martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 7

Me quité el camuflaje y sacudí la tela como si fuera una sábana.
—Allí está —gritó uno de los hombres de Goel.
Solté la tela sobre ellos y, cuando el material bloqueó su visión, me lancé a
través de las copas de los árboles, avanzando con una súbita oleada de energía de
rama en rama, intentando alejarme más y más de mis perseguidores.
—¡Eh!
—¡Detenedla!
Yo seguí moviéndome con la esperanza de que Goel no me encontrara sobre los
árboles. Mi error había sido olvidar que Cahil había registrado mi mochila. Él sabía
que yo llevaba un garfio y una cuerda. Con un buen rastreador y la pista de mi truco,
no les había costado demasiado encontrarme.
En aquel momento, lo único que tenían que hacer era esperar que yo me
agotara y cayera al suelo. Decidí ir más despacio, intentando no hacer ruido, y oí a
los hombres. Se gritaban mi posición los unos a los otros a medida que me seguían
por debajo.
—Te tenemos —me gritó Goel—. Baja ahora y sólo te haré un poco de daño.
Yo tuve que reprimir una respuesta a su generoso ofrecimiento. En vez de eso,
continué trepando, lenta y silenciosamente. Los hombres también quedaron en
silencio, y en poco tiempo, no supe dónde estaban. No los veía entre el mar de hojas
verdes.
Entonces, mi imaginación se disparó. Me sentí atrapada. Me quemaba la cara
con la repentina seguridad de que Goel me estaba mirando. Sentí pánico hasta que
recordé las instrucciones que Irys me había dado en la selva. Debía buscar con la
mente, no con los ojos. Usar la magia aún no era algo instintivo para mí.
Respiré profundamente, me agarré con ambas manos al arco y me concentré en
la madera suave para conseguir proyectar mi conciencia al suelo del bosque.
Los hombres se habían desplegado. Estaban buscando en una zona muy amplia
a mi derecha. No sentía a Goel abajo. Con un sentimiento angustioso, busqué por las
copas de los árboles. Goel había trepado hasta la cubierta de hojas. Seguía el rastro
que yo había dejado con mis prisas. Tenía pensamientos oscuros de infligir dolor.
Cuando llegó al lugar en el que yo había comenzado a moverme con más
cuidado, yo esperé. Él vaciló durante un instante, pero después encontró otra pista y
continuó hacia donde yo me encontraba.
Mantuve un ligero contacto con su mente y comencé a moverme sigilosamente,
asegurándome de dejarle pistas; cuando estuve sobre un pequeño claro del bosque,
me dejé caer al suelo con un golpe muy fuerte.
Goel estaba lo suficientemente cerca como para oírme. De repente, lo vi por
encima, y me quedé inmóvil tras el tronco del árbol. Él inspeccionó la rama desde la
que yo había saltado y se asomó para mirar hacia abajo.
—Así que mi presa ha bajado al suelo —dijo.
Se agachó junto a mis marcas. Estaba concentrado en lo mucho que iba a
disfrutar torturándome. Yo intenté ordenarle que se durmiera, pero él estaba
completamente alerta, y aquella orden hizo que desconfiara al instante. Se puso en
pie y miró hacia el claro.
Entonces, sin previo aviso, saltó. Sin embargo, yo fui capaz de anticipar aquel
movimiento, y me aparté a un lado, justo a tiempo para evitar que me hiriera con la
espada en el estómago. Di un paso y lo golpeé fuertemente con el extremo del arco en
la sien. Goel cayó al suelo, inconsciente.
Agradeciendo al destino que no hubiera llamado a sus compañeros, registré su
mochila. Encontré unas esposas de bronce, un pequeño látigo, un palo negro, un
juego de cuchillos, una mordaza, llaves y mi tela de camuflaje.
Arrastré a Goel junto al árbol y lo senté en el suelo. Las esposas tenían
suficiente cadena como para atarle los brazos alrededor del tronco. Después le metí
la mordaza en la boca y le até la cinta por detrás de la cabeza.
Tomé mi tela de camuflaje y las llaves de las esposas y después tiré su mochila
y su espada entre los matorrales. Me detuve un momento para recuperar la
concentración y busqué a los hombres de Goel con la mente. Estaban lejos, así que,
con más tranquilidad, busqué el campamento de Cahil. Cuando supe en qué
dirección debía caminar, me puse en marcha.
—La habéis perdido —repitió Cahil, con el ceño fruncido, mirando a los cuatro
hombres que tenía frente a sí—. ¿Y dónde está Goel?
Hubo un murmullo a modo de respuesta.
—¿También lo habéis perdido? —preguntó Cahil, indignado.
Los hombres se encogieron y tartamudearon.
Yo tuve que reprimir una carcajada. Mi posición cerca de su campamento me
permitía ver con claridad a Cahil y a sus hombres, mientras permanecía escondida
con mi camuflaje entre los árboles. Había aprovechado la luz débil del atardecer y el
clamor de la llegada de la partida de búsqueda para acercarme al claro del
campamento.
—Sois unos idiotas —les dijo Cahil a sus hombres.
Después se volvió—. ¿Capitán Marrok?
—Sí, señor —respondió Marrok.
—Si Goel no ha vuelto al amanecer, quiero que vayas a buscarlo con otro grupo.
Él es nuestro mejor hombre para encontrar a la espía —ordenó Cahil.
—Sí, señor.
Con aquello, Cahil entró en su tienda. Cuando él desapareció, yo vi las caras
sombrías de los hombres mientras se sentaban alrededor de la hoguera. El olor de la
carne asada hizo rugir mi estómago. No había comido nada en todo el día, pero no
podía arriesgarme a hacer ruido. Con un suspiro, tomé una posición cómoda y me
dispuse a esperar.
Mantenerme alerta fue una prueba difícil para mí, una vez que los hombres se
hubieron quedado dormidos. El capitán Marrok puso dos guardias a rodear el
campamento, pero al rato, yo usé mi magia para que perdieran la conciencia y me
acerqué a la tienda de Cahil.
Al llegar, rasgué la tela con mi navaja para hacer una abertura y entré. Cahil
estaba dormido, y no parecía que Leif se hubiera percatado de mi llegada. Estaba
acurrucado de costado, aparentemente dormido. Cahil estaba tumbado boca arriba,
con los brazos cruzados sobre el estómago. Su larga espada estaba en el suelo, a su
lado. Yo aparté el arma antes de sentarme sobre su pecho.
En el instante en que despertó, yo le puse la hoja de la navaja contra la
garganta.
—Silencio, o te mataré —susurré.
Él abrió los ojos de par en par. Intentó mover los brazos, pero mi peso se lo
impidió. Cahil podía quitarme de encima de su cuerpo con facilidad, pero yo apreté
la navaja contra su cuello hasta que hice brotar una gota de sangre.
—No te muevas. La espada está fuera de tu alcance. No soy tan estúpida.
—Ya me estoy dando cuenta —susurró él.
Noté que se relajaba.
—¿Qué quieres? —me preguntó.
—Una tregua.
—¿De qué clase?
—Dejarás de arrastrarme a Citadel cargada de cadenas y yo te acompañaré
como una viajera más.
—¿Y qué saco yo de este trato?
—Te devolveré a Goel y tendrás mi cooperación.
—¿Tienes a Goel?
Yo le mostré las llaves de las esposas.
—¿Cómo voy a confiar en ti, si ni siquiera tienes la confianza de tu propio
hermano?
—Te estoy ofreciendo una tregua. Hasta el momento he tenido dos
oportunidades para matarte: cuando entré aquí antes de escapar, a recoger mi
mochila, y ahora. Eres una amenaza para Ixia. Si yo fuera una espía de verdad, tu
muerte me haría famosa en el norte.
—¿Y si rechazo la tregua?
Yo me encogí de hombros.
—Volveré a escapar. Pero, en esta ocasión, dejaré el cadáver de Goel en el
bosque.
—Es un buen rastreador —dijo Cahil con orgullo.
—Por desgracia.
—¿Por qué has vuelto? Ya has puesto a Goel fuera de la circulación. Él era la
única amenaza para ti.
—Porque quiero tener la oportunidad de demostrar que no soy una espía —dije
yo, frustrada—. Soy una Zaltana. Y no voy a salir corriendo como una criminal,
porque no lo soy. Pero tampoco quiero ser tu prisionera. Y… —ya no podía explicar
nada más. Suspiré. Él tenía razón. Si mi propio hermano no confiaba en mí, ¿por qué
iba a creerme Cahil? Yo había hecho una apuesta, pero la había perdido.
Era el momento de cambiar de plan. Lo mejor que podía hacer era huir e ir en
busca de Irys. Retiré la navaja del cuello de Cahil. Después de un día entero sin
comer y sin dormir, sentí una fatiga abrumadora. Salté al suelo.
—No voy a matar a nadie —dije, mientras avanzaba de espaldas hacia la
rasgadura de la tela de la tienda, sin apartar los ojos de Cahil.
Cuando me volví para encontrar la salida, sentí un repentino mareo y me caí al
suelo. La tienda comenzó a dar vueltas, y yo perdí la conciencia momentáneamente,
mientras toda mi energía se desvanecía. Recuperé el conocimiento justo a tiempo

para ver a Cahil recoger mi navaja.

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