cómoda que facilitaba sus movimientos.
—¿Cómo has…
—¿Engañado a tus guardias? No son muy buenos. Se les olvidó
comprobar que
no hubiera arañas en el techo —contestó Valek con una
sonrisa. Los rasgos angulosos
de su rostro se suavizaron.
Asombrada, me di cuenta de que no llevaba su disfraz de
ayudante.
—Esto es peligroso.
—Yo ya sabía que enamorarme de ti era peligroso, amor.
—Me refiero el venir a Sitia. Estar aquí, dentro de la
Fortaleza del Mago, con los
guardias justo al lado de mi puerta —dije yo, gesticulando
salvajemente.
—Sólo sería peligroso si se supiera que estoy aquí. Ellos
piensan que soy el
aburrido y atontado ayudante de la Embajadora Signe.
Valek se puso de pie. Sus movimientos eran todo fluidez. La
tela negra de su
ropa dibujaba su cuerpo delgado. Abrió los brazos.
—¿Ves? Ni siquiera voy armado.
Hizo un intento de parecer inocente, pero yo sabía la
verdad.
—¿Tengo que adivinar cuántas armas llevas escondidas, o debo
desnudarte?
—Creo que desnudarme es el único modo de estar completamente
seguros —
dijo Valek. Sus ojos azules y profundos estaban llenos de
alegría.
Yo di tres pasos y me vi entre sus brazos, donde debía
estar. Allí no había
confusión. Allí no había preocupaciones. No había problemas.
Sólo el olor de Valek,
una combinación embriagadora de almizcle y especias.
Durante nuestro corto viaje a la cama, encontré dos
cuchillos prendidos con una
correa a los antebrazos de Valek, dardos y otros
instrumentos para lanzar en su
cinturón y una navaja atada a su muslo izquierdo, además de
una espada corta en
una de sus botas.
Sabía que llevaba más armas en la ropa, pero una vez que
toqué su piel, el juego
dejó de tener importancia. Nos reencontramos. Con su cuerpo
cerca del mío, sentí
que todos mis espacios vacíos se llenaban con su esencia.
Estaba en casa.
No paramos para hablar hasta muy entrada la noche. Tumbada
junto a él bajo
la manta, le di las gracias en voz baja por el brazalete de
serpiente, y le conté lo que
había ocurrido con Tula y con Opal, y cuál era la razón de
que yo tuviera
guardaespaldas.
—Y tú decías que era peligroso para mí —ironizó Valek—. Me
alegro de haber
venido. Necesitarás un apoyo que no se deje influenciar por
la magia.
La inmunidad de Valek a la magia podía considerarse un arma
más. Por
primera vez desde que habían secuestrado a Opal, sentí
esperanzas de recuperarla
con vida.
—¿Cómo vas a darme tu ayuda? Se supone que estás con la
Embajadora.
Él sonrió.
—No te preocupes. Ésta no es la primera vez, ni será la
última, que yo esté en
Sitia. Tener vigilados a los vecinos siempre ha sido uno de
mis deberes como jefe de
seguridad. Es divertido.
—Hasta que te pillen —dije yo. Me puse de mal humor, pero no
pareció que mi
comentario afectase mucho a Valek.
—Siempre existe ese riesgo. Supongo que es parte del
atractivo —dijo. Me
acarició el cuello con la nariz y dijo con resignación—:
Será mejor que me vaya.
Pronto amanecerá —rodó por la cama y comenzó a vestirse—.
Además, no quiero
estar aquí cuando llegue tu novio.
—¿Quién? —pregunté yo, sentándome.
—El rubio que sigue todos tus movimientos con cara de
cordero degollado —
bromeó Valek.
—¿Cahil? —yo me reí, descartándolo—. Pensó que Janeo era mi
amante. Creo
que deberías sentir más celos de mi yegua. Ella es la que
verdaderamente me ha
robado el corazón.
Valek se había quedado inmóvil, y yo sentí desconcierto.
—¿Cómo se llama? —me preguntó.
—Se llama Kiki.
Él sacudió la cabeza.
—La yegua no. El rubio.
—Cahil.
—¿Cahil Ixia? ¿El sobrino del rey? ¿Está vivo? —Valek estaba
confuso.
—Creía que lo sabías —dije yo.
Yo había imaginado que Valek había dejado vivir a Cahil una
vez que había
llegado a Sitia. Sin embargo, en aquel momento recordé el
comentario de Cahil. Él
me había dicho que Valek había olvidado contar los cuerpos
cuando había asesinado
a la familia real. Con espanto, me di cuenta del error que
había cometido.
—Valek, no lo mates.
—Es una amenaza para el Comandante —dijo él. Sus ojos tenían
un brillo letal,
y su expresión era de piedra, implacable, intransigente.
—Es mi amigo.
La mirada fría de asesino de Valek se cruzó con la mía.
—En el instante en que se convierta en una amenaza para el
Comandante,
morirá.
Valek había jurado proteger al Comandante, y sólo su amor
por mí impidió que
matara a Cahil aquella misma noche. La lealtad de Valek era
inquebrantable. Si el
Comandante le hubiera ordenado que me matara, Valek lo
habría hecho. Era una
suerte para nosotros que el Comandante no le hubiera dado
nunca aquella orden.
—Valek, ¿alguna vez dejaste una de tus tallas como marca
cuando asesinaste a
alguien?
Él sonrió.
—¿Has oído rumores sitianos?
Yo asentí.
—Pero no creo siempre todo lo que oigo.
—Bien. Aunque me avergüenza admitir que ése es cierto. Era
joven, atrevido y
estúpido, y disfrutaba de que me conocieran como el Artista
de la Muerte. Incluso
comencé alguna talla antes de hacer un trabajo, y dejé que
mi víctima la encontrara
—dijo Valek, sacudiendo la cabeza ante aquel recuerdo—. Esa
estupidez estuvo a
punto de costarme la vida, así que dejé de hacerlo.
Valek terminó de vestirse.
—Estaré hoy en el mercado, por si ocurre algo.
Me besó, y yo me abracé a él durante un instante, deseando
que pudiéramos
escaparnos y olvidar todo sobre los magos, los ladrones de
almas y Cahil. Pero eso
no era para nosotros. Enfrentarnos a prisioneros, maquinadores
y asesinos era la
suerte que nos había tocado en la vida. Además,
probablemente nos habríamos
aburrido llevando una existencia segura, sin problemas. Sin
embargo, aun así, yo lo
deseaba.
De mala gana, solté a Valek. Él asintió hacia la puerta. Yo
la abrí y distraje al
guardia. Cuando volví al salón, la pesada oscuridad me
apretó la piel, mientras el
aire helado me calaba los huesos. Valek se había ido.
Irys y yo caminamos hacia el mercado aquella mañana. El
cielo oscuro y
nublado reflejaba mi humor. Iba acurrucada en mi capa. Era
la primera vez que
necesitaba llevarla durante el día.
El mercado estaba lleno de gente. Yo hice algunas compras
antes de sentir un
tirón familiar en la manga. Fisk estaba a mi lado. Me
sonrió.
—¿Querías encontrar a un hombre raro que vive con una chica?
—me preguntó.
—Sí. ¿Los has visto?
—Te enseñaré dónde viven.
Seguimos a Fisk por Citadel. Cruzamos callejones y patios
vacíos, y yo me
pregunté si Valek nos seguía. Fisk se detuvo antes de que
llegáramos a una plaza
donde había una fuente de jade que representaba una tortuga.
Fisk señaló a un
edificio en la parte opuesta de la plaza.
—En el segundo piso vive un hombre que tiene líneas rojas en
las manos. Es
nuevo, y nadie lo conoce.
Lleva una capa con la que se esconde la cara. Mi hermano ha
visto a una chica
entrando al edificio, llevando paquetes.
Yo miré a Irys.
«¿Registraron este barrio con la magia?».
«Sí, pero no lo hizo un Maestro».
Irys proyectó su conciencia, y la mía fue con ella. Nuestras
mentes tocaron a
una mujer joven que estaba amamantando a su bebé en el
primer piso. En el tercero
había otra mujer, pensando en que iba a llover. No pudimos
sentir a nadie en el
segundo piso, pero la magia de Ferde tenía la misma potencia
que la de Irys, y no
podía ser detectado con facilidad.
«Podría intentarlo con más fuerza, pero él percibiría que
estamos aquí. Volveré
con refuerzos».
«¿Con quién?», le pregunté yo.
«Con Roze y Bain. Juntos seremos capaces de someterlo. Y
cuando esté
inconsciente, será más fácil transportarlo a la prisión de
la Fortaleza».
«¿Por qué inconsciente?».
«Un mago está indefenso cuando está inconsciente».
«¿Y durmiendo?», le pregunté yo, alarmada.
«No. Sólo si está drogado, o inconsciente».
«¿Y qué ocurrirá cuando despierte? ¿No podrá usar su magia
para escapar?».
«La prisión de la Fortaleza tiene un dispositivo de
neutralización de poder. Si
un mago intenta usar la magia dentro de la celda, el
dispositivo absorbe su poder y lo
dirige hacia las defensas de la celda, hasta que el mago
queda exhausto».
Fisk, que nos había estado mirando con fascinación,
carraspeó.
—¿Creéis que el que buscáis vive ahí?
—¿Podría ser la chica a la que vio tu hermano la que tiene
el bebé? —le
preguntó Irys a Fisk.
El sacudió la cabeza.
—Esa es Ruby. Algunas veces me encarga que le cuide a Jatee.
Yo sonreí.
—Te estás convirtiendo en todo un empresario.
—Le he comprado un vestido nuevo a mi madre —me dijo él con
orgullo.
Comenzó a llover mientras volvíamos al mercado. Fisk se unió
a sus amigos y
desaparecieron. El mercado se vació, y los vendedores
guardaron su género. Una
mujer se chocó conmigo al intentar huir apresuradamente de
la lluvia. Gritó una
disculpa, pero no se detuvo. Los truenos comenzaron a
resonar contra las duras
murallas de mármol de Citadel.
«Iré en busca de Roze y de Bain. Tú vuelve a la Fortaleza»,
me indicó Irys.
«Pero quiero estar con vosotros cuando registréis ese
edificio».
«No. Quédate en la Fortaleza, Yelena. Él te quiere a ti. Si
algo sale mal y él
amenaza con herir a Opal, sabes que tú te ofrecerás para
evitarlo. Es demasiado
peligroso».
Yo quise discutir, pero Irys tenía razón. Y si yo la seguía
a pesar de sus
instrucciones, nunca volvería a confiar en mí.
Irys se dirigió hacia el Ayuntamiento a buscar a Roze, que
tenía una cita con la
Embajadora Signe. A mí me habría encantado oír a escondidas
lo que se decía en
aquella reunión. La arrogante Maga Maestra contra el
poderoso Comandante.
La lluvia comenzó a arreciar y me caló la capa. Cuando metí
las manos frías en
los bolsillos, mis dedos rozaron papel. Yo no recordaba
haberme metido ningún
papel en el bolsillo, pero tendría que esperar a estar a
cubierto para sacarlo y ver de
qué se trataba.
Mis guardaespaldas estaban esperándome en la puerta de la
Fortaleza. Me
acompañaron a mi habitación, y después de que registraran el
interior, yo los invité a
que entraran, pero ellos declinaron la invitación, citando
alguna regulación militar.
Después de que yo encendiera la chimenea y colgara mi capa a
secar, saqué el
papel del bolsillo. Era un mensaje para mí. Las manos se me
quedaron heladas
mientras lo leía, y ni siquiera el calor de la hoguera pudo
calentármelas.
—¿Qué dice ese mensaje? —me preguntó Valek, que acababa de
salir del
dormitorio.
Yo había dejado de maravillarme de su destreza. Estaba
mojado, así que debía
de haber entrado por una de las ventanas, pasando por encima
del guardia.
Me quitó el papel de las manos y lo leyó.
—Tenía algunas habilidades rudimentarias. Probablemente era
una carterista a
la que habían encargado que te hiciera llegar esta nota.
¿Conseguiste verle la cara?
Yo relacioné por fin a la mujer con la que me había chocado
en el mercado con
el mensaje.
—No. La capucha le cubría casi toda la cabeza.
Valek se encogió de hombros, pero me atravesó con la mirada
después de leer
el mensaje.
—Interesante giro.
Sí, a Valek le parecería interesante aquel giro en los
acontecimientos. Sin
embargo, yo estaba confundida.
—Parece que el asesino va un paso por delante de los magos
—dijo él—. Sabe
que no te cambiarán por Opal, así que ha tomado las riendas
del asunto. ¿Hasta qué
punto es importante la vida de Opal para ti?
Valek, como de costumbre, había ido directamente al núcleo
de la situación. La
nota de Ferde señalaba un lugar y una nueva fecha para el
intercambio. Tres noches
antes de la luna llena, para lo cual quedaban cuatro días.
Yo supuse que él necesitaría
algún tiempo para prepararme para el ritual Efe. Se me puso
la carne de gallina, y
tuve que apartarme de la cabeza horribles imágenes de
violación y tortura.
Podría decírselo a Irys y a los demás. Ellos le tenderían
una trampa a Ferde, sí,
pero no me permitirían que me acercara al lugar de la cita,
así que la trampa no
funcionaría.
También tenía la posibilidad de no decirle a Irys nada de la
nota e ir a solas a la
cita. Recordé las advertencias de Irys sobre lo que podría
ocurrir si Ferde absorbía mi
magia. Él sería entonces lo suficientemente poderoso como
para controlar toda Sitia.
¿Debía dejar morir a Opal para salvar a Sitia? Me había
prometido a mí misma
que no permitiría que aquello sucediera. ¿Y qué le impediría
a Ferde, una vez que
hubiera matado a Opal, convencer a otra maga para que le
entregara su alma? Nada.
Yo tendría que mantener aquella nueva situación bien
escondida en mi mente.
Irys había cumplido su palabra y no había fisgoneado en mi
mente, pero con el
destino de Sitia en juego, no me sorprendería que rompiera
la promesa.
Clavé la mirada en la de Valek. La magia no podía
detectarlo.
—Su vida es muy importante —le dije, respondiendo a su
pregunta—. Pero
capturar al asesino es vital.
—¿Qué necesitas, amor?
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