sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 30

—¿Yo? Pero yo nunca he conectado mi mente con Gelsi —dijo Dax, con una
expresión de miedo.
Yo me había llevado a Dax a mi habitación, y ambos estábamos sentados en el
sofá.
—No te preocupes. Sólo tienes que pensar en ella. Yo la encontraré a través de
ti.
Después de unos instantes, Dax consiguió concentrarse lo suficiente como para
que yo pudiera llegar a Gelsi.
«Gelsi, ¿dónde estás?», le pregunté.
Noté una terrible vergüenza.
«He sido una idiota. Nadie debe saberlo. Por favor, no se lo digas a nadie», me
dijo, con la mente invadida por el miedo.
«Te ha engañado un mago muy astuto. Nadie te acusará de nada. ¿Dónde
estás?».
«Él me castigará».
Gelsi intentó evadirse. Yo le mostré la preocupación que Dax sentía por ella, y
cómo la había buscado por toda la Fortaleza.
«No permitas que gane tu carcelero».
Gelsi me mostró una habitación vacía. Ella estaba desnuda y atada a unas
estacas de metal que estaban clavadas en el suelo. Había signos extraños pintados
por las paredes. Ella tenía un gran dolor entre las piernas, y múltiples cortes en los
brazos y en las piernas, que le ardían. Él no había necesitado drogaría con curare.
«Yo lo quería», me dijo. «Me entregué a él».
«Enséñame dónde estás», le pedí yo.
Más allá de la habitación había un salón, y fuera vi un patio con una escultura
de jade blanco de quince caballos.
«Ten fe», le dije. «Iremos a buscarte».
«Él lo descubrirá. Ha rodeado el vecindario con un escudo mágico, y sabe
cuándo alguien lo traspasa. Si se siente amenazado, completará el ritual».
«¿No tiene que esperar a la luna llena de esta noche?».
«No».
La nota que había dejado Alea había fijado el intercambio para la luna llena, así
que todo el mundo había asumido, además de que Ferde había sido el autor del
mensaje, que la fase de luna llena era imprescindible para el ritual.
«Tuvo que mudarse muchas veces», me explicó Gelsi. «Yo no sabía que él era a
quien estaban buscando los Maestros. Él me hizo creer que estaba llevando a cabo
una misión secreta por encargo de los Cuatro Magos».
«Te salvaremos», le prometí.
«Daos prisa».
Yo me retiré de su mente y me quedé sentada. Dax me miró con terror, porque
había sido testigo de nuestra conversación.
—Ella te necesitará cuando todo esto termine —le dije.
—Tenemos que decírselo a los Maestros…
—No.
—Pero él es fuerte. Ya has oído a Gelsi. Tiene un escudo.
—Más razón para ir a solas. Ellos han estado buscándolo, y él los conoce. Creo
que yo puedo atravesar ese escudo sin que me detecte.
—¿Cómo?
—No tengo tiempo para explicártelo. Pero sé que Gelsi te necesitará. ¿Puedes ir
al mercado a encontrarte conmigo en una hora?
—Claro que sí.
Dax se marchó, y yo comencé a recoger mi equipo y me cambié de ropa. Me
puse unos pantalones y una túnica marrones, con los que me confundiría fácilmente
con la gente de la ciudad.
Antes de salir, fui a ver a mis padres. Leif estaba con ellos, y yo no lo saludé. Sin
embargo, cuando le pedí a mi padre otra pastilla de theobroma, mi hermano me miró
alarmado, aunque no dijo nada.
Mis padres entendieron que yo iba a hacer algo peligroso nuevamente.
Asintiendo, mi padre me dio las pastillas, y mi madre me entregó el pequeño
instrumento de su invención y me explicó cómo funcionaba. Era estupendo.
Después, abracé a mis padres y me fui.
Cuando había atravesado las puertas de la Fortaleza, noté que alguien me
seguía, y me di la vuelta. Leif estaba allí.
—Ahora no, Leif —le dije, y seguí caminando.
—Sé adonde vas —respondió él.
—Muy bien; entonces sabrás que el tiempo es muy importante. Vuelve a la
Fortaleza.
—Si vuelvo, les diré a los Magos lo que vas a hacer.
—¿De verdad? A ti no se te da muy bien contar las cosas.
—Esta vez no vacilaré.
—¿Qué es lo que quieres?
—Ir contigo.
—¿Porqué?
—Me necesitarás.
—Teniendo en cuenta la ayuda que me prestaste en la selva hace tantos años,
creo que estoy mejor sola.
Él se encogió, pero la obstinación no abandonó su semblante.
—O me incluyes en tus planes, o te seguiré y los estropearé.
Yo tuve que apretar los labios para contener la repentina furia que sentía. No
tenía tiempo para aquello.
—Muy bien, pero deja que te advierta que tendré que entrar en tu mente para
que puedas atravesar el escudo de Ferde.
Él palideció, pero asintió mientras caminaba a mi lado hacia el mercado.
Cuando llegamos, Dax estaba esperando allí. Yo fui en busca de Fisk. El niño estaba
ayudando a una señora a llevar un rollo de tela, pero terminó en cuanto me vio.
—Encantadora Yelena, ¿necesitas ayuda? —me preguntó.
Yo le dije lo que necesitaba.
Él sonrió.
—Suena divertido, pero…
—Me va a costar dinero —terminé yo.
Él corrió a buscar a sus amigos. Los niños nos guiaron hasta la fuente de los
quince caballos blancos. Dax se quedó esperando en un callejón para no tocar el
escudo de Ferde, pero a la vista de las ventanas del segundo piso de la casa.
Entonces, yo tomé la mano de Fisk y la de mi hermano. Primero, le pedí a Fisk
que cerrara los ojos y pensara en sus padres. El niño obedeció, y yo me puse en
contacto con sus mentes a través de la de su hijo. Después alcancé también la de Leif.
La conciencia de Leif era un laberinto negro de dolor. Allí se retorcían la
culpabilidad, la vergüenza y la furia. Yo entendí por qué el Hombre Luna quería que
lo ayudara, pero no pude evitar sentir una mezquina satisfacción ante el
arrepentimiento de Leif.
Aparté sus pensamientos oscuros y los reemplacé con los del padre de Fisk: el
hombre tenía preocupaciones por encontrar trabajo y mantener a su familia.
Después, llené mi mente con los pensamientos de la madre de Fisk: preocupaciones
sobre las enfermedades de su hermana. Con sus personalidades en mi cabeza y en la
de Leif, yo le hice una señal a Fisk.
Él imitó el ladrido de un perro. Los demás niños lo siguieron, y los ladridos de
todos ellos resonaron en las paredes de mármol de la plaza. Los amigos de Fisk
comenzarían la distracción, jugando y corriendo, entrando y saliendo del escudo de
Ferde, tantas veces como pudieran.
Yo tomé de la mano a Fisk y a Leif y los tres continuamos recorriendo el patio.
Cuando cruzamos la barrera, yo sentí el calor de un mago molesto y poderoso. Él
repasó nuestros pensamientos, decidió que éramos una de las familias de mendigos
del barrio y nos retiró su atención.
Cuando llegamos junto a la fuente, yo liberé a los padres de Fisk. Ellos tendrían
una historia poco corriente que contarle a sus amigos: cómo se habían sentido al
pensar que podían estar en dos lugares a la vez.
—Ésta es la mitad de la batalla —le dije a Leif.
Él asintió, pero no me miró a los ojos. Fisk corrió a unirse al juego de sus
amigos, y nosotros nos aproximamos a la casa. Yo abrí la cerradura con mi horquilla
de diamante, y ambos entramos directamente en un salón. Leif agarró su machete, y
yo mi arco, aunque sabíamos que ninguna de las dos cosas nos protegería.
Entonces, conecté de nuevo con la mente de Gelsi, y vi a Ferde acercándose a
ella. Tenía un cuenco de piedra marrón y una daga larga en las manos. Sólo llevaba
la máscara roja. Al principio, Gelsi se había sentido fascinada por aquellos símbolos
que él llevaba tatuados en su escultural cuerpo, pero en aquel momento lo miraba
con asco.
«Estoy en el piso de abajo», le dije. «¿Qué va a hacer él?».
«Quiere más sangre. Espera, o me matará si te oye».
Yo tuve que agarrarme a Leif cuando Gelsi empezó a gemir de dolor. Le di a mi
hermano una de las píldoras de theobroma y le hice un gesto para que se la metiera
en la boca. Yo dejé la mochila en el suelo y extraje, sigilosamente, el invento de Perl.
Después, Leif y yo esperamos al final de la escalera. Por fin, oímos que Ferde se
movía.
«Se ha ido», dijo Gelsi con alivio.
A mí se me encogió el estómago de aprensión. Tiré del poder para reforzar mis
defensas mentales. Un error. Ferde sintió el tirón y se alarmó.
—Ahora —le susurré a Leif.
Corrimos escaleras arriba, subiendo los escalones de dos en dos.
Ferde nos estaba esperando en el descansillo, y yo sentí que chocaba contra su
magia. Tuve que agarrarme a la barandilla para no caerme por las escaleras. Leif se
quedó inmóvil junto a mí. ¿Qué le ocurría? Yo miré a Ferde. Tenía los ojos cerrados.
Me acerqué a él alzando el invento de Perl.
—Yelena, detente —me ordenó Leif, con una voz extraña.
Yo me volví hacia él justo en el momento en el que mi hermano blandía su
machete. Di un salto hacia atrás. El invento de mi madre se me cayó de las manos
cuando tuve que parar el golpe de Leif con mi arco.
—¿Qué estás haciendo? —le pregunté.
Leif escupió su píldora de theobroma y se dispuso a atacar de nuevo.
—Cuando esos hombres se llevaron a mi perfecta hermana menor, yo creí que
tendría toda la atención de mis padres —dijo Leif, y dirigió su machete hacia mi
cuello.
Yo me agaché. ¿Acaso su vergüenza y su culpabilidad habían sido fingidas?
¿Había estado trabajando con Ferde durante todo aquel tiempo? Sobreponiéndome a
mi asombro y a mi incredulidad, le di un golpe con el extremo del arco en el
estómago. Él gruñó de dolor y se dobló hacia delante. La magia me presionó la piel, y
vi que Leif se incorporaba con fuerzas renovadas. Pero, ¿la magia de quién?
—En vez de eso, tuve que competir con un fantasma perfecto —dijo Leif, y
volvió a atacar—. Mamá se negó a salir del poblado, y papá nunca estaba en casa.
Todo por tu culpa —dijo Leif—. Y tú te quedaste lejos, sólo para despreciarme,
¿verdad?
Ferde había desaparecido. Yo noté el breve grito de alarma de Gelsi cuando
Ferde entró en su habitación. Él había planeado terminar el ritual mientras Leif me
mantenía ocupada. Y estaba funcionando.
Leif avanzó hacia mí, y yo hice un último esfuerzo por contenerlo. Entré en su
mente oscura.
El odio y la aversión por sí mismo le llenaban los pensamientos. Noté otra
presencia en la cabeza de mi hermano. Ferde tenía las habilidades del Tejedor de
Historias. Se había apropiado de todas las emociones crudas de Leif y las estaba
usando contra mí.
Cuando Leif me atacó de nuevo con su machete, yo me aparté hacia la
izquierda y recogí mi conciencia. Percibí los gritos de socorro de Gelsi, y aquello fue
como una inyección de energía. Me proyecté hacia la mente de Leif y tomé el control
de su cuerpo, tal y como había hecho con Goel; detuve la punta de su machete a
centímetros de mi estómago, e hice que Leif diera dos pasos atrás.
Moviéndome por la oscuridad de la mente de Leif, encontré al niño que era
cuando había presenciado el secuestro de su hermana; no experimentaba aquellos
sentimientos de odio y culpa. Tan sólo sentía curiosidad e incredulidad, y aquéllas
eran dos emociones que Ferde no podría usar contra mí. Dejé a Leif sumido en un
duermevela. Él se sentó en el suelo, y yo volví a mi cuerpo. Detener a Ferde era lo
más importante, así que ya arreglaría la situación con Leif más tarde.
Tomé el invento de Perl y corrí por el pasillo. Abrí la última puerta y entré en la
habitación. Ferde tenía las manos alrededor del cuello de Gelsi. Yo observé con
horror cómo la vida abandonaba el rostro de la muchacha. Sus ojos quedaron
vidriosos, vacíos.
Ferde gritó y alzó los puños hacia el cielo con un gesto de euforia.

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