que me había dado Irys, pero ella interrumpió el contacto
mental antes de que yo
pudiera hacerle preguntas. Me vestí todo lo rápidamente que
pude y salí corriendo
hacia el edificio del Ayuntamiento.
Los miembros del Consejo, los cuatro Magos Maestros, unos
cuantos guardias
de la Fortaleza y Cahil estaban reunidos en el gran salón.
El ruido de sus diversas
discusiones alcanzaba niveles ensordecedores, y yo vi a
Cahil gesticulando
acaloradamente frente al Consejero de los Sandseed. Cahil
tenía la cara
congestionada mientras hablaba.
Roze Featherstone, la Primera Maga, dio un par de
martillazos en el estrado
para poner orden en la reunión. Las conversaciones se
interrumpieron, y los
Consejeros ocuparon sus lugares.
—Vamos a tratar el asunto del teniente Goel Ixia —ordenó
Roze.
Yo miré a Irys con desconcierto.
«Todos los refugiados del norte llevan el apellido Ixia,
como nombre de su
clan», me explicó Irys. «A Cahil se le considera el jefe de
ese clan. Tanto el clan como
el título son honorarios. Él no tiene tierras ni voto en el
Consejo».
Aquello explicaba el resentimiento que tenía Cahil hacia el
Consejo, y su
continua frustración por no conseguir apoyo para su campaña
contra el Comandante.
—El teniente Ixia ha sido hallado muerto en un campo en
barbecho, al este de
Citadel, en las tierras del clan Featherstone —dijo Roze—.
Los sanadores han
determinado que lo asesinaron atravesándole el corazón con
una espada.
Hubo murmullos entre los miembros del Consejo. Roze los
atajó con una
mirada fulminante.
—No se ha encontrado el arma, aunque la búsqueda continúa en
los campos
circundantes al escenario del crimen. De acuerdo con la
Cuarta Maga, Yelena Liana
Zaltana fue la última persona que lo vio con vida. Requiero
su presencia en el estrado
de los testigos.
Dieciséis pares de ojos se clavaron en mí. En todos los
rostros se reflejaron
expresiones de hostilidad o de preocupación.
«No te preocupes», me dijo Irys. «Diles lo que ha ocurrido».
Yo caminé hasta el podium.
—Explícate —me ordenó Roze.
Yo narré mi secuestro y mi huida. Hubo un jadeo colectivo
cuando expliqué
que había tomado control del cuerpo de Goel, y hubo susurros
sobre el Código Ético.
Irys se puso en pie y dijo:
—No hay nada de ilegal en usar la magia en defensa propia.
De hecho, debería
ser elogiada por haberse extraído a sí misma sin dañar a
Goel.
Los miembros del Consejo formularon muchas preguntas sobre
las
motivaciones de Goel. Sólo después de que mis guardaespaldas
confirmaran que
habían sido drogados, los miembros del Consejo dieron por
terminado su
interrogatorio.
—Dejaste a Goel encadenado en el cobertizo, ¿y ésa fue la
última vez que lo
viste? —me preguntó Roze.
—Sí —respondí.
—Está diciendo la verdad —dijo Roze. Por su expresión
sombría, supe que le
había costado mucho hacer aquella declaración—. La
investigación del asesinato de
Goel continuará. Yelena, puedes sentarte —añadió, y me
señaló un banco que estaba
situado entre los demás Magos Maestros y ella—. Sólo nos
queda otro asunto que
tratar. Llamo a Cahil Ixia al estrado de los testigos.
Mientras yo me dirigía hacia al banco, pasé junto a Cahil.
No me miró a la cara;
en sus ojos azules había una dura determinación. Me senté al
borde del banco, y
aunque me preparé para ser el blanco de sus acusaciones, las
palabras de Cahil
consiguieron que se me encogiera el corazón de miedo.
—…y agravando el engaño de Valek, se da el hecho de que su
alma gemela y su
espía de confianza es Yelena Zaltana.
La habitación explotó en una cacofonía de voces. Roze volvió
a golpear con el
mazo en su mesa, pero nadie la escuchó. Yo noté la fuerza de
su magia cuando le
ordenó a todo el mundo que se quedara en silencio. Los
mantuvo callados durante
un corto momento, pero fue suficiente para imponerse.
—Cahil, ¿tienes pruebas? —le preguntó Roze.
Él le hizo un gesto hacia uno de los guardias de la
Fortaleza. El guardia abrió
una puerta y por ella entraron el capitán Marrok y cuatro de
los hombres de Cahil,
arrastrando al Ayudante Ilom entre ellos. Ilom tenía las
manos esposadas a la
espalda, y los cuatro guardias lo apuntaban con las puntas
de sus espadas. La
Embajadora Signe y un puñado de soldados ixianos completaban
la procesión.
Yo me esforcé por captar la mirada de Valek, pero él estaba
observando a los
miembros del Consejo con una expresión de molestia en la
cara.
La Embajadora Signe fue la primera en hablar.
—Exijo una explicación. Esto es un acto de guerra.
—Cahil, te dije que liberaras al Ayudante Ilom hasta que
este asunto estuviera
resuelto —le dijo Roze, encolerizada.
—¿Y dejar que escapara? No. Era mejor traerlo aquí y
desenmascararlo delante
de todo el mundo —dijo Cahil. Se acercó al Ayudante Ilom y
le tiró del pelo.
Yo me encogí de miedo, pero Ilom echó la cabeza hacia atrás
y gritó de dolor.
Sin darse por enterado, Cahil le tiró de la nariz a Ilom, y
después le arañó la carne de
la barbilla. Ilom gritó de nuevo, y comenzó a sangrar por
los arañazos. Cahil dio un
paso atrás, estupefacto. Alargó el brazo hacia la cara de
Ilom otra vez, pero Marrok lo
agarró. Cahil se había quedado boquiabierto.
—Liberad al Ayudante —ordenó Roze.
A Ilom le quitaron las esposas mientras Cahil, con la cara
roja de rabia, y sus
hombres eran escoltados fuera de la sala. La sesión terminó,
y Roze se acercó
apresuradamente a pedirles disculpas a la Embajadora y a
Ilom.
Yo me quedé en el banco, observando cómo la ira de Signe y
el mohín de Ilom
se transformaban en expresiones más agradables al oír las
palabras de Roze. Temía
llamar la atención, y tenía la esperanza de que nadie
recordara las acusaciones de
Cahil con respecto a mí.
La sorpresa que Cahil se había llevado con Ilom era tan
grande como la mía.
Aún conociendo los trucos de Valek, no dejaba de causarme
asombro. Observé uno
por uno a los guardias de Ixia y descubrí a un soldado de
ojos azules que tenía cara
de sentirse muy satisfecho consigo mismo. Probablemente,
Ilom iba vestido de
guardia cuando Valek se disfrazaba de Ayudante, y con toda
seguridad habían
intercambiado sus lugares cuando Valek necesitaba pasearse
por Sitia.
Al final, los miembros del Consejo y los ixianos comenzaron
a retirarse. Irys se
sentó a mi lado.
«Dile a Valek que se marche», me dijo. «El peligro es
demasiado grande».
«Lo sabías».
«Claro. Esperaba que estuviera con la delegación».
«¿Y no te molesta que haya venido? Podría estar espiando a
Sitia».
«Ha venido por ti, y yo me alegro de que hayáis podido pasar
un tiempo
juntos».
«Pero, ¿y si fue él quien mató a Goel?».
«Goel era un peligro para ti. Aunque yo hubiera preferido
arrestarlo, no me
molesta su muerte».
—Ve a comer algo —me dijo en voz alta—. Estás un poco
pálida.
—Estupendo. He pasado de no tener madre a tener dos.
Irys se rió.
—Algunas personas necesitan la ayuda extra —comentó. Me dio
unos
golpecitos en la rodilla y se fue en busca de Bain.
Antes de que yo pudiera marcharme, sin embargo, vi a Bavol
Zaltana
acercándose a mí, y lo esperé.
—La Embajadora Signe desea verte —me dijo Bavol.
—¿Cuándo?
—Ahora.
Bavol me guió hacia la salida del gran salón.
—Le hemos asignado unos despachos a la Embajadora para que
pueda atender
sus asuntos mientras está alojada aquí —me explicó Bavol
mientras caminábamos
por el Ayuntamiento. Cuando llegamos a nuestro destino, me
señaló una puerta
abierta—. Hablaremos más tarde —me dijo, y se despidió con
una ligera inclinación
de la cabeza.
La invitación no incluía a Bavol. Entré en una zona de
recepción y vi al
Ayudante Ilom, sentado tras una sencilla mesa. Los arañazos
del cuello habían
dejado de sangrarle. Había dos soldados custodiando otra
puerta.
Ilom se levantó y llamó a la puerta. Yo oí una voz suave, e
Ilom giró el pomo.
—Está aquí —dijo. Después abrió la puerta por completo y me
indicó que
entrara.
Yo pasé al despacho de la Embajadora Signe y esperé a que
ella despidiera a los
otros soldados que la acompañaban.
—Anoche causaste bastante conmoción —me dijo cuando nos
quedamos a
solas.
Sus ojos poderosos me escrutaron. Yo observé maravillada su
aspecto. Tenía los
mismos rasgos delicados que el Comandante, pero su pelo
largo y las líneas de kohl
que tenía alrededor de los ojos transformaban su rostro en
una belleza eternamente
joven.
—Espero no haber interrumpido su sueño —le dijo yo, optando
por una frase
diplomática.
Ella descartó mi comentario agitando la mano suavemente.
—Estamos solas. Puedes hablar con libertad.
Yo sacudí la cabeza.
—Los Magos Maestros tienen muy buen oído.
Pensé en Roze. Seguramente, ella pensaría que oír lo que
decía la Embajadora
era su deber patriótico.
Signe asintió.
—Parece que ese aspirante a rey ha obtenido información
equivocada. Me
pregunto cómo habrá ocurrido.
—Una mala comunicación entre varias partes.
—¿Habrá más acusaciones falsas?
Su mirada me atravesó. Ella estaba preguntando por mi
habilidad para
mantener su disfraz en secreto.
—No —respondí yo, y le mostré la palma de la mano,
señalándole la cicatriz
que ella me había hecho cuando yo le prometí no revelar el
secreto del Comandante a
nadie. Ni siquiera a Valek.
Aquel pensamiento me recordó que Irys me había sugerido que
Valek debía
marcharse de Sitia. Yo saqué mi colgante de mariposa.
—Algunos rumores tienden a seguir ardiendo lentamente, y
sería mejor
asegurarse de que no hay combustible para encender otra
hoguera.
Signe tenía que estar al tanto de la presencia de Valek en
la delegación.
—Tomaré en consideración ese consejo. Sin embargo, tengo
otro asunto del que
hablar contigo.
Signe sacó un papel de su maletín y lo enrolló.
—El Comandante ha enviado un mensaje para ti. Ha pensado
mucho en la
última conversación que tuvo contigo, y ha decidido que
fueron consejos válidos los
que le ofreciste. Le gustaría agradecerte tus observaciones
—dijo, y me entregó el
rollo—. Ha extendido una invitación para que vengas a
visitarnos cuando termines
tu instrucción mágica. Nosotros regresaremos a Ixia en una
semana —afirmó—.
Espero tu respuesta antes de nuestra marcha.
Una despedida. Yo le hice una reverencia a la Embajadora y
salí de su
despacho. Mientras caminaba hacia la Fortaleza, iba
reflexionando sobre sus
palabras. El Comandante había firmado una orden de ejecución
para mí, así que
visitar Ixia sería un suicidio.
Esperé a tener un buen fuego encendido en la chimenea antes
de desenrollar el
mensaje del Comandante. Observando las llamas, pensé en el
ofrecimiento del
Comandante Ambrose. Tenía la orden de ejecución entre mis
manos. Sin embargo,
arrojarla al fuego no sería tan sencillo. Una breve nota
acompañaba al documento.
Si demostraba mi lealtad a Ixia, la orden sería derogada. Si
demostraba los
beneficios que conllevaba el hecho de tener un mago en
nómina a los generales
ixianos, obtendría un puesto de Asesor. Si hacía aquellas
cosas, podría regresar a
Ixia. Con mis amigos. Con Valek.
Sin saberlo, Cahil había descrito mi posible futuro cuando
me había llamado
espía en la sesión del Consejo.
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