viernes, 16 de agosto de 2013

Capítulo 13

A la mañana siguiente me fui en busca del mercado. No dejaba de mirar con
cierta cautela a la gente que pululaba por las calles de Citadel. Parecía que todo el
mundo se dirigía a la plaza central. Asombrada por la multitud que se arremolinaba
alrededor de los puestos, vacilé. No quería abrirme paso a codazos entre ellos, pero
necesitaba comprar ciertas cosas. Vi a unos trabajadores de la Fortaleza, y decidí
pedirle a alguno de ellos que me ayudara. En aquel momento sentí que alguien me
tiraba de la manga y me volví rápidamente, echando mano a mi arco, que llevaba
prendido de la mochila. El niño pequeño que me había tocado se encogió. Yo me di
cuenta de que era el mendigo al que le había dado una moneda el día que llegábamos
a Citadel.
—Lo siento —le dije—. Me has asustado.
Él se relajó.
—Bella señorita, ¿podría darme una moneda?
Al recordar lo que me había contado Cahil sobre los mendigos, se me ocurrió
una idea.
—¿Qué te parece si me ayudas y yo te ayudo a ti?
Su mirada se volvió cautelosa. En aquel instante, el niño creció diez años. A mí
se me rompió el corazón y tuve ganas de vaciar mi monedero en sus manos. Sin
embargo, le dije:
—Soy nueva en la ciudad. Quisiera comprar papel y tinta. ¿Conoces un buen
mercader?
El niño lo entendió.
—Maribella tiene la papelería más bonita —me dijo con los ojos brillantes—. Te
enseñaré su puesto.
—Espera. ¿Cómo te llamas?
Él titubeó, y después bajó la mirada.
—Fisk —murmuró.
Yo me puse de rodillas, lo miré a la cara y le tendí la mano.
—Encantada, Fisk. Yo me llamo Yelena.
Él me tomó la mano con las dos. Estaba boquiabierto. Yo supuse que tenía unos
nueve años. Fisk se recuperó sacudiendo la cabeza. Después me condujo al puesto de
una chica joven, que estaba al borde de la plaza. Allí compré papel para escribir, una
pluma y tinta negra, y después le dio a Fisk una moneda sitiana a cambio de su
ayuda.
A medida que pasaba la mañana, Fisk me guió a otros puestos en los que hice
más compras, y pronto, otros niños se ofrecieron para ayudarme a llevar los
paquetes.
Cuando terminé de comprar, observé a mi séquito. Eran seis niños sucios que
me miraban sonrientes, pese al calor y el sol abrasador. Yo sospeché que uno de ellos
era el hermano pequeño de Fisk, porque tenían los mismos ojos castaños. Los otros
dos niños podrían ser primos suyos. Las dos niñas tenían mechones de pelo
grasiento por la cara, así que era difícil saber si estaban emparentadas con Fisk.
Yo me di cuenta de que no me apetecía volver a la Fortaleza.
—Yelena, ¿te apetece conocer Citadel? —me preguntó Fisk, al darse cuenta de
mi estado de ánimo.
Yo asentí. El calor del mediodía había dejado desierto el mercado. Yo seguí a los
niños por las calles vacías, y al poco tiempo, escuché el sonido del agua. Al torcer
una esquina vi una fuente. Con gritos de alegría, los niños dejaron mis paquetes en el
suelo y corrieron a la fina lluvia de agua. Fisk se quedó a mi lado, tomándose muy en
serio su papel de guía.
—Es la Fuente de la unión —me dijo.
Era una enorme esfera de color verde intenso, en la cual había incrustadas otras
once esferas.
—¿Es de mármol? —le pregunté a Fisk.
—Es de jade de las Montañas Esmeralda. Es la pieza de jade más grande que
nunca se haya encontrado. Hizo falta un año para que consiguieran traerla hasta
aquí, y como el jade es tan duro, tardaron cinco años en tallarla. Hay once esferas
aparte de la más grande, y todas están talladas en la misma pieza.
Era asombrosa. Me acerqué para observarla con más detalle, y sentí la frescura
del agua en la piel.
—¿Por qué hay once? —le pregunté.
—Cada una representa a un clan. Y hay un chorro de agua por cada clan,
también. El agua representa la vida. Y da muy buena suerte beberla —dijo Fisk.
Después, corrió con sus amigos, que estaban jugando en el agua, abriendo las bocas
para intentar atrapar los chorros.
Después de un momento de vacilación, me uní a ellos. El agua estaba fresca, y
parecía que estaba llena de minerales fuertes, como si fuera un elixir de la vida. Bebí
mucho. Me iría bien un poco de buena suerte.
Cuando los niños terminaron de jugar, Fisk me llevó a otra fuente. Aunque el
niño no se quejaba, yo me daba cuenta de que el calor lo había agotado. Sin embargo,
cuando me ofrecí a llevar yo misma todos los paquetes a la Fortaleza, los niños se
negaron, diciendo que ellos me los llevarían, tal y como me habían prometido.
De vuelta, noté la preocupación de Topaz, justo un momento antes de ver a
Cahil tomar la esquina. Mi séquito de niños se hizo a un lado de la carretera a
medida que Cahil avanzaba. Detuvo a Topaz frente a nosotros.
—Yelena, ¿dónde has estado? —me preguntó.
Yo le lancé una mirada fulminante.
—De compras. ¿Por qué?
Él no respondió a mi pregunta. Se quedó mirando fijamente a mis
acompañantes. Los niños se encogieron contra la pared, intentando hacerse lo más
pequeños posible.
—El mercado ha cerrado hace horas. ¿Qué has estado haciendo?
—No es asunto tuyo.
—Sí, sí lo es. Éste es tu primer viaje a Citadel a solas. Podrían haberte robado.
Podrías haberte perdido. Al ver que no volvías, pensé en lo peor —añadió, y volvió a
mirar a los niños.
—Sé cuidar de mí misma —dije yo, y me dirigí a Fisk—. Sigamos —le dije.
Fisk asintió y comenzó a caminar de nuevo. Los demás niños y yo lo seguimos.
Cahil soltó un resoplido y desmontó. Tomó las riendas de Topaz y se puso a
caminar a mi lado. Sin embargo, no pudo quedarse callado.
—Tu elección de escolta te traerá problemas —me dijo—. Cada vez que bajes a
Citadel, se pegarán a ti como parásitos y te dejarán seca —sentenció con una
expresión de odio en el rostro.
—Deja de intentar ayudarme —respondí yo con sarcasmo—. Limítate a hablar
de lo que sabes, Cahil. Si no tiene nada que ver con los caballos, no necesito tu
asistencia.
Él exhaló largamente. Por el rabillo del ojo vi cómo contenía su mal humor.
Impresionante.
—Aún estás enfadada conmigo —me dijo.
—¿Y por qué iba a estarlo?
—Por no creerte cuando me dijiste que no eras espía.
Yo no dije nada, y él continuó:
—Por mi desconfianza. Por lo que ocurrió con la Primera Maga. Sé que debió de
ser horrible…
—¡Horrible! —exclamé yo, y me paré en seco en mitad de la calle—. ¿Cómo lo
sabes? ¿Te lo ha hecho a ti?
—No.
—Entonces, no tienes idea de qué estás hablando. Imagínate estar indefenso y
desnudo. Tus pensamientos y tus sentimientos son expuestos al más despiadado
escrutinio.
Él abrió los ojos desorbitadamente.
—Pero ella dijo que habías conseguido resistirte. Que no había podido leerte la
mente por completo.
Yo me estremecí al pensar en que Roze hubiera podido llegar más lejos, y
entendiendo por qué Cahil había dicho que algunas personas sometidas a su
interrogatorio habían sufrido daños mentales.
—Es peor que ser violado, Cahil. Lo sé. He sufrido ambas cosas.
Él se quedó boquiabierto.
—¿Por eso…?
—¿Por eso qué? Adelante, pregunta.
—¿Por eso te quedaste en tu habitación durante los tres primeros días?
Yo asentí.
—Irys me dijo que estabas enfurruñada, pero no podías soportar el hecho de
que alguien te mirara.
Topaz me puso la cabeza en el hombro, y yo froté suavemente mi mejilla contra
su cara suave. Mi ira hacia Cahil había bloqueado los pensamientos del caballo. En
aquel momento, abrí mi mente para él.
«La Dama Lavanda está a salvo». El placer de Topaz me llenó la mente.
«¿Manzana?».
Yo sonreí.
«Más tarde».
Cahil nos miró con una extraña expresión en el rostro.
—Tú sólo le sonríes a los caballos.
No supe distinguir si estaba celoso o triste.
—Lo que Roze… yo… te hice… ¿por eso mantienes a todo el mundo a
distancia? —me preguntó Cahil.
—No por completo. Y no a todo el mundo.
—¿A quién más sonríes?
—A Irys.
Él asintió, como si ya esperara aquella respuesta.
—¿A alguien más?
Yo rocé con los dedos el bulto que formaba en mi pecho la mariposa que
colgaba bajo mi camisa. Valek obtendría de mí más que una sonrisa. Pero le dije:
—A mis amigos del norte.
—¿A los que te enseñaron a luchar?
—Sí.
—¿Y a la persona que te dio el colgante?
Yo aparté la mano de un tirón.
—¿Cómo sabes lo de mi colgante? —le pregunté.
—Se cayó cuando estabas inconsciente.
Yo fruncí el ceño al recordar que Cahil me había llevado a mi habitación
después del interrogatorio de Roze.
—Supongo que no debería haberte recordado eso —dijo él—. Pero tenía razón
en que fue un regalo, ¿verdad?
—No es asunto tuyo. Cahil, te estás comportando como si fuéramos amigos. Y
no lo somos.
Los niños nos esperaron en un cruce. Yo seguí caminando hacia ellos.
Cahil me alcanzó. Anduvimos en silencio. Cuando llegamos a la Fortaleza, los
niños me entregaron los paquetes, y yo les di dos monedas a cada uno.
Le sonreí a Fisk, y miré a Cahil, un poco azorada por mis sonrisas.
—Os veré el siguiente día de mercado —le dije a Fisk—. Y diles a tus amigos
que tendrán una moneda más si aparecen limpios.
Él se despidió agitando la mano. Yo observé cómo el grupo de niños se alejaba.
Probablemente, conocían todos los callejones y caminos secretos de Citadel. Aquel
conocimiento podía ser muy útil. Le pediría a Fisk que me lo enseñara.
—¿Y ahora, qué? —le pregunté a Cahil.
Él suspiró.
—¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan difíciles?
—Tú empezaste todo esto, ¿no te acuerdas? No yo.
Él sacudió la cabeza.
—¿Por qué no empezamos de nuevo? Hemos estado el uno en contra del otro
desde el principio. ¿Qué puedo hacer para recibir una de tus raras sonrisas?
—¿Y por qué quieres una? Si estás esperando hacerte amigo mío para obtener
todos los secretos militares de Ixia, no te molestes.
—No. No es eso lo que quiero. Quiero que las cosas sean distintas entre
nosotros.
—¿Cómo?
—Mejores. Menos hostilidad. Más amistad. Conversaciones, en vez de
discusiones.
—¿Después de lo que me has hecho pasar?
—Lo siento, Yelena —dijo él—. Siento no haberte creído cuando dijiste que no
eras espía. Siento haberle pedido a la Primera Maga que… violara tu mente.
Yo volví la cara.
—Esa disculpa va con semanas de retraso, Cahil. ¿Por qué te molestas ahora?
Él suspiró.
—Se está preparando la fiesta de los Nuevos Comienzos.
Yo lo miré con curiosidad.
—Es una fiesta en la que se celebra la llegada de la estación fría y el comienzo
del nuevo año escolar. Es una oportunidad para que la gente se conozca y empiece
de nuevo —dijo Cahil, mirándome fijamente con sus ojos azules—. En todos estos
años, no he querido llevar a nadie conmigo. Nunca había querido tener a nadie a mi
lado. Sin embargo, cuando oí a los cocineros hablar sobre el menú esta mañana, tu
imagen me llenó la mente. ¿Vendrás conmigo, Yelena?
Las palabras de Cahil me dejaron anonadada. Me detuve en seco.
Su expresión se entristeció ante mi reacción.
—Supongo que eso es un no. De todos modos, seguro que esa noche nos
habríamos peleado, también —dijo, y comenzó a alejarse.
—Cahil, espera —le pedí yo, siguiéndolo—. Me has sorprendido mucho.
Yo había creído que lo único que Cahil quería de mí era información sobre Ixia.
Aquella invitación podía ser un truco, pero por primera vez, yo percibí una mirada
suave en sus ojos. Le puse la mano sobre el brazo. Él se paró.
—¿Va todo el mundo a esa fiesta de los Nuevos Comienzos? —le pregunté.
—Sí. Es una buena forma de que los estudiantes conozcan a sus profesores, y
una oportunidad de que la gente se reencuentre. Yo voy a ir porque seré profesor de
equitación para varios cursos.
—Entonces, ¿yo no soy tu primera estudiante?
—No, pero has sido la más cabezota —respondió él con una tímida sonrisa.
Yo le devolví la sonrisa, y a Cahil se le iluminó el rostro.
—Está bien, Cahil, sigamos el espíritu de los Nuevos Comienzos y empecemos
de nuevo. Estoy dispuesta a acompañarte a la fiesta como primer paso en nuestra
amistad.
—¿Amistad?
—Eso es todo lo que puedo ofrecerte.
—¿Por la persona que te dio el colgante de la mariposa?
—Sí.
—¿Y tú qué le diste a cambio?
Yo quise decirle que aquello no era asunto suyo, pero controlé mi
temperamento. Si íbamos a ser amigos, Cahil tenía que saber la verdad.
—Mi corazón —dije.
Podría haber añadido que le di mi cuerpo, mi confianza y mi alma.
Él me miró durante unos instantes.
—Supongo que tendré que conformarme con la amistad —dijo, sonriendo—.
¿Significa que ya no serás difícil?
—No cuentes con ello.
Cahil se rió y me ayudó a llevar los paquetes de las compras a mi habitación. Yo
pasé el resto de la noche leyendo los capítulos que Bain me había indicado,
deteniéndome de vez en cuando para pensar en el nuevo papel de amigo que Cahil
tenía en mi vida.
Disfruté mucho de mis fascinantes mañanas con Bain Bloodgood. En sus clases,
me di cuenta con consternación de que me faltaba mucho por estudiar para aprender
la historia de Sitia, su mitología y sus leyendas.
Bain también me explicó la estructura de la escuela.
—Cada estudiante tiene a un mago como mentor.
El mentor supervisa el aprendizaje de los estudiantes. Enseña, guía y organiza
clases con otros magos que tienen más conocimientos en otras materias.
—¿Cuántos estudiantes hay en cada clase? —le pregunté.
—Nosotros formamos una clase —me dijo él—. En realidad, puede haber hasta
cuatro, pero no más. En esta escuela no verás filas y filas de estudiantes escuchando a
un profesor. Usamos la didáctica práctica, y los grupos de aprendizaje son pequeños.
—¿Cuántos estudiantes puede tener cada mentor?
—No más de cuatro, aquellos que tienen experiencia. Sólo uno para los magos
nuevos.
—¿Y a cuántos enseñan los Magos Maestros? —pregunté yo. Estaba temiendo el
día en que tuviera que compartir a Irys.
—Ah… —dijo él. Por una vez, parecía que Bain se había quedado sin palabras
—. Los Maestros no son mentores de los estudiantes. A todos nos necesitan en las
reuniones del Consejo. Ayudamos a Sitia. Recluíamos a los futuros estudiantes. Pero
de vez en cuando, aparece un estudiante que llama nuestra atención.
Me miró fijamente, como si estuviera decidiendo si debía contármelo.
—Yo me he cansado de las reuniones del Consejo, así que he trasladado mis
energías a la enseñanza. Este año tengo dos estudiantes. Roze sólo ha elegido a uno
desde que se convirtió en Primera Maga. Zitora no tiene ninguno, porque aún se está
adaptando. Ella se convirtió el Maestra el año pasado.
—¿Irys?
—Tú eres la primera.
—¿Sólo yo? —pregunté, asombrada. Él asintió.
—Dijiste que Roze sólo había elegido a uno. ¿A quién?
—A tu hermano Leif.
La Fortaleza comenzó a prepararse para la invasión de estudiantes que volvían
de sus vacaciones. A medida que la semana avanzaba, la actividad se hizo frenética:
los sirvientes aireaban y limpiaban las habitaciones y los dormitorios. La cocina
bullía con los preparativos de la fiesta. Incluso las calles de Citadel estaban
rebosantes de vida. Por las noches, la risa y la música flotaban en el aire, cada vez
más fresco.
Mientras yo esperaba a que Irys volviera de recoger a la hermana de Tula,
pasaba las mañanas con Bain, las tardes estudiando y, a última hora, iba a la clase de
equitación con Cahil y Kiki.
Todas las noches me sentaba junto a Tula, conectaba mi mente con la suya y le
daba mi apoyo. Su mente continuaba vacía, pero su cuerpo maltratado se iba
curando.
—¿Tienes poderes sanadores? —me preguntó una noche Hayes—. Su progreso
físico ha sido asombroso. Parece el trabajo de dos sanadores.
Yo pensé en su pregunta.
—No lo sé. Nunca lo he intentado.
—Quizá hayas estado ayudándola a sanar sin darte cuenta. ¿Te gustaría
averiguarlo?
—No quiero hacerle daño —dije yo, recordando mis intentos fallidos de mover
una silla durante una de mis clases con Irys.
—No dejaré que ocurra eso —me respondió Hayes con una sonrisa, mientras
tomaba la mano izquierda de Tula.
Ya no tenía los dedos de la mano derecha entablillados, pero los dedos de su
mano izquierda estaban aún hinchados y amoratados.
—Sólo tengo energía para arreglar unos pocos huesos al día. Normalmente,
dejamos que el cuerpo se cure por sí mismo, pero con las heridas graves, aceleramos
el proceso.
—¿Cómo?
—Yo llamo al poder, y lo concentro en la herida. La piel y los músculos
desaparecen ante mis ojos, dejando sólo los huesos. Yo uso el poder para hacer que el
hueso se suelde. Funciona igual con las demás heridas. Mis ojos sólo ven la herida. Es
maravilloso.
Hayes tenía una mirada de decisión, que vaciló un poco al fijarse en Tula.
—Por desgracia, algunas heridas no tienen cura, y la mente es tan compleja que
cualquier daño que reciba es casi siempre permanente. Tenemos muy pocos
sanadores mentales. La Cuarta Maga es la más poderosa en ese sentido, pero ni
siquiera ella puede hacer demasiado.
Mientras Hayes se concentraba en Tula, yo sentí que el aire se concentraba y
latía a mi alrededor. Respirar se convirtió en una acción difícil. Entonces, Hayes cerró
los ojos. Sin pensar, yo vinculé mi mente con la suya. A través de él vi la mano de
Tula. Su piel se hizo traslúcida y dejó ver los músculos, fibrosos y rosas, que estaban
prendidos a los huesos. Vi hilos de poder, delgados como hilos de araña, enroscarse
en las manos de Hayes. El envolvió con aquellos hilos la rotura del hueso de Tula.
Bajo mis ojos, la grieta desapareció. Después, los músculos también se curaron.
Yo rompí la conexión mental con Hayes y observé a Tula. Los moretones se
habían borrado de su dedo índice de la mano izquierda, y lo tenía recto y sano. El
aire se hizo más ligero, y el poder se desvaneció. Hayes tenía la frente cubierta de
sudor, y estaba jadeando por el esfuerzo que acababa de hacer.
—Ahora inténtalo tú —dijo.
Yo me acerqué a Tula y tomé su mano de entre las de Hayes. Sostuve su dedo
corazón y lo froté suavemente con mi dedo gordo, mientras llamaba al poder. Dejé a
la vista el hueso. Hayes jadeó bruscamente. Yo me detuve.
—Continúa —me indicó.
Mis hilos de poder eran gruesos como cuerdas. Cuando los apliqué al hueso, se
enroscaron en él como una soga. Yo tiré hacia atrás, temiendo que iba a partir el
hueso en dos.
Posé la mano de Tula sobre la cama y miré a Hayes.
—Lo siento. Aún no tengo todo el control de mi magia.
Él miró la mano de Tula.
—Mira.
Los dos dedos que habíamos tratado estaban curados.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Hayes.
Normalmente, usar la magia me dejaba agotada, pero en realidad, no había
usado nada en aquel momento. ¿O sí?
—Más o menos igual.
—Tres curaciones y yo necesito irme a dormir —dijo Hayes, sacudiendo la
cabeza—. Tú acabas de sanar un hueso sin esfuerzo. Quizá la fortuna esté con
nosotros —añadió, en un tono al mismo tiempo de miedo y de reverencia—. Cuando

tengas el control completo, quizá puedas revivir a los muertos.Capítulo 13
A la mañana siguiente me fui en busca del mercado. No dejaba de mirar con
cierta cautela a la gente que pululaba por las calles de Citadel. Parecía que todo el
mundo se dirigía a la plaza central. Asombrada por la multitud que se arremolinaba
alrededor de los puestos, vacilé. No quería abrirme paso a codazos entre ellos, pero
necesitaba comprar ciertas cosas. Vi a unos trabajadores de la Fortaleza, y decidí
pedirle a alguno de ellos que me ayudara. En aquel momento sentí que alguien me
tiraba de la manga y me volví rápidamente, echando mano a mi arco, que llevaba
prendido de la mochila. El niño pequeño que me había tocado se encogió. Yo me di
cuenta de que era el mendigo al que le había dado una moneda el día que llegábamos
a Citadel.
—Lo siento —le dije—. Me has asustado.
Él se relajó.
—Bella señorita, ¿podría darme una moneda?
Al recordar lo que me había contado Cahil sobre los mendigos, se me ocurrió
una idea.
—¿Qué te parece si me ayudas y yo te ayudo a ti?
Su mirada se volvió cautelosa. En aquel instante, el niño creció diez años. A mí
se me rompió el corazón y tuve ganas de vaciar mi monedero en sus manos. Sin
embargo, le dije:
—Soy nueva en la ciudad. Quisiera comprar papel y tinta. ¿Conoces un buen
mercader?
El niño lo entendió.
—Maribella tiene la papelería más bonita —me dijo con los ojos brillantes—. Te
enseñaré su puesto.
—Espera. ¿Cómo te llamas?
Él titubeó, y después bajó la mirada.
—Fisk —murmuró.
Yo me puse de rodillas, lo miré a la cara y le tendí la mano.
—Encantada, Fisk. Yo me llamo Yelena.
Él me tomó la mano con las dos. Estaba boquiabierto. Yo supuse que tenía unos
nueve años. Fisk se recuperó sacudiendo la cabeza. Después me condujo al puesto de
una chica joven, que estaba al borde de la plaza. Allí compré papel para escribir, una
pluma y tinta negra, y después le dio a Fisk una moneda sitiana a cambio de su
ayuda.
A medida que pasaba la mañana, Fisk me guió a otros puestos en los que hice
más compras, y pronto, otros niños se ofrecieron para ayudarme a llevar los
paquetes.
Cuando terminé de comprar, observé a mi séquito. Eran seis niños sucios que
me miraban sonrientes, pese al calor y el sol abrasador. Yo sospeché que uno de ellos
era el hermano pequeño de Fisk, porque tenían los mismos ojos castaños. Los otros
dos niños podrían ser primos suyos. Las dos niñas tenían mechones de pelo
grasiento por la cara, así que era difícil saber si estaban emparentadas con Fisk.
Yo me di cuenta de que no me apetecía volver a la Fortaleza.
—Yelena, ¿te apetece conocer Citadel? —me preguntó Fisk, al darse cuenta de
mi estado de ánimo.
Yo asentí. El calor del mediodía había dejado desierto el mercado. Yo seguí a los
niños por las calles vacías, y al poco tiempo, escuché el sonido del agua. Al torcer
una esquina vi una fuente. Con gritos de alegría, los niños dejaron mis paquetes en el
suelo y corrieron a la fina lluvia de agua. Fisk se quedó a mi lado, tomándose muy en
serio su papel de guía.
—Es la Fuente de la unión —me dijo.
Era una enorme esfera de color verde intenso, en la cual había incrustadas otras
once esferas.
—¿Es de mármol? —le pregunté a Fisk.
—Es de jade de las Montañas Esmeralda. Es la pieza de jade más grande que
nunca se haya encontrado. Hizo falta un año para que consiguieran traerla hasta
aquí, y como el jade es tan duro, tardaron cinco años en tallarla. Hay once esferas
aparte de la más grande, y todas están talladas en la misma pieza.
Era asombrosa. Me acerqué para observarla con más detalle, y sentí la frescura
del agua en la piel.
—¿Por qué hay once? —le pregunté.
—Cada una representa a un clan. Y hay un chorro de agua por cada clan,
también. El agua representa la vida. Y da muy buena suerte beberla —dijo Fisk.
Después, corrió con sus amigos, que estaban jugando en el agua, abriendo las bocas
para intentar atrapar los chorros.
Después de un momento de vacilación, me uní a ellos. El agua estaba fresca, y
parecía que estaba llena de minerales fuertes, como si fuera un elixir de la vida. Bebí
mucho. Me iría bien un poco de buena suerte.
Cuando los niños terminaron de jugar, Fisk me llevó a otra fuente. Aunque el
niño no se quejaba, yo me daba cuenta de que el calor lo había agotado. Sin embargo,
cuando me ofrecí a llevar yo misma todos los paquetes a la Fortaleza, los niños se
negaron, diciendo que ellos me los llevarían, tal y como me habían prometido.
De vuelta, noté la preocupación de Topaz, justo un momento antes de ver a
Cahil tomar la esquina. Mi séquito de niños se hizo a un lado de la carretera a
medida que Cahil avanzaba. Detuvo a Topaz frente a nosotros.
—Yelena, ¿dónde has estado? —me preguntó.
Yo le lancé una mirada fulminante.
—De compras. ¿Por qué?
Él no respondió a mi pregunta. Se quedó mirando fijamente a mis
acompañantes. Los niños se encogieron contra la pared, intentando hacerse lo más
pequeños posible.
—El mercado ha cerrado hace horas. ¿Qué has estado haciendo?
—No es asunto tuyo.
—Sí, sí lo es. Éste es tu primer viaje a Citadel a solas. Podrían haberte robado.
Podrías haberte perdido. Al ver que no volvías, pensé en lo peor —añadió, y volvió a
mirar a los niños.
—Sé cuidar de mí misma —dije yo, y me dirigí a Fisk—. Sigamos —le dije.
Fisk asintió y comenzó a caminar de nuevo. Los demás niños y yo lo seguimos.
Cahil soltó un resoplido y desmontó. Tomó las riendas de Topaz y se puso a
caminar a mi lado. Sin embargo, no pudo quedarse callado.
—Tu elección de escolta te traerá problemas —me dijo—. Cada vez que bajes a
Citadel, se pegarán a ti como parásitos y te dejarán seca —sentenció con una
expresión de odio en el rostro.
—Deja de intentar ayudarme —respondí yo con sarcasmo—. Limítate a hablar
de lo que sabes, Cahil. Si no tiene nada que ver con los caballos, no necesito tu
asistencia.
Él exhaló largamente. Por el rabillo del ojo vi cómo contenía su mal humor.
Impresionante.
—Aún estás enfadada conmigo —me dijo.
—¿Y por qué iba a estarlo?
—Por no creerte cuando me dijiste que no eras espía.
Yo no dije nada, y él continuó:
—Por mi desconfianza. Por lo que ocurrió con la Primera Maga. Sé que debió de
ser horrible…
—¡Horrible! —exclamé yo, y me paré en seco en mitad de la calle—. ¿Cómo lo
sabes? ¿Te lo ha hecho a ti?
—No.
—Entonces, no tienes idea de qué estás hablando. Imagínate estar indefenso y
desnudo. Tus pensamientos y tus sentimientos son expuestos al más despiadado
escrutinio.
Él abrió los ojos desorbitadamente.
—Pero ella dijo que habías conseguido resistirte. Que no había podido leerte la
mente por completo.
Yo me estremecí al pensar en que Roze hubiera podido llegar más lejos, y
entendiendo por qué Cahil había dicho que algunas personas sometidas a su
interrogatorio habían sufrido daños mentales.
—Es peor que ser violado, Cahil. Lo sé. He sufrido ambas cosas.
Él se quedó boquiabierto.
—¿Por eso…?
—¿Por eso qué? Adelante, pregunta.
—¿Por eso te quedaste en tu habitación durante los tres primeros días?
Yo asentí.
—Irys me dijo que estabas enfurruñada, pero no podías soportar el hecho de
que alguien te mirara.
Topaz me puso la cabeza en el hombro, y yo froté suavemente mi mejilla contra
su cara suave. Mi ira hacia Cahil había bloqueado los pensamientos del caballo. En
aquel momento, abrí mi mente para él.
«La Dama Lavanda está a salvo». El placer de Topaz me llenó la mente.
«¿Manzana?».
Yo sonreí.
«Más tarde».
Cahil nos miró con una extraña expresión en el rostro.
—Tú sólo le sonríes a los caballos.
No supe distinguir si estaba celoso o triste.
—Lo que Roze… yo… te hice… ¿por eso mantienes a todo el mundo a
distancia? —me preguntó Cahil.
—No por completo. Y no a todo el mundo.
—¿A quién más sonríes?
—A Irys.
Él asintió, como si ya esperara aquella respuesta.
—¿A alguien más?
Yo rocé con los dedos el bulto que formaba en mi pecho la mariposa que
colgaba bajo mi camisa. Valek obtendría de mí más que una sonrisa. Pero le dije:
—A mis amigos del norte.
—¿A los que te enseñaron a luchar?
—Sí.
—¿Y a la persona que te dio el colgante?
Yo aparté la mano de un tirón.
—¿Cómo sabes lo de mi colgante? —le pregunté.
—Se cayó cuando estabas inconsciente.
Yo fruncí el ceño al recordar que Cahil me había llevado a mi habitación
después del interrogatorio de Roze.
—Supongo que no debería haberte recordado eso —dijo él—. Pero tenía razón
en que fue un regalo, ¿verdad?
—No es asunto tuyo. Cahil, te estás comportando como si fuéramos amigos. Y
no lo somos.
Los niños nos esperaron en un cruce. Yo seguí caminando hacia ellos.
Cahil me alcanzó. Anduvimos en silencio. Cuando llegamos a la Fortaleza, los
niños me entregaron los paquetes, y yo les di dos monedas a cada uno.
Le sonreí a Fisk, y miré a Cahil, un poco azorada por mis sonrisas.
—Os veré el siguiente día de mercado —le dije a Fisk—. Y diles a tus amigos
que tendrán una moneda más si aparecen limpios.
Él se despidió agitando la mano. Yo observé cómo el grupo de niños se alejaba.
Probablemente, conocían todos los callejones y caminos secretos de Citadel. Aquel
conocimiento podía ser muy útil. Le pediría a Fisk que me lo enseñara.
—¿Y ahora, qué? —le pregunté a Cahil.
Él suspiró.
—¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan difíciles?
—Tú empezaste todo esto, ¿no te acuerdas? No yo.
Él sacudió la cabeza.
—¿Por qué no empezamos de nuevo? Hemos estado el uno en contra del otro
desde el principio. ¿Qué puedo hacer para recibir una de tus raras sonrisas?
—¿Y por qué quieres una? Si estás esperando hacerte amigo mío para obtener
todos los secretos militares de Ixia, no te molestes.
—No. No es eso lo que quiero. Quiero que las cosas sean distintas entre
nosotros.
—¿Cómo?
—Mejores. Menos hostilidad. Más amistad. Conversaciones, en vez de
discusiones.
—¿Después de lo que me has hecho pasar?
—Lo siento, Yelena —dijo él—. Siento no haberte creído cuando dijiste que no
eras espía. Siento haberle pedido a la Primera Maga que… violara tu mente.
Yo volví la cara.
—Esa disculpa va con semanas de retraso, Cahil. ¿Por qué te molestas ahora?
Él suspiró.
—Se está preparando la fiesta de los Nuevos Comienzos.
Yo lo miré con curiosidad.
—Es una fiesta en la que se celebra la llegada de la estación fría y el comienzo
del nuevo año escolar. Es una oportunidad para que la gente se conozca y empiece
de nuevo —dijo Cahil, mirándome fijamente con sus ojos azules—. En todos estos
años, no he querido llevar a nadie conmigo. Nunca había querido tener a nadie a mi
lado. Sin embargo, cuando oí a los cocineros hablar sobre el menú esta mañana, tu
imagen me llenó la mente. ¿Vendrás conmigo, Yelena?
Las palabras de Cahil me dejaron anonadada. Me detuve en seco.
Su expresión se entristeció ante mi reacción.
—Supongo que eso es un no. De todos modos, seguro que esa noche nos
habríamos peleado, también —dijo, y comenzó a alejarse.
—Cahil, espera —le pedí yo, siguiéndolo—. Me has sorprendido mucho.
Yo había creído que lo único que Cahil quería de mí era información sobre Ixia.
Aquella invitación podía ser un truco, pero por primera vez, yo percibí una mirada
suave en sus ojos. Le puse la mano sobre el brazo. Él se paró.
—¿Va todo el mundo a esa fiesta de los Nuevos Comienzos? —le pregunté.
—Sí. Es una buena forma de que los estudiantes conozcan a sus profesores, y
una oportunidad de que la gente se reencuentre. Yo voy a ir porque seré profesor de
equitación para varios cursos.
—Entonces, ¿yo no soy tu primera estudiante?
—No, pero has sido la más cabezota —respondió él con una tímida sonrisa.
Yo le devolví la sonrisa, y a Cahil se le iluminó el rostro.
—Está bien, Cahil, sigamos el espíritu de los Nuevos Comienzos y empecemos
de nuevo. Estoy dispuesta a acompañarte a la fiesta como primer paso en nuestra
amistad.
—¿Amistad?
—Eso es todo lo que puedo ofrecerte.
—¿Por la persona que te dio el colgante de la mariposa?
—Sí.
—¿Y tú qué le diste a cambio?
Yo quise decirle que aquello no era asunto suyo, pero controlé mi
temperamento. Si íbamos a ser amigos, Cahil tenía que saber la verdad.
—Mi corazón —dije.
Podría haber añadido que le di mi cuerpo, mi confianza y mi alma.
Él me miró durante unos instantes.
—Supongo que tendré que conformarme con la amistad —dijo, sonriendo—.
¿Significa que ya no serás difícil?
—No cuentes con ello.
Cahil se rió y me ayudó a llevar los paquetes de las compras a mi habitación. Yo
pasé el resto de la noche leyendo los capítulos que Bain me había indicado,
deteniéndome de vez en cuando para pensar en el nuevo papel de amigo que Cahil
tenía en mi vida.
Disfruté mucho de mis fascinantes mañanas con Bain Bloodgood. En sus clases,
me di cuenta con consternación de que me faltaba mucho por estudiar para aprender
la historia de Sitia, su mitología y sus leyendas.
Bain también me explicó la estructura de la escuela.
—Cada estudiante tiene a un mago como mentor.
El mentor supervisa el aprendizaje de los estudiantes. Enseña, guía y organiza
clases con otros magos que tienen más conocimientos en otras materias.
—¿Cuántos estudiantes hay en cada clase? —le pregunté.
—Nosotros formamos una clase —me dijo él—. En realidad, puede haber hasta
cuatro, pero no más. En esta escuela no verás filas y filas de estudiantes escuchando a
un profesor. Usamos la didáctica práctica, y los grupos de aprendizaje son pequeños.
—¿Cuántos estudiantes puede tener cada mentor?
—No más de cuatro, aquellos que tienen experiencia. Sólo uno para los magos
nuevos.
—¿Y a cuántos enseñan los Magos Maestros? —pregunté yo. Estaba temiendo el
día en que tuviera que compartir a Irys.
—Ah… —dijo él. Por una vez, parecía que Bain se había quedado sin palabras
—. Los Maestros no son mentores de los estudiantes. A todos nos necesitan en las
reuniones del Consejo. Ayudamos a Sitia. Recluíamos a los futuros estudiantes. Pero
de vez en cuando, aparece un estudiante que llama nuestra atención.
Me miró fijamente, como si estuviera decidiendo si debía contármelo.
—Yo me he cansado de las reuniones del Consejo, así que he trasladado mis
energías a la enseñanza. Este año tengo dos estudiantes. Roze sólo ha elegido a uno
desde que se convirtió en Primera Maga. Zitora no tiene ninguno, porque aún se está
adaptando. Ella se convirtió el Maestra el año pasado.
—¿Irys?
—Tú eres la primera.
—¿Sólo yo? —pregunté, asombrada. Él asintió.
—Dijiste que Roze sólo había elegido a uno. ¿A quién?
—A tu hermano Leif.
La Fortaleza comenzó a prepararse para la invasión de estudiantes que volvían
de sus vacaciones. A medida que la semana avanzaba, la actividad se hizo frenética:
los sirvientes aireaban y limpiaban las habitaciones y los dormitorios. La cocina
bullía con los preparativos de la fiesta. Incluso las calles de Citadel estaban
rebosantes de vida. Por las noches, la risa y la música flotaban en el aire, cada vez
más fresco.
Mientras yo esperaba a que Irys volviera de recoger a la hermana de Tula,
pasaba las mañanas con Bain, las tardes estudiando y, a última hora, iba a la clase de
equitación con Cahil y Kiki.
Todas las noches me sentaba junto a Tula, conectaba mi mente con la suya y le
daba mi apoyo. Su mente continuaba vacía, pero su cuerpo maltratado se iba
curando.
—¿Tienes poderes sanadores? —me preguntó una noche Hayes—. Su progreso
físico ha sido asombroso. Parece el trabajo de dos sanadores.
Yo pensé en su pregunta.
—No lo sé. Nunca lo he intentado.
—Quizá hayas estado ayudándola a sanar sin darte cuenta. ¿Te gustaría
averiguarlo?
—No quiero hacerle daño —dije yo, recordando mis intentos fallidos de mover
una silla durante una de mis clases con Irys.
—No dejaré que ocurra eso —me respondió Hayes con una sonrisa, mientras
tomaba la mano izquierda de Tula.
Ya no tenía los dedos de la mano derecha entablillados, pero los dedos de su
mano izquierda estaban aún hinchados y amoratados.
—Sólo tengo energía para arreglar unos pocos huesos al día. Normalmente,
dejamos que el cuerpo se cure por sí mismo, pero con las heridas graves, aceleramos
el proceso.
—¿Cómo?
—Yo llamo al poder, y lo concentro en la herida. La piel y los músculos
desaparecen ante mis ojos, dejando sólo los huesos. Yo uso el poder para hacer que el
hueso se suelde. Funciona igual con las demás heridas. Mis ojos sólo ven la herida. Es
maravilloso.
Hayes tenía una mirada de decisión, que vaciló un poco al fijarse en Tula.
—Por desgracia, algunas heridas no tienen cura, y la mente es tan compleja que
cualquier daño que reciba es casi siempre permanente. Tenemos muy pocos
sanadores mentales. La Cuarta Maga es la más poderosa en ese sentido, pero ni
siquiera ella puede hacer demasiado.
Mientras Hayes se concentraba en Tula, yo sentí que el aire se concentraba y
latía a mi alrededor. Respirar se convirtió en una acción difícil. Entonces, Hayes cerró
los ojos. Sin pensar, yo vinculé mi mente con la suya. A través de él vi la mano de
Tula. Su piel se hizo traslúcida y dejó ver los músculos, fibrosos y rosas, que estaban
prendidos a los huesos. Vi hilos de poder, delgados como hilos de araña, enroscarse
en las manos de Hayes. El envolvió con aquellos hilos la rotura del hueso de Tula.
Bajo mis ojos, la grieta desapareció. Después, los músculos también se curaron.
Yo rompí la conexión mental con Hayes y observé a Tula. Los moretones se
habían borrado de su dedo índice de la mano izquierda, y lo tenía recto y sano. El
aire se hizo más ligero, y el poder se desvaneció. Hayes tenía la frente cubierta de
sudor, y estaba jadeando por el esfuerzo que acababa de hacer.
—Ahora inténtalo tú —dijo.
Yo me acerqué a Tula y tomé su mano de entre las de Hayes. Sostuve su dedo
corazón y lo froté suavemente con mi dedo gordo, mientras llamaba al poder. Dejé a
la vista el hueso. Hayes jadeó bruscamente. Yo me detuve.
—Continúa —me indicó.
Mis hilos de poder eran gruesos como cuerdas. Cuando los apliqué al hueso, se
enroscaron en él como una soga. Yo tiré hacia atrás, temiendo que iba a partir el
hueso en dos.
Posé la mano de Tula sobre la cama y miré a Hayes.
—Lo siento. Aún no tengo todo el control de mi magia.
Él miró la mano de Tula.
—Mira.
Los dos dedos que habíamos tratado estaban curados.
—¿Cómo te sientes? —me preguntó Hayes.
Normalmente, usar la magia me dejaba agotada, pero en realidad, no había
usado nada en aquel momento. ¿O sí?
—Más o menos igual.
—Tres curaciones y yo necesito irme a dormir —dijo Hayes, sacudiendo la
cabeza—. Tú acabas de sanar un hueso sin esfuerzo. Quizá la fortuna esté con
nosotros —añadió, en un tono al mismo tiempo de miedo y de reverencia—. Cuando
tengas el control completo, quizá puedas revivir a los muertos.

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