—¿Lo dices en serio? —le pregunté yo—. No
pueden creer de verdad que sea
una espía.
Nutty asintió. Sus coletas se mecieron a
ambos lados de la cabeza, en contraste
con su semblante grave.
—Eso es lo que dicen. Aunque nadie se
atrevería a mencionárselo a la tía Perl o
al tío Esau.
—¿Y por qué piensan semejante cosa?
Ella me miró con extrañeza, como si no pudiera
creer que yo fuera tan tonta.
—Mírate. Mira tu ropa —dijo, señalando mis
pantalones negros y mi camisa
blanca—. Todos sabemos que los norteños
estáis obligados a llevar uniformes. Dicen
que si fueras realmente del sur, no
querrías llevar pantalones nunca más.
Yo miré la falda naranja de Nutty. Tenía el
bajo prendido en su cinturón de piel
marrón, y bajo la falda, llevaba un
pantalón corto de color amarillo.
Haciendo caso omiso de mi mirada, me dijo:
—Y llevas armas.
Aquello era cierto. Llevaba el arco, por si
acaso encontraba algún lugar donde
practicar el tiro, pero hasta el momento,
el único espacio lo suficientemente grande
era la sala de reuniones, que estaba
siempre llena de gente. Y aquél no era el mejor
momento para hablarle a Nutty de la navaja
que llevaba agarrada con una correa al
muslo.
—¿Quién anda diciendo esas cosas? —le
pregunté.
Ella se encogió de hombros.
—Diferentes personas.
Yo esperé, y el silencio hizo que siguiera
dándome información.
—Leif le ha dicho a todo el mundo que la
sensación que le produces no es
buena. Dice que él conocería a su propia
hermana. Los sitianos siempre están
preocupados por la posibilidad de que el
Comandante nos ataque algún día, y
pensamos que los espías del norte están recopilando
información sobre nuestra
capacidad y nuestras técnicas defensivas.
Aunque es cierto que Leif tiende a
reaccionar desmesuradamente tiene una magia
muy fuerte, así que casi todo el
mundo cree que eres una espía.
—¿Y tú?
—No lo sé. Yo iba a esperar y ver —respondió
Nutty, y se miró los pies
descalzos. Los tenía morenos y
encallecidos.
Otra de las razones por las que yo
destacaba entre los Zaltana. Aún llevaba las
botas de cuero.
—Eso es muy inteligente por tu parte.
—¿Te parece?
—Sí.
Nutty sonrió, y sus ojos castaños se
iluminaron. Después, siguió guiándome
hacia mi madre.
Mientras la seguía, pensé en aquel asunto
del espionaje. Yo no era espía, pero
no podía decir tampoco que fuera una sureña
de verdad. Y no estaba segura de
querer que me llamaran sitiana. Mis motivos
para estar en el sur eran dos: evitar que
me ejecutaran y aprender a usar mi magia.
El hecho de reencontrarme con mi familia
había sido una bonificación, y no iba a
permitir que un rumor mezquino me
amargarse el tiempo que iba a pasar allí.
Decidí no hacer caso de las miradas de reojo
que me dirigían.
Sin embargo, no pude hacer caso omiso del
enfado de mi madre cuando Nutty
y yo llegamos a su casa.
—¿Dónde has estado?
—Bueno, he ido a despedirme de Iris, y
después… —la explicación me pareció
muy frágil al ver lo indignada que estaba,
así que me callé.
—Has estado alejada de nosotros durante
catorce años, y sólo tenemos dos
semanas para estar juntos antes de que
vuelvas a marcharte. ¿Cómo has podido ser
tan egoísta? —me preguntó; sin previo
aviso, se dejó caer sobre una silla como si
hubiera perdido todas las energías.
—Lo siento… —comencé a decir.
—No, yo soy la que lo siente —respondió ella—.
Es que tu forma de hablar y
tus modales son tan extraños… Y tu padre ha
vuelto y está impaciente por verte. Leif
me ha estado volviendo loca, y no quiero
que mi hija se marche de aquí sintiéndose
como si fuera una extraña.
Yo me sentí culpable. Ella me estaba
pidiendo demasiadas cosas, y yo estaba
segura de que iba a fallarle en todos los
sentidos.
—Tu padre quería despertarte a medianoche.
Yo le obligué a que esperara, y él
ha estado esperando toda la mañana —le
explicó Perl—. Lo he enviado al piso de
arriba a que hiciera algo —prosiguió,
abriendo los brazos—. Tendrás que
perdonarnos si vamos demasiado rápido para
ti. Tu llegada ha sido tan inesperada…
y yo debería haber insistido en que te
quedaras con nosotros anoche, pero Irys nos
pidió que no te agobiáramos —Perl tomó aire—,
pero eso me está matando. Lo único
que quiero es abrazarte —dijo. Sin embargo,
en vez de hacerlo, dejó descansar las
manos en el regazo.
Yo no sabía qué responder. Irys tenía
razón: yo necesitaba tiempo para sentirme
cómoda con mi familia; por otro lado,
entendía a mi madre. Cada día yo añoraba a
Valek más que el día anterior. Perder a un
hijo debía de ser mucho peor.
Nutty se había quedado en la puerta, y mi
madre se dio cuenta de que estaba
allí.
—Nutty, ¿puedes traer las cosas de Yelena
del cuarto de invitados aquí?
—Claro, tía Perl. Las traeré rápidamente —respondió
mi prima, y desapareció.
—Puedes quedarte en nuestra habitación
extra —dijo mi madre, y se apretó la
garganta con la mano—. En realidad, era tu
habitación.
Mi habitación. Aquello sonaba tan normal…
Yo nunca había tenido un lugar
propio. Intenté imaginarme cómo lo habría
decorado para hacerlo mío, pero no se me
ocurrió nada. Mi vida en Ixia no incluía
cosas como juguetes, regalos o arte. Tuve que
reprimir una carcajada, porque mi única
habitación privada había sido mi calabozo.
Perl se levantó de la silla de un salto.
—Yelena, por favor, siéntate. Voy a
preparar algo de comer. Estás muy delgada
—dijo. Después gritó hacia el techo—: Esau,
Yelena está aquí. Baja a tomar el té.
Yo me quedé sola mientras ella iba hacia la
cocina, e intenté relajarme mientras
observaba los muebles hechos de ramas y
hojas del salón; vi también un largo
mostrador que había pegado a la pared.
Sobre aquel mostrador había muchas botellas
de diferentes formas y tamaños,
conectadas con tubos en forma de serpentín.
Había velas apagadas bajo algunas de
las botellas. Aquello me recordó al
laboratorio de Reyad, y me puse nerviosa. Tuve
visiones en las que me vi atada a una cama
mientras Reyad buscaba el instrumento
de tortura perfecto, y comencé a sudar con
el corazón encogido. Entonces, me
reprendí a mí misma por dejarme llevar por
la imaginación. Era ridículo que un
aparato similar pudiera producirme temor
después de dos años.
Me obligué a acercarme. Había un líquido de
color ámbar en el fondo de
algunas botellas. Yo tomé una e hice que
girara el contenido. Entonces percibí un
fuerte olor a manzana. Al instante tuve
recuerdos de juegos y risas, pero la imagen
desapareció en cuanto me concentré en ella.
Con frustración, dejé de nuevo la botella
en el mostrador.
Aquel aparato parecía un alambique para
fabricar alcohol. Quizá el líquido
fuera brandy de manzana, como el que tomaba
el general Rasmussen, del Séptimo
Distrito Militar de Ixia.
Oí que mi madre regresaba y me volví.
Llevaba en las manos una bandeja con
fruta cortada, bayas y té. Dejó la comida
sobre la mesita que había junto al sofá y me
hizo un gesto para que me acercara.
—Veo que has descubierto mi destilería —me
dijo—. ¿Has olido algo que te
resultara familiar?
—¿Es brandy?
A ella se le hundieron un poco los hombros,
pero su sonrisa no se apagó.
—Inténtalo otra vez.
Yo acerqué la nariz a otra de las botellas
e inhalé. La esencia me provocó
recuerdos de confort y seguridad. También
me ahogó y me angustió.
De repente, me mareé.
—Yelena, siéntate —me dijo mi madre, y me
guió hasta el sofá—. No deberías
haber inspirado tan profundamente. Está muy
concentrado —dijo.
—¿Qué es?
—Mi perfume de manzana.
—¿Perfume?
—No te acuerdas —murmuró, y en aquella
ocasión, la sonrisa sí se le borró de
los labios—. Yo lo llevaba todo el tiempo
cuando tú eras pequeña. Es el perfume que
más vendo. Tiene gran aceptación entre las
Magas de la Fortaleza. Cuando
desapareciste, ya no pude ponérmelo más —dijo.
Se llevó la mano a la garganta otra
vez, como si no pudiera contener los
pensamientos ni las emociones.
Al oír la palabra «magas», la angustia me
atenazó la garganta. Reviví la escena
de mi breve secuestro durante el Festival
del Fuego del año anterior. Las tiendas, la
oscuridad y el olor del perfume de manzana
se mezclaba con el sabor de las cenizas,
y con la imagen de Irys ordenando a cuatro
hombres que me estrangularan.
—¿Lleva Irys tus perfumes? —le pregunté a
mi madre.
—Oh, sí. El de manzana es su preferido.
Anoche me pidió que le hiciera más.
¿Esta esencia te recuerda a ella?
—Debía de llevarlo la noche en que nos
conocimos —dije, evitando contar más.
Si no hubiera sido por la oportuna llegada
de Valek, Irys me habría matado. Era
irónico pensar que tanto mi relación con
Valek, como la que tenía con Irys, habían
empezado tan mal.
—He averiguado que ciertos olores están
vinculados a recuerdos particulares.
Leif y yo hemos estado trabajando en eso
como parte de su proyecto con la Primera
Maga. Hemos creado un muestrario de olores
y esencias que usamos para ayudar a
las víctimas de un crimen a recordar lo que
ocurrió. Esos recuerdos son muy
poderosos, y ayudan a Leif a percibir con
más claridad lo que les ha podido ocurrir
—dijo mi madre. Después comenzó a servir
fruta en tres cuencos—. Tenía la
esperanza de que el perfume de manzana te
ayudara a recordarnos.
—Sí recordé algo, pero… —me interrumpí,
porque era incapaz de describir con
palabras aquellas impresiones efímeras.
Cada vez me sentía más culpable por no
recordar nada de los seis años que había
pasado allí—. ¿Haces muchos perfumes?
—Oh, sí —respondió mi madre—. Esau me trae
flores maravillosas, y plantas,
para que las use. Me encanta mi trabajo.
—Y es la mejor perfumera de todo el país —dijo
una voz masculina y
estentórea, por detrás de mí. Me volví y vi
a un hombre bajo y fornido entrando en la
estancia. Su parecido con Leif era
evidente.
—Las Magas Maestras llevan sus perfumes,
además de la princesa y la reina de
Ixia, cuando estaban vivas —presumió Esau.
Después me tomó por las muñecas e
hizo que me levantara—. Yelena, hija mía,
mira cómo has crecido —dijo, y me dio un
abrazo que duró varios segundos.
Un olor fuerte me llenó la nariz. Él me
soltó y se sentó con un cuenco de fruta
en el regazo antes de que yo pudiera
reaccionar. Perl me tendió otro cuenco y yo
volví a sentarme.
Esau tenía el pelo gris y largo hasta los
hombros. Mientras comía, me di cuenta
de que tenía manchadas de verde las manos.
—Esau, ¿has estado jugando otra vez con el
aceite de hoja verde? —le preguntó
Perl—. Ahora entiendo por qué has tardado
tanto en bajar. Estabas intentando
limpiártelo para no mancharlo todo.
Por cómo mi padre bajó la cabeza sin
responder, supe que aquélla era una
iscusión corriente. Esau me miró en
silencio, y yo observé las arrugas de su rostro,
que me dijeron que su cara bondadosa estaba
acostumbrada a reír y a llorar.
—Ahora, quiero que me cuentes todo lo que
has estado haciendo durante estos
años —dijo Esau.
Yo tuve que contener un suspiro. No tenía
ninguna posibilidad de evitarlo, así
que les conté cómo había vivido en el
orfanato del General Brazell, en el Quinto
Distrito Militar. No hablé de los años
amargos que pasé después de convertirme en
adolescente y pasar a ser la cobaya del
laboratorio de Reyad y de Mogkan. Mis
padres ya se sintieron lo suficientemente
consternados al saber de sus planes de usar
el poder mágico de las víctimas a las que
habían secuestrado para ayudar a Brazell a
derrocar al Comandante; no se me ocurrió
ningún motivo para contarles los detalles
de la brutalidad con la que ellos habían
borrado las mentes de los niños del sur.
Cuando les conté que me había convertido en
la catadora de comida del
Comandante Ambrose, no les dije que en
aquel momento estaba en el calabozo,
esperando la ejecución por haber matado a
Reyad. Y después de haber pasado un
año allí, me dieron a elegir entre la horca
o el puesto de catadora.
—Me apuesto algo a que eras la mejor
catadora —dijo mi padre.
—Eso es horrible —lo reprendió Perl—. ¿Y si
hubiera muerto envenenada?
—Los Liana tenemos un gran sentido del olor
y del sabor. La niña está aquí,
sana y salva, Perl. Si no hubiera sido
buena detectando venenos, no habría
sobrevivido.
—De todos modos, no intentaban envenenar a
menudo al Comandante —dije
yo—. En realidad, sólo ocurrió una vez.
Perl se llevó una mano al cuello.
—Oh, vaya. Estoy segura de que fue su
ayudante personal el que intentó
envenenarlo. Esa criatura malvada.
Yo la miré sin comprender nada.
—¿Conoces a Valek, su espía? A todos los
sitianos les gustaría ver la cabeza de
ese hombre en una pica. Asesinó a casi toda
la familia real. Sólo sobrevivió un
sobrino. Sin Valek, ese usurpador nunca
habría tomado el poder y habría alterado las
buenas relaciones que Sitia tenía con Ixia.
Y esos pobres niños del norte que nacen
con magia. ¡Asesinados por Valek en su
cuna!
Mientras ella se estremecía de odio, yo la
miraba con la boca abierta. Busqué
con los dedos la cadena que llevaba al
cuello y encontré el colgante en forma de
mariposa que Valek me había tallado en
piedra. Lo apreté. Supuse que sería mejor no
contarle a mi madre que tenía una relación
con él, y decidí no hablarle de la política
que seguía el Comandante con respecto a los
ixianos a los que se les descubrían
habilidades mágicas. No era tan horrible
como matar bebés, pero normalmente,
terminaba con la muerte de un hombre o una
mujer. Valek no era muy favorable a
aquella política, pero no podía desobedecer
una orden del Comandante. Quizá, con
el tiempo, Valek conseguiría hacerle ver al
Comandante los beneficios de tener
magos entre su personal.
—Valek no es tan malo como tú piensas —dije
yo, intentando limpiar su
reputación—. Jugó un papel decisivo a la
hora de descubrir los planes de Brazell y
Mogkan. De hecho, ayudó a detenerlos —añadí.
Quería decirles también que me
salvó la vida dos veces, pero las caras de
revulsión de mis padres me detuvieron.
Mi esfuerzo no sirvió de nada. Él era el
villano de Sitia, y harían falta más que
palabras mías para cambiar su estatus. No
podía culpar a mis padres. Cuando conocí
a Valek, temía su reputación, y no tenía ni
idea de su fiera lealtad, de su sentido de la
justicia y de su disposición a sacrificarse
por los demás.
Le di las gracias al destino cuando Nutty
me trajo mis bolsas.
Esau se las quitó de las manos.
—Gracias, Nut —le dijo, tirándole de una de
las coletas.
—De nada, tío —dijo ella. Le dio un
puñetazo suave en el estómago, y después
salió corriendo cuando él intentó
atraparla. Mientras le sacaba la lengua, mi prima
salió por la puerta.
—La próxima vez, Nut, te agarraré.
Ella se rió.
—Inténtalo —dijo, y se marchó.
—Voy a enseñarte tu habitación —me dijo
Esau.
Cuando me di la vuelta para seguirlo, Perl
dijo:
—Yelena, espera. ¿Qué ocurrió con los
planes de Brazell?
—Se vinieron abajo. Está en los calabozos
del Comandante.
—¿Y Reyad y Mogkan?
Yo tomé aire.
—Murieron —respondí, y esperé a que mi
madre me preguntara quién los
había matado, pensando en si le iba a
contar cuál había sido mi papel en sus dos
muertes.
Ella asintió con satisfacción.
—Bien.
* * *
La casa de Esau y Perl tenía dos pisos, y
en vez de subir por una escalera, Esau
utilizó lo que él llamaba ascensor. Yo no
había visto nada parecido en mi vida.
Entramos en una habitación del tamaño de un
armario, y Esau tiró de unas gruesas
cuerdas que desaparecían por agujeros en el
techo y en el suelo. Yo me apoyé en la
pared, pero el movimiento era suave.
Finalmente, ascendimos al segundo piso.
—¿Te gusta? —me preguntó Esau, al salir.
—Es estupendo.
—Es un diseño mío. La clave está en las
cuerdas. No lo encontrarás en muchos
hogares de Zaltana. Los otros son lentos a
la hora de aceptar cambios. Sin embargo,
he vendido muchísimos en el mercado.
—¿Perl también vende sus perfumes en el
mercado? —le pregunté.
—Sí. La mayor parte de los Zaltana venden o
intercambian género en el
mercado de Illiais. Está abierto durante
todo el año. Mis invenciones y los perfumes
de Perl han sido una gran fuente de
ingresos —me dijo Esau mientras recorríamos el
pasillo.
—¿Tú diseñaste también el mobiliario hecho
con cuerdas?
—Sí. Pero no son cuerdas. Son lianas.
Enredaderas de la selva.
—Oh.
—Las lianas son un gran problema.
Probablemente, de ahí viene el nombre de
nuestra familia —dijo Esau, sonriendo—.
Crecen por todas partes, y pueden arrancar
un árbol. Nosotros las mantenemos podadas o
las cortamos del todo. Un día, en vez
de quemarlas, me traje unas cuantas a casa
y comencé a trabajar con ellas —me
explicó mi padre, y me hizo un gesto para
que lo precediera hacia una habitación.
—Las lianas se hacen muy resistentes cuando
se secan. Mientras aún son
flexibles, se puede tejer con ellas casi
todo.
Al principio, creía que habíamos entrado a
un almacén. El aire olía a moho y
humedad, y había muchas filas de
estanterías llenas de contenedores de cristal de
todas las formas y tamaños. En un rincón vi
una pequeña cama hecha de lianas y un
escritorio.
Esau bajó la cabeza y se pasó la mano
manchada de verde por el pelo.
—Lo siento. He estado usando esta
habitación para almacenar mis muestras.
Pero limpié la cama y el escritorio esta
mañana —dijo él.
—Gracias —dije yo, intentando ocultar mi
decepción. Había tenido la esperanza
de que aquella habitación me hiciera
recordar algo de mi vida tal y como era antes de
que me encerraran en el orfanato de
Brazell.
Dejé mi mochila sobre la cama y pregunté:
—¿Cuántas habitaciones más hay aquí?
—Nuestra habitación y el estudio. Ven, te
las enseñaré.
Después de pasar por el sencillo dormitorio
de mis padres, Esau me condujo a
una habitación más pequeña, donde había una
cama individual, una mesilla y una
cómoda. No había decoración ni objetos
personales.
—Leif vive en la Fortaleza del Mago durante
la mayor parte del año —dijo Esau
—. Así que añadí su cuarto a mi zona de
trabajo.
Continuamos caminando por el pasillo y
llegamos a una gran estancia. Yo
sonreí al mirar a mi alrededor. El estudio
de Esau estaba lleno de plantas,
contenedores, hojas y herramientas. Aquel
revoltijo me recordó a las habitaciones de
Valek; sin embargo, Valek tenía libros,
papeles y piedras por todas partes. Mi padre
había invitado a la jungla a vivir con él.
—Pasa, pasa —me dijo—. Quiero enseñarte una
cosa.
—¿Qué es lo que haces en esta habitación?
—Un poco de todo —respondió él mientras
rebuscaba en una pila de papeles
que había en una mesa—. Me gusta
coleccionar muestras de la selva y averiguar para
qué sirven. He descubierto algunas
medicinas y algunos tipos de comida. También
flores nuevas para tu madre. ¡Aquí está! —dijo,
y me mostró un cuaderno blanco.
Yo tomé el cuaderno, pero mi atención
estaba fija en la estancia, buscando algo
que me pudiera resultar familiar. Las
palabras «tu madre» me habían provocado un
sentimiento de inseguridad, que en realidad
había sentido desde que había llegado a
la aldea de los Zaltana. Finalmente, me
atreví a preguntarle a Esau:
—¿Cómo sabes que soy tu hija? Parece que
estás totalmente seguro.
Esau sonrió.
—Mira ese cuaderno.
Yo lo abrí. En la primera página había un
dibujo a carboncillo de un bebé.
—Sigue pasando las páginas.
En la siguiente había un dibujo de una niña
pequeña. A medida que yo iba
pasando las páginas, la niña se convirtió
en una adolescente, y después en alguien a
quien yo reconocía. Yo. Sentí un nudo en la
garganta y se me llenaron los ojos de
lágrimas. Mi padre me había querido incluso
cuando yo no estaba y yo no podía
recordar nada del tiempo que había pasado
allí. Los dibujos me mostraban mi niñez
tal y como debía haber sido, viviendo allí
con Perl y Esau.
—Es muy divertido pasar las páginas
rápidamente. Puedes verte crecer hasta
los veinte años en pocos segundos —dijo
Esau, y tomó el cuaderno de mis manos—.
¿Ves? Por esto sé que eres mi hija. Hacía
un retrato tuyo todos los años, después de
tu cumpleaños, y seguí haciéndolo después
de que desaparecieras —dijo, y abrió la
última página—. No me equivoqué demasiado. No
es perfecto, pero ahora que te he
visto puedo hacer las correcciones.
Esau se apretó el cuaderno contra el pecho.
—Cuando desapareciste, tu madre llevaba
siempre este cuaderno consigo y
miraba los retratos todo el día. Al final
dejó de hacerlo, y después de un par de años,
me vio haciendo otro retrato y me pidió que
lo destruyera. Yo le dije que no volvería
a verlo. Y, que yo sepa, no lo ha visto,
así que mantengamos esto en secreto, ¿de
acuerdo?
—Claro —respondí yo—. Es maravilloso.
Esau me tendió el cuaderno de nuevo, y
mientras yo miraba los retratos, todas
mis dudas sobre mi pertenencia a la familia
se desvanecieron. En aquel momento
supe que formaba parte del clan de los
Zaltana. Sentí un gran alivio, y me dije que
intentaría fortalecer todo lo posible la
conexión con mis padres. Leif, sin embargo, era
otra cosa.
—Deberías enseñarle este cuaderno a Leif —le
dije a mi padre al devolvérselo
—. Quizá entonces crea que soy su hermana.
—No te preocupes por Leif. Él no necesita
ver un retrato. Sabe quién eres. Tu
llegada ha sido para él una gran conmoción.
Lo pasó muy mal cuando desapareciste.
—Oh, sí. No lo había pensado. Para mí todo
fue muy fácil en el norte.
Esau hizo un gesto de dolor, y yo lamenté
haber sido sarcástica.
—Leif estaba contigo el día en que te
secuestraron —me explicó Esau en voz
baja—. Tú le habías rogado que te llevara a
jugar con él al suelo de la selva. El tenía
ocho años; puede parecerte que era
demasiado pequeño como para permitirle bajar
solo al suelo, pero todos los niños Zaltana
aprenden a sobrevivir en la jungla en
cuanto andan. Nutty estaba subiéndose a los
árboles antes de dar sus primeros pasos.
Volvía loca a mi hermana —dijo, y después
se sentó en una silla de lianas, con
cansancio—. Cuando Leif volvió a casa sin
ti, no nos preocupamos demasiado.
Siempre encontrábamos en menos de una hora
a cualquier niño que se perdiera. Sin
embargo, nos pusimos más y más nerviosos a
medida que pasaba el tiempo y no
aparecías. Todos pensaron que te había
atrapado una serpiente pitón o un leopardo
de los árboles, y que te había devorado. Al
final, únicamente Leif creyó que seguías
con vida. Pensó que estabas escondida en
algún lugar, jugando. Mientras el resto de
nosotros sufríamos por haberte perdido,
Leif siguió buscándote por la selva, todos
los días.
—¿Y cuándo dejó de buscar?
—Ayer.
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