sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 19



—¿Halladora de Almas? —le pregunté yo, atemorizada—. ¿Por qué no dejo de
oír ese nombre?
—Porque tú eres una.
—No —protesté yo, recordando el miedo y la repugnancia que se habían
reflejado en el rostro de Hayes cuando había mencionado por primera vez aquel
título ante mí. Él había hablado de despertar a los muertos.
—Te lo mostraré.
La suave planicie que había bajo nuestros pies se volvió transparente, y a través
de ella, vi a mi amigo de Ixia, Janeo. Estaba pálido y tenía la cara desfigurada de
dolor, mientras se desangraba a causa de una herida de espada en el vientre.
Después vi al Comandante Ambrose, tumbado e inmóvil en una cama, con los ojos
vacíos. Vi mi propia cara mientras estaba ante un general Brazell inconsciente. Y una
breve imagen de Fisk, el niño mendigo, llevando paquetes y sonriendo. Y por último
vi a Tula, tendida en su cama, rota y escondida. Las imágenes se desvanecieron
cuando el suelo regresó.
—Ya has encontrado cinco almas —me dijo el Hombre Luna.
—Pero ellos no estaban…
—¿Muertos?
Yo asentí.
—¿Sabes lo que es un Hallador de Almas?
—No.
—Tienes que aprenderlo.
—Y que tú me lo dijeras sería demasiado fácil, ¿verdad? Le quita toda la
diversión a ser el misterioso Tejedor de Historias.
Él sonrió.
—¿Y mi trato? Los recuerdos de tu infancia a cambio de que ayudes a tu
hermano.
—Está bien. Prometo que intentaré ayudar a Leif —dije yo.
En aquel momento, los olores y la suavidad invadieron mi mente, mientras
recuperaba todos los recuerdos de mi niñez. El perfume de manzana mezclado con la
esencia húmeda de la tierra. La risa, y la pura alegría de columpiarme por el aire,
después de una discusión con Leif por el último mango. Jugar al escondite con Leif y
Nutty, o agacharnos entre las ramas para tenderles una emboscada a los hermanos
de Nutty durante una batalla de niños. Los golpes agudos de las nueces sobre los
brazos desnudos cuando sus hermanos descubrían nuestro escondrijo y atacaban. El
sonido del barro mientras nuestro jefe del clan cavaba una tumba para mi abuelo. Mi
madre cantándome una nana. Las lecciones que Esau me daba sobre las distintas
especies de hojas y sus propiedades medicinales.
Toda la felicidad, la tristeza, el dolor, el miedo y las alegrías de la niñez
volvieron de golpe. Supe que algunos recuerdos se borrarían con el tiempo, pero
otros se quedarían conmigo para siempre.
—Gracias —dije.
El Tejedor de Historias inclinó la cabeza. Me tendió la mano y yo se la tomé. La
planicie oscura se desvaneció, y las sombras crecieron del suelo. Los colores
regresaron, mientras que el horizonte comenzaba a iluminarse con los primeros rayos
del sol.
Yo parpadeé, intentando orientarme. El claro donde había dejado a Kiki y a Leif
había cambiado. Se había convertido en un campamento de tiendas montadas
alrededor de una gran hoguera. La gente iba de un lado a otro, atendiendo sus
quehaceres. Todos iban vestidos de blanco.
Cerca del fuego vi a Cahil y a Irys, sentados con dos hombres ancianos y una
mujer. Estaban concentrados en la conversación, y no me vieron. Yo no encontré a
Leif por ningún lado, ni tampoco a su caballo, pero Kiki estaba junto a una de las
tiendas. Una mujer la estaba cepillando.
Me sobresalté cuando me di cuenta de que el Hombre Luna ya no estaba a mi
lado. De hecho, no lo veía en ningún rincón de aquel pequeño pueblo. Quizá hubiera
entrado en una de las tiendas.
No quería interrumpir a Irys, así que fui a ver a Kiki. Ella relinchó para
saludarme. La mujer cesó de cepillarla y me observó en silencio.
«¿Quién es?», le pregunté a Kiki.
«Madre».
—¿Es tu yegua? —me preguntó la mujer.
—Yo soy suya.
La mujer rió.
—Yo la crié, le enseñé lo que tenía que saber y la envié a que hiciera su viaje. Es
un placer verla de nuevo —dijo, y le dio una suave patada a la silla de montar, que
estaba en el suelo—. No necesita esto. Flotará debajo de ti como una ráfaga de viento.
—Eso es para mí —dije yo—. Y para nuestras provisiones.
Otra suave risa. La mujer terminó de cepillarla. Kiki la miró con sus ojos azules,
y la mujer entendió lo que quería decirle. Saltó con agilidad sobre el lomo de Kiki.
«Que te diviertas», le dije a Kiki, mientras ella corría por la alta hierba.
—¿Eso es inteligente? —me preguntó Cahil, mientras observaba cómo Kiki
desaparecía tras una colina—. ¿Y si la mujer no vuelve?
—No me importa si vuelve o no —respondí, y miré más allá de Cahil.
Irys y tres miembros del clan Sandseed estaban junto al fuego, inmersos en su
conversación. Uno de los hombres gesticulaba con ira.
—¿No te importa que te robe a Kiki?
En vez de intentar ilustrar a Cahil sobre mi relación con Kiki, lo miré
atentamente. Tenía el rostro tenso, y miraba a su alrededor por el campamento como
si esperara un ataque.
—¿Qué ha ocurrido? —le pregunté, señalando a Irys con la cabeza.
—Anoche montamos el campamento y os esperamos a Leif y a ti. Yo me
preocupé cuando no aparecisteis, pero Irys no le dio importancia. Entonces, un grupo
de Sandseed vinieron al campamento. Aquellos son los líderes del clan. Viajan de
pueblo en pueblo, resolviendo disputas, llevando y trayendo noticias. Es muy
conveniente que nos encontraran. Creo que nos ocultan algo.
El gesto hosco de Cahil me recordó a mi hermano.
—¿Dónde está Leif?
La preocupación se reflejó en su rostro.
—Ellos dijeron que ha vuelto a la Fortaleza. ¿Por qué iba a hacerlo?
Porque él también se había sentido asustado. Sin embargo, le dije a Cahil:
—Probablemente quería llevarle las muestras de arcilla roja a Bain.
Cahil no parecía muy convencido. Antes de que pudiera hacerle más preguntas,
Irys terminó su conversación y se unió a nosotros.
—Están enfadados —dijo.
—¿Por qué? —le pregunté.
—Piensan que los estamos acusando de darle el curare al atacante de Tula. Y los
intensos de Cahil por reclutarlos para su causa los ha enfurecido —dijo Irys, mirando
con severidad a Cahil—. Pensé que querías venir con nosotros para conocer otra
parte de nuestra cultura. Tu obsesión egoísta por reunir un ejército ha puesto en
peligro nuestra misión.
—No tendría que reunir un ejército si el Consejo me apoyara. Tú…
—¡Silencio! —dijo Irys. Sacudió la mano en el aire y yo sentí un roce de magia.
A Cahil se le pusieron las mejillas color granate mientras intentaba hablar.
—Pese a todos mis conocimientos de diplomacia, no consigo que me digan
nada. Cahil los ha ofendido. Ahora sólo quieren hablar contigo, Yelena.
—¿Debemos planear un modo de escapar, entonces? —pregunté yo.
Irys se rió.
—Podemos tirar a Cahil en su camino para ponerles obstáculos y ralentizar su
ritmo.
Cahil le lanzó a Irys una mirada fulminante.
—Tú tienes una ligera ventaja, Yelena —me dijo ella—. Tú eres pariente de
sangre de los Sandseed. Para ellos, el parentesco es mucho más importante que el
hecho de que yo sea Maga Maestra y miembro del Consejo.
—¿Pariente?
—Hace unos quinientos años, un grupo de Sandseed decidió ir a vivir a la
selva. Los Sandseed son nómadas por naturaleza, y ha habido muchos grupos que se
han separado del clan principal y han buscado su propio camino. Muchos no tienen
comunicación con el clan, pero algunos, como los Zaltana, sí. Intenta descubrir
alguna información sin insinuar que los Sandseed pueden estar involucrados. Elige
cuidadosamente tus palabras.
Irys debió de ver el escepticismo reflejado en mi semblante, porque añadió:
—Considéralo como tu primera lección de diplomacia.
—¿Y por qué no vienes tú conmigo? Así, si digo alguna tontería, también
podrás alzar la mano y dejarme en silencio.
Una sonrisa irónica se dibujó en sus labios.
—Me han pedido que me marche y que me lleve a «ese molesto cachorro».
Estás sola. Yo no podré alcanzar tu mente a través de esta burbuja de magia
Sandseed, así que nos veremos al borde de la Meseta Avibian, cerca de las Rocas de
Sangre.
Irys formó una imagen en mi mente y me mostró unas colinas blancas que Kiki
y yo habíamos pasado dos días antes.
Cahil movió los brazos y se señaló la garganta con vehemencia. Irys suspiró.
—Sólo si me prometes que no hablarás de ejércitos hasta que lleguemos a
Citadel.
Él asintió.
—Yelena, te dejo que liberes su mente —me dijo.
Otra lección. Yo calmé mis pensamientos sobre la reunión con los mayores
antes de abrir la mente a la magia. La energía comenzó a latir a mi alrededor, y vi
una hebra de poder rodeando el cuello de Cahil. Tiré del poder hacia mí y
desbloqueé su voz.
—Bien hecho —dijo Irys.
Cahil aún tenía las orejas muy rojas, pero tuvo el suficiente sentido común
como para hablar en un tono calmado.
—Si se me permite señalar algo evidente —dijo—, dejar aquí a Yelena sola es
peligroso.
—No me queda otro remedio —replicó Irys—. Podría obligarlos a que me
dijeran lo que saben, pero los Sandseed considerarían eso un acto de guerra.
Entonces nunca conseguirías tu ejército, Cahil, porque todos estaríamos muy
ocupados intentando impedir que los Sandseed se tomaran una sangrienta venganza
contra Sitia —dijo. Después se volvió hacia mí—. Yelena, buena suerte. Tendremos
mucho de lo que hablar cuando nos encontremos de nuevo. Cahil, ve a ensillar a
Topaz —dijo Irys, y se alejó, silbándole a su caballo.
Una expresión obstinada se reflejó en la cara de Cahil. Se cruzó de brazos.
—Yo debería quedarme. Alguien tiene que cubrirte la espalda. Es una táctica
militar básica. Siempre se debe tener un compañero.
—Cahil, hay tanta magia en el ambiente que los Sandseed podrían matarnos en
un segundo sin que pudiéramos hacer nada.
—Entonces, ven con nosotros.
—¿Y qué pasa con Tula, o con la siguiente víctima del asesino? Tengo que
intentarlo.
—Pero el riesgo…
—Vivir es un riesgo —le dije yo—. Todas las decisiones, nuestras relaciones con
los demás, cada paso que damos, siempre que te levantas de la cama por las
mañanas, te arriesgas. Sobrevivir consiste en saber que corres esos riesgos y no en
salir de la cama con una falsa sensación de seguridad.
—Tu perspectiva de la vida no es muy reconfortante.
—Supongo que no —dije. Antes de que Cahil tuviera oportunidad de lanzarse a
hablar de filosofía, yo intenté que se marchara—. Vete antes de que Irys pierda la
paciencia contigo otra vez.
Entonces, alcé la mano en el aire, tal y como había hecho Irys.
Él me agarró por la muñeca.
—¡No, no lo hagas! —exclamó Cahil, y me sostuvo la mano durante unos
momentos—. Si los Sandseed te hacen daño, ellos experimentarán algo de mi
sangrienta venganza. Ten cuidado.
Yo aparté la mano de un tirón.
—Siempre.
Todas aquellas preocupaciones sobre ofender a los Sandseed volvieron a
adueñarse de mí mientras observaba cómo se alejaban Irys y Cahil. Repasé todas las
instrucciones de última hora que me había dado Irys para conversar con los mayores.
Después miré a mi alrededor, sin saber qué hacer.
Los Sandseed trabajaban con calma y eficiencia en su poblado provisional. Yo
noté una tremenda hambre cuando percibí el olor a carne asada en el aire, y me di
cuenta de que no había comido nada desde el día anterior. Me senté, apoyándome en
la silla de Kiki, y saqué algo de comer de la bolsa de las provisiones. Después, sin
poder evitarlo, el agotamiento me sumió en un profundo sueño.
—¿Prima? —me preguntó una voz tímida.
Yo me desperté y vi a una mujer delgada de grandes ojos castaños y pelo largo,
sujeto en una coleta.
—Los mayores te verán ahora.
Miré al cielo, pero las nubes oscurecían el sol.
—¿Cuánto he dormido?
La mujer sonrió.
—Todo el día. Sígueme, por favor.
Yo me levanté y seguí a la mujer hacia la tienda más grande del poblado. La
mujer apartó la tela de la entrada y me hizo un gesto para que pasara. Yo obedecí, y
esperé a que mis ojos se acostumbraran a la penumbra del interior de la tienda.
—Puedes acercarte —me dijo un hombre desde el otro lado.
Yo miré a mi alrededor mientras caminaba lentamente. La tienda estaba
amueblada con alfombras de colores marrones y granates, una sencilla mesa baja y
cojines y almohadones para sentarse. La suave iluminación provenía de varios
candelabros con velas encendidas.
Al fondo, sentados en una alfombra negra y dorada, había dos hombres y una
mujer. Yo reconocí a uno de ellos: era el Hombre Luna, que me sonreía. Estaba
sentado entre el otro hombre y la mujer, y tenía la piel pintada de amarillo.
—Siéntate —dijo la mujer, y señaló una pequeña alfombra que había frente a
ellos.
Yo me senté en la misma posición de loto que mis anfitriones.
—Una Zaltana que ha viajado lejos. Has vuelto a encontrarte con tus ancestros
para buscar guía —dijo el hombre. Sus ojos oscuros rebosaban conocimiento, y su
mirada atravesó mi alma.
—Busco comprender —dije yo.
—Tu viaje ha sido difícil y retorcido. Tu viaje se ha manchado con sangre, dolor
y muerte. Debes quedar limpia —sentenció el hombre, y miró al Tejedor de Historias.
El Hombre Luna se levantó. Metió la mano bajo la alfombra y sacó una
cimitarra. El borde afilado de la hoja resplandeció a la luz de las velas.

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