Me quité el camuflaje y sacudí la tela como
si fuera una sábana.
—Allí está —gritó uno de los hombres de
Goel.
Solté la tela sobre ellos y, cuando el
material bloqueó su visión, me lancé a
través de las copas de los árboles,
avanzando con una súbita oleada de energía de
rama en rama, intentando alejarme más y más
de mis perseguidores.
—¡Eh!
—¡Detenedla!
Yo seguí moviéndome con la esperanza de que
Goel no me encontrara sobre los
árboles. Mi error había sido olvidar que
Cahil había registrado mi mochila. Él sabía
que yo llevaba un garfio y una cuerda. Con
un buen rastreador y la pista de mi truco,
no les había costado demasiado encontrarme.
En aquel momento, lo único que tenían que
hacer era esperar que yo me
agotara y cayera al suelo. Decidí ir más
despacio, intentando no hacer ruido, y oí a
los hombres. Se gritaban mi posición los
unos a los otros a medida que me seguían
por debajo.
—Te tenemos —me gritó Goel—. Baja ahora y
sólo te haré un poco de daño.
Yo tuve que reprimir una respuesta a su
generoso ofrecimiento. En vez de eso,
continué trepando, lenta y silenciosamente.
Los hombres también quedaron en
silencio, y en poco tiempo, no supe dónde
estaban. No los veía entre el mar de hojas
verdes.
Entonces, mi imaginación se disparó. Me
sentí atrapada. Me quemaba la cara
con la repentina seguridad de que Goel me
estaba mirando. Sentí pánico hasta que
recordé las instrucciones que Irys me había
dado en la selva. Debía buscar con la
mente, no con los ojos. Usar la magia aún
no era algo instintivo para mí.
Respiré profundamente, me agarré con ambas
manos al arco y me concentré en
la madera suave para conseguir proyectar mi
conciencia al suelo del bosque.
Los hombres se habían desplegado. Estaban
buscando en una zona muy amplia
a mi derecha. No sentía a Goel abajo. Con
un sentimiento angustioso, busqué por las
copas de los árboles. Goel había trepado
hasta la cubierta de hojas. Seguía el rastro
que yo había dejado con mis prisas. Tenía
pensamientos oscuros de infligir dolor.
Cuando llegó al lugar en el que yo había
comenzado a moverme con más
cuidado, yo esperé. Él vaciló durante un
instante, pero después encontró otra pista y
continuó hacia donde yo me encontraba.
Mantuve un ligero contacto con su mente y
comencé a moverme sigilosamente,
asegurándome de dejarle pistas; cuando estuve
sobre un pequeño claro del bosque,
me dejé caer al suelo con un golpe muy
fuerte.
Goel estaba lo suficientemente cerca como
para oírme. De repente, lo vi por
encima, y me quedé inmóvil tras el tronco
del árbol. Él inspeccionó la rama desde la
que yo había saltado y se asomó para mirar
hacia abajo.
—Así que mi presa ha bajado al suelo —dijo.
Se agachó junto a mis marcas. Estaba
concentrado en lo mucho que iba a
disfrutar torturándome. Yo intenté
ordenarle que se durmiera, pero él estaba
completamente alerta, y aquella orden hizo
que desconfiara al instante. Se puso en
pie y miró hacia el claro.
Entonces, sin previo aviso, saltó. Sin
embargo, yo fui capaz de anticipar aquel
movimiento, y me aparté a un lado, justo a
tiempo para evitar que me hiriera con la
espada en el estómago. Di un paso y lo
golpeé fuertemente con el extremo del arco en
la sien. Goel cayó al suelo, inconsciente.
Agradeciendo al destino que no hubiera
llamado a sus compañeros, registré su
mochila. Encontré unas esposas de bronce,
un pequeño látigo, un palo negro, un
juego de cuchillos, una mordaza, llaves y
mi tela de camuflaje.
Arrastré a Goel junto al árbol y lo senté
en el suelo. Las esposas tenían
suficiente cadena como para atarle los
brazos alrededor del tronco. Después le metí
la mordaza en la boca y le até la cinta por
detrás de la cabeza.
Tomé mi tela de camuflaje y las llaves de
las esposas y después tiré su mochila
y su espada entre los matorrales. Me detuve
un momento para recuperar la
concentración y busqué a los hombres de
Goel con la mente. Estaban lejos, así que,
con más tranquilidad, busqué el campamento
de Cahil. Cuando supe en qué
dirección debía caminar, me puse en marcha.
—La habéis perdido —repitió Cahil, con el
ceño fruncido, mirando a los cuatro
hombres que tenía frente a sí—. ¿Y dónde
está Goel?
Hubo un murmullo a modo de respuesta.
—¿También lo habéis perdido? —preguntó
Cahil, indignado.
Los hombres se encogieron y tartamudearon.
Yo tuve que reprimir una carcajada. Mi
posición cerca de su campamento me
permitía ver con claridad a Cahil y a sus
hombres, mientras permanecía escondida
con mi camuflaje entre los árboles. Había
aprovechado la luz débil del atardecer y el
clamor de la llegada de la partida de
búsqueda para acercarme al claro del
campamento.
—Sois unos idiotas —les dijo Cahil a sus
hombres.
Después se volvió—. ¿Capitán Marrok?
—Sí, señor —respondió Marrok.
—Si Goel no ha vuelto al amanecer, quiero
que vayas a buscarlo con otro grupo.
Él es nuestro mejor hombre para encontrar a
la espía —ordenó Cahil.
—Sí, señor.
Con aquello, Cahil entró en su tienda.
Cuando él desapareció, yo vi las caras
sombrías de los hombres mientras se
sentaban alrededor de la hoguera. El olor de la
carne asada hizo rugir mi estómago. No
había comido nada en todo el día, pero no
podía arriesgarme a hacer ruido. Con un
suspiro, tomé una posición cómoda y me
dispuse a esperar.
Mantenerme alerta fue una prueba difícil
para mí, una vez que los hombres se
hubieron quedado dormidos. El capitán
Marrok puso dos guardias a rodear el
campamento, pero al rato, yo usé mi magia
para que perdieran la conciencia y me
acerqué a la tienda de Cahil.
Al llegar, rasgué la tela con mi navaja
para hacer una abertura y entré. Cahil
estaba dormido, y no parecía que Leif se
hubiera percatado de mi llegada. Estaba
acurrucado de costado, aparentemente
dormido. Cahil estaba tumbado boca arriba,
con los brazos cruzados sobre el estómago.
Su larga espada estaba en el suelo, a su
lado. Yo aparté el arma antes de sentarme
sobre su pecho.
En el instante en que despertó, yo le puse
la hoja de la navaja contra la
garganta.
—Silencio, o te mataré —susurré.
Él abrió los ojos de par en par. Intentó
mover los brazos, pero mi peso se lo
impidió. Cahil podía quitarme de encima de
su cuerpo con facilidad, pero yo apreté
la navaja contra su cuello hasta que hice
brotar una gota de sangre.
—No te muevas. La espada está fuera de tu
alcance. No soy tan estúpida.
—Ya me estoy dando cuenta —susurró él.
Noté que se relajaba.
—¿Qué quieres? —me preguntó.
—Una tregua.
—¿De qué clase?
—Dejarás de arrastrarme a Citadel cargada
de cadenas y yo te acompañaré
como una viajera más.
—¿Y qué saco yo de este trato?
—Te devolveré a Goel y tendrás mi
cooperación.
—¿Tienes a Goel?
Yo le mostré las llaves de las esposas.
—¿Cómo voy a confiar en ti, si ni siquiera
tienes la confianza de tu propio
hermano?
—Te estoy ofreciendo una tregua. Hasta el
momento he tenido dos
oportunidades para matarte: cuando entré
aquí antes de escapar, a recoger mi
mochila, y ahora. Eres una amenaza para
Ixia. Si yo fuera una espía de verdad, tu
muerte me haría famosa en el norte.
—¿Y si rechazo la tregua?
Yo me encogí de hombros.
—Volveré a escapar. Pero, en esta ocasión,
dejaré el cadáver de Goel en el
bosque.
—Es un buen rastreador —dijo Cahil con
orgullo.
—Por desgracia.
—¿Por qué has vuelto? Ya has puesto a Goel
fuera de la circulación. Él era la
única amenaza para ti.
—Porque quiero tener la oportunidad de
demostrar que no soy una espía —dije
yo, frustrada—. Soy una Zaltana. Y no voy a
salir corriendo como una criminal,
porque no lo soy. Pero tampoco quiero ser
tu prisionera. Y… —ya no podía explicar
nada más. Suspiré. Él tenía razón. Si mi
propio hermano no confiaba en mí, ¿por qué
iba a creerme Cahil? Yo había hecho una
apuesta, pero la había perdido.
Era el momento de cambiar de plan. Lo mejor
que podía hacer era huir e ir en
busca de Irys. Retiré la navaja del cuello
de Cahil. Después de un día entero sin
comer y sin dormir, sentí una fatiga
abrumadora. Salté al suelo.
—No voy a matar a nadie —dije, mientras
avanzaba de espaldas hacia la
rasgadura de la tela de la tienda, sin
apartar los ojos de Cahil.
Cuando me volví para encontrar la salida,
sentí un repentino mareo y me caí al
suelo. La tienda comenzó a dar vueltas, y
yo perdí la conciencia momentáneamente,
mientras toda mi energía se desvanecía.
Recuperé el conocimiento justo a tiempo
para ver a Cahil recoger mi navaja.
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