Leif tenía arrugas de cansancio en el rostro.
—Tienes problemas —me dijo.
Sus palabras no parecían maliciosas, sólo objetivas, y tal y como me temí, al
mirar más allá de sus hombros, vi a Irys, a Roze, a Hayes y a Bain mirándome con
severidad. Leif me soltó las manos, pero continuó en el suelo, junto a mí.
Roze lo miró con los labios apretados.
—Deberías haber dejado que muriera —le dijo ella—. Una maga menos que
pueda manchar nuestra tierra con su increíble estupidez.
—Eres demasiado dura, Roze —dijo Bain—, aunque estoy de acuerdo en lo de
la estupidez. Hija, ¿por qué has intentado esto sola? —me preguntó a mí.
Yo ni siquiera podía hablar en propia defensa, porque no me quedaba energía
para formar las palabras, y mucho menos para intentar explicarme.
—Es atrevida y estúpida —insistió Roze—. Como curó las heridas físicas de
Tula, pensó que era una maga todopoderosa y que podía hacer cualquier cosa. La
muy tonta nos pedirá probablemente que le hagamos el examen de Maestro. Quizá
se sienta de forma distinta si la asignamos al barracón de primer año. Allí podría
aprender la base de la magia mientras friega los suelos, como todos los estudiantes
nuevos.
Yo miré a Irys. El castigo de Roze sonaba horrible. Irys no dijo nada. Irradiaba
desaprobación. Yo me preparé para un estallido.
En vez de eso, Opal gritó:
—¡Tula está despierta!
Yo cerré los ojos de alivio mientras todo el mundo se concentraba en Tula.
Cuando volví a abrirlos, los magos habían desaparecido de mi campo de visión.
—Sigues siendo tozuda y temeraria, y sigues sin controlarte —dijo Leif—.
Supongo que Ixia no pudo cambiarte por completo —sentenció. Se puso de pie, con
las piernas temblorosas, y yo lo vi unirse a los de más, junto a la cama de Tula.
Yo me sentí desconcertada por aquel comentario. ¿Era bueno o malo? No pude
averiguarlo. La voz áspera de Roze me sacó de mis cavilaciones. Estaba
bombardeando a Tula con preguntas sobre su atacante, pero la muchacha no
contestaba. Yo me encogí por dentro, sabiendo que Tula no podría soportar el
interrogatorio de Roze. Gracias al destino, Hayes intervino.
—Dale algo de tiempo —dijo.
—No hay tiempo —respondió Roze.
Una vocecita preguntó:
—¿Quién es toda esta gente? ¿Dónde está Yelena? No la veo.
—Está aquí —dijo Opal—. Está agotada de haberte ayudado, Tullie.
—Hayes, haz venir a los ayudantes y que se lleven a esta estúpida a la otra
habitación —ordenó Roze, mirándome—. Ya ha hecho más que suficiente daño por
un día.
Cuando Hayes se dispuso a obedecer, Tula dijo:
—No. Vete tú. Todos vosotros. No os diré nada. Yelena se queda conmigo.
Hablaré con ella.
Un murmullo de irritación y de discusión se extendió por la enfermería, antes
de que Roze accediera de mala gana a que llevaran una cama para mí. Hayes e Irys
me tomaron del suelo y me colocaron en la camilla sin miramientos. Irys no había
dicho ni una sola palabra, y su silencio me asustaba.
—Niña —le dijo Bain a Tula—, entendemos tu miedo. Te has despertado en una
habitación llena de extraños —añadió, y después, le presentó a todo el mundo—. La
Primera Maga y Leif son aquellos con los que debes hablar sobre tu secuestro. Ellos
encontrarán al criminal.
Tula se tapó con la sábana hasta la barbilla.
—Se lo diré a Yelena. A nadie más. Ella se ocupará de él.
La risa áspera de Roze me traspasó los oídos.
—¡Ni siquiera puede hablar! Si tu atacante entrara en esta sala, os mataría a las
dos —dijo, y sacudió la cabeza con incredulidad—. No estás pensando con claridad.
Volveré por la mañana, y hablarás conmigo. Vamos, Leif.
Después, salió por la puerta con Leif.
Hayes echó a todos los demás. Cuando la puerta se cerró, yo oí a Bain decirle a
Irys que asignara guardias extra para la noche. Una buena idea. Si Goel aprovechaba
aquella ocasión para llevar a cabo su amenaza de torturarme, yo no podría hacer
nada por evitarlo.
Sentí aprensión por estar tan indefensa. Era una situación similar a la que había
obsesionado a Tula; uno de sus muchos fantasmas era estar a merced de otro.
Me pesaba su promesa de que iba a contármelo todo, porque hacía muy poco
tiempo que yo me había librado de mis propios fantasmas. Sin embargo, por mucho
que odiara admitirlo, Reyad aún tenía algún poder. Aún aparecía en mis pesadillas.
Para distraerme de aquellos pensamientos inquietantes, intenté reunir energías
para hablar con Tula, pero en vez de conseguirlo, el agotamiento me sumió en un
profundo sueño.
Me sentía un poco mejor por la mañana, pero lo único que pude hacer fue
sentarme sobre la cama. Al menos, sí podía preguntarle a Tula qué tal se encontraba.
Ella cerró los ojos. Señaló sus sienes y me dijo:
—Ven.
Yo la miré con impotencia.
—No tengo la energía necesaria para conectar mi mente con la tuya, Tula.
—Quizá yo pueda ayudar —dijo Leif.
—¡No! Vete —dijo Tula, y se tapó la cara con las manos.
—Si no hablas conmigo, la Primera Maga vendrá y tomará la información que
necesite de ti —le explicó Leif.
Tula me miró con desconcierto.
—No será agradable —le dije yo—. Es casi tan malo como lo que te hizo tu
atacante. Lo sé por experiencia.
Leif apartó la mirada. Yo esperaba que se sintiera culpable; observándolo con
atención, me pregunté por qué me habría ayudado el día anterior. ¿Qué le había
ocurrido a su sonrisa de suficiencia? ¿Dónde estaban su desprecio y su
condescendencia? Me di cuenta de que apenas conocía a aquel hombre.
Yo suspiré y me dirigí a Tula.
—Él quiere ayudarte —le expliqué—. Tula, es mi hermano. Sin él, no hubiera
conseguido traerte. Si quieres que encontremos a tu atacante, necesitamos su fuerza.
—Pero él lo verá. Sabrá lo que… —Tula no pudo seguir hablando.
—Ya lo sé —dijo Leif.
Entonces, le apartó las manos a Tula de la cara con una delicadeza que me dejó
asombrada. Yo pensé en lo que mi madre me había contado sobre la magia de Leif.
Había dicho que él ayudaba con los crímenes, porque sentía las culpas y la historia
de las personas. En aquel momento, al verlo con Tula, quise saber más de él y de
cómo usaba su magia.
—Necesitamos detenerlo antes de que le haga daño a otra chica —le explicó
Leif.
Tula tragó saliva y se mordió el labio antes de asentir. Leif se colocó entre
nuestras camas, tomó la mano de Tula y la mía. Entonces, usando su energía mental,
yo formé el vínculo telepático con Tula.
En su mente, las dos estábamos junto a un horno de piedra gris. El poder de
Leif rugía a nuestro alrededor como el fuego que ardía en él.
—Yo estaba allí, echando carbón al horno. Era casi medianoche cuando… noté
un trapo oscuro en la cara. Antes de que pudiera gritar, noté también un corte agudo
en el brazo. Entonces… entonces… —Tula no puedo seguir hablando.
En nuestro estado mental, ella caminó hacia mí. Yo abracé su cuerpo
tembloroso y me convertí en ella. Fui testigo de mi propio secuestro.
Desde la herida se extendió un entumecimiento por todo mi cuerpo, y se me
congelaron los músculos. La única indicación de que me movían era el mareo que
sentía. El tiempo pasó. Cuando me quitaron el trapo de la cara, estaba tumbada
dentro de una tienda. No podía moverme, pero miré hacia arriba y vi a un hombre
delgado con el pelo castaño y corto. Sólo llevaba una máscara. Tenía extraños
símbolos púrpura pintados por la piel, que era del color de la arena. Tenía cuatro
estacas de madera, una cuerda y una maza. Yo noté que recuperaba las sensaciones
en el cuerpo.
«Tula, no. No puedo», pensé. Sabía los horrores que se avecinaban, y no tenía la
fuerza necesaria para soportarlos con ella en aquel momento. «Sólo enséñamelo».
Ella congeló la imagen del hombre para que yo pudiera estudiar los símbolos.
Tenía dibujos circulares y dibujos de animales. En los brazos y las piernas tenía
triángulos. Irradiaba poder.
Era un extraño para Tula, pero, sin embargo, él la conocía. Sabía los nombres de
sus hermanas y padres. Sabía que fundían arena para convertirla en cristal.
Entonces, en un remolino de sonidos y colores, me mostró al hombre en
diferentes ocasiones. A ella no le estaba permitido salir de la tienda, pero siempre
que él entraba o salía, Tula atisbaba el exterior, tenía una visión de libertad. Había
hierba alta y espesa frente a la tienda.
Cuando él aparecía, siempre llevaba una máscara. Dejaba que el
entumecimiento se disipara de su cuerpo antes de violarla o de golpearla. Dejaba que
ella sintiera el dolor que él le causaba con reverencia. Después de terminar la tortura,
le arañaba la piel con una espina.
Al principio, Tula se quedó confundida por aquella acción, pero pronto
aprendió a temer y a anhelar el ungüento que él le frotaba en la herida. Era la loción
que la paralizaba y que se llevaba todo el dolor y la despojaba de la capacidad de
intentar huir.
El ungüento, sin embargo, tenía un olor fuerte, parecido al del alcohol mezclado
con cítricos. El aroma permaneció a mi alrededor como una niebla venenosa mientras
la energía de Leif desaparecía. Mi hermano rompió la conexión mágica con Tula.
—Ese olor —dijo Leif, sentado al borde de mi cama—. No puedo percibirlo
bien. Todo mi esfuerzo estaba concentrado en manteneros unidas a Tula y a ti.
—Es horrible —dijo Tula, estremeciéndose—. Nunca lo olvidaré.
—¿Y los símbolos? —le pregunté yo a Leif.
—No. Pero sé que hay algunos clanes que utilizan símbolos para sus rituales.
—¿Rituales? —pregunté yo con miedo.
—Para las bodas y los rituales en los que se otorgan los nombres —dijo Leif, con
el ceño fruncido por la concentración—. Hace miles de años, los magos usaban los
símbolos para llevar a cabo complicados rituales. Creían que su poder mágico
provenía de la divinidad, y que si se tatuaban el cuerpo y mostraban respeto, se les
concedería un poder aún mayor. Ahora sabemos que eso no es verdad. Yo he visto
algunos símbolos pintados en caras y manos algunas veces, pero no como los del
atacante de Tula.
La muchacha se tapó los ojos mientras lloraba silenciosamente. Revivir su
secuestro debía de haber sido muy doloroso.
—Descansa —le dijo Leif—. Yo volveré después. Quizá el Segundo Mago sepa
algo de esos símbolos.
Después, Leif salió de la enfermería.
Los eventos de aquella mañana me habían dejado de nuevo sin energía. Sabía
que las palabras no servirían para consolar a Tula, así que me sentí aliviada cuando
Opal llegó a verla. Al ver la preocupación de su hermana, Tula comenzó a sollozar, y
Opal se sentó en la cama junto a ella, la abrazó y comenzó a mecerla como si fuera un
bebé. Yo me quedé dormida mientras escuchaba a Tula purgarse del veneno del
hombre enmascarado.
Leif volvió antes de comer, con una caja cuadrada muy grande, que depositó
sobre una mesa. Después de saludarnos, comenzó a sacar pequeños frascos de la caja.
—¿Qué es eso? —le pregunté.
—Son frascos de olores —me respondió él—. Cada uno contiene un olor
especial. Papá y mamá me ayudaron a fabricarlos. Los olores provocan recuerdos, y
eso me ayuda a encontrar a los criminales. Quisiera probar si alguno de éstos puede
determinar qué era el ungüento que usaba el secuestrador de Tula.
Interesada, Tula intentó sentarse. Opal se levantó y ayudó a su hermana. Leif
siguió rebuscando entre su colección de frascos. Había unos treinta. Tanto Tula como
yo comenzamos a oler los que él nos tendía después de quitarles el corcho; sin
embargo, llegó la hora de la comida y no habíamos descubierto nada.
—Bien —dijo Leif—. Vamos a hacer un descanso. Si continuáis oliendo
demasiados frascos tendréis dolor de cabeza, y después de un rato no seréis capaces
de distinguir nada —nos explicó.
Leif pasó la tarde con nosotras. Mi interés comenzó a disiparse, pero él continuó
probando hasta que llegó al fondo de la caja. Yo estaba casi a punto de dormirme
cuando un olor agudo me sobresaltó.
Leif sostuvo un frasco abierto. Tula se encogió sobre la cama y alzó las manos
como si quisiera repeler un golpe. Leif se quedó desconcertado.
—¡Es eso! —grité yo—. ¿No lo hueles?
Leif olisqueó el cuello del frasco, puso el corcho de nuevo y leyó la etiqueta.
Después me miró, horrorizado.
—¡Es lógico!
—¿Qué? —pregunté yo—. Explícamelo.
—Es curare —me dijo—. Proviene de una liana que crece en la Selva de Illiais.
Paraliza los músculos. Se usa para los dolores de muelas, y para aliviar dolores
pequeños. Para congelar un cuerpo entero, la medicina tendría que estar muy
concentrada.
—¿Y por qué estás tan disgustado? —le pregunté yo—. Ahora sabes lo que es.
¿No es bueno?
—El curare se redescubrió el año pasado. Sólo unos cuantos Zaltana conocen
sus propiedades. A nuestro clan le gusta saberlo todo acerca de una sustancia antes
de vendérsela a otros.
—¿Y quién descubrió el curare?
Aún disgustado, Leif hizo girar el frasco entre las manos.
—Papá. Y la única persona que yo creo que tiene los conocimientos suficientes
como para concentrar el curare lo necesario para paralizar un cuerpo completo es
nuestra madre.
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