Cahil se apartó y encendió el farol que
había en la mesilla de noche. Después
examinó la navaja a la luz de la vela.
Yo me incorporé y miré a Leif. Tenía los
ojos cerrados, y yo no sabía si estaba
despierto o no.
—Estas marcas me resultan familiares —dijo
Cahil, refiriéndose a los seis
símbolos que había grabados en el mango de
la navaja—. Creo que es el código de
batalla secreto de mi tío.
Yo asentí. El difundo rey de Ixia había
utilizado diferentes códigos para enviar
mensajes secretos a sus capitanes durante
las batallas.
—Ha pasado tanto tiempo… —dijo Cahil. Una
expresión de tristeza le cruzó el
rostro—. ¿Qué significan?
—Quiere decir «Asedios que desgastan,
batallar juntos, amigos para siempre».
Es un regalo.
—¿De alguien del norte?
La soledad me envolvió el corazón al pensar
en lo que había perdido al ir al sur.
Busqué con los dedos la mariposa de Valek,
que llevaba colgada en el pecho, bajo la
camisa.
—Sí.
—¿De quién?
Una pregunta extraña. ¿Por qué le
importaba? Observé la cara de Cahil en
busca de algún propósito oculto, pero sólo
encontré curiosidad.
—De Janeo, uno de mis profesores de defensa
personal. Sin Janeo y Ari no
habría tenido la habilidad suficiente para
escaparme y atrapar a Goel hoy.
—Te enseñaron muy bien —dijo Cahil.
Después quedó pensativo durante un momento,
con mi navaja entre las manos.
Dobló la hoja para embutirla en el mango.
El chasquido del arma me sobresaltó.
—Bien hecha —dijo él, y se acercó a mí para
dármela. Yo lo miré, asombrada—.
Entonces, tenemos una tregua. Pero si me
das algún problema, te cargaré de cadenas
—sentenció Cahil, y me señaló un rincón de
la tienda—. Estás exhausta. Duerme un
poco. Mañana tendremos un día muy largo.
Cahil tomó su espada y la colocó junto a su
catre. Después se acostó.
—¿Quieres saber dónde está Goel? —le
pregunté yo.
—¿Está en peligro inmediato?
—No, a menos que haya serpientes venenosas
o animales depredadores en el
bosque.
—Entonces, dejemos que lo pase mal esta
noche. Le está bien empleado, por
dejarse atrapar —dijo Cahil, y cerró los
ojos.
Yo miré a mi alrededor, por la tienda. Leif
no se había movido desde que yo
había llegado, pero tenía los ojos
abiertos. No hizo ningún comentario; se limitó a
volverse hacia el otro lado y me dio la
espalda. De nuevo.
Yo suspiré, preguntándome cuánto habría
oído, y me di cuenta de que estaba
demasiado cansada como para que me
importara. Extendí mi capa en el suelo,
apagué el farol de un soplido y me dejé
caer en mi lecho.
A la mañana siguiente, Cahil reprendió a
sus hombres por las torpezas que
habían cometido durante aquel último día, y
después envió a Marrok para que
buscara a Goel, siguiendo mis indicaciones,
y lo llevara de vuelta al campamento. Le
dio instrucciones al capitán para que le
explicara la situación a Goel y le hiciera jurar
que no intentaría hacerme daño. A menos,
claro, que Cahil le diera permiso a su
rastreador: me advirtió que, si causaba
problemas, me cargaría de cadenas, y que si
lo traicionaba, me entregaría a Goel.
Pese a la sonora bronca que acababan de
llevarse, aquella advertencia suscitó
un murmullo de aprobación entre los
soldados de Cahil. Yo, sin embargo, lo miré
con hastío. Me habían amenazado muchas
veces, y sabía por experiencia que los
hombres que no hacían amenazas verbales
eran los más peligrosos.
Mientras Marrok iba en busca del
rastreador, Cahil ordenó a los hombres que
levantaran el campamento. Durante la
espera, yo organicé el contenido de mi
mochila. Me peiné y me hice una trenza, y
después me la enrollé en un moño que
sujeté con mi larga horquilla. Nunca estaba
de más prepararse. Quizá Cahil confiara
en que yo no iba a causarle problemas, pero
seguía pensando que era una espía.
Goel regresó con Marrok. No me sorprendió
la mirada de odio que me lanzó el
rastreador. Tenía en las mejillas unas
marcas rojas que seguramente le había causado
la correa de la mordaza; estaba despeinado,
y tenía manchas de humedad en la ropa.
Además, su piel estaba enrojecida por las
múltiples picaduras de los mosquitos. Goel
agarró su espada y se encaminó hacia mí.
El capitán Marrok lo interceptó y le señaló
un catre que aún estaba sin recoger
en el suelo. Goel envainó la espada y se
dirigió hacia el colchón, lanzándome una
nueva mirada venenosa.
Yo exhalé un largo suspiro de alivio.
Cuando el campamento estuvo recogido, Cahil
se montó en el caballo y nos
dirigió hacia el sendero del bosque.
Después comenzamos la marcha, que duró todo
el día. Por la noche, erigimos el
campamento de nuevo, y Cahil me ofreció la esquina
de su tienda para dormir otra vez. Allí, me
derrumbé en el suelo y sin molestarme en
extender la capa. Por la mañana tomé un
desayuno ligero.
Los tres días siguientes fueron igual que
el primero, salvo que al cuarto ya no
estaba tan exhausta.
Al séptimo día de marcha, Cahil participó
en un ejercicio de lucha con sus
hombres. Yo estaba observándolo con el
capitán Marrok, y me di cuenta de que Cahil
utilizaba la pesada espada junto a la cual
dormía.
—¿Por qué lleva esa espada? —le pregunté a
Marrok—. Con una más ligera,
sería mucho más fácil vencer en cualquier
lucha.
—Era la espada del rey. Nos las arreglamos
para traerla al sur con Cahil.
Yo observé atentamente a Marrok. Tenía la
expresión curtida de un hombre que
llevaba mucho tiempo luchando con la vida,
y que había visto muchas cosas. Me di
cuenta de que su piel estaba bronceada por
el sol, y que su moreno no era de
pigmentación natural.
—Eres del norte —le dije.
—Todos lo somos.
Miré a los demás hombres. Eran una mezcla
de pieles oscuras y claras. Y
recordé que, antes del golpe militar, la
frontera entre Ixia y Sitia sólo era una línea en
los mapas; la gente de ambos países se
mezclaba libremente.
Marrok continuó:
—Somos soldados, de los que no teníamos la
suficiente importancia como para
ser ejecutados, y que no quisimos jurarle
lealtad al Comandante. Goel, Trayton,
Bronse y yo éramos parte de la guardia del
rey. No pudimos salvar a nuestro rey,
pero salvamos a su sobrino. Lo criamos y le
enseñamos todo lo que sabemos. Y —
dijo el soldado, poniéndose en pie—,
tenemos intención de darle un reino.
Marrok comenzó a ladrarles órdenes a los
hombres y ellos desplegaron sus
colchonetas en el suelo.
Me sentí cansada, y me dirigí a la tienda
mientras se me cerraban los párpados.
Al tenderme sobre la capa, sin embargo, me
di cuenta de que el catre de mi hermano
estaba vacío. No lo había visto durante
aquel día, así que esperé la llegada de Cahil
para preguntarle sobre Leif. Intenté
mantenerme despierta, y cuando noté que la
tienda se iluminaba, abrí los ojos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario