sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 21

—Alzaremos la bandera de luto de Tula, pero no intercambiaremos a Yelena

por Opal —insistió Irys—. Nos quedan dos semanas hasta la luna llena. Eso nos dará
tiempo suficiente para encontrar a la muchacha.
De nuevo se oyeron discusiones acaloradas en la sala de reuniones de los
magos. Zitora había vuelto de su misión para el Consejo, así que los cuatro Magos
Maestros estaban allí, así como la familia de Tula, Leif y el capitán de la guardia de la
Fortaleza.
Leif había intentado preguntarme por los Sandseed antes de que comenzara la
reunión, pero yo lo corté con una respuesta de enfado. Seguía sin poder mirarlo sin
ver su cara de niño de ocho años entre los matorrales, observando cómo me
secuestraban sin hacer nada.
Lo que había ocurrido después de que yo descubriera la nota de Ferde parecía
un sueño. Poco a poco, se habían descubierto los movimientos que el asesino había
realizado antes de matar a Tula.
Había conseguido un trabajo de jardinero en la Fortaleza. Por desgracia, la
gente que había trabajado con él no se ponía de acuerdo en cuanto a sus rasgos
faciales, y Bain había dibujado cuatro retratos totalmente diferentes del posible
asesino, siguiendo sus descripciones. Tampoco habían conseguido recordar su
nombre.
Con diez almas mágicas, Ferde obtenía suficiente poder como para igualar a un
Mago Maestro. Había ocultado su presencia en la Fortaleza con facilidad,
confundiendo a todos los que trabajaban con él.
Los guardias de Tula habían recibido el disparo de un dardo rociado con
curare. Sólo recordaban ver a uno de los jardineros dándole hierbas medicinales a
Hayes antes de que se les congelaran los músculos.
—Estaba viviendo en la Fortaleza y no lo sabíamos —dijo Roze. Su voz
poderosa se elevó por la sala—. ¿Qué te hace pensar que podremos encontrarlo
ahora?
Los padres de Tula estaban horrorizados. Habían llegado el día anterior. La
noticia de su muerte los había dejado destrozado. Y yo veía en sus caras pálidas y sus
miradas febriles que saber que su Opal estaba en manos del mismo hombre hacía que
sus vidas fueran una pesadilla. Como la mía.
—Dale a Yelena —dijo Roze—. Ella fue capaz de recuperar a Tula. Tiene poder
para enfrentarse a este asesino.
—No queremos que nadie más resulte herido —dijo el padre de Tula.
—No, Roze —intervino Irys—. Yelena no tiene aún el control completo de su
magia. Probablemente, ésa es la razón por la que él la quiere. Piensa en lo poderoso
que será si le roba su magia.
Bain, que había traducido las marcas que el asesino llevaba en la piel, dijo que
el objetivo de sus actos estaba escrito en los tatuajes. La información de Bain se
correspondía con la que a mí me había dado el Hombre Luna.
Ferde llevaba a cabo un antiguo ritual Efe que consistía en intimidar y torturar a
una víctima para convertirla en un esclavo. Cuando la víctima había rendido su
voluntad, la magia de su alma se dirigía a Ferde y aumentaba su poder. Él había
elegido a mujeres de quince y dieciséis años porque su potencial mágico estaba
empezando a desarrollarse.
Ferde había conseguido once almas. Según el ritual, la duodécima alma iría
hacia él por propia voluntad. No hacía falta otro secuestro para el último ritual, que
cuando fuera completado, le proporcionaría poder ilimitado.
—Yelena debería estar siempre protegida —dijo Irys—. Si no podemos
encontrarlo, le tenderemos una emboscada cerca del lugar de intercambio y lo
atraparemos así.
Los magos continuaron haciendo planes, pero parecía que yo no tenía nada que
decir en aquellos planes; no importaba. Encontraría a Ferde, o estaría en el lugar de
intercambio. Le había fallado a Tula; no iba a permitir que Opal sufriera la misma
suerte.
Llegó un mensajero del Consejo justo cuando la reunión había terminado, y le
entregó un rollo de papel a Roze. Ella lo leyó y se lo tendió a Irys con disgusto. A Irys
se le hundieron los hombros al leerlo.
«¿Qué otra cosa ha salido mal?», le pregunté yo.
«Otra situación que hay que solucionar. Aunque en realidad, ésta no es un
asunto de vida o muerte, sino algo inoportuno, nada más. Al menos, tendrás otra
ocasión para practicar tu diplomacia».
«¿Cómo?».
«Una delegación de Ixia llegará en seis días».
«¿Tan pronto?».
«Yelena, han pasado cinco días. Hay un viaje de dos días hasta la frontera con
Ixia, y un día y medio hasta el castillo del Comandante».
¿Cinco días? Habían pasado muchísimas cosas en aquellos cinco días, que a mí
me habían parecido uno, aunque interminable. También me resultaba difícil creer
que llevara viviendo en Sitia sólo dos estaciones y media; casi medio año, cuando
tenía la sensación de que habían pasado quince días. Mi anhelo por Valek no se había
mitigado, y me pregunté si ver a la delegación del norte haría que lo echara de menos
más aún.
Salí con los demás al pasillo. Zitora me pidió que la ayudara a confeccionar la
bandera de luto de Tula, puesto que pedírselo a sus padres sólo serviría para
causarles más dolor. Aquélla era la manera sitiana de honrar a los muertos. La
bandera representaba a la persona, y se decoraba con elementos que recordaran la
vida de esa persona. Después, se izaba la bandera en un lugar alto, y de ese modo se
liberaba su alma al cielo.
Sobre un gran rectángulo de seda blanca, cosimos madreselvas, una hoja de
hierba con rocío y algunos animales de cristal, como los que Tula fabricaba en el
horno de su familia. Cuando terminamos, Zitora me dijo que me fuera a mi
habitación a descansar.
Al salir de su torre, me quedé sorprendida. Había dos guardias esperándome.
—¿Qué queréis? —les pregunté.
—Son órdenes de la Cuarta Maga. Tienes que estar siempre protegida —dijo el
más alto de los dos.
Yo resoplé.
—Volved a las barracas. Sé cuidarme sola.
Los hombres sonrieron.
—Ella nos dijo que dirías esto —comentó el otro soldado—. Seguimos sus
órdenes. Si fallamos, nos asignarán la limpieza de los orinales de todas las
habitaciones para el resto de nuestros días.
—Podría convertir vuestro trabajo en algo muy difícil —les advertí.
—No hay nada que puedas hacer que sea peor que limpiar los orinales —dijo el
alto.
Yo suspiré. Librarme de ellos para buscar a Opal sería difícil; seguramente, por
eso me los había asignado Irys. Ella sabía que yo iría a buscarla en cuanto tuviera
oportunidad.
—No os interpongáis en mi camino —gruñí.
Después me di la vuelta y fui hacia el ala de los aprendices. Cuando llegué a mi
habitación, los guardias comprobaron que no hubiera ningún intruso y se colocaron
junto a la ventana y la puerta para bloquear ambas salidas.
Yo me senté en la cama, enfadada, y pensé en qué podría hacer para
deshacerme de aquellas dos sombras.
Durante los cinco días siguientes, sólo conseguí escapar de ellos una vez. La
mañana después de que hubiera ayudado a Zitora a coser la bandera de luto de Tula,
asistí junto a los demás a su funeral. Después de la ceremonia, los padres de Tula se
la llevarían a casa y la enterrarían en el cementerio de la familia.
Aquella mañana, al terminar el funeral, conseguí perder a mis guardaespaldas
por los pasillos abarrotados de estudiantes y salí de la Fortaleza. Me dirigí al
mercado en busca de Fisk, y lo encontré jugando a los dados con sus amigos.
Él corrió hacia mí.
—Yelena, ¿en qué puedo ayudarte hoy? —me preguntó con una sonrisa.
Los demás niños me rodearon, esperando instrucciones. Estaban limpios y
peinados. Ganaban dinero para sus familias, y yo pensé que una vez que terminara
de resolver aquel feo asunto con Ferde, los ayudaría más. Recordé que en la Fortaleza
necesitaban un jardinero, y cuando se lo dije, una de las niñas corrió a su casa a
decírselo a su padre.
—Necesito guías —le dije a Fisk—. Enséñame las zonas escondidas de Citadel.
Mientras me mostraban los callejones y los barrios olvidados, yo les preguntaba
si habían visto a alguien extraño, o a alguien nuevo por la ciudad, o si habían visto a
una muchacha joven y asustada con un hombre. Ellos me contaron muchas historias,
pero no tenían la información que yo necesitaba. Mientras nos movíamos, yo
investigaba con mi magia en las casas, buscando a Opal, o cualquier cosa que
pudiera darme una pista para encontrarla.
Sin embargo, no pude continuar la búsqueda durante todo el día; a mitad de la
tarde, Irys y mis guardias me tendieron una trampa. Escondidos tras el escudo
mágico de Irys, los dos soldados me agarraron de los brazos, e Irys redujo mis
defensas a polvo. Yo no estaba preparada para la severidad de su ira.
—Llevadla de vuelta a la Fortaleza —les dijo a los soldados, furiosa—. A su
habitación. Sólo podrá salir para las clases y para las comidas. No volváis a perderla.
Los guardias obedecieron, e Irys no liberó mi cuerpo de su control hasta la
mañana siguiente, aunque yo seguí notando una banda de magia alrededor de mi
cuello. Para entonces, estaba dispuesta a patear a cualquiera que se cruzara en mi
camino. Sin embargo, los demás estudiantes me evitaban como si tuviera una
enfermedad contagiosa, así que sólo pude desahogar mi mal humor con los guardias
mientras me escoltaban por el campus.
Después de tres días en aquel infierno, yo estaba junto a Irys en el gran salón
del edificio del Ayuntamiento, esperando a que llegara la delegación de Ixia. Irys
había utilizado el tiempo de la clase para enseñarme el protocolo y la diplomacia
sitianos. Se negó a hablar de otra cosa que no fuera el tema de la clase. La frustración
por no saber cómo iba la búsqueda de Opal me atenazaba el pecho.
El gran salón estaba decorado con largos banderines de seda, que representaban
a cada uno de los once clanes y a cada uno de los Magos Maestros. Los miembros del
Consejo llevaban vestidos oficiales. Irys y los otros Maestros llevaban sus trajes y sus
máscaras ceremoniales: Irys una máscara de halcón, Roze de dragón, Bain de
leopardo y Zitora de unicornio blanco. Aquellos animales eran las guías de los
Magos en los infiernos y durante su vida.
Cahil llevaba el mismo traje azul que se había puesto la noche de la fiesta. El
color complementaba su pelo rubio, y le confería un aspecto de realeza, a pesar de su
expresión severa. Estaba presente para evaluar las debilidades del enemigo, pero se
había comprometido a estar callado y no llamar la atención. De lo contrario, el
Consejo le habría prohibido asistir a la recepción.
Yo estaba nerviosa e incómoda. Me tiré del cuello del vestido formal de
aprendiz, de color amarillo, e Irys se puso en contacto conmigo.
«¿Qué ocurre?», me preguntó. Su postura rígida irradiaba desaprobación.
«Tu correa me agobia», respondí yo con frialdad.
«Bien. Quizá así aprendas a escuchar y a pensar antes de actuar. A confiar en el
juicio de los demás».
«He aprendido algo».
«¿Qué?».
«Las tácticas duras del Comandante no son únicas de Ixia».
«Oh, Yelena». El semblante pétreo de Irys se suavizó. La dura banda de magia
que me rodeaba el cuello se desvaneció. «No sé qué hacer contigo. Estás demasiado
enfocada a la acción. Tienes la determinación de enfrentarte a cualquier situación.
Hasta el momento has tenido suerte, pero no sé cómo hacerte comprender que si el
asesino de Tula absorbe tu poder, será imparable. Sitia estará bajo su control. Hay
que pensar muy bien cualquier paso que vaya a darse. Así hacemos las cosas en
Sitia».
Irys sacudió la cabeza, suspirando, y yo noté que mi furia se calmaba. Decidí
que intentaría trabajar al modo de Sitia para capturar a Ferde.
«Irys, me gustaría ayudar a encontrar a Opal».
Ella se volvió hacia mí y observó mi expresión.
«Hay una reunión prevista para después de las formalidades con los ixianos.
Puedes venir».
Yo me alisé las mangas del vestido mientras las trompetas tocaban para
anunciar la llegada de los visitantes. El salón quedó en silencio cuando entró la
delegación de Ixia.
La Embajadora dirigía la procesión. Llevaba un uniforme negro que le otorgaba
gran seriedad, y en el collar de la chaqueta brillaban dos diamantes. Su pelo negro y
liso comenzaba a volverse gris, pero sus ojos seguían teniendo la misma poderosa
vitalidad.
De repente, la reconocí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario