miércoles, 7 de agosto de 2013

Capítulo 29

Examiné a los dos soldados y comprobé que estaban muy bien armados. Me
toqué la navaja a través del bolsillo, pero decidí que no podía hacer nada. Esperaría
hasta que tuviera más posibilidades a mi favor. Los guardias me indicaron que los
acompañara. Lancé una última mirada al Comandante, pero nada parecía haber
cambiado en su actitud.
Cuando los guardias me llevaron a una pequeña habitación del ala de invitados
en vez de a las celdas del sótano, sentí una pequeña oleada de esperanza. Pasé en una
de ellas una semana después de matar a Brazell y odiaba la idea de volver a aquellas
celdas malolientes e infestadas de ratas.
Después de que cerraran la puerta con llave, me quité los punzones con los que
me había recogido el cabello. La cerradura era muy básica y no tardaría mucho en
abrirla. Sin embargo, antes de forzarla, decidí utilizar un punzón que tenía un
pequeño espejo en la punta para mirar por debajo de la puerta. Pude ver que había
un par de botas a cada lado de la puerta.
Los guardias estaban montando guardia delante de mi habitación.
Me dirigí a la ventana. Mi habitación estaba en la segunda planta. Si me sentía
desesperada, podía saltar, pero por el momento decidí esperar.
Al día siguiente, se me permitió salir de mi habitación tan sólo para probar las
comidas del Comandante. Después del desayuno, Mogkan me mostró una porción
de mi antídoto.
—Si quieres esto, debes responder a una pregunta.
—Esto es una fanfarronada —repliqué—. Si me quisieras muerta, no estaría de
pie ahora mismo.
—Te aseguro que se trata sólo de una situación temporal. Simplemente te
ofrezco una elección. La muerte por Polvo de Mariposa es larga y fea mientras que,
por ejemplo, morir degollada es sólo un momento de dolor.
—¿Cuál es la pregunta?
—¿Dónde está Valek?
—No lo sé —dije. Era cierto. No había vuelto a verlo desde la pelea del bosque.
Mogkan consideró mi respuesta. Entonces, aprovechando su distracción, le
arrebaté el vial y me lo tomé de un trago.
El rostro de Mogkan enrojeció de furia. Me agarró de los hombros y me empujó
hacia los guardias.
—Llevadla a su habitación.
Allí me pregunté qué estaría tramando Valek. Dudaba que estuviera ocioso.
Además, las preguntas de Mogkan confirmaban mis sospechas.
Durante mis visitas al Comandante en los días sucesivos, empecé a reconocer
que mi presencia formaba parte del espectáculo de Mogkan para evitar que los
consejeros del Comandante sospecharan. Brazell, por su parte, fingía que el
Comandante seguía dando órdenes.
Durante la visita a la fábrica, se me permitió acompañar al grupo. Esto me
sorprendió casi tanto como el hecho de que ninguno de los consejeros del
Comandante protestara de que estuviera fabricando Criollo en vez de pienso para los
animales, tal y como había reflejado en su permiso. Se limitaban a comer barras de
Criollo y les bastaba con asentir a todo y darle la razón a Brazell.
Los granos se tostaban en enormes hornos. Cuando estaban preparados, se
transportaban a otra zona en la que unos trabajadores partían los granos y sacaban
una especie de brote marrón oscuro. Unos enormes rodillos convertían los brotes en
una pasta, que se mezclaba con azúcar, leche y mantequilla en enormes
contenedores. Otros trabajadores removían constantemente la mezcla hasta que ésta
se convertía en un líquido suave y espeso, que se vertía a continuación en moldes
rectangulares.
A pesar de los deliciosos aromas que se respiraban allí, la fábrica era un lugar
triste y sombrío. Durante la visita, examiné cuidadosamente las zonas de trabajo para
comprobar que no se vertían ingredientes venenosos o adictivos. No encontré nada.
Cuando el grupo regresó a la casa, observé que las animadas expresiones de los
consejeros desaparecían, para verse reemplazadas por la misma mirada perdida que
adornaba el rostro del Comandante. Eso debía de significar que existía un vínculo
entre el Criollo y el hecho de sucumbir ante la magia de Mogkan. Seguramente, el
fingimiento de Mogkan y Brazell terminaría cuando el primero tuviera el control
absoluto de las mentes de los consejeros. Cuando eso ocurriera, mi lugar de
alojamiento empeoraría notablemente.
Aquella noche, arrojé mi capa por la ventana y llamé a la puerta
inmediatamente.
Cuando los guardias la abrieron, dije:
—Necesito un baño.
Sin esperar respuesta, salí decididamente al pasillo. Los guardias me siguieron.
En los baños, un guardia me detuvo en el pasillo mientras su compañero miraba en
el interior. Cuando se aseguró de que estaría sola, me dejaron pasar.
En el interior, me dirigí a la pared más alejada de la puerta. Allí, oculta a la vista
de todos, había otra entrada. Los guardias trabajaban allí, pero yo había crecido en
aquella casa. Conocía todos sus rincones, a excepción de la suite de Brazell y su
despacho.
Traté de abrir la puerta y me encontré con la primera sorpresa. Estaba cerrada
con llave. No obstante, no suponía ningún problema. Tomé mis punzones y la hice
saltar con facilidad. Entonces, descubrí una segunda y desagradable sorpresa. Uno
de los guardias me esperaba al otro lado.
El soldado sonrió. Entonces, aproveché la situación y le di una patada en la
entrepierna. Entonces, eché a correr por el pasillo.
Salí por la puerta sur, recogí mi capa y me dirigí al oeste para recuperar mi
mochila y mi bastón. La brillante luz de la luna me iluminaba el sendero, pero mi
verdadero camino no quedaba tan claro. Sabía que no podía ayudar al Comandante
encerrada en una habitación, pero no estaba segura de lo que podía hacer desde
fuera. Necesitaba hablar con Valek. Como me pareció que sería demasiado
arriesgado ir a los barracones, me subí a los árboles. Cuando supiera que me había
escapado, me buscaría allí.
Cuando llegué a la zona en la que se solía instalar el festival de fuego, me
detuve. Me arrebujé bien en mi capa y me apoyé contra un árbol. En una ocasión
escuché el ladrido de los perros y gritos lejanos, pero nadie se acercó a mi
improvisada cama. No conseguía dormir. Tenía demasiado frío y me sentía muy
nerviosa. Para tranquilizarme, me imaginé los festivales de fuego que se habían
celebrado allí. Me perdí en esos pensamientos, imaginando que volvía a asistir a
ellos. Tan vivos fueron mis recuerdos que bajé del árbol y empecé a realizar mi rutina
de ejercicios, lo que me ayudó a entrar en calor.
De repente, me di cuenta de que podía ponerme en contacto con la naturaleza
que me rodeaba e incluso sentir a los animales que había en el bosque. Vi cómo un
búho seguía desde uno de los árboles los movimientos de un ratón de campo. Una
familia de zarigüeyas atravesaba sin hacer ruido alguno los matorrales. Una mujer,
que estaba acurrucada detrás de una piedra, me observaba.
Meterme en el pensamiento de Irys me resultó tan fácil como ponerme un par
de guantes. Sus pensamientos fluían dentro de mí como la seda. Yo la recordaba a su
hermana menor, Lily y ansiaba regresar a Sitia con su familia y no estar en la horrible
y fría Ixia. La situación en el norte se estaba haciendo peligrosa. Como maga maestra,
no podía consentir el abuso del poder que se estaba produciendo en aquella zona.
Kangom, o Mogkan, estaba produciendo Theobroma en alarmantes cantidades.
También había conseguido intensificar su poder.
«Yelena, ¿qué estás haciendo en mi mente?»
«No estoy segura de como he llegado hasta aquí».
—«¿Aún no te has dado cuenta? Proyectas la mente cuando luchas. Por eso,
instintivamente, anticipas los movimientos de tus oponentes. Te sentí en el castillo
cuando luchabas con tus amigos. Ahora que has aprendido a refrenar tu poder, has
dado el paso lógico de expandirlo más allá de la zona que te rodea...»
Mi sorpresa rompió nuestro vínculo. En aquel momento, Irys salió del bosque.
—¿Significa eso que no voy a salir ardiendo? —pregunté.
—Te has estabilizado, pero no te harás más poderosa a menos que recibas un
adiestramiento adecuado. No puedes perder tu potencial. Ven al sur ahora. Tus
perseguidores están lejos de aquí...
—El Comandante...
—Está hechizado. No hay nada que puedas hacer. Seguramente ha perdido la
mente para siempre. Mogkan le ha estado dando Theobroma. Lo olí en cuanto llegué.
—¿Theobroma? ¿Te refieres al Criollo, ese dulce de aspecto marrón que Brazell
fabrica?
—Creo que sí. Abre la mente a las influencias mágicas. Relaja las defensas
mentales y permite el fácil acceso a la mente de una persona. Lo usamos como
herramienta para controlar situaciones en las que un aprendiz de mago está cerca de
la sustancia. El Comandante tiene una personalidad muy fuerte, muy resistente a las
sugestiones de la magia, pero la Theobroma rompe esas barreras, lo que ayuda a un
estudiante cuando está aprendiendo. Utilizarlo para hacerse con el control de la
mente del Comandante es como si fuera una violación. Incluso con Theobroma, un
mago no debería poder alcanzar la mente del Comandante desde esta distancia, pero
Mogkan lo ha hecho. Ha encontrado un modo de acrecentar su poder. Creo que la
visita que Mogkan realizó al castillo tuvo por objeto encerrarse en la mente del
Comandante para poder sacarlo de allí.
—¿Qué podemos hacer para romper ese vínculo?
—Matar a Mogkan, pero será difícil. Es muy poderoso.
—¿Hay alguna otra manera?
—Bloquear el suministro de poder de Mogkan podría servir. Seguiría teniendo
su magia, pero no sería tan poderosa.
—¿Cómo podemos hacerlo?
—Creo que lo que hizo fue reclutar a una serie de magos para reunir su poder
en sí mismo. O puede que haya encontrado el modo de absorber más poder sin
romper el equilibrio... Diamantes —añadió, después de pensarlo un momento.
—¿Diamantes? —pregunté, atónita.
—Sí. Resulta muy caro, pero los diamantes reúnen y acumulan el poder como
las brasas guardan el calor. Tal vez esté utilizando diamantes para potenciar su
magia. Necesitaría un círculo de diamantes del tamaño de un hombre, lo que no
resulta fácil de ocultar. Si pudiéramos encontrar este círculo, podríamos bloquear su
poder o, al menos, interrumpirlo el tiempo suficiente para que tú pudieras despertar
al Comandante.
—¿Y si la fuente es un grupo de magos? ¿Cómo podría reconocerlos?
—Desgraciadamente, Ixia no dispone de un uniforme para los magos —
comentó Irys, con la voz llena de sarcasmo—. En vez de buscarlos, podríamos buscar
una sala vacía con el dibujo de una rueda de carro pintado en el suelo. Para vincular
el poder mágico, cada mago debe estar perfectamente alineado alrededor de un
círculo.
—Puedo registrar la casa, pero necesitaré ayuda. Necesito a Valek.
—Lo que necesitas es un milagro.
—¿Puedes dirigir a Valek hacia aquí?
—Ya está de camino. Los dos habéis forjado un vínculo muy fuerte, aunque no
sé si es de origen mágico.... —comentó Irys, frunciendo el ceño—. Es mejor que me
vaya antes de que él llegue. Si descubres la fuente del poder extra de Mogkan, entona
mi nombre mentalmente en un cántico. Yo te escucharé porque nosotras también
hemos creado un vínculo. Trataré de ayudarte con el Comandante, pero no te
prometo nada. Voy tras Mogkan.
Con eso, Irys desapareció. Mientras esperaba a Valek, traté de pensar en el
modo de encontrar la fuente de poder de Mogkan. Efectivamente, tal y como Irys
había dicho, necesitaría un milagro.
Para distraerme mientras esperaba, miré a mí alrededor. Habían pasado dos
años desde la última vez que estuve allí. Recordé que había enterrado en alguna
parte la medalla que gané en la competición de acrobacia para que no cayera en
manos de Reyad. Como prueba, traté de utilizar mis poderes mágicos para
encontrarla. Recorrí el terreno palmo a palmo. Estaba empezando a aburrirme
cuando, de repente, las plantas de mis pies se pusieron al rojo vivo. Cuando seguí
andando, se enfriaron. Al volver al lugar en el que había estado antes, se calentaron
de nuevo.
Saqué el gancho de la mochila y empecé a escarbar. Mis esfuerzos dejaron al
descubierto un poco de tela. Seguí escarbando y, muy pronto, volví a tener entre las
manos mi preciada medalla. Había perdido el brillo y estaba sucia. La cinta estaba
rasgada y manchada. Apreté la medalla contra mi pecho y sentí el calor que emanaba
de ella, como si fuera un amuleto. La limpié un poco y me la colgué al cuello, junto
con la mariposa de Valek.
—No es el mejor escondite, ¿no te parece? Te están buscando. ¿Por qué has
huido?
Rápidamente, le conté a Valek todo lo referente al Comandante, a Mogkan, a la
fábrica y a los consejeros, esperando que él sacara las mismas conclusiones que yo.
—Es decir, está utilizando el Criollo para hacerse dueño de sus mentes. Sin
embargo, ¿de dónde saca el poder?
—No lo sé. Tenemos que registrar la casa. Yo crecí en ella. La conozco bien.
¿Cuándo empezamos?
—Ahora. Nos quedan cuatro horas hasta el alba. ¿Qué es exactamente lo que
estamos buscando?
Cuando le conté todo lo que Irys me había explicado sin revelarle la fuente que
me lo había contado, Valek frunció el ceño, como si quisiera interrogarme al respecto.
Sin embargo, guardó silencio y nos dirigimos a los barracones.
Yo esperé fuera mientras se ponía su malla negra. Me sacó una camisa negra
para que me la pusiera sobre la roja de mi uniforme. Además, llevaba una discreta
lámpara sin encender. Como mi capa resultaría algo molesta, la escondí entre los
matorrales.
Encontramos una puerta cerca del ala de los sirvientes. Valek encendió la
lámpara y dejó que escapara sólo un pequeño rayo de luz. Ya en el interior de la casa,
yo tomé la delantera. Mi interés principal se centraba en la zona de los experimentos
de Reyad, sobre todo en su laboratorio. Disponía de un ala entera y había puertas
que siempre había tenido cerradas con llave durante el tiempo en el que yo fui su
rata de laboratorio.
Mientras buscábamos, los horrores de antaño se apoderaron de mí. Entramos en
el laboratorio y la sola visión de los instrumentos que colgaban de las paredes me
aceleró los latidos del corazón. La sala parecía una cámara de tortura en vez de un
lugar para experimentos. Me sentía como un animal atrapado. Quería salir corriendo,
huir. ¿Por qué había tenido que llevar a Valek allí? Después de todo, seguramente el
círculo de poder estaba cerca de las habitaciones de Mogkan, no allí.
Valek no había dicho ni una palabra desde que encendió la lámpara. En el
pasillo que había frente a la puerta del dormitorio de Reyad, sentí que una fuerza
física me impedía entrar. Los músculos me temblaban. Un sudor frío me cubría todo
el cuerpo. Yo espere fuera mientras Valek entraba. No quería volver a ver el
diabólico baúl en el que Reyad guardaba sus «juguetes». Si lo quemaba, ¿cesarían
mis pesadillas?
—No si yo puedo impedirlo —me dijo el fantasma de Reyad, materializándose
a mi lado.
Me di la vuelta muy sobresaltada. Sin que pudiera evitarlo, un grito se me
escapó de los labios.
—Creía que habías desaparecido para siempre —repliqué.
—Jamás, Yelena. Siempre estaré a tu lado. Mi sangre te ha manchado el alma.
No tienes posibilidad alguna de lavarla.
—Yo no tengo alma.
—Tu alma está cubierta con la sangre de tus víctimas, por eso no puedes verla.
Cuando mueras, esa pesada esencia manchada de sangre se hundirá en el fondo de la
tierra y allí arderás por toda la eternidad por tus crímenes.
—Lo dice la voz de la experiencia...
En aquel momento, Valek salió de la habitación de Reyad. Con el rostro pálido
como la muerte, me miró durante un rato con una expresión de horror tal que me
pregunté si se habría quedado mudo. Por fin, cerró la puerta y pasó al lado del
fantasma sin verlo y se detuvo frente a la siguiente puerta, que estaba cerrada con
llave. Allí, inclinó la cabeza y se cubrió el rostro con una mano.
Yo me olvidé de Reyad y seguí a Valek. Continuamos con nuestra búsqueda,
pero resultaba evidente que, a excepción del laboratorio, el ala estaba completamente
abandonada. Nos quedaban tres salas por examinar.
El contenido de una de ellas reclamó toda mi atención. En su interior, docenas
de mujeres y unos cuantos hombres se encogieron al notar el rayo de luz de la
lámpara de Valek. El cabello grasiento oscurecía sus sucios rostros. Sus emaciados
cuerpos estaban sólo cubiertos con harapos. Ninguno de ellos habló ni gritó.
Horrorizada, vi que estaban encadenados al suelo. En círculos. Un círculo exterior y
dos círculos interiores con líneas pintadas entre ellos.
Cuando Valek y yo entramos en la sala, el hedor de cuerpos sucios y de
excrementos se apoderó de nosotros. Valek empezó a hacerles preguntas, que se
respondieron con silencio.
Yo comencé a reconocer algunos de los rostros. Habían vivido en el orfanato
conmigo. Eran las chicas y chicos que se habían «graduado» y que se suponía que se
habían marchado de la casa. Una muchacha, de cabello rojo, me hizo gritar de dolor.
Los ojos de Carra no mostraron señal alguna de inteligencia mientras le acaricié
el hombro y susurré su nombre. La niña alegre que yo había conocido se había
convertido en una cascara de mujer, vacía y sin espíritu.
—Mis alumnos —dijo Reyad, volviendo a aparecer—. Los que no fallaron...
—¿Y ahora qué? —le pregunté a Valek con voz temblorosa.
—Estáis arrestados —respondió Mogkan.
Valek y yo nos dimos la vuelta al unísono. Mogkan estaba en la puerta. Valek se
lanzó contra él con los ojos llenos de furia. Antes de que pudiera alcanzarlo, Mogkan
se echó a un lado, provocando que Valek cayera al suelo. Yo me apresuré a salir de la
sala para ayudarlo.
Como un cobarde, Mogkan estaba detrás de ocho guardias. Las puntas de las
espadas de todos ellos se dirigían al pecho de Valek, a pocos centímetros de su piel.

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