martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 8

Cahil se apartó y encendió el farol que había en la mesilla de noche. Después
examinó la navaja a la luz de la vela.
Yo me incorporé y miré a Leif. Tenía los ojos cerrados, y yo no sabía si estaba
despierto o no.
—Estas marcas me resultan familiares —dijo Cahil, refiriéndose a los seis
símbolos que había grabados en el mango de la navaja—. Creo que es el código de
batalla secreto de mi tío.
Yo asentí. El difundo rey de Ixia había utilizado diferentes códigos para enviar
mensajes secretos a sus capitanes durante las batallas.
—Ha pasado tanto tiempo… —dijo Cahil. Una expresión de tristeza le cruzó el
rostro—. ¿Qué significan?
—Quiere decir «Asedios que desgastan, batallar juntos, amigos para siempre».
Es un regalo.
—¿De alguien del norte?
La soledad me envolvió el corazón al pensar en lo que había perdido al ir al sur.
Busqué con los dedos la mariposa de Valek, que llevaba colgada en el pecho, bajo la
camisa.
—Sí.
—¿De quién?
Una pregunta extraña. ¿Por qué le importaba? Observé la cara de Cahil en
busca de algún propósito oculto, pero sólo encontré curiosidad.
—De Janeo, uno de mis profesores de defensa personal. Sin Janeo y Ari no
habría tenido la habilidad suficiente para escaparme y atrapar a Goel hoy.
—Te enseñaron muy bien —dijo Cahil.
Después quedó pensativo durante un momento, con mi navaja entre las manos.
Dobló la hoja para embutirla en el mango. El chasquido del arma me sobresaltó.
—Bien hecha —dijo él, y se acercó a mí para dármela. Yo lo miré, asombrada—.
Entonces, tenemos una tregua. Pero si me das algún problema, te cargaré de cadenas
—sentenció Cahil, y me señaló un rincón de la tienda—. Estás exhausta. Duerme un
poco. Mañana tendremos un día muy largo.
Cahil tomó su espada y la colocó junto a su catre. Después se acostó.
—¿Quieres saber dónde está Goel? —le pregunté yo.
—¿Está en peligro inmediato?
—No, a menos que haya serpientes venenosas o animales depredadores en el
bosque.
—Entonces, dejemos que lo pase mal esta noche. Le está bien empleado, por
dejarse atrapar —dijo Cahil, y cerró los ojos.
Yo miré a mi alrededor, por la tienda. Leif no se había movido desde que yo
había llegado, pero tenía los ojos abiertos. No hizo ningún comentario; se limitó a
volverse hacia el otro lado y me dio la espalda. De nuevo.
Yo suspiré, preguntándome cuánto habría oído, y me di cuenta de que estaba
demasiado cansada como para que me importara. Extendí mi capa en el suelo,
apagué el farol de un soplido y me dejé caer en mi lecho.
A la mañana siguiente, Cahil reprendió a sus hombres por las torpezas que
habían cometido durante aquel último día, y después envió a Marrok para que
buscara a Goel, siguiendo mis indicaciones, y lo llevara de vuelta al campamento. Le
dio instrucciones al capitán para que le explicara la situación a Goel y le hiciera jurar
que no intentaría hacerme daño. A menos, claro, que Cahil le diera permiso a su
rastreador: me advirtió que, si causaba problemas, me cargaría de cadenas, y que si
lo traicionaba, me entregaría a Goel.
Pese a la sonora bronca que acababan de llevarse, aquella advertencia suscitó
un murmullo de aprobación entre los soldados de Cahil. Yo, sin embargo, lo miré
con hastío. Me habían amenazado muchas veces, y sabía por experiencia que los
hombres que no hacían amenazas verbales eran los más peligrosos.
Mientras Marrok iba en busca del rastreador, Cahil ordenó a los hombres que
levantaran el campamento. Durante la espera, yo organicé el contenido de mi
mochila. Me peiné y me hice una trenza, y después me la enrollé en un moño que
sujeté con mi larga horquilla. Nunca estaba de más prepararse. Quizá Cahil confiara
en que yo no iba a causarle problemas, pero seguía pensando que era una espía.
Goel regresó con Marrok. No me sorprendió la mirada de odio que me lanzó el
rastreador. Tenía en las mejillas unas marcas rojas que seguramente le había causado
la correa de la mordaza; estaba despeinado, y tenía manchas de humedad en la ropa.
Además, su piel estaba enrojecida por las múltiples picaduras de los mosquitos. Goel
agarró su espada y se encaminó hacia mí.
El capitán Marrok lo interceptó y le señaló un catre que aún estaba sin recoger
en el suelo. Goel envainó la espada y se dirigió hacia el colchón, lanzándome una
nueva mirada venenosa.
Yo exhalé un largo suspiro de alivio.
Cuando el campamento estuvo recogido, Cahil se montó en el caballo y nos
dirigió hacia el sendero del bosque. Después comenzamos la marcha, que duró todo
el día. Por la noche, erigimos el campamento de nuevo, y Cahil me ofreció la esquina
de su tienda para dormir otra vez. Allí, me derrumbé en el suelo y sin molestarme en
extender la capa. Por la mañana tomé un desayuno ligero.
Los tres días siguientes fueron igual que el primero, salvo que al cuarto ya no
estaba tan exhausta.
Al séptimo día de marcha, Cahil participó en un ejercicio de lucha con sus
hombres. Yo estaba observándolo con el capitán Marrok, y me di cuenta de que Cahil
utilizaba la pesada espada junto a la cual dormía.
—¿Por qué lleva esa espada? —le pregunté a Marrok—. Con una más ligera,
sería mucho más fácil vencer en cualquier lucha.
—Era la espada del rey. Nos las arreglamos para traerla al sur con Cahil.
Yo observé atentamente a Marrok. Tenía la expresión curtida de un hombre que
llevaba mucho tiempo luchando con la vida, y que había visto muchas cosas. Me di
cuenta de que su piel estaba bronceada por el sol, y que su moreno no era de
pigmentación natural.
—Eres del norte —le dije.
—Todos lo somos.
Miré a los demás hombres. Eran una mezcla de pieles oscuras y claras. Y
recordé que, antes del golpe militar, la frontera entre Ixia y Sitia sólo era una línea en
los mapas; la gente de ambos países se mezclaba libremente.
Marrok continuó:
—Somos soldados, de los que no teníamos la suficiente importancia como para
ser ejecutados, y que no quisimos jurarle lealtad al Comandante. Goel, Trayton,
Bronse y yo éramos parte de la guardia del rey. No pudimos salvar a nuestro rey,
pero salvamos a su sobrino. Lo criamos y le enseñamos todo lo que sabemos. Y —
dijo el soldado, poniéndose en pie—, tenemos intención de darle un reino.
Marrok comenzó a ladrarles órdenes a los hombres y ellos desplegaron sus
colchonetas en el suelo.
Me sentí cansada, y me dirigí a la tienda mientras se me cerraban los párpados.
Al tenderme sobre la capa, sin embargo, me di cuenta de que el catre de mi hermano
estaba vacío. No lo había visto durante aquel día, así que esperé la llegada de Cahil
para preguntarle sobre Leif. Intenté mantenerme despierta, y cuando noté que la
tienda se iluminaba, abrí los ojos.

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