jueves, 8 de agosto de 2013

Capítulo 31


La realidad y el hedor de las celdas se entrometió en nuestra felicidad. Había
oscurecido.
—Vamos —dijo Valek, poniéndome de pie.
—¿A dónde? —pregunté mientras me ajustaba el uniforme.
—A la habitación del Comandante para que podamos volver a llevárnoslo al
castillo.
—Eso no servirá de nada.
—¿Por qué no? —preguntó Valek.
—En cuanto lo toques, Mogkan lo sabrá —respondí, explicando el vínculo que
el mago tenía con él a través de la utilización del Criollo.
—¿Cómo podemos romper ese vínculo?
Había llegado el momento de hablarle de mi magia. Me sentía mareada, como si
estuviera en los confines del mundo. Respiré profundamente y relaté los encuentros
y las conversaciones que había tenido con Irys y cómo ella podría ayudarnos.
—¿Confías en ella?
—Sí, Valek.
—¿Hay algo más que no me hayas dicho?
La cabeza empezó a darme vueltas. Habían ocurrido tantas cosas... La muerte
aún era una posibilidad muy real. Quería que Valek supiera lo que sentía.
—Te quiero.
Valek me tomó entre sus brazos.
—Mi amor ha sido tuyo desde el festival de fuego. Si esos gorilas te hubieran
matado, la vida no habría sido igual para mí. Ni deseaba ni esperaba que ocurriera
esto, pero no pude resistirme a ti. Ahora, vamos.
Antes de salir al pasillo, nos cambiamos de uniforme en la sala de guardia.
Ataviados con el verde y negro de los soldados de Brazell, esperábamos evitar que
nos descubrieran. Entonces, regresamos a los barracones para que él pudiera recoger
algunas cosas. Tal y como había predicho, estaban vacíos. Todos los soldados habían
salido a buscarnos.
Fui a recoger mi capa y mientras esperaba, empecé a invocar a Irys.
Necesitábamos un plan de ataque.
De repente, escuché gritos y maldiciones procedentes del interior del barracón.
Entré rápidamente y vi a Ari y a Janco apuntando a Valek con sus espadas.
—Quietos —dije.
Al verme, los dos guardaron sus armas y me abrazaron con fuerza.
—Creíamos que Valek se había escapado sin ti —dijo Ari.
—¿No deberíais estar en una de esas partidas de búsqueda? —preguntó Valek,
mientras sacaba una bolsa negra de debajo de una litera. Se puso una malla color
marfil con numerosos bolsillos.
—Estábamos demasiado enfermos —comentó Janco, con su mejor sonrisa.
—¿Cómo? —pregunté.
—Resultaba tan evidente que los cargos de los que se os acusaba eran
inventados que nos negamos a tomar parte en la búsqueda —explicó Janco.
—Eso es insubordinación —comentó Valek, sacando un largo cuchillo y varios
dardos de su bolsa.
—De eso se trataba precisamente. ¿Qué hay que hacer para que te arresten y te
lleven a las mazmorras?
Yo miré a Janco completamente atónita. Habían estado dispuestos a enfrentarse
a una corte marcial con tal de ayudarme. Decía muy en serio lo que me había escrito
sobre la navaja.
—¿Qué dirección tomaron las partidas? —preguntó Valek mientras se metía
cuchillos en varios bolsillos y se colocaba el cinturón que sujetaba su espada y su
daga.
—Principalmente al sur y al este, aunque algunos fueron hacia el norte y el
oeste —replicó Ari.
—¿Perros?
—Sí.
—¿Y la casa?
—Una guardia mínima.
—Muy bien —dijo Valek—. ¿Estáis con nosotros?
—Sí, señor —respondieron los dos, cuadrándose ante él.
—Vamos entonces.
—Un momento —intervine yo—. No quiero que Ari y Janco se metan en líos —
añadí. Aún no había podido asimilar lo que habían estado a punto de hacer por mí.
—Necesitamos su ayuda —afirmó Valek.
—Vais a necesitar mucho más que eso —dijo Irys, apareciendo de repente en la
oscuridad.
Automáticamente, los tres hombres sacaron sus espadas. Sin embargo, cuando
ella se acercó a la lámpara, Valek se relajó.
—Tranquilos —les dijo a Ari y a Janco.
—Es una amiga —afirmé, al ver que no estaban del todo seguros —. Ha venido
para ayudarnos. Hemos descubierto la fuente de poder de Mogkan —añadí,
dirigiéndome a ella.
—¿De qué se trata?
Le hablé de los cautivos y de la situación tan horrible en la que se encontraban.
Mientras lo hacía, Ari y Janco escuchaban horrorizados.
—¿De qué está hablando? —preguntó Ari.
—Ya os lo explicaré más tarde. Ahora, quiero que vosotros dos protejáis a Irys
con vuestra vida —les pedí, comprendiendo que Valek tenía razón y que los
necesitábamos a ambos—. Es muy importante.
—Sí, señor —dijeron ambos.
Los miré completamente atónita. Me habían llamado «señor», lo que significaba
que estaban dispuestos a seguir mis órdenes, aunque éstas los llevaran a la muerte.
—¿Tienes algún plan? —me preguntó Valek.
—Sí.
—Cuéntanoslo.
A través de oscuros pasillos, nos dirigimos a la habitación del Comandante.
Allí, esperamos unos instantes para darles a los otros tiempo de colocarse.
A los pocos minutos, Valek forzó la cerradura. Entramos dentro de la
habitación y él la cerró inmediatamente. Encendimos una lámpara y nos acercamos a
la cama con dosel. El Comandante estaba tumbado encima de las sábanas,
completamente vestido. Tenía los ojos abiertos, aunque con la mirada perdida en el
techo. No pareció darse cuenta de nuestra presencia.
Yo me senté a su lado y le tomé la mano. Siguiendo las breves instrucciones de
Irys, me imaginé mi pared de ladrillos, aunque luego la expandí hasta convertirla en
una cúpula de ladrillos que nos protegiera a ambos. Valek se colocó contra la pared
para esperar a Mogkan.
La puerta no tardó en abrirse. Cuatro guardias armados entraron
precipitadamente, Valek acabó con uno antes de que el hombre pudiera reaccionar.
El sonido de las espadas llenó el dormitorio.
Mogkan entró cuando sus hombres tenían entretenido a Valek. Evitó la lucha y
se acercó a mí. Tenía una condescendiente sonrisa en los labios.
—Un iglú de ladrillo. Qué bonito. Vamos, Yelena, dame un poco de crédito.
Una fortaleza de piedra o acero habrían supuesto un mayor desafío.
Sentí un golpe fuerte contra mis defensas mentales. El ladrillo empezó a
desmoronarse. Llena de desesperación, recé para que Ari, Janco y Irys hubieran
conseguido llegar a la sala en la que Mogkan tenía encadenados a los prisioneros. No
obstante, aunque consiguieran bloquear la fuente de poder, aún tendría que
enfrentarme al poder de Mogkan.
El mago detuvo su ataque contra mí durante un segundo e inclinó la cabeza.
—Bonito truco —dijo—. ¿Son amigos tuyos? Están en el pasillo del ala de
Reyad, pero, a menos que puedan derrotar a diez hombres, no podrán llegar a mis
niños.
Entonces, Mogkan reanudó su ataque con mayor determinación. Por suerte, a
Valek sólo le quedaba ya un guardia de los cuatro que habían entrado, pero mis
defensas se debilitaban con cada golpe. Muy pronto, mi cúpula se derrumbó entre
una nube de polvo.
El poder de Mogkan me agarró como si fuera el puño de un gigante y me
apretó con fuerza las costillas. Yo grité de dolor y solté la mano del Comandante.
Justo en aquel momento, Valek terminó con el último guardia.
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MARIA V. SNYDER Dulce Veneno
—Quieto o ella muere —le ordenó Mogkan.
Valek se detuvo inmediatamente. Tres guardias más entraron en la habitación,
seguidos de Brazell. Rodearon a Valek, le quitaron la espada y le obligaron a ponerse
de rodillas con las manos en la cabeza.
—Adelante, general. Mátala —dijo Mogkan, haciéndose a un lado para que
Brazell pudiera acercárseme—. Debería haberte permitido que le rebanaras el cuello
el primer día.
—¿Por qué escuchas a Mogkan? —le pregunté a Brazell—. No es digno de
confianza.
El dolor volvió a apoderarse de mí cuando Mogkan me miró de nuevo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Brazell. Mogkan se echó a reír.
—Sólo está tratando de retrasar lo inevitable —dijo.
—¿Como cuando tú trataste de retrasar las negociaciones con Sitia
envenenando el brandy? ¿O acaso estabas tratando de evitar que se produjeran? —le
pregunté.
La sorpresa de Mogkan reveló su culpabilidad. Aunque Valek también se
quedó atónito, guardó silencio.
—Eso no tiene sentido —comentó Brazell.
—Mogkan quiere evitar el contacto con los sureños. Ellos sabrían que...
Sentí que la garganta se me cerraba. Me agarré con fuerza el cuello, pero me
resultaba imposible respirar.
Brazell se volvió a Mogkan y lo interrogó con la mirada.
—¿Qué has estado tramando? —quiso saber.
—No necesitamos ningún tratado con Sitia. Vamos a conseguir nuestros
suministros sin problemas. ¿Por qué no quieres escucharme? Hay que ser avaricioso.
Con un tratado de comercio, los sureños no tardarían en cruzar la frontera y empezar
a husmearlo todo —explicó Mogkan, sin mostrar temor alguno hacia Brazell, sólo ira
por tener que explicar sus actos—. Ahora, ¿vas a matarla o quieres que lo haga yo?
Yo estaba a punto de perder el conocimiento, pero, antes de que ocurriera y de
que Brazell pudiera responder, Mogkan se tambaleó. La presión a la que me tenía
sometida se aflojó un poco. Pude tomar aire.
—¡Mis niños! —gritó el mago—. ¡Pero hasta sin ellos tengo más poder que tú!
Como si fuera un pez enganchado a un anzuelo, sentí que mis pies
abandonaban el suelo y que me lanzaba contra la pared. La cabeza se me golpeó
contra la piedra, pero no caí al suelo. Mogkan me sostuvo en el aire.
Vi que Valek estaba luchando con sus guardias para tratar de llegar a él.
Demasiado tarde para mí. Fui cayendo inconsciente hasta que la negrura llenó mi
mundo. Entonces, escuché la voz de Irys.
—Déjame ayudarte...
Sentí que un poder puro fluía dentro de mí. Reconstruí mi escudo mental y
rechacé el ataque de Mogkan. Él se estrelló contra la pared opuesta. Sin embargo,
debido a mi inexperiencia, no pude contenerlo. Salió rápidamente de la sala. Valek,
con un cuchillo en la mano, luchaba contra soldados con espadas. Cuando me
disponía a ayudar a Valek, Brazell me agarró por el brazo.
Levantó la espada. Yo di un salto atrás para evitar el primer golpe, pero me
choqué contra la cama del Comandante. Me subí en ella para evitar el siguiente
golpe. El tercero, cortó uno de los postes de la cama. Rápidamente me bajé de la
cama y agarré el poste. Por fin estaba armada.
Brazell era un buen contrincante. Con cada golpe de su espada, iba arrancando
trozos mi poste.
—¿Qué te crees que estás haciendo? Te destriparé con dos golpes.
Cuando conseguí encontrar mi zona de poder, él dejó de gastar saliva.
Desgraciadamente, mi poste no era rival para su espada.
El fantasma de Reyad se materializó en la sala. Animaba a su padre, tratando de
distraerme. Su táctica funcionó. Mi espalda tocó la pared y la espada de Brazell me
cortó el poste en dos.
—Estás muerta —dijo.
Con gran satisfacción, levantó la espada, pero cuando está se me acercaba, yo
desvié la trayectoria con mi poste roto. La punta de la espada me rozó la cintura. La
sangre empezó a empapar la camisa de mi uniforme.
Entonces, Brazell cometió su primer error. Pensando que yo estaba acabada,
bajó la guardia, pero yo aún seguía de pie. Levanté mi arma y, con una fuerza
desesperada, le golpeé en la sien. Los dos caímos juntos al suelo.
Vi que Valek se me acercaba inmediatamente, pero le indiqué que se marchara.
—Ve a buscar a Mogkan.
Desapareció inmediatamente. Cuando recuperé mi fuerza, examiné mi herida.
Me pareció que lo único que necesitaría para curarla sería un poco del pegamento de
Rand.
El fantasma de Reyad aún seguía presente, con su eterna sonrisa.
—Vete de aquí —le espeté.
—Oblígame a hacerlo —me desafió.
¿Cómo podía enfrentarme a un fantasma? Con una pelea mental.
Pensé en lo que había conseguido en el año y medio desde que maté a Reyad.
Comprendí que era una persona completamente diferente. Miré a Brazell y vi que
aún respiraba. Estaba a mi cargo. Yo ya no era su víctima. Ya no era la rata atrapada
en la ratonera.
—Márchate —le ordené al fantasma de Reyad. Su expresión de horror me
reportó un gran placer mientras desaparecía. Sin embargo, la alegría era como una
mariposa que se detiene en una flor. Un breve descanso antes de volver a salir
volando.
—Janco está herido —me dijo la voz de Irys, resonando en mi cabeza—. Ven
ahora mismo.
Con las esposas de un guardia muerto, encadené a Brazell a la cama. Entonces,
salí corriendo de la sala. Janco no... No podía morir... No podría soportar su muerte.
Tan preocupada estaba que me encontré con Valek y Mogkan sin reconocerlos.
Estaban luchando con espadas. Mogkan parecía llevar la delantera. Valek estaba muy
pálido. Sujetaba la espada como si fuera un peso muerto.
¿Qué le ocurría? ¿Sería la magia de Mogkan? No. Valek era inmune. Entonces,
lo comprendí todo. Valek me había dicho que estar cerca de un mago era como
envolverse en un espeso jarabe. Valek había derrotado a siete guardias después de
pasarse dos días en las mazmorras sin comida ni bebida. El agotamiento había
terminado por poder con él.
Al verme, Mogkan sonrió. Entonces, ejecutó un rápido movimiento. La espada
de Valek cayó al suelo al mismo tiempo que el brazo se le teñía de sangre.
—¡Qué increíble jornada! —exclamó Mogkan—.Voy a poder matar al famoso
Valek y a la infame Yelena al mismo tiempo.
Yo saqué mi navaja. Mogkan se echó a reír. Entonces, volví a escuchar la voz de
Irys.
—¿Qué es lo que pasa, Yelena? ¿Por qué no vienes?
—¡Necesito ayuda! —grité, mentalmente
De repente, el poder me llenó por completo. Extendí un dedo hacia Mogkan. La
espada se le cayó inmediatamente de la mano. El terror lo paralizó por completo. La
magia lo envolvía, tensándose a su alrededor como si fuera una soga. Estaba
completamente paralizado...
—¡Tú, maldita hija del demonio! —gritó—. Eres una maldición para esta tierra.
Una encarnación del infierno. Eres como el resto de ellos... El linaje de los Zaltana
debería ser exterminado, borrado de la faz de la tierra...
Mogkan siguió insultándome, pero yo había dejado de escucharle. Valek tomó
mi navaja y se acercó a él. Tras un grito de dolor, Mogkan quedó por fin en silencio.
Su cuerpo cayó al suelo.
Valek me entregó mi navaja ensangrentada. Con una agotada reverencia, me
dijo:
—Para ti, mi amor.

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