contradictorios me ardían en el pecho. No fui capaz de tomar
una decisión, y escondí
la orden de ejecución en mi mochila. Sería mejor pensar en
ello más tarde.
Recordé la promesa que les había hecho a mis padres y me
dirigí hacia el
comedor, con la esperanza de encontrarlos allí, comiendo.
Por el camino me encontré
con Dax.
—Yelena —me dijo, caminando a mi lado—. No te he visto
durante días.
—Seguro que te estás muriendo por contarme los cotilleos que
corren sobre mí
por el campus. ¿A que sí?
—Tengo vida propia. Quizá haya estado demasiado ocupado como
para
preocuparme de los cotilleos —refunfuñó él, fingiendo que yo
había herido sus
sentimientos.
Yo lo miré.
El suspiró.
—Está bien, tú ganas. Me aburro muchísimo. El Segundo Mago
está
concentrado jugando a los detectives, y Gelsi está metida
hasta el cuello en un
proyecto, y ya nunca la veo —me explicó con dramatismo—. Mi
vida es tan aburrida
que tengo que subsistir con tus aventuras.
—Y como los cotilleos son algo tan fiable…
—Tus aventuras se han convertido en leyendas —me dijo,
riéndose—. ¿Adonde
vas ahora? ¿Vas a matar un dragón? ¿Puedo ser tu escudero?
Abrillantaré tu báculo
de poder todas las noches con mi camisa. Te lo prometo…
Riéndome, invité a Dax a comer con mi familia. Encontramos a
mis padres en el
comedor y nos sentamos con ellos. Durante la comida, Dax fue
de gran ayuda. El
tema de la conversación fueron principalmente los estudios,
la equitación y los
asuntos cotidianos, y mis padres no tuvieron ocasión de
preguntarme por la sesión
del Consejo. Y cuando mi madre se ofreció a destilar una
colonia especial para Dax,
yo supe que estaba contenta de que hubiera encontrado un
amigo en Sitia.
Después de despedirnos de Dax, mis padres y yo fuimos a sus
habitaciones.
Mientras Perl hacía un té en la pequeña cocina, yo le
pregunté a Esau por el curare.
El se pasó la mano por la cara.
—Nunca pensé que alguien lo usara de ese modo —dijo,
sacudiendo la cabeza
—. Cuando descubro algo nuevo, siempre experimento con ello
hasta que conozco
todos los efectos secundarios y cuáles son los resultados de
un abuso de la sustancia.
Entonces, sopeso lo bueno y lo malo. Algunos descubrimientos
nunca han visto la
luz, pero otros, aunque no son perfectos, tienen más
beneficios que riesgos.
Esau se interrumpió cuando Perl entró en la habitación con
la bandeja del té. Mi
padre me envió una mirada de advertencia, y yo deduje que mi
madre no sabía nada
del horrible uso que Ferde había hecho del curare.
Ella sirvió el té y se sentó a mi lado en el sofá.
—¿Qué ocurrió en la sesión del Consejo? —me preguntó.
Yo les di una versión suavizada de las acusaciones de Cahil
contra el Ayudante
Ilom. Perl se llevó la mano al cuello cuando yo mencioné el
nombre de Valek, pero se
relajó cuando le conté que en la sesión se había demostrado
que Cahil estaba
equivocado. No les hablé de las afirmaciones de Cahil sobre
mi relación con Valek,
pero sí les di la noticia del asesinato de Goel.
—Bien —dijo Perl—. Me ahorra el esfuerzo de echarle una
maldición.
—¡Mamá! —dije yo, y me quedé anonadada—. ¿Puedes hacer eso?
—Los perfumes y colonias no son lo único que puedo preparar.
Yo miré a Esau, y él asintió.
—Me alegro de que Reyad y Mogkan ya hayan muerto. Tu madre
tiene bastante
imaginación cuando está enfadada.
Preguntándome qué otras sorpresas descubriría sobre mis
padres, cambié de
tema y les pregunté por su viaje hacia la Fortaleza y por la
familia Zaltana. Pasé el
día con ellos, tal y como les había prometido.
Cuando llegó la hora de que me marchara, Esau se ofreció a
acompañarme a mi
habitación. A medio camino, mi padre me dijo:
—Tengo que decirte otra cosa sobre el curare.
—¿Hay más?
El asintió.
—En dosis bajas, el curare es excelente para anestesiar una
herida. A mí nunca
se me había ocurrido que alguien usara la sustancia en
grandes dosis para paralizar
el cuerpo entero. Más tarde, descubrí otro efecto secundario
que en aquel momento
no me pareció importante. Pero ahora… —Esau se detuvo y se
volvió hacia mí—. En
dosis altas, el curare también puede neutralizar las
habilidades mágicas de una
persona.
Yo palidecí. Aquello significaba que el curare podría
incluso dejar a un Mago
Maestro en la más absoluta indefensión. La noche siguiente
era el momento elegido
para el intercambio secreto. Como yo había conseguido
invadir el cuerpo de Goel con
mi magia, había planeado hacerme también con el de Ferde,
creyendo que, incluso si
estaba incapacitada con la droga, aún podría usar mi magia.
Sin embargo, con
aquella nueva noticia parecía imprescindible el hecho de
evitar cualquier disparo de
curare.
Mi padre debió de ver el horror reflejado en mis ojos.
—Hay una especie de antídoto —me dijo.
—¿Un antídoto? ¿Cuál es?
—El theobroma.
Aquello creaba un nuevo problema. El theobroma era un
delicioso dulce que
tenía el desafortunado efecto de abrir la mente de una
persona a las influencias
mágicas. El General Brazel había usado aquel postre con
sabor a nueces para poder
vencer la fuerte voluntad del Comandante Ambrose, y que
Mogkan pudiera hacerse
con el control de la mente del Comandante.
Si yo comía aquel dulce, abriría también mi mente a las
influencias mágicas.
Mis defensas mentales no funcionarían contra otro mago,
aunque fuera más débil
que yo.
—¿Cuánto theobroma necesitaría tomar? —le pregunté a mi
padre.
—Mucho. Aunque yo podría concentrarlo —dijo él.
—¿Y podrías hacerlo para mañana por la tarde?
Él se quedó mirándome fijamente con preocupación.
—¿Vas a hacer algo que yo no debería contarle a tu madre?
—Sí.
—¿Importante?
—Muy importante.
Mi padre pensó en mi petición. Cuando llegamos a mi
habitación, me abrazó.
—¿Sabes lo que estás haciendo?
—Tengo un plan.
—Yelena, te las arreglaste para volver a casa a pesar de
todo. Confío en que
vencerás de nuevo. Tendrás el antídoto mañana al mediodía.
Se quedó en la puerta de mis habitaciones como un oso
protector, mientras yo
registraba el interior. Convencido de que su hija estaba a
salvo, me dio las buenas
noches y se fue.
Yo me tumbé en la cama y le di vueltas a lo que me había
contado Esau. Con la
ventana abierta, me senté y saqué la navaja de debajo de la
almohada. Valek entró
por la ventana con agilidad y se dejó caer sin un solo
sonido sobre mi cama. Después
cerró las ventanas y se unió a mí.
—Tienes que marcharte. Hay demasiada gente que sabe que
estás aquí —le dije.
—No hasta que hayamos encontrado al asesino. Y además, el Comandante
me
ordenó que protegiera a la Embajadora. No estaría cumpliendo
con mi obligación si
me marchara.
—¿Y si ella te ordenara que te marcharas a casa?
—Las órdenes del Comandante están por encima.
—Valek, ¿tú matas…?
Él silenció mi pregunta con un beso. Yo tenía que hablar de
muchas cosas con
él; de la muerte de Goel y del ofrecimiento del Comandante.
Sin embargo, cuando su
cuerpo se amoldó al mío y yo percibí de lleno su esencia,
todos los pensamientos de
asesinatos y de intrigas se desvanecieron. Le tiré de la
camisa, y él sonrió con placer.
El tiempo que teníamos para estar juntos era limitado, y yo
no quería malgastar la
noche con las palabras.
Cuando me desperté estaba a punto de amanecer, y Valek se
había marchado.
Yo me sentía con energías nuevas. Mi cita con Ferde era a
medianoche, así que repasé
mi plan a medida que pasaban las horas.
Aquel día, al despedirme de Irys cuando terminó nuestra
clase, me sentí muy
culpable por lo que iba a hacer sin decírselo. Sin embargo,
sabía que si le confiaba el
plan que Valek y yo habíamos ideado, no me permitiría
llevarlo a cabo.
Irys creía que los Magos serían capaces de encontrar
finalmente a Ferde, y que
sacrificar a Opal sería un pequeño precio que pagar por
Sitia.
Yo creía que arriesgarse era la única forma de detenerlo.
Conocer los riesgos e
intentar minimizarlos sería la clave del éxito.
Sin embargo, yo sabía que aunque tuviera éxito en el rescate
de Opal y la
captura de Ferde, Irys dejaría de ser mi mentora y acabaría
con nuestra relación. En
aquel caso, yo ya no tendría obligaciones con Sitia. Podría
hablarle al Comandante
sobre Cahil y sus planes de reunir un ejército para hacerse
con el control de Ixia.
Cahil, aquella comadreja, no había tenido ningún reparo en
hablarle al Consejo de mi
vinculación con Valek.
Mi padre me estaba esperando fuera del ala de invitados.
Había concentrado el
theobroma en una pastilla del tamaño y la forma de un huevo
de codorniz.
—Lo he envuelto en gelatina para que no se derrita —me dijo.
—¿Porqué?
—Si estás paralizada por el curare, no podrías comerlo —me
explicó—. Puedes
sujetar la pastilla entre los dientes. Si te atacan con
curare, muérdelo e intenta tragar
todo lo que puedas antes de que los músculos de la mandíbula
queden paralizados.
Con suerte, el resto se disolverá en tu boca y se te
deslizará por la garganta.
Antes de saber la existencia de aquel antídoto, mi principal
objetivo era que
nadie consiguiera herirme con curare. Si iba por voluntad
propia con Ferde, él no
necesitaría usarlo. O eso esperaba yo, al menos. La píldora
de Esau me hizo sentir
más confianza en el plan de aquella noche, y además, él me
había dado una idea. Yo
tomé prestadas otras cuantas cosas más de mi padre.
Me pasé lo que quedaba de tarde practicando la defensa
propia con Zitora.
Después cené con mis padres, y más tarde, fui al establo.
Cahil no había aparecido para darme la clase de equitación.
Aquello no me
sorprendió, y me dispuse a practicar sola. Quería aprender a
montar sin silla, ¿pero
cómo iba a subir a lomos de Kiki sin estribo?
«Agarra mi crin. Salta. Tira».
«Gracias, Kiki».
Cuando salimos al cercado, Kiki comenzó a trotar, y yo me
concentré en
mantener el equilibrio. Cuando comenzaron a dolerme la
espalda y las piernas, Kiki
se detuvo.
Yo volví a llevarla a su compartimiento. Le di un rápido
cepillado y me
despedí.
—Hasta luego —le dije, y volví a mi habitación.
Tenía que prepararme para el intercambio, y a medida que
avanzaba la noche,
mi confianza se convertía en nerviosismo.
«Confianza», me dijo Kiki. «La confianza es como las
pastillas de menta».
Yo me reí. Kiki veía el mundo a través de su estómago. Las
pastillas de menta
eran buenas, y por lo tanto, confiar en el otro era también
bueno.
Valek me estaba esperando en mi habitación. Tenía una
expresión rígida que
parecía una máscara de metal, y una mirada fría. Su mirada
de asesino.
—Toma —me dijo, y me dio un jersey negro de cuello alto y
unos pantalones
también negros—. Están hechos con una tela especial que te
protegerá de los dardos
que te disparen con un arma, pero no si te los pinchan.
—Muchas gracias —le dije.
Al menos, no podrían sorprenderme, y si Ferde se acercaba a
mí lo suficiente
como para clavarme un dardo, yo estaría sobre aviso.
Aquella ropa me quedaba muy grande. Me remangué las mangas y
me sujeté
los pantalones con un cinturón para que no se me cayeran.
Valek esbozó una breve sonrisa.
—Eran míos. No soy muy buen sastre.
Yo organicé mi mochila con cuidado. Tomé sólo provisiones
mínimas, el
theobroma, lo que me había dado Esau, mi garfio y mi cuerda,
una manzana y el
arco. Después, Valek y yo repasamos el plan.
—Llevaré a Kiki hasta la Meseta, y te daré tiempo para
llegar a la puerta de
Citadel antes de dirigirme hacia el punto del intercambio
—le dije yo—. Cuando
Opal esté a salvo, y Ferde esté visible, será el momento de
que actúes.
Valek asintió.
—Cuenta con ello.
Yo me puse la capa y me marché. Quedaban cuatro horas hasta
la medianoche.
Kiki me estaba esperando en el compartimiento, y yo me subí
a su lomo tal y como
me había enseñado. Cuando íbamos hacia la puerta de la
Fortaleza, yo miré a la torre
de Irys.
«La Dama Mágica», dijo Kiki.
La culpabilidad que yo había intentado reprimir por no
decirle a Irys lo que iba
a hacer me atenazaba la garganta.
«No se va a poner contenta», respondí yo.
«Furiosa. Dale a la Dama Mágica pastillas de menta».
Yo me reí, pensando en que iba a necesitar más que pastillas
de menta para
reparar el daño.
«Las pastillas de menta son dulces en ambos sentidos», dijo
Kiki.
¿Un consejo críptico de una yegua?
«¿Estás segura de que no eres hija del Hombre Luna?».
«Hombre Luna listo».
Yo pensé en sus palabras, intentando descifrar su
significado verdadero. Antes
de que llegáramos a las puertas de la Fortaleza, tiré de una
hebra de poder y proyecté
mi conciencia. Vi a dos soldados haciendo guardia y los
distraje para salir sin
problemas; uno se puso a mirar al cielo, para ver cuánto se
había movido la Estrella
del Sur, y el otro comenzó a rebuscar algo de comer dentro
de la garita. Ninguno de
los dos nos vio cuando pasamos entre ellos.
Kiki recorrió silenciosamente las calles de Citadel. Al
llegar a las puertas de la
muralla, distraje a la guardia nuevamente, y cruzamos la
salida sin problemas.
Entonces, Kiki se puso a galopar, y nos dirigimos hacia la
Meseta Avibian. Cuando
ya no veíamos ni la carretera ni Citadel, Kiki aminoró el
paso al trote.
Volví a pensar en la sugerencia de Kiki. Para que nuestro
plan funcionara
aquella noche, cada uno teníamos que llevar a cabo nuestra
parte. Ambos teníamos
que ser dulces. Kiki había dicho también que la confianza
era lo mismo que las
pastillas de menta. ¿Se refería a Irys en vez de a Valek?
Vi con claridad la respuesta en mi mente. No sabía si me
sentía lista por haber
descifrado el consejo de Kiki, o me sentía tonta porque mi
yegua hubiera tenido que
decirme lo que debía hacer.
«Irys».
«¿Yelena? ¿Qué ocurre?».
Yo tomé aire, controlé mi nerviosismo y le conté mis planes.
El silencio, largo y
vacío, siguió a mi confesión.
«Vas a morir», dijo ella por fin. «Ya no eres mi pupila. Me
pondré en contacto
con los demás Magos Maestros y te detendremos antes de que
te enfrentes a Ferde».
Yo me esperaba aquella respuesta. Su ira y la censura
inmediata eran las causas
por las que no la había informado antes de aquel
intercambio.
«Irys, ya me has dicho en otra ocasión que iba a morir. ¿Te
acuerdas de cuando
nos conocimos, en Ixia, en el Bosque de la Serpiente?».
Ella titubeó.
«Sí».
«Yo estaba en una situación imposible. Mis poderes mágicos
estaban
descontrolados, tú me amenazaste con matarme y Valek me
había envenenado. Cada
decisión que tomara en aquel momento me conduciría a la
muerte, aparentemente.
Sin embargo, yo te pedí que me concedieras un poco de
tiempo, y tú lo hiciste.
Apenas me conocías, pero confiaste lo suficiente en mí como
para permitirme que
encontrara una solución. Quizá yo no conozca la manera
sitiana de hacer las cosas,
pero tengo mucha experiencia enfrentándome a situaciones
imposibles. Piénsalo
antes de llamar a los demás».
Hubo otro silencio, doloroso y largo. Yo retiré mi conexión
con Irys. Necesitaba
concentrarme en la tarea de aquella noche. Kiki se detuvo a
un kilómetro de los
límites del territorio de los Sandseed. Yo sentí la sutil
magia del clan. Era como una
delicada tela de araña, pero yo sabía que si el clan decidía
intensificar su poder,
sentirían la presencia de un mago y su magia atacaría al
intruso. Yo exhalé un suave
respiro de alivio al saber que Valek era inmune a la magia,
y aquello lo haría
indetectable.
Me deslicé de los lomos de Kiki.
«Escóndete», le dije.
«Quédate en el viento. Mantén fuerte tu olor», me indicó
Kiki.
Yo me escondí entre la alta hierba para darle a Valek el
tiempo suficiente para
alcanzarme. Kiki había llegado a aquel punto en una hora,
pero a él le llevaría una
hora más llegar a nuestra posición. Cuando pensé que había
esperado lo suficiente,
comencé a caminar hacia el punto del intercambio, confiando
en que Valek se
aproximaría también a aquel punto desde la dirección
opuesta.
La voz de Irys alcanzó mi mente de nuevo.
«Estás sola».
Después, su conexión cesó. Se había destruido nuestro
vínculo de mentor con
pupilo. Se me encogió el corazón de tristeza y de pánico;
sin embargo, intenté
calmarme concentrándome en que Valek y Kiki me seguirían.
Cuando estaba casi en el lugar acordado, me quité la capa,
la enrollé y la
escondí entre la hierba. Saqué la píldora de theobroma de mi
mochila y me la
coloqué entre los dientes.
Continué caminando. La silueta oscura de la peña junto a la
que debía
encontrarme con Ferde se alzaba ante mí. Los rayos de la
luna se filtraban por entre
las nubes, y yo miré atentamente a mi alrededor buscando
alguna señal de la
presencia de Opal y de Ferde.
Cuando vi a la muchacha salir desde detrás de la peña, sentí
un inmenso alivio.
Ella se acercó corriendo hacia mí, y sólo cuando salió de
las sombras me percaté de
su cara de terror. Tenía los ojos hinchados y la piel
enrojecida de llorar. Yo recorrí la
zona con mi magia, intentando notar la presencia de Ferde.
Opal se lanzó a mis brazos, sollozando. Demasiado fácil. ¿No
querría Ferde
obtener la promesa de que yo iba a ir con él antes de
liberarla? La chica me abrazó
con tanta fuerza que me pinchó la piel. Ferde seguía sin
aparecer. Yo la aparté de mí,
con intención de seguirla a Citadel.
—Lo siento muchísimo, Yelena —me gritó Opal, y salió
corriendo.
Yo me di la vuelta, esperando encontrarme a Ferde allí,
regodeándose. No había
nadie. Confundida, me di la vuelta para seguir a Opal, pero
los pies no me
obedecieron. Me tropecé y me caí, mientras mi cuerpo perdía
todas las sensaciones.
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