martes, 13 de agosto de 2013

Capítulo 6

¿El rey de Ixia? ¿Aquel joven idiota afirmaba que era rey?
—El rey de Ixia está muerto —dije yo.
—Sé muy bien que tu jefe, Valek, asesinó al rey y a toda su familia cuando el
Comandante Ambrose se hizo con el control de Ixia. Sin embargo, cometió un error
fatal —dijo Cahil—. No contó los cuerpos, y el sobrino del rey, de seis años, fue
llevado al sur. Yo soy el heredero del trono de Ixia, y tengo la intención de
reclamarlo.
—Necesitarás más hombres —dije yo.
—¿Cuántos más? —me preguntó él, con mucho interés.
—Más de doce —respondí.
Él se rió.
—No te preocupes. El ejército y el cuerpo de asesinos del Comandante son una
amenaza para Sitia, tanto que ellos me van a proporcionar muchos seguidores.
Además, una vez que te entregue a Citadel, y les demuestre que eres una espía
peligrosa, no tendrán más remedio que apoyar mi campaña contra Ambrose. Tendré
todo el ejército sitiano bajo mi mando.
Aquello no me impresionó. En vez de eso, me recordó a un niño jugando con
soldados de juguete. Hice un cálculo mental rápido. Cahil tenía un año más que yo:
veintiuno.
—¿Así que vas a llevarme a Citadel? —le pregunté.
Él asintió.
—Allí, la Primera Maga extraerá la información de tu mente.
—Está bien. Yo voy a Citadel de todos modos. ¿Por qué te estás tomando tantas
molestias?
—Vas a ir fingiéndote estudiante. Por desgracia, las Magas se toman muy en
serio el Código Ético, y no te interrogarán a menos que te sorprendan haciendo algo
ilegal. Sin mi intervención, te habrían invitado a entrar en la Fortaleza, y te habrían
enseñado todos los secretos de Sitia.
Así que iba a ser su prueba. Quería demostrarles que había salvado a los
sitianos de la amenaza de una criminal.
—Está bien. Iré contigo a Citadel —dije, y le ofrecí las muñecas—. Quítame
esto, y no te causaré problemas.
—¿Y quién va a impedir que huyas? —me preguntó él, en tono de incredulidad.
—Te doy mi palabra de que no lo haré.
—Tu palabra no significa nada —dijo Leif.
Ante su primera intervención de la noche, tuve ganas de acallarlo de un
puñetazo. Me quedé mirándolo, enviándole la promesa de una confrontación futura.
Cahil no parecía muy convencido.
—¿Y los doce hombres que tienes vigilándome? —le pregunté.
—No. Eres mi prisionera, y recorrerás el camino hasta Citadel como tal —terció
Cahil. Después le hizo un gesto a los guardias, y ellos me agarraron por los brazos.
La reunión había terminado. Me sacaron a rastras de la tienda y me tiraron de
nuevo junto al fuego, donde Goel volvió a vigilarme. Cahil no me había dejado
elección. Yo no estaba dispuesta a llegar a Citadel como trofeo suyo.
Cuando el campamento se preparó para la noche, dos hombres relevaron a
Goel. Yo fingí que dormía, y esperé que aquel segundo turno hubiera tenido tiempo
suficiente de aburrirse.
La magia era la única arma que podía usar en aquel momento. Lo que había
planeado podía ser una violación del Código Ético, pero en aquel momento ya no me
importaba.
Esperaba que mis guardianas estuvieran somnolientos, y así era; al proyectar
mi mente sobre ellos, sentí su deseo de dormir.
Usé aquel deseo. Les di la orden mental de dormir, y crucé los dedos. Al
principio se resistieron, y volví a intentarlo. Pronto, los dos hombres se sentaron en el
suelo, pero permanecieron despiertos. Volví a ordenarles que durmieran, con más
fuerza en aquella ocasión. Y por fin, se durmieron.
Las cadenas tintinearon cuando me senté. Me las apreté contra el pecho,
intentando calmar los latidos acelerados de mi corazón. Miré a los hombres, que
seguían sumidos en el sueño. Había olvidado el ruido. Cómo sólo podía usar una
mano y la boca, intentar abrir el candado de los grilletes sería difícil y ruidoso, así
que debía revisar mi plan. Quizá pudiera sumir a todos los hombres en un sueño
profundo del que el ruido de las cadenas no pudiera despertarlos.
Proyecté mi conciencia y toqué las mentes de todos ellos. Conseguí,
efectivamente, dormirlos. Cahil estaba en un catre en su tienda. Aunque me habría
gustado revolver en su cabeza, me contenté con dejarlo inconsciente. La protección
mágica de Leif me impedía tocarlo. Recé por que tuviera el sueño pesado.
Manejando mi horquilla de diamantes con la boca y una mano, conseguí abrir
las cerraduras de los grilletes que me sujetaban las manos al quinto intento. Después
me libré con facilidad de los de los pies. El cielo estaba empezando a iluminarse; me
quedaba poco tiempo. Entré en la tienda, recogí mi mochila y todas mis cosas y
cuando me escapaba, tomé el arco, que estaba junto al soldado que lo había
solicitado.
Corriendo a través del bosque, noté que amanecía a cada paso que daba. El
hecho de utilizar la magia me había dejado agotada y no podía continuar. Miré hacia
arriba, seleccioné una rama fuerte y lancé mi garfio para subir a los árboles y
ocultarme.
Cuando llegué arriba, recogí la cuerda y comencé a trepar, rama a rama, hacia
lo más alto. Me envolví en la tela verde que le había comprado a Fern y me senté con
la espalda apoyada en el tronco del árbol y las rodillas encogidas contra el pecho.
Miré hacia abajo y esperé a recuperar las fuerzas.
Al rato oí mucho alboroto, y supe que en el campamento habían descubierto mi
desaparición. Estaba más cerca de ellos de lo que hubiera deseado, y pronto vi a los
que me buscaban, con las espadas en alto, recorriendo el bosque. Me quedé helada.
Goel dirigía a los hombres. Se detuvo a inspeccionar un matorral y dijo:
—Por aquí. No está lejos. La savia todavía está fresca.
Comencé a sudar. Goel era un rastreador. Moví la mano y me palpé el corte que
había hecho en los pantalones. No me habían confiscado la navaja. El hecho de sentir
la madera del mango hizo que me sintiera un poco mejor.
Él se detuvo bajo el árbol. Yo me agazapé hacia delante en la rama y me preparé
para huir si era necesario.
Goel examinó la base del tronco. Deslizó la mirada hacia arriba. Yo contuve el
aliento y el miedo. Me di cuenta de que había cometido un gran error.
Goel esbozó una sonrisa de predador.

—Te encontré.

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