quiero. ¿Serás capaz de dármelo?
—dijo, mirándome
atentamente a los ojos—. Además, ¿a dónde irías? Tu lugar es
éste.
Sentí la tentación de ceder. Sin embargo, sabía que si no
moría víctima del
veneno o asesinada por Brazell, la magia salvaje que había
en mi sangre terminaría
por explotar y me llevaría con ella. La única marca física
que dejaría en el mundo
sería una pequeña arruga en la fuente de poder. Además, sin
el antídoto, estaba
perdida de todos modos.
—No lo sé. Hay demasiado...
—¿Que no me has dicho?
Asentí, incapaz de hablar. Hablarle sobre mis habilidades
mágicas sólo serviría
para que me mataran antes.
—Resulta difícil confiar y mucho más saber en quién hacerlo
—dijo.
—Y mi experiencia ha sido horrenda. Es una de mis
debilidades.
—No, uno de tus puntos fuertes. Mira a Ari y a Janco. Se
convirtieron en tus
protectores mucho antes de que yo los asignara para que lo
fueran, todo porque tú
los defendiste delante del Comandante cuando no lo hizo ni
su propio capitán.
Piensa en lo que tienes ahora antes de que me des una
respuesta. Te has ganado el
respeto del Comandante y de Maren y la lealtad de Ari y
Janco.
—¿Y qué me he ganado de ti, Valek? ¿Lealtad? ¿Respeto?
¿Confianza?
—Tienes mi atención, pero, si me das lo que quiero, podrás
tenerlo todo.
A la mañana siguiente, los generales se prepararon para
marcharse. Los
soldados tardaron cuatro horas en reunirse. Cuatro horas de
ruido y confusión.
Cuando por fin todos hubieron pasado por las puertas
exteriores de la muralla,
pareció que el castillo exhalaba un suspiro de alivio.
Entonces, el Comandante
informó de que la delegación de Sitia llegaría al día
siguiente. Sus palabras
provocaron un enorme revuelo. El silencio inicial se vio
seguido por una frenética
actividad mientras los sirvientes se disponían a llevar a
cabo sus obligaciones.
Aunque me alegraba de que Mogkan y Brazell se hubieran
marchado, me sentía
sin fuerzas. Aún no le había dado a Valek su respuesta. Para
seguir con vida, tenía
que marcharme al sur, pero, sin el antídoto, no
sobreviviría. El temor llenó mi
corazón al comprender la realidad de mi inevitable destino.
Al día siguiente, se requirió mi presencia en la ceremonia
de bienvenida que se
organizó para la llegada de la delegación de Sitia. Yo
sentía una cierta aprensión ante
la presencia de los sureños. Me parecía como si alguien me
estuviera diciendo que
mirara lo que no podía tener.
Desde que la sala del trono se había convertido en un enorme
despacho, el
único lugar del castillo que podía albergar aquella clase de
acontecimientos era la
sala de guerra del Comandante. Una vez más, Valek tuvo que
ponerse su uniforme
de gala y colocarse al lado derecho del Comandante mientras
yo esperaba tras ellos.
Por fin, cuando se anunció la llegada de la delegación, me
asomé un poco para
ver mejor.
Los de Sitia entraron en la sala como si estuvieran
flotando. Sus exóticos y
coloristas vestidos eran largos y les cubrían por completo
los pies. Además,
completaban su atuendo con máscaras animales adornadas con
brillantes plumas y
pieles. Se detuvieron delante del Comandante y se abrieron
hasta formar una uve.
Su líder, que llevaba la máscara de un halcón, habló con voz
muy formal.
—Le traemos los saludos de sus vecinos del sur. Esperamos
que esta reunión
acerque más a nuestros dos países. Para mostrar nuestro
compromiso con este
empeño, hemos venido preparados para mostrarnos ante usted.
Entonces, los cinco se quitaron las máscaras con un
estudiado movimiento.
Parpadeé varias veces de asombro, esperando que todo
cambiara durante
aquellos segundos de oscuridad. Desgraciadamente, mi mundo
había pasado de mal
a peor. Valek me miró con rostro resignado, como si él
tampoco pudiera creer el giro
que habían dado los acontecimientos.
La persona que se ocultaba bajo la máscara del halcón era
Irys. Su líder era una
maga maestra que estaba a una corta distancia del Comandante
Ambrose.
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