sábado, 24 de agosto de 2013

Capítulo 24

Valek y yo hicimos algunos planes para rescatar a Opal. Cuando él regresó con
la delegación de Ixia, yo tenía nuevas esperanzas. Al día siguiente estuve haciendo
prácticas para controlar mi magia, y me entrené físicamente para enfrentarme con
Ferde.
Irys, Roze y Bain habían registrado la casa donde, según Fisk, vivía el hombre
de las manos rojas. Las habitaciones estaban vacías, y a tenor del desorden reinante,
los ocupantes se habían marchado a toda prisa. O alguien había avisado a Ferde, o
había sentido la cercanía de los Maestros. De cualquier modo, era un callejón sin
salida, lo cual hizo más importante aún mi plan con Valek.
También comencé a enseñarle técnicas de defensa propia a Zitora. Era una
estudiante muy capaz, así que aprendió rápidamente. Cuando le enseñé a liberar la
muñeca en caso de que alguien se la hubiera agarrado, torciéndola de modo que
pudiera atrapar a su atacante por el brazo y rompérselo, se le iluminaron los ojos de
alegría, y yo me reí.
—Todo el mundo piensa que eres tan dulce y buena… —le dije—. Casi siento
lástima por la primera persona que intente aprovecharse de eso. ¡Casi!
Seguimos trabajando un poco más, hasta que sus movimientos se hicieron más
instintivos.
Al cabo de un rato, Zitora me preguntó, con los ojos abiertos de par en par:
—Entonces, ¿crees que algún día seré capaz de escapar de alguien como él?
Yo me volví. Ari y Janeo estaban entrando en la zona de entrenamiento.
Llevaban sus arcos, y unas caras muy sonrientes. Mis guardias se quedaron indecisos
e intranquilos, y yo les hice una señal para que no se inquietaran.
—Sí —le dije a Zitora—. Con el entrenamiento adecuado, podrías escapar de él.
—Veo que estás traspasando tus conocimientos, Yelena —me dijo Janeo. Se
volvió hacia Zitora y le dijo con un susurro conspirativo—: Ella ha tenido los mejores
profesores de todo Ixia.
—Otra regla de la defensa propia es no creer siempre todo lo que oyes —le dijo
Ari a Zitora, que se había quedado impresionada con las palabras de Janeo.
—¿Podemos unirnos a vosotras? —preguntó Janeo, riéndose—. Últimamente he
aprendido algunos nuevos movimientos de defensa propia, ¡muy desagradables!
—Ya estábamos terminando —dije yo.
Zitora se secó la cara con una toalla.
—Yo tengo que ir a arreglarme para la reunión del Consejo —dijo. Se despidió
de nosotros y se marchó apresuradamente.
Ari, Janeo y yo nos quedamos practicando la lucha con los arcos. En una de
nuestras luchas, yo conseguí engañar a Janeo: sabía que él fingiría un golpe alto para
que yo alzara la guardia y él pudiera golpearme las costillas expuestas. No mordí el
cebo, y fui yo quien le golpeó el pecho. Janeo se quedó tan asombrado que no
reaccionó. Riéndome, yo lo empujé hacia atrás, le barrí los pies del suelo con el arco y
me aparté para evitar las salpicaduras que él provocó al caer sobre un charco.
Mientras se limpiaba los ojos con el dorso de la mano, Janeo dijo:
—Vaya, Ari, y tú estabas preocupado por ella.
—Ha aprendido un truco desde que vino a Sitia —dijo Cahil.
Estaba apoyado en la valla del campo de entrenamiento, y debía de haber
presenciado la lucha.
Ari adoptó una postura defensiva y alerta mientras Cahil se acercaba. Iba
armado con su espada, larga y pesada, y llevaba una túnica color arena y pantalones
de color marrón.
Después de que yo se lo hubiera presentado a mis amigos, Ari siguió tenso.
—¿Qué truco es ése que dices que ha aprendido? —le preguntó Janeo.
—Un truco mágico. Puede saber de antemano tus movimientos leyéndote la
mente. Taimada, ¿eh? —dijo Cahil.
Antes de que Janeo pudiera responder, yo dije:
—No le he leído la mente. He mantenido mi mente abierta para adivinar sus
intenciones.
—A mí me parece lo mismo —replicó Cahil—. Leif me dijo que habías usado la
magia para ganarme aquella vez que medimos fuerzas en el bosque. No sólo eres
taimada, sino también mentirosa.
Yo le puse una mano en el brazo a Ari para impedir que sacudiera a Cahil.
—Cahil, a mí no me hizo falta leerte la mente. La verdad es que no tienes tanta
destreza como Ari y Janeo. De hecho, ellos fueron los que me enseñaron a encontrar
esa zona de concentración, o de lo contrario nunca habría podido ganarlos.
—Sí. Y ahora, vete —le dijo Ari, con la voz cercana a un gruñido.
—Ésta es mi casa. Vete tú —dijo Cahil, pero sin apartar la mirada de mí.
Janeo se interpuso entre nosotros y lo retó.
—Veamos si tienes razón.
Cahil aceptó el reto. Con expresión de seguridad, Cahil adoptó una posición de
ataque, con la espada en alto. Janeo lo desarmó con tres golpes de su arco. El humor
de Cahil no mejoró cuando Janeo le dijo que debía usar una espada más ligera.
—Ella te ayudó —le dijo Cahil a Janeo—. Debería haber tenido más sentido
común y no haber confiado en un puñado de norteños —sentenció, y se alejó con la
promesa de un enfrentamiento futuro ardiéndole en los ojos.
Yo intenté olvidar sus comentarios. Cahil no iba a estropear el rato que estaba
pasando con mis amigos. Desafié a Janeo nuevamente y lo ataqué con el arco, pero él
me bloqueó con facilidad y contraatacó con uno de sus golpes rápidos como un rayo.
Los tres estuvimos trabajando un buen rato. Pese a toda mi concentración, Ari
me derrotó dos veces.
Ari sonrió.
—Estoy intentando no proyectar mis intenciones —me dijo, después de
lanzarme al barro.
La luz del día se desvaneció rápidamente. Cansada, cubierta de barro y sudor, y
oliendo como si pudiera atraer a los escarabajos, suspiré por un buen baño.
Antes de que Ari y Janeo se pusieran en camino a Citadel, Ari me puso la mano
sobre el hombro.
—Ten mucho cuidado. No me gustó cómo te miraba Cahil.
—Siempre tengo cuidado, Ari —le dije. Después nos despedimos, y yo conduje
mi cuerpo dolorido hacia los baños.
Iba pensando en Cahil y en lo rápidamente que había cambiado nuestra
relación desde aquellos primeros días en los que él creía que yo era una espía del
norte. Un círculo completo. Me llevé la mano a la pulsera y comencé a girar la
serpiente.
Sólo cuando me di cuenta de que el campus estaba extrañamente vacío y
silencioso me volví para mirar a mis guardias. Me costó un momento darme cuenta
de que ya no me seguían.
Saqué mi arco y miré a mi alrededor en busca de posibles atacantes. Sin
embargo, antes de que tuviera oportunidad de proyectar mi mente, noté la picadura
de un insecto en el cuello y le di un golpe distraídamente. Mis dedos encontraron un
dardo diminuto.
Le había mentido a Ari. No había tenido cuidado. Confiaba en que mis guardias
me protegieran. Cientos de excusas para aquella distracción desfilaron por mi mente,
pero el mundo comenzó a dar vueltas. No podía culpar a nadie, salvo a mí misma.
Por desgracia, el reconocer mi propia estupidez no impidió que la oscuridad se
cerrara a mi alrededor.

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