sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 20

El Hombre Luna avanzó. Posó la hoja curva de la cimitarra sobre mi hombro
izquierdo, con el filo peligrosamente cerca de mi cuello.
—¿Estás preparada para recibir la limpieza?
Yo noté una opresión en la garganta.
—¿Qué? ¿Cómo? —pregunté, tartamudeando. Toda lógica abandonó mi mente.
—Limpiamos todas las manchas de sangre, dolor y muerte de tu alma.
Tomamos tu sangre y te causamos dolor. Con tu muerte repararás tus malos actos y
recibirás la bienvenida en el cielo.
Una palabra cortó el flujo de miedo de mi mente. Con repentina claridad,
enfoqué mis pensamientos. Me levanté cuidadosamente, intentando no mover la
cimitarra, y di un paso atrás. La hoja se quedó suspendida en el aire.
—No tengo malos actos que reparar. No tengo remordimientos por mis
acciones pasadas, y por lo tanto, no tengo que limpiarme —dije, y me preparé para
su reacción. Al cuerno la diplomacia.
El Hombre Luna sonrió y los dos mayores asintieron con aprobación.
Desconcertada, yo vi cómo el Hombre Luna volvía a guardar la cimitarra bajo la
alfombra y se sentaba.
—Ésa es la respuesta correcta —dijo.
—¿Y si hubiera estado de acuerdo?
—Entonces, te habríamos enviado a casa con un par de comentarios crípticos
para que les dieras vueltas —dijo riéndose—. Debo admitir que me siento
ligeramente decepcionado. Había preparado esos comentarios durante toda la tarde.
—Siéntate —me ordenó la mujer—. ¿Qué es lo que quieres comprender?
Yo pensé con toda atención lo que iba a decir mientras me sentaba.
—Una bestia ha estado asesinando mujeres jóvenes por toda Sitia. Hasta el
momento ha matado a diez y ha herido a una. Quiero detenerlo. Quiero comprender
quién es.
—¿Y por qué has acudido a nosotros? —me preguntó la mujer.
—Ha estado usando cierta sustancia como arma. Me preocupa que haya podido
robársela a algún miembro de vuestro clan —dije. Después esperé, rogando que la
palabra «robar» no implicara culpabilidad para ellos.
—Ah, sí, esa sustancia —me dijo el anciano—. Es una bendición y una
maldición. A uno de nuestros pueblos, cerca de la Llanura Daviian, llegó un paquete
que envió Esau Liana Sandseed Zaltana. Ese pueblo fue saqueado poco después por
los Daviian Vermin —el anciano escupió en la tierra del suelo en cuanto pronunció
aquel nombre—. En aquel ataque robaron muchas cosas.
Su desprecio por aquellos Vermin era evidente, pero yo lo pregunté de todos
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modos.
—¿Quiénes son esos Vermin?
Los mayores apretaron la mandíbula, negándose a responder.
El Hombre Luna me lo explicó con el ceño fruncido.
—Son hombres y mujeres jóvenes que se han rebelado contra nuestras
tradiciones. Se han separado del clan y se han establecido en la Llanura Daviian. La
llanura no da nada de su riqueza sin que se luche por ella. Los Vermin prefieren
robarnos antes que trabajar o cultivar su propia comida.
—¿Y el monstruo al que busco podría ser uno de ellos?
—Sí. Han pervertido nuestra magia. En vez de beneficiar al clan, quieren
incrementar su poder para enriquecerse sólo a sí mismos. La mayoría de ellos no
tienen el don, pero hay unos pocos muy poderosos.
La expresión del Hombre Luna me mostró cómo sería cuando blandiera su
cimitarra en una batalla. Yo forjé una imagen de Ferde en mi mente.
—¿Es uno de ellos? —le pregunté. La magia del Hombre Luna se adueñó de mí.
El emitió un gruñido y miró al anciano.
—Están practicando el antiguo mal —le dijo—. Debemos detenerlos.
Horrorizado, el hombre respondió:
—Intentaremos atravesar su pantalla mágica. Los encontraremos —afirmó. Se
puso en pie con gracia y dignidad, me hizo una ligera reverencia y después se volvió
hacia la mujer—. Vamos. Debemos tomar medidas.
Salieron de la tienda. El Hombre Luna y yo nos quedamos.
—¿El antiguo mal? —le pregunté.
—Un antiguo ritual, horrible, por el cual uno se apropia del alma de otra
persona y después la asesina. Cuando la víctima muere, su magia se vuelca en ti y
aumenta tu fuerza. Las marcas rojas que lleva esa bestia son parte del ritual —dijo el
Hombre Luna. De repente, abrió los ojos de par en par con preocupación—. Dijiste
que había una mujer herida. ¿Dónde está ahora?
—En la Fortaleza del Mago.
—¿Protegida?
—Sí. ¿Porqué?
—Aquél al que buscas no estará en la Llanura Daviian; estará en la Fortaleza,
esperando una buena oportunidad para acabar con su vida. No puede robar otra
alma hasta que ella muera.
—Debo volver —dije yo, poniéndome en pie de un salto, con intención de
ponerme en camino inmediatamente.
El Hombre Luna me agarró del hombro e hizo que me volviera hacia él.
—No olvides tu promesa.
—No lo haré. Tula primero, después Leif.
Él asintió.
—¿Puedo pedirte otro favor?
—Sí.
—Cuando tu instrucción con la Maestra Irys se haya completado, ¿volverías
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conmigo para que yo pudiera enseñarte las artes mágicas de los Sandseed? Es parte
de tu herencia y de tu sangre.
Aquella proposición sonaba muy apetecible, pero sería otra curva en mi
camino. Si seguía así, dudaba que pudiera completar mi instrucción con Irys. Y si
debía fiarme de mi historia, mi futuro tenía tendencia a tomar direcciones
inesperadas.
—Lo intentaré.
—Bien. Ahora, ¡vete! —me dijo. Me hizo una reverencia y me echó de la tienda.
Yo me dirigí hacia Kiki sin perder un segundo. Estaba ensillada y preparada
para el viaje. Su «madre» de pelo corto me estaba sujetando las riendas.
—No te sientes en la silla. Inclínate sobre ella y dirige tu peso hacia delante. Ella
te llevará a casa volando.
—Gracias —le dije.
La mujer sonrió.
—Estáis bien emparejadas. Me siento satisfecha —dijo. Con una palmada final
en el cuello de Kiki, la mujer se dio la vuelta y caminó hacia su poblado.
Yo monté y Kiki comenzó a moverse. La hierba larga se convirtió en un borrón,
y yo me mantuve en la posición que me había indicado la mujer mientras viajábamos
sobre las llanuras. Me sentía como si cabalgara sobre el viento de una tormenta, en
vez de ir sobre un caballo.
Sin embargo, nada fue suficiente. Cuando llegué a las puertas de la habitación
de Tula, temí lo peor al ver a sus guardias tirados en el suelo. Salté sobre ellos y
entré. La puerta chocó violentamente contra la pared, pero ni siquiera aquel
estruendo despertó a Tula.
Sus ojos sin vida miraban a la nada. Sus labios sin sangre estaban congelados en
un gesto de miedo y dolor. Busqué el pulso con los dedos; su piel estaba helada y
rígida. Tenía el cuello lleno de hematomas negros.
¿Era demasiado tarde? Le puse la mano en el cuello y tiré del poder. En mi
mente vi su nuez aplastada. La habían estrangulado. Envié una burbuja de poder
para inflarla, y aire a sus pulmones. Me concentré en su corazón, ordenándole que
bombeara.
Su corazón latió y el aire llenó sus pulmones, pero el vacío no dejó sus ojos. Yo
lo intenté con más fuerza. Su piel se calentó y se sonrojó. Su pecho ascendió y cayó.
Sin embargo, cuando paré, su sangre se detuvo y ella no siguió respirando.
Él le había robado el alma. Yo no podía revivirla.
Un pesado brazo se posó sobre mi hombro.
—No hay nada que puedas hacer —me dijo Irys.
Yo miré a mi alrededor. Detrás de mí estaban Cahil, Leif, Dax, Roze y Hayes.
Todos habían entrado en la pequeña habitación y yo ni siquiera me había dado
cuenta. La piel de Tula se enfrió bajo mis dedos. Yo aparté la mano.
Noté un agotamiento aplastante. Me caí al suelo, cerré los ojos y apoyé la
cabeza sobre los brazos. Mi culpa. Era culpa mía. No debería haberla dejado sola.
La habitación estalló en actividad y sonidos, pero yo les hice caso omiso, sin
poder detener las lágrimas que se me derramaban por las mejillas. Quería disolverme
en el suelo, mezclarme con la piedra dura. La piedra tenía un único propósito: ser.
No debía hacer promesas complicadas, no debía preocuparme ni sentir.
Apoyé la mejilla sobre el mármol suave. El frío me mordió la piel ardiente. Sólo
cuando el ruido de la habitación cesó abrí los ojos. Y vi un pedazo de papel tirado
bajo la cama de Tula. Debía de haberse caído mientras yo intentaba devolverle la
vida a su cuerpo. Lo tomé, pensando que era de Tula.
Las palabras escritas allí se abrieron paso entre la niebla de mi dolor, como la
cimitarra del Hombre Luna.
Tengo a Opal. La intercambiaré por Yelena Zaltana durante la siguiente luna
llena. Enviad la bandera de luto de Tula a la torre de la Primera Maga como señal de
aceptación y Opal no sufrirá daño alguno. Tendréis más instrucciones.

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