Valek se tensó al notar el contacto. ¿Acaso estaba esperando
que yo fuera a
estrangularle? A medida que mis manos empezaron a masajearle
los músculos, fue
relajándose.
—¿Qué harías si, de repente, el mundo fuera perfecto y no
tuvieras a nadie a
quien espiar? —le pregunté.
—Me aburriría —admitió.
—Venga, en serio. Tendrías que cambiar de profesión.
—No sé... ¿Instructor de armas?
—No. Es un mundo perfecto. No se permiten las armas —dije,
bajando las
manos por la espalda—. ¿Qué te parece un erudito? Has leído
todos estos libros, ¿no?
¿O acaso los tienes aquí para que les cueste trabajo a los
intrusos colarse?
—Los libros me sirven de muchos modos diferentes, pero dudo
que tu sociedad
perfecta necesitara un experto en asesinatos.
—No —susurré, deteniéndome un instante—. Por supuesto que
no.
—¿Qué te parece escultor? Podría tallar estatuas
extravagantes. Podríamos
redecorar el castillo y animarlo un poco. ¿Y tú? ¿Qué harías
tú?
—Sería acróbata —contesté, mientras le masajeaba la zona
lumbar.
—¡Acróbata! Bueno, eso explica muchas cosas.
Excitada por el contacto con el esculpido cuerpo de Valek,
le deslicé las manos
hacia el estómago. Al diablo con Reyad. El brandy me había
relajado más allá del
miedo. Empecé a desabrochar los pantalones de Valek.
Él me agarró con fuerza las muñecas y me detuvo las manos.
—Yelena, estás bebida —dijo con voz ronca.
Me soltó las manos y se puso de pie. Yo permanecí sentada,
observando con
sorpresa que él se inclinaba sobre mí y me tomaba en brazos.
Sin decir una palabra,
me llevó a mi habitación y me tumbó en la cama.
—Duerme un poco, Yelena —musitó, antes de salir de la
habitación.
Mientras observaba la oscuridad, el mundo daba vueltas a mí
alrededor.
Coloqué una mano sobre la pared que había junto a mi cama
para tranquilizar mis
pensamientos. Ya lo sabía. Valek no tenía más interés en mí
que en mi trabajo como
catadora de comidas. Me había dejado atrapar por los
cotilleos de Dilana y los celos
de Maren. El dolor del rechazo que sentía en el alma era
culpa mía.
¿Por qué no había aprendido ya? En mi experiencia, las
personas se convertían
en monstruos. Brazell, Rand, la presencia constante de
Reyad... ¿Y Valek? ¿Se
transformaría en uno o acaso lo había hecho ya? Como Star
había dicho, yo no
debería estar pensando en él en absoluto, al menos no como
compañero ni para
llenar el vacío de muerte que me ocupaba el corazón.
Como si eso fuera posible. Me eché a reír. «Mírate, Yelena.
Eres una catadora de
comida que conversa con fantasmas». Tenía que sentirme
agradecida por respirar,
por seguir viva. No debería anhelar más que la libertad en
Sitia. Entonces podría
llenar el vacío. Decidí olvidarme de todo pensamiento
sentimental y concentrarme en
seguir viva.
El hecho de escapar a Sitia rompería los vínculos con Valek.
Cuando hubiera
obtenido el antídoto del Polvo de Mariposa, podría poner mis
planes en movimiento.
Decidida, repasé mentalmente lo que había aprendido para
forzar cerraduras y, por
fin, me quedé dormida.
Me desperté una hora antes del alba con un terrible dolor de
cabeza. Tenía la
boca seca. Con mucho cuidado, me levanté de la cama y me
cubrí los hombros con
una manta. Entonces, fui a buscar algo de beber. A Valek le
gustaba el agua fría y
siempre tenía una jarra en el balcón.
El frío aire de la noche me despejó. Los muros del castillo relucían
por efecto del
fantasmal reflejo de la luna llena. Vi la jarra de metal.
Tenía una fina capa de hielo
sobre la parte superior. La rompí con el dedo y me eché el
agua directamente a la
boca.
Cuando incliné la cabeza para tomar un segundo trago, noté
un objeto con
forma de araña negra que se aferraba a la pared del
castillo, por encima de mi cabeza.
Con creciente alarma, me di cuenta de que la forma descendía
hacia mí. No era una
araña, sino una persona.
Busqué un lugar en el que esconderme, pero decidí que el
intruso seguramente
ya me había visto. Me pareció que sería mejor encerrarme en
la suite y buscar a
Valek. Sin embargo, antes de que pudiera volver a entrar en
el salón, dudé. En el
interior, las ropas negras del intruso resultarían difíciles
de detectar. Desde que Janco
me había enseñado a forzar cerraduras, una puerta cerrada ya
no me daba sensación
de seguridad. Tras maldecirme por haber dejado mi navaja en
la habitación, me
dirigí al lado más alejado del balcón con la jarra en la
mano.
El intruso salvó la distancia que le quedaba saltando al
balcón. Algo en sus
movimientos me resultó familiar.
—¿Valek?
Valek sonrió y se quitó un par de gafas oscuras. El resto de
su rostro estaba
escondido tras una capucha que le cubría por completo la
cabeza y que formaba
parte de una ceñida malla corporal.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Reconocimiento. Los generales suelen quedarse levantados
hasta tarde
después de que el Comandante abandona la reunión del brandy.
Por eso tuve que
esperar hasta que todo el mundo se hubo marchado a la cama.
Valek entró en la suite y se quitó la capucha. Tras encender
la lámpara que
había sobre la mesa, se sacó un papel de un bolsillo.
—No me gustan los misterios. Habría dejado que la identidad
del sucesor del
Comandante permaneciera en secreto, tal y como lo he hecho
durante quince años,
pero la oportunidad de esta noche resultaba demasiado
tentadora. Con ocho
generales borrachos durmiendo la mona, me podría haber
puesto a bailar sobre sus
camas sin que se enteraran. Ni siquiera uno de ellos tiene
imaginación. Vi que todos
se metían el sobre que les dio el Comandante en su maletín
—añadió. Entonces, me
indicó que me acercara al escritorio—. Ven, ayúdame a
descifrar esto.
Me entregó un duro trozo de papel, sobre el que había
garrapateados una serie
de palabras y números. Había copiado los ocho trozos del
mensaje cifrado del
Comandante entrando en cada uno de los dormitorios de los generales.
Me pregunté
por qué confiaba en mí, pero, como sentía demasiada
curiosidad, acerqué una silla
para ayudarle.
—¿Cómo rompiste el sello de cera? —pregunté.
—Un viejo truco. Lo único que se necesita es un cuchillo
afilado y una pequeña
llama. Ahora, léeme el primer grupo de letras.
Lo escribió y luego ordenó las letras hasta que hubo creado
la palabra «asedio».
Entonces, abrió un libro y pasó las páginas, que estaban
llenas de símbolos como los
que había en mi navaja. La página en la que se detuvo estaba
decorada con un
enorme símbolo azul que parecía una estrella en medio de
tres círculos.
—¿Qué es eso?
—El viejo símbolo de la batalla para la palabra «asedio». El
rey muerto utilizaba
estos símbolos para comunicarse con sus capitanes durante
tiempos de guerra. Los
creó hace cientos de años un gran estratega. Léeme el
siguiente texto. Deberían ser
números.
Le dije los números. Él empezó a contar las líneas del
texto.
Mientras lo hacía, se me ocurrió que podría utilizar aquel
libro para descifrar el
mensaje de mi navaja. Nada de tarde o temprano. Janco se
sorprendería.
Cuando Valek alcanzó un número, escribió una letra en una
página en blanco.
Cuando terminó de descifrar el mensaje, se quedó
completamente inmóvil y contuvo
el aliento.
—¿Quién es? —pregunté, incapaz de esperar un momento más.
Lo miré. Estaba cansado y parecía algo resacoso.
—Te daré una pista. ¿Quién se mostró más contento por el
cambio? ¿Qué
nombre no hace más que salir en las situaciones más
extrañas?
El terror me abrazó como si fuera una capa. Si algo le
ocurría al Comandante,
Brazell estaría al mando. Probablemente, yo sería una de sus
prioridades.
Seguramente, no viviría lo suficiente para ser testigo de
los cambios que él efectuaría
en Ixia.
Valek comprendió inmediatamente el gesto de mi rostro.
—Así es. Brazell.
Durante dos días, el Comandante fue reuniéndose uno a uno
con cada uno de
los generales. Mis breves y periódicas interrupciones para
probar la comida del
Comandante provocaban incómodos momentos de silencio. La
tensión era palpable
en el castillo, como lo eran las constantes peleas de los
soldados de los generales.
Al tercer día, cuando llegué para probar el desayuno del
Comandante, lo
encontré sumido en una profunda conversación con Brazell y
el consejero Mogkan.
Los ojos del Comandante estaban vidriosos y su voz era
monótona.
—¡Fuera de aquí! —rugió Brazell.
Mogkan me obligó a salir a la sala del trono.
—Espera aquí hasta que te llamemos —me ordenó.
Dudé un instante, sin saber si debía obedecer aquella
petición tan inusual. Si me
lo hubiera ordenado Valek o el Comandante, no habría dudado,
pero me molestaba
obedecer a Mogkan. Mis preocupaciones se acrecentaron dado
que había empezado a
imaginarme que Brazell tenía la intención de asesinar al
Comandante. Estaba a punto
de ir a buscar a Valek cuando él mismo entró en la sala del
trono y, con una
expresión dura en el rostro, se dirigió al despacho del
Comandante.
—¿Qué estás haciendo aquí? —me preguntó—, ¿Aun no has
probado el
desayuno del Comandante? —Se me ha ordenado esperar. Está
con Brazell y
Mogkan.
El miedo se reflejó en el rostro de Valek. Entró en el
despacho y yo lo seguí.
Mogkan estaba de pie detrás del Comandante, apretándole las
sienes con los dedos.
Cuando Valek apareció, Mogkan dio un paso atrás.
—Ya verá, señor, que éste es un modo excelente de aliviar
los dolores de cabeza
—dijo suavemente.
El rostro del Comandante recuperó de nuevo la animación.
—Gracias, Mogkan —respondió. Entonces, miró con frialdad a
Valek—. ¿Qué
es tan importante?
—Tengo noticias preocupantes, señor —contestó Valek,
lanzando dardos con la
mirada a Brazell y a Mogkan—. Me gustaría discutirlas con
usted en privado.
El Comandante programó la reunión para más tarde y el
general y el consejero
se marcharon.
—Yelena, prueba el desayuno del Comandante ahora mismo.
—Enseguida.
Valek observó cómo yo probaba el desayuno con una intensa
expresión en el
rostro que me puso muy nerviosa. ¿Acaso creía que la comida
estaba envenenada?
Probé el té y la tortilla, pero no detecté nada extraño.
Coloqué la bandeja sobre el
escritorio del Comandante.
—Yelena, si tengo que volver a tomar la comida fría, haré
que te azoten, ¿me
comprendes? —me espetó. La voz del Comandante carecía de
pasión, pero la
amenaza era genuina.
—Sí, señor —dije, sabiendo que no serviría de nada
explicarme.
—Puedes marcharte.
Salí corriendo del despacho, casi sin fijarme en la
increíble actividad de la sala
del trono. De repente, noté que una voz me susurraba algo en
la cabeza. «Tienes
hambre». Efectivamente, de repente me sentí muy hambrienta,
por lo que me dirigí
rápidamente a la cocina.
Cuando di la vuelta a una esquina, me encontré con el
consejero Mogkan.
Entrelazó su brazo con el mío y me guió a una parte aislada
del castillo. Ir con él
parecía algo natural, pero yo quería marcharme. Quería tener
miedo, terror, pero no
podía experimentar emoción alguna. Mi hambre se había disipado.
Me sentí
satisfecha.
Mogkan me llevó a un pasillo desierto. Comprendí que era un
callejón sin
salida, pero me resultó imposible reaccionar de modo alguno.
Los ojos grises de
Mogkan me miraron durante un instante antes de que me
soltara el brazo. Con los
dedos trazó la línea de rombos negros que tenía por la manga
del uniforme.
—Mi Yelena —dijo, posesivamente.
El miedo se apoderó de mí en el momento en el que se rompió
el contacto físico.
A pesar de todo, no podía moverme. Los músculos de mi cuerpo
no respondían a las
frenéticas órdenes que yo les enviaba para poder salir
huyendo.
¡Un mago! Mogkan tenía poderes. Los había utilizado durante
la reunión del
brandy, lo que había alertado a Valek. Sin embargo, no pude
seguir pensando más en
el tema cuando Mogkan se me acercó.
—Si me hubiera imaginado que causarías tantos problemas,
jamás te habría
llevado al orfanato de Brazell —dijo con una sonrisa al
notar mi confusión—. ¿No te
dijo Reyad que yo te había encontrado?
—No.
—Estabas perdida en el bosque. Sólo tenías seis años. Eras
una niña tan
hermosa e inteligente... Una delicia. Te rescaté de las
garras de un leopardo porque
sabía que tenías potencial. Sin embargo, eras demasiado
testaruda, demasiado
independiente. Cuanto más nos esforzábamos, más te
resistías. Incluso ahora,
cuando estoy unido a ti, sigues resistiéndote. Puedo darle
órdenes a tu cuerpo —dijo.
Entonces, levantó el brazo izquierdo y el mío se levantó,
repitiendo de modo
idéntico los movimientos de él.
—Sin embargo, si tratara de controlar tu cuerpo y tu mente,
tú terminarías
derrotándome —concluyó, sacudiendo la cabeza con
incredulidad, como si el
concepto le sorprendiera—. Afortunadamente, lo único que se
necesita es una suave
presión.
Apartó la mano y realizó un gesto con los dedos, como si
estuviera dando un
pellizco. Entonces, sentí que se me cerraba la garganta.
Incapaz de defenderme, caí al
suelo. Traté de gritar, pero no pude. Mi mente me lo
impidió. Mogkan estaba
utilizando la magia. Tal vez pudiera bloquearlo antes de
perder el conocimiento.
Traté de recitar venenos mentalmente.
—Qué fuerza —dijo Mogkan con admiración—, pero esta vez no
te servirá de
nada.
Se inclinó sobre mí y me besó tiernamente en la frente, como
si se tratara de un
padre.
Sentí que se extendía por mi cuerpo una profunda paz. Dejé
de resistirme. La
visión se me nubló. Sentí que Mogkan me tomaba la mano y la
sostenía entre las
suyas.
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