lunes, 19 de agosto de 2013

Capítulo 17

Yo me senté en la cama de golpe.
—Leif, no creerás que…
Yo no pude terminar la conjetura en voz alta. No pude sugerir que Esau y Perl,
nuestros padres, tuvieran algo que ver con aquel horrible asesino.
Leif sacudió la cabeza.
—No. Pero quizá alguien cercano a ellos.
—¿Crees que están en peligro?
—No lo sé —dijo Leif, y comenzó a meter todos los frascos en la caja—. Tengo
que hablar con el dirigente de nuestro clan. Creo que el curare fue robado. Creo que
alguien de nuestro clan es… —Leif se quedó sin palabras y le dio un manotazo a la
caja de frascos—. ¿Está comprometido? Decir que tenemos espías suena demasiado
dramático, incluso para mí —dijo.
Tomó la caja y salió apresuradamente de la habitación.
Tula, que había permanecido en silencio durante nuestra conversación, me
preguntó:
—¿Puede ser que Ferde… que mi atacante pertenezca al clan de los Zaltana?
—¿Ferde? ¿Se llama así?
Ella se tapó la cara con una mano.
—No. Así es como yo lo llamé. No te lo había contado porque me daba
vergüenza —me dijo. Respiró profundamente y miró a su hermana. Opal bostezó y
dijo que necesitaba dormir un poco. Le dio un beso a Tula en la mejilla y se marchó.
Después de un momento de silencio, yo dije:
—No tienes por qué explicármelo.
—Quiero hacerlo. Hablar me viene bien. Ferde es el nombre abreviado de Ferd–
de–lance. Es una víbora venenosa que se siente atraída por el calor. Las tenemos en la
fábrica todo el tiempo, porque van hacia los hornos. Una de ésas mató a mi tío.
Cuando uno de nosotros salía a trabajar hacia la fábrica, mi madre nos decía: «Ten
cuidado, no dejes que te sorprenda Ferde». Mi hermana mayor y yo asustábamos a
Opal diciéndole que Ferde iba a venir por ella —dijo Tula, mientras se le derramaban
las lágrimas por las mejillas—. Tengo que disculparme con Opal por haber sido mala
con ella… Es gracioso —comentó, con la voz quebrada por los sollozos—. Fui yo a la
que se llevó Ferde, pero si hubiera podido elegir, habría preferido que me picara la
víbora real.
Yo no supe qué decir para consolarla.
Aquella noche, Bain y Dax acudieron a la enfermería. El mago llevaba un farol,
y Dax iba cargado con libros encuadernados en cuero y rollos de papel.
Sin preámbulo, Bain tomó uno de los rollos y lo extendió sobre mi cama. A mí
se me encogió el estómago al ver lo que había escrito allí. Eran los símbolos que yo
había visto tatuados en el cuerpo de Ferde.
Bain observó atentamente mi reacción.
—Entonces, ¿éstos son los símbolos?
Yo asentí.
—¿Cómo…
Bain tomó uno de los libros de Dax. Por una vez, mi compañero estaba muy
serio.
—Este texto antiguo, escrito en la lengua de los Efe, habla de símbolos mágicos
de hace muchísimos años. Dice que esos símbolos eran tan poderosos que no podían
escribirse, porque llamarían al poder. Sin embargo, por fortuna para nosotros,
describen los símbolos con detalle. Y por suerte también, Dax está especializado en la
habilidad de leer y hablar lenguajes arcaicos. Uno de sus principales deberes es
traducir historia antigua para mí. Siguiendo las indicaciones de Leif, Dax ha podido
escribir los símbolos —me explicó Bain, señalando el papel.
—Es todo un progreso —dije yo, maravillada por los conocimientos de Dax.
Dax asintió y sonrió.
—El orden de los símbolos es muy importante —explicó Bain—, porque
cuentan una historia. Si podéis indicarnos cómo estaban colocados en el cuerpo del
criminal, quizá podamos averiguar cuáles son sus motivaciones.
Yo estudié la hoja, intentando recordar dónde tenía las marcas Ferde.
Entre Tula y yo fuimos capaces de recitarlos y de completar los que faltaban.
Después, la muchacha le dio una descripción física de Ferde a Dax, y él realizó un
dibujo. Tula, con la voz temblorosa, le dio unas cuantas correcciones y el retrato
quedó terminado.
—Es él —murmuró Tula.
El esfuerzo había consumido sus fuerzas, y Tula se quedó dormida antes de que
Dax hubiera recogido sus cosas.
Yo le toqué la manga a Bain.
—¿Puedo preguntarte una cosa?
Bain miró a su estudiante.
—Te esperaré en la torre —le dijo Dax. Se despidió de mí con una sonrisa y se
marchó.
—Siempre puedes preguntarme. No necesitas pedirme permiso, hija —me dijo
Bain con una mirada afectuosa.
—Irys no ha venido a visitarme. ¿Aún está enfadada conmigo?
—Yo no usaría la palabra enfadada. Furiosa es mejor para describir su estado
de ánimo.
En mi cara debió de reflejarse el terror, porque Bain me tomó suavemente una
mano.
—Debes tener en cuenta que tú eres su estudiante. Tus acciones reflejan su
habilidad como profesora. Lo que hiciste con Tula fue muy peligroso. Podrías haber
matado a Tula, a Opal, y a Leif y a ti misma. No consultaste a Irys y te fiaste sólo de
tus capacidades.
Yo abrí la boca para defenderme, pero Bain alzó una mano para indicarme que
no hablara.
—Estoy seguro de que eso es algo que aprendiste en Ixia. Allí no tenías a nadie
que te ayudara, en quien poder confiar. Sin embargo, ya no estás en el norte. Aquí
tienes amigos y colegas, otras personas que pueden guiarte y ayudarte. Sitia es muy
distinta a Ixia. No hay una persona que lo dirija todo. Tenemos un Consejo que
representa a nuestra gente. Debatimos y tomamos decisiones juntos. Esto es algo que
tienes que aprender, y que Irys tiene que enseñarte. Cuando entienda por qué
actuaste de ese modo, no estará tan disgustada.
—¿Y cuánto tardará?
Bain sonrió.
—No mucho. Irys es como los volcanes de las Montañas Esmeralda. Quizá
arroje vapor y lava, pero se enfría rápidamente. Seguramente, te habría visitado hoy
si no hubiera llegado un mensajero de Ixia esta mañana.
—¿Un mensajero? ¿Qué mensajero?
—No sé. Es un asunto del Consejo —dijo el mago, e hizo un gesto que indicaba
que aquel tema le aburría—. Algo sobre una embajadora de Ixia, que pide permiso
para visitar Sitia.
¿Una embajadora de Ixia visitando Sitia? Yo pensé rápidamente en todo lo que
aquello implicaba, mientras Bain, ansioso por traducir los tatuajes del asesino, se
despedía y se marchaba.
—Bain —le pregunté antes de que saliera—, ¿cuándo van a venir los ixianos?
—No lo sé. Estoy seguro de que Irys te lo dirá cuando venga.
Cuando el mago se fue, yo intenté tranquilizarme. En vez de obsesionarme con
cuándo llegaría la delegación del norte, pensé en quién enviaría el Comandante
Ambrose como embajador. No arriesgaría a uno de sus generales. Parecía más lógico
que enviara a uno de sus ayudantes.
Valek sería mi elección, pero los sitianos no confiarían en él, y él estaría en
peligro. Cahil y sus hombres intentarían matarlo por asesinar al antiguo rey de Ixia.
Sin embargo, ¿tendrían éxito? Aquello dependía de cuántos hombres lo atacaran de
una vez.
Yo me imaginé a Valek esquivando golpes con su típica elegancia y velocidad,
pero unas enormes hojas verdes comenzaron a oscurecer aquella imagen de mi
mente. Las hojas me impedían la visión, y pronto estuve completamente rodeada por
ellas.
Sólo podía atisbar a Valek. Grité pidiéndole ayuda, pero las gruesas lianas de la
selva se le habían enroscado en el torso y las piernas. Él las cortaba con su espada,
pero las lianas continuaron envolviéndolo hasta que también atraparon las piernas.
Yo intenté avanzar hacia él, pero un pinchazo agudo en el muslo me detuvo.
Una víbora me había mordido en la pierna. Le goteaba curare de los colmillos, y
a mí me salía sangre de los dos agujeros que tenía en la pierna. La droga se extendió
por mi cuerpo. Yo grité hasta que el veneno me congeló la voz.
—Yelena, despierta.
Alguien me agitó con fuerza por el hombro.
—Sólo es una pesadilla. Vamos, despierta.
Yo parpadeé y vi a Leif. Tenía el ceño fruncido, y ojeras. Yo miré a Tula. Estaba
apoyada en un codo y me miraba con preocupación.
—¿Está en peligro Valek?
Leif la miró con perplejidad.
—¿Por qué preguntas por él?
—Yelena estaba intentando ayudarlo cuando la mordió la víbora.
—¿Lo viste? —le pregunté yo.
Tula asintió.
—Yo sueño con la serpiente todas las noches, pero Valek es nuevo. Él debe de
ser de tu sueño.
Leif se volvió hacia mí.
—¿Lo conoces?
—Yo… —cerré la boca, y eligiendo las palabras con cuidado, continué—: Yo era
la catadora de alimentos del Comandante, así que veía a Valek todos los días.
Leif cerró los ojos, y el enrojecimiento de irritación desapareció de su rostro.
—No sé nada de tu vida en Ixia —dijo.
—Eso ha sido decisión tuya.
—No creo que pudiera asumir la culpabilidad extra —dijo Leif, y volvió la cara
hacia la pared.
—No deberías sentirte culpable, ahora que sabes que fui secuestrada. No había
nada que tú pudieras hacer —dije yo, pero él no me miró de todos modos.
—¿No es tu hermana? —preguntó Tula, confusa.
—Es una historia larga y complicada —dije yo.
Tula apoyó la cabeza en la almohada y se acomodó.
—Tenemos mucho tiempo.
—No, no lo tenemos —dijo Irys desde la puerta—. Leif, ¿estás listo?
—Sí.
Irys entró en la habitación.
—Entonces, ve a ayudar a Cahil con los caballos.
—Pero iba a…
—Explicarme lo que está ocurriendo —dije yo.
—No hay tiempo. Te lo explicará Bain.
Irys y Leif se volvieron hacia la puerta.
Yo me puse furiosa. Sin pensarlo, atraje el poder y lo dirigí hacia ellos.
—Alto.
Ambos se quedaron helados en el sitio hasta que los liberé. Yo me derrumbé
sobre la cama. Mi estallido había absorbido la poca fuerza que me quedaba.
Irys volvió a mi lado. Tenía una extraña mezcla de ira y admiración reflejada en
el rostro.
—¿Te sientes mejor?
—No.
—Leif, vete —le dijo Irys—. Yo os alcanzaré enseguida.
Él me lanzó una mirada de arrepentimiento al salir. Supuse que era su manera
de despedirse.
Irys se sentó sobre mi cama y me hizo apoyarme en la almohada.
—Nunca te recuperarás si sigues usando la magia.
—Lo siento. No podía estar tan…
—Quieta —dijo Irys con una sonrisa de ironía—. Es por tu culpa. Al menos, eso
es lo que me dice Roze todo el tiempo. Ella quiere que te asigne a la cocina durante
todo un curso como castigo por haber rescatado a Tula.
—Debería ser recompensada, no castigada —dijo Tula.
Irys alzó una mano.
—Ese consejo no pienso seguirlo. De hecho, creo que tu situación actual es lo
suficientemente mala como para que la próxima vez que te sientas tentada a usar
más magia de la que puedes manejar te lo pienses dos veces. Y estar aquí encerrada
mientras Cahil, Leif y yo viajamos a la Meseta Avibian a visitar al clan Sandseed es
castigo suficiente.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunté yo.
Irys suavizó su voz y habló en un susurro.
—Anoche, Leif y yo le preguntamos a Bavol, el representante Zaltana del
Consejo, sobre el curare. Es de tus padres. Ellos hicieron una gran cantidad y se la
enviaron al clan Sandseed.
A mí me dio un salto el corazón.
—¿Porqué?
—Según Bavol, Esau había leído algo sobre una sustancia que paraliza los
músculos en un libro de historia sobre las tribus nómadas de la Meseta Avibian. Así
pues, Esau viajó a las tierras del clan Sandseed, y conoció a un sanador llamado
Gede, que sabía un poco de esa sustancia. En el clan Sandseed, la información se
transmite oralmente de sanador en sanador, y algunas veces, la información se
pierde. Esau y Gede buscaron la enredadera del curare en la selva y, cuando la
encontraron, hicieron que Perl les ayudara a extraer el curare. Es un proceso que
conlleva tiempo, así que Gede regresó a la llanura, y Esau le prometió que le enviaría
una parte del curare para agradecerle su ayuda —dijo Irys, y se puso en pie—. Así
que ahora vamos a averiguar qué hizo Gede con ese curare, ya que el Consejero
Harun Sandseed no lo sabía.
—¡Yo debo ir también! —dije, e intenté incorporarme. Sin embargo, el brazo no
me sostenía sobre la cama.
Irys me miró, impasiblemente. Cuando me quedé quieta, ella me preguntó:
—¿Porqué?
—Porque conozco al asesino. Lo he visto en la mente de Tula. Puede que esté
con el clan.
Ella sacudió la cabeza.
—Tenemos el retrato que hizo Dax, y Leif lo vio también cuando te ayudó a
conectar tu mente y la de Tula —Irys alargó la mano y me apartó el pelo de la frente.
Noté su mano fresca contra la piel caliente—. Además, tú no estás lo suficientemente
fuerte. Quédate. Descansa. Fortalécete de nuevo. Tengo muchas cosas que enseñarte
cuando vuelva —me dijo. Después se inclinó sobre mí y me besó la frente.
Irys estaba llegando a la puerta cuando recordé preguntarle acerca de la
delegación ixiana.
—El Consejo ha accedido a celebrar una reunión. El mensajero partió esta
mañana con la respuesta para Ixia.
Después cerró la puerta y me dejó pensando en todo lo que me había dicho.
—Ixia —dijo Tula, maravillada—. ¿Crees que Valek conseguirá escapar de la
enredadera y venir con la delegación?
—Tula, eso ha sido una pesadilla.
—Pero parecía muy real…
—Las pesadillas son los fantasmas de nuestros miedos y preocupaciones, que
nos obsesionan mientras dormimos. Dudo que Valek tenga problemas.
Sin embargo, yo seguí con la imagen de Valek atrapado en la mente. Era cierto
que parecía muy real. Apreté los dientes con impaciencia y frustración. Irys tenía
razón. Estar allí tumbada era mucho peor que estar fregando la cocina.
Respiré profundamente varias veces y calmé mi mente, limpiándola de
preocupaciones. Me concentré en la última noche que había pasado con Valek en
Ixia. Un recuerdo querido.
Debí de quedarme dormida, porque noté la presencia de Valek. Una fuerte
nube de energía me rodeó.
«¿Necesitas ayuda, amor?», me preguntó él en mi sueño.
«Te necesito a ti. Necesito amor. Necesito energía. Te necesito a ti».
«No puedo ir. Ya tienes mi amor, pero puedo darte mi energía».
«¡No! ¡Quedarás indefenso durante días!». La imagen de Valek atrapado por
aquellas enredaderas me saltó al pensamiento.
«Estaré bien. Los gemelos están conmigo. Ellos me protegerán».
Valek me mostró una imagen de Ari y Janeo, mis amigos de Ixia, que estaban
guardando su tienda. Estaban acampados en el Bosque de la Serpiente, en unas
prácticas militares.
Antes de que pudiera impedirlo, me sentí imbuida por su poder.
«Buena suerte, amor».
—¡Valek! —grité yo. Él desapareció.
—¿Qué ha sido eso? —me preguntó Tula.
—Un sueño —dije yo. Pero me sentía rejuvenecida. Me puse en pie sobre mis
piernas firmes, maravillada.
Tula se quedó mirándome.
—No ha sido un sueño. He visto una luz y…
Tomé una decisión repentina y me lancé hacia la puerta.
—Tengo que irme.
—¿Adonde? —me preguntó Tula.
—A alcanzar a Irys.
A medida que me aproximaba, noté la agitación de Kiki y le abrí mi mente.
«Mal olor», me advirtió.
Yo me volví a tiempo para ver a Goel a mi espalda. Antes de que pudiera
reaccionar, él me puso la espada a pocos centímetros del estómago.
—¿Ibas a alguna parte? —me preguntó.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Un pajarito me ha dicho que te has escapado del nido. No me ha resultado
difícil encontrarte.
Los guardias de la habitación de Tula debían de haberlo avisado. Yo suspiré. Mi
distracción mientras recogía las provisiones me había convertido en un blanco fácil.
—Está bien, Goel —dije yo—. Resolvamos esto pronto —añadí, e intenté echar
mano de mi arco, que llevaba a la espalda. Sin embargo, Goel me apretó la punta de
la espada contra la cintura y me cortó la camisa.
—¡Quieta! —me gritó.
Yo resoplé de fastidio. No tenía tiempo para aquello.
—¿Estás demasiado asustado para luchar limpiamente? ¡Ay! —él me cortó con
la espada.
—Deja el arco en el suelo. Lentamente —me ordenó.
Él volvió a hacerme un ligero corte cuando yo titubeé. Lentamente, saqué el
arco de su carcaj, manteniendo la atención de Goel en mí, porque por el rabillo del
ojo veía a Kiki abriendo el cerrojo de su compartimiento con los dientes. La puerta se
abrió de golpe. Goel se volvió al oír el ruido.
Kiki se dio la vuelta y alzó las patas traseras. Yo me retiré unos cuantos pasos.
«No demasiado fuerte», le dije.
«Hombre malo». Ella le dio una coz.
Goel salió volando por el aire y se golpeó contra la valla del cercado. Después
cayó al suelo hecho un guiñapo. No se movía, y yo me acerqué para tomarle el pulso.
Aún vivía. Yo tuve sentimientos contradictorios al darme cuenta; ¿me atacaría más
veces para cumplir la promesa que me había hecho o hasta que yo lo matara?
Kiki interrumpió mis pensamientos.
«Vamos».
Yo la ensillé. Mientras ceñía las correas a su pecho, le pregunté:
«Siempre has sabido abrir tu puerta?».
«Sí. La valla también».
«¿Y por qué no lo haces?».
«Heno dulce. Agua fresca. Pastillas de menta».
Yo me reí y tomé algunas pastillas de las que Cahil tenía guardadas en una
bolsa en el establo. Las metí en mi mochila y monté sobre Kiki con las provisiones y
el agua.
«¿Demasiado pesado?», le pregunté.
Ella me miró con desdén.
«No. Vamos ahora. El olor de Topaz se pierde».
Salimos de la Fortaleza y atravesamos Citadel. Kiki caminaba con cuidado por
las calles repletas de gente del mercado. Vi a Fisk, mi niño mendigo, llevándole los
paquetes a una señora. Él sonrió e intentó saludarme. Llevaba el pelo negro limpio y
brillante, y ya no tenía ojeras de cansancio y de hambre. No era un mendigo. Fisk
había encontrado un trabajo.
Cuando atravesamos las enormes puertas de mármol de Citadel, Kiki aceleró el
ritmo y comenzó a galopar. Pronto llegamos al bosque, y después, a la Meseta
Avibian. Las largas hierbas me rozaban las piernas y a Kiki le acariciaban el
estómago. La yegua aminoró el paso.
Yo toqué su mente. Estábamos en el camino correcto, y el fuerte olor de los
caballos le llenaba la nariz.
«Silk. Topaz. Rusalka».
«¿Rusalka?».
«El caballo del Hombre Triste».
Al principio me sentí desconcertada, pero enseguida me di cuenta de que aquél
era el nombre que Kiki le había dado a Leif.
«¿Quieres alcanzarlos?», me preguntó Kiki.
«¿Estamos cerca?».
El olor de los caballos mezclado con el débil humo del fuego. A través de los
ojos de Kiki, vi una hoguera distante.
«Han parado».
Yo proyecté mi conciencia para encontrar la situación del campamento y
percibir el estado de ánimo de la gente.
Cahil tenía su espada asida por la empuñadura. El cielo abierto lo alarmaba.
Leif estaba tumbado en el suelo, casi dormido. Irys…
«¡Yelena!». Su indignación me atravesó la mente.
Antes de que pudiera exigirme una explicación, le mostré lo que había ocurrido
entre Valek y yo.
«Imposible».
«Dijiste lo mismo cuando Valek me ayudó durante el interrogatorio mental de
Roze. Quizá tengamos algo que nos conecta y que tú no has encontrado».
«Quizá», admitió ella. «Ven con nosotros. Es demasiado tarde para enviarte de
vuelta a casa. Además, no puedes volver a la Fortaleza sin mí para que te ayude a
enfrentarte a la ira de Roze».
Con aquel pensamiento halagüeño, le dije a Kiki que avanzara hacia el
campamento. Ella se puso contenta cuando llegamos junto a Topaz. Él estaba
pastando con los demás caballos.
Yo le quité los arreos y la silla, la cepillé y me aseguré de que tuviera suficiente
comida y agua, aunque la rigidez de mi cuerpo debido al ejercicio de todo el día
hacía que mis movimientos fueran lentos.
Cuando por fin llegué junto a Irys, que estaba en el pequeño claro donde habían
parado a pasar la noche, ella me preguntó únicamente si quería cenar. Yo miré a los
demás. Leif estaba removiendo un caldero de sopa al fuego. Tenía una expresión
neutral. Cahil ya no tenía la mano en la empuñadura de la espada, y estaba más
relajado en cuanto al cielo de la noche. Sonrió cuando nuestras miradas se cruzaron.
Irys no me reprendió. Nos dio a Cahil y a mí instrucciones sobre cómo
debíamos comportarnos con los miembros del clan Sandseed.
—El respeto a los mayores es obligatorio. Sólo hablaréis cuando ellos os inviten
a hacerlo. No hagáis preguntas y no os quedéis mirando.
—¿Y por qué íbamos a quedarnos mirando? —le pregunté yo.
—No les gusta llevar ropa. Algunos miembros del clan se visten cuando tienen
visitantes, pero otros no —dijo Irys—. También tienen magos poderosos. No se
instruyen en la Fortaleza, aprenden los unos de los otros; aunque algunos de sus
magos jóvenes sí han ido a la Fortaleza para aumentar sus conocimientos. Kangom
era uno de ellos, pero no se quedó mucho en la Fortaleza.
Kangom era el nombre que se le daba en Sitia a Mogkan; por desgracia, yo sí
sabía a donde había ido desde la Fortaleza. Había empezado a secuestrar niños y a
llevárselos a Ixia.
Antes de que Cahil pudiera hacer alguna pregunta sobre Mogkan, yo le dije a
Irys:
—¿Y los magos del clan Sandseed que permanecen con ellos?
—Los llaman Tejedores de Historias —explicó mi maestra—. Ellos atesoran la
historia del clan. Los Sandseed creen que su historia es un ser vivo, como una
presencia invisible que los rodea. Como la historia del clan siempre está
evolucionando, los Tejedores de Historias guían al clan.
—¿Y cómo lo hacen? —preguntó Cahil.
—Median en las disputas, ayudan a tomar decisiones, les muestran su pasado a
los miembros del clan y los ayudan a evitar cometer de nuevo los mismos errores. Es
algo muy similar a lo que hacen los Magos Maestros por la gente de Sitia.
—Ellos calman los corazones acongojados —dijo Leif, mirando fijamente a las
llamas—. O eso dicen —después, se puso en pie abruptamente—. La sopa está lista.
¿Alguien tiene hambre?
Cenamos en silencio. Después, arreglamos nuestras colchonetas para dormir, e
Irys nos informó de que aún pasaríamos una noche más en el camino antes de llegar
al territorio del clan.
Cuando todos nos acostamos, yo me envolví en mi capa gruesa para
protegerme del frío de la noche y hablé con Kiki.
«¿Va todo bien?».
«La hierba dulce. Crujiente».
«¿Malos olores?».
«No. Buen aire. Hogar».
Yo recordé que Kiki se había criado con los Sandseed.
«¿Te resulta agradable estar en casa?».
Pensé en Valek, en el Bosque de la Serpiente, y esperé que hubiera recuperado
su fuerza.
«Sí. Más agradable con la Dama Lavanda. ¿Pastillas de menta?», me preguntó
esperanzadamente.
«Por la mañana», le prometí.
Miré hacia el cielo nocturno y observé cómo danzaban las estrellas mientras
esperaba a quedarme dormida. La visión de la vida de Kiki me parecía perfecta.
Buena comida, agua fresca, un dulce de vez en cuando y alguien a quien querer. Eso
era lo que todo el mundo debería tener. Una visión poco realista y simple, yo lo
sabía, pero me calmaba. Finalmente, me dormí.
Desperté con la luz del amanecer. Irys y los demás estaban alrededor de una
pequeña hoguera. Desayunamos pan con queso y nos pusimos de nuevo en camino.
A medida que avanzábamos, el suelo blando se fue convirtiendo en terreno de
piedra dura, y cada vez hubo menos hierba. Durante una breve parada, yo vi vetas
de color rojo en un par de elevaciones de arenisca, a lo lejos.
—El atacante de Tula tenía algo rojo bajo las uñas —les dije a los demás—.
¿Podría ser de allí?
—Es posible —dijo Irys.
—Deberíamos tomar una muestra —sugirió Leif. Rebuscó en su mochila hasta
que encontró un frasco.
—Tenemos que continuar —Irys miró hacia el sol con los ojos entrecerrados—.
Quiero encontrar un lugar donde acampar antes de que anochezca.
—Id. Yo os alcanzaré —dijo Leif.
—Yelena, ayúdalo. Asegúrate de que es el color que tú recuerdas —me ordenó
Irys. Después se volvió hacia Cahil, antes de que él pudiera protestar—. Cahil, tú
quédate conmigo. Si Yelena puede encontrarnos horas después de que hayamos
salido de Citadel, no tendrá problemas para encontrarnos hoy.
Irys y Cahil, él con el ceño fruncido, montaron sus caballos y se dirigieron hacia
el sol, mientras Leif y yo encontramos un camino hacia las elevaciones. Estaban más
lejos de lo que yo había creído. Las vetas resultaron ser de arcilla roja. Tomamos dos
muestras: una de la arcilla más blanda, que estaba bajo la superficie, y otra de la
arcilla endurecida que había bajo el sol.
Cuando volvimos al punto de partida, el sol estaba descendiendo hacia el
horizonte. Kiki encontró el rastro de Topaz, y Leif y yo pusimos a los caballos a
galope.
Yo no me sentí preocupada cuando el cielo comenzó a oscurecerse. El olor
fuerte de Topaz llenaba la nariz de Kiki, lo cual significaba que nos estábamos
acercando. Sin embargo, cuando anocheció por completo y yo no vi ninguna
hoguera, sí comencé a inquietarme.
Cuando la luna estuvo en lo alto del cielo, detuve a Kiki.
—¿Nos hemos perdido? —me preguntó Leif.
—No. Kiki dice que percibe el olor de Topaz. Quizá hayan decidido viajar
más…
—¿Puedes ponerte en contacto con Irys?
Yo proyecté mi conciencia y sentí una sorprendente oleada de poder. La fuente
estaba concentrada en aquella zona. Seguí buscando por los terrenos colindantes,
pero no hallé nada.
Alarmada, extendí mi búsqueda y amplié el territorio, pero me di cuenta de que
mi mente no había tocado ni siquiera a un ratón de campo, ni a ninguna otra criatura.
Sin embargo, Kiki insistió en que percibía muy cercano el olor de Topaz.
—Ocurre algo extraño —le dije a Leif, mientras notaba la magia latiendo en el
ambiente—. No puedo encontrar a Irys. Creo que alguien está intentando tendernos
una trampa.
—¡Por fin! —dijo una voz que llegaba de la oscuridad.
Kiki y Rusalka se amedrentaron y retrocedieron, pero una magia calmante los
tranquilizó. Yo saqué mi arco y miré las pocas figuras que podía distinguir a la débil
luz de la luna.
—No sois muy rápidos, ¿verdad? —siguió diciendo la voz, a mi izquierda.
Yo giré sobre Kiki y vi a un hombre materializarse de un rayo de luna azul. Era
muy alto. Tenía la piel desnuda, de color azul, y no tenía vello. En su cabeza no había
ni un solo pelo, y yo noté la fuerza concentrada en sus poderosos músculos. Sin
embargo, en su rostro redondeado había una expresión de buen humor, y yo no sentí
una amenaza inmediata en él. Irradiaba una energía mágica pura, así que pensé que
podría estar influyendo en mis emociones.
Tensé mi arco.
—¿Quién eres y qué quieres? —inquirí.
Él sonrió, mostrando unos dientes muy blancos.
—Soy tu Tejedor de Historias.

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