lunes, 12 de agosto de 2013

Capítulo 3

—¿Lo dices en serio? —le pregunté yo—. No pueden creer de verdad que sea
una espía.
Nutty asintió. Sus coletas se mecieron a ambos lados de la cabeza, en contraste
con su semblante grave.
—Eso es lo que dicen. Aunque nadie se atrevería a mencionárselo a la tía Perl o
al tío Esau.
—¿Y por qué piensan semejante cosa?
Ella me miró con extrañeza, como si no pudiera creer que yo fuera tan tonta.
—Mírate. Mira tu ropa —dijo, señalando mis pantalones negros y mi camisa
blanca—. Todos sabemos que los norteños estáis obligados a llevar uniformes. Dicen
que si fueras realmente del sur, no querrías llevar pantalones nunca más.
Yo miré la falda naranja de Nutty. Tenía el bajo prendido en su cinturón de piel
marrón, y bajo la falda, llevaba un pantalón corto de color amarillo.
Haciendo caso omiso de mi mirada, me dijo:
—Y llevas armas.
Aquello era cierto. Llevaba el arco, por si acaso encontraba algún lugar donde
practicar el tiro, pero hasta el momento, el único espacio lo suficientemente grande
era la sala de reuniones, que estaba siempre llena de gente. Y aquél no era el mejor
momento para hablarle a Nutty de la navaja que llevaba agarrada con una correa al
muslo.
—¿Quién anda diciendo esas cosas? —le pregunté.
Ella se encogió de hombros.
—Diferentes personas.
Yo esperé, y el silencio hizo que siguiera dándome información.
—Leif le ha dicho a todo el mundo que la sensación que le produces no es
buena. Dice que él conocería a su propia hermana. Los sitianos siempre están
preocupados por la posibilidad de que el Comandante nos ataque algún día, y
pensamos que los espías del norte están recopilando información sobre nuestra
capacidad y nuestras técnicas defensivas. Aunque es cierto que Leif tiende a
reaccionar desmesuradamente tiene una magia muy fuerte, así que casi todo el
mundo cree que eres una espía.
—¿Y tú?
—No lo sé. Yo iba a esperar y ver —respondió Nutty, y se miró los pies
descalzos. Los tenía morenos y encallecidos.
Otra de las razones por las que yo destacaba entre los Zaltana. Aún llevaba las
botas de cuero.
—Eso es muy inteligente por tu parte.
—¿Te parece?
—Sí.
Nutty sonrió, y sus ojos castaños se iluminaron. Después, siguió guiándome
hacia mi madre.
Mientras la seguía, pensé en aquel asunto del espionaje. Yo no era espía, pero
no podía decir tampoco que fuera una sureña de verdad. Y no estaba segura de
querer que me llamaran sitiana. Mis motivos para estar en el sur eran dos: evitar que
me ejecutaran y aprender a usar mi magia. El hecho de reencontrarme con mi familia
había sido una bonificación, y no iba a permitir que un rumor mezquino me
amargarse el tiempo que iba a pasar allí. Decidí no hacer caso de las miradas de reojo
que me dirigían.
Sin embargo, no pude hacer caso omiso del enfado de mi madre cuando Nutty
y yo llegamos a su casa.
—¿Dónde has estado?
—Bueno, he ido a despedirme de Iris, y después… —la explicación me pareció
muy frágil al ver lo indignada que estaba, así que me callé.
—Has estado alejada de nosotros durante catorce años, y sólo tenemos dos
semanas para estar juntos antes de que vuelvas a marcharte. ¿Cómo has podido ser
tan egoísta? —me preguntó; sin previo aviso, se dejó caer sobre una silla como si
hubiera perdido todas las energías.
—Lo siento… —comencé a decir.
—No, yo soy la que lo siente —respondió ella—. Es que tu forma de hablar y
tus modales son tan extraños… Y tu padre ha vuelto y está impaciente por verte. Leif
me ha estado volviendo loca, y no quiero que mi hija se marche de aquí sintiéndose
como si fuera una extraña.
Yo me sentí culpable. Ella me estaba pidiendo demasiadas cosas, y yo estaba
segura de que iba a fallarle en todos los sentidos.
—Tu padre quería despertarte a medianoche. Yo le obligué a que esperara, y él
ha estado esperando toda la mañana —le explicó Perl—. Lo he enviado al piso de
arriba a que hiciera algo —prosiguió, abriendo los brazos—. Tendrás que
perdonarnos si vamos demasiado rápido para ti. Tu llegada ha sido tan inesperada…
y yo debería haber insistido en que te quedaras con nosotros anoche, pero Irys nos
pidió que no te agobiáramos —Perl tomó aire—, pero eso me está matando. Lo único
que quiero es abrazarte —dijo. Sin embargo, en vez de hacerlo, dejó descansar las
manos en el regazo.
Yo no sabía qué responder. Irys tenía razón: yo necesitaba tiempo para sentirme
cómoda con mi familia; por otro lado, entendía a mi madre. Cada día yo añoraba a
Valek más que el día anterior. Perder a un hijo debía de ser mucho peor.
Nutty se había quedado en la puerta, y mi madre se dio cuenta de que estaba
allí.
—Nutty, ¿puedes traer las cosas de Yelena del cuarto de invitados aquí?
—Claro, tía Perl. Las traeré rápidamente —respondió mi prima, y desapareció.
—Puedes quedarte en nuestra habitación extra —dijo mi madre, y se apretó la
garganta con la mano—. En realidad, era tu habitación.
Mi habitación. Aquello sonaba tan normal… Yo nunca había tenido un lugar
propio. Intenté imaginarme cómo lo habría decorado para hacerlo mío, pero no se me
ocurrió nada. Mi vida en Ixia no incluía cosas como juguetes, regalos o arte. Tuve que
reprimir una carcajada, porque mi única habitación privada había sido mi calabozo.
Perl se levantó de la silla de un salto.
—Yelena, por favor, siéntate. Voy a preparar algo de comer. Estás muy delgada
—dijo. Después gritó hacia el techo—: Esau, Yelena está aquí. Baja a tomar el té.
Yo me quedé sola mientras ella iba hacia la cocina, e intenté relajarme mientras
observaba los muebles hechos de ramas y hojas del salón; vi también un largo
mostrador que había pegado a la pared.
Sobre aquel mostrador había muchas botellas de diferentes formas y tamaños,
conectadas con tubos en forma de serpentín. Había velas apagadas bajo algunas de
las botellas. Aquello me recordó al laboratorio de Reyad, y me puse nerviosa. Tuve
visiones en las que me vi atada a una cama mientras Reyad buscaba el instrumento
de tortura perfecto, y comencé a sudar con el corazón encogido. Entonces, me
reprendí a mí misma por dejarme llevar por la imaginación. Era ridículo que un
aparato similar pudiera producirme temor después de dos años.
Me obligué a acercarme. Había un líquido de color ámbar en el fondo de
algunas botellas. Yo tomé una e hice que girara el contenido. Entonces percibí un
fuerte olor a manzana. Al instante tuve recuerdos de juegos y risas, pero la imagen
desapareció en cuanto me concentré en ella. Con frustración, dejé de nuevo la botella
en el mostrador.
Aquel aparato parecía un alambique para fabricar alcohol. Quizá el líquido
fuera brandy de manzana, como el que tomaba el general Rasmussen, del Séptimo
Distrito Militar de Ixia.
Oí que mi madre regresaba y me volví. Llevaba en las manos una bandeja con
fruta cortada, bayas y té. Dejó la comida sobre la mesita que había junto al sofá y me
hizo un gesto para que me acercara.
—Veo que has descubierto mi destilería —me dijo—. ¿Has olido algo que te
resultara familiar?
—¿Es brandy?
A ella se le hundieron un poco los hombros, pero su sonrisa no se apagó.
—Inténtalo otra vez.
Yo acerqué la nariz a otra de las botellas e inhalé. La esencia me provocó
recuerdos de confort y seguridad. También me ahogó y me angustió.
De repente, me mareé.
—Yelena, siéntate —me dijo mi madre, y me guió hasta el sofá—. No deberías
haber inspirado tan profundamente. Está muy concentrado —dijo.
—¿Qué es?
—Mi perfume de manzana.
—¿Perfume?
—No te acuerdas —murmuró, y en aquella ocasión, la sonrisa sí se le borró de
los labios—. Yo lo llevaba todo el tiempo cuando tú eras pequeña. Es el perfume que
más vendo. Tiene gran aceptación entre las Magas de la Fortaleza. Cuando
desapareciste, ya no pude ponérmelo más —dijo. Se llevó la mano a la garganta otra
vez, como si no pudiera contener los pensamientos ni las emociones.
Al oír la palabra «magas», la angustia me atenazó la garganta. Reviví la escena
de mi breve secuestro durante el Festival del Fuego del año anterior. Las tiendas, la
oscuridad y el olor del perfume de manzana se mezclaba con el sabor de las cenizas,
y con la imagen de Irys ordenando a cuatro hombres que me estrangularan.
—¿Lleva Irys tus perfumes? —le pregunté a mi madre.
—Oh, sí. El de manzana es su preferido. Anoche me pidió que le hiciera más.
¿Esta esencia te recuerda a ella?
—Debía de llevarlo la noche en que nos conocimos —dije, evitando contar más.
Si no hubiera sido por la oportuna llegada de Valek, Irys me habría matado. Era
irónico pensar que tanto mi relación con Valek, como la que tenía con Irys, habían
empezado tan mal.
—He averiguado que ciertos olores están vinculados a recuerdos particulares.
Leif y yo hemos estado trabajando en eso como parte de su proyecto con la Primera
Maga. Hemos creado un muestrario de olores y esencias que usamos para ayudar a
las víctimas de un crimen a recordar lo que ocurrió. Esos recuerdos son muy
poderosos, y ayudan a Leif a percibir con más claridad lo que les ha podido ocurrir
—dijo mi madre. Después comenzó a servir fruta en tres cuencos—. Tenía la
esperanza de que el perfume de manzana te ayudara a recordarnos.
—Sí recordé algo, pero… —me interrumpí, porque era incapaz de describir con
palabras aquellas impresiones efímeras. Cada vez me sentía más culpable por no
recordar nada de los seis años que había pasado allí—. ¿Haces muchos perfumes?
—Oh, sí —respondió mi madre—. Esau me trae flores maravillosas, y plantas,
para que las use. Me encanta mi trabajo.
—Y es la mejor perfumera de todo el país —dijo una voz masculina y
estentórea, por detrás de mí. Me volví y vi a un hombre bajo y fornido entrando en la
estancia. Su parecido con Leif era evidente.
—Las Magas Maestras llevan sus perfumes, además de la princesa y la reina de
Ixia, cuando estaban vivas —presumió Esau. Después me tomó por las muñecas e
hizo que me levantara—. Yelena, hija mía, mira cómo has crecido —dijo, y me dio un
abrazo que duró varios segundos.
Un olor fuerte me llenó la nariz. Él me soltó y se sentó con un cuenco de fruta
en el regazo antes de que yo pudiera reaccionar. Perl me tendió otro cuenco y yo
volví a sentarme.
Esau tenía el pelo gris y largo hasta los hombros. Mientras comía, me di cuenta
de que tenía manchadas de verde las manos.
—Esau, ¿has estado jugando otra vez con el aceite de hoja verde? —le preguntó
Perl—. Ahora entiendo por qué has tardado tanto en bajar. Estabas intentando
limpiártelo para no mancharlo todo.
Por cómo mi padre bajó la cabeza sin responder, supe que aquélla era una
iscusión corriente. Esau me miró en silencio, y yo observé las arrugas de su rostro,
que me dijeron que su cara bondadosa estaba acostumbrada a reír y a llorar.
—Ahora, quiero que me cuentes todo lo que has estado haciendo durante estos
años —dijo Esau.
Yo tuve que contener un suspiro. No tenía ninguna posibilidad de evitarlo, así
que les conté cómo había vivido en el orfanato del General Brazell, en el Quinto
Distrito Militar. No hablé de los años amargos que pasé después de convertirme en
adolescente y pasar a ser la cobaya del laboratorio de Reyad y de Mogkan. Mis
padres ya se sintieron lo suficientemente consternados al saber de sus planes de usar
el poder mágico de las víctimas a las que habían secuestrado para ayudar a Brazell a
derrocar al Comandante; no se me ocurrió ningún motivo para contarles los detalles
de la brutalidad con la que ellos habían borrado las mentes de los niños del sur.
Cuando les conté que me había convertido en la catadora de comida del
Comandante Ambrose, no les dije que en aquel momento estaba en el calabozo,
esperando la ejecución por haber matado a Reyad. Y después de haber pasado un
año allí, me dieron a elegir entre la horca o el puesto de catadora.
—Me apuesto algo a que eras la mejor catadora —dijo mi padre.
—Eso es horrible —lo reprendió Perl—. ¿Y si hubiera muerto envenenada?
—Los Liana tenemos un gran sentido del olor y del sabor. La niña está aquí,
sana y salva, Perl. Si no hubiera sido buena detectando venenos, no habría
sobrevivido.
—De todos modos, no intentaban envenenar a menudo al Comandante —dije
yo—. En realidad, sólo ocurrió una vez.
Perl se llevó una mano al cuello.
—Oh, vaya. Estoy segura de que fue su ayudante personal el que intentó
envenenarlo. Esa criatura malvada.
Yo la miré sin comprender nada.
—¿Conoces a Valek, su espía? A todos los sitianos les gustaría ver la cabeza de
ese hombre en una pica. Asesinó a casi toda la familia real. Sólo sobrevivió un
sobrino. Sin Valek, ese usurpador nunca habría tomado el poder y habría alterado las
buenas relaciones que Sitia tenía con Ixia. Y esos pobres niños del norte que nacen
con magia. ¡Asesinados por Valek en su cuna!
Mientras ella se estremecía de odio, yo la miraba con la boca abierta. Busqué
con los dedos la cadena que llevaba al cuello y encontré el colgante en forma de
mariposa que Valek me había tallado en piedra. Lo apreté. Supuse que sería mejor no
contarle a mi madre que tenía una relación con él, y decidí no hablarle de la política
que seguía el Comandante con respecto a los ixianos a los que se les descubrían
habilidades mágicas. No era tan horrible como matar bebés, pero normalmente,
terminaba con la muerte de un hombre o una mujer. Valek no era muy favorable a
aquella política, pero no podía desobedecer una orden del Comandante. Quizá, con
el tiempo, Valek conseguiría hacerle ver al Comandante los beneficios de tener
magos entre su personal.
—Valek no es tan malo como tú piensas —dije yo, intentando limpiar su
reputación—. Jugó un papel decisivo a la hora de descubrir los planes de Brazell y
Mogkan. De hecho, ayudó a detenerlos —añadí. Quería decirles también que me
salvó la vida dos veces, pero las caras de revulsión de mis padres me detuvieron.
Mi esfuerzo no sirvió de nada. Él era el villano de Sitia, y harían falta más que
palabras mías para cambiar su estatus. No podía culpar a mis padres. Cuando conocí
a Valek, temía su reputación, y no tenía ni idea de su fiera lealtad, de su sentido de la
justicia y de su disposición a sacrificarse por los demás.
Le di las gracias al destino cuando Nutty me trajo mis bolsas.
Esau se las quitó de las manos.
—Gracias, Nut —le dijo, tirándole de una de las coletas.
—De nada, tío —dijo ella. Le dio un puñetazo suave en el estómago, y después
salió corriendo cuando él intentó atraparla. Mientras le sacaba la lengua, mi prima
salió por la puerta.
—La próxima vez, Nut, te agarraré.
Ella se rió.
—Inténtalo —dijo, y se marchó.
—Voy a enseñarte tu habitación —me dijo Esau.
Cuando me di la vuelta para seguirlo, Perl dijo:
—Yelena, espera. ¿Qué ocurrió con los planes de Brazell?
—Se vinieron abajo. Está en los calabozos del Comandante.
—¿Y Reyad y Mogkan?
Yo tomé aire.
—Murieron —respondí, y esperé a que mi madre me preguntara quién los
había matado, pensando en si le iba a contar cuál había sido mi papel en sus dos
muertes.
Ella asintió con satisfacción.
—Bien.
* * *
La casa de Esau y Perl tenía dos pisos, y en vez de subir por una escalera, Esau
utilizó lo que él llamaba ascensor. Yo no había visto nada parecido en mi vida.
Entramos en una habitación del tamaño de un armario, y Esau tiró de unas gruesas
cuerdas que desaparecían por agujeros en el techo y en el suelo. Yo me apoyé en la
pared, pero el movimiento era suave. Finalmente, ascendimos al segundo piso.
—¿Te gusta? —me preguntó Esau, al salir.
—Es estupendo.
—Es un diseño mío. La clave está en las cuerdas. No lo encontrarás en muchos
hogares de Zaltana. Los otros son lentos a la hora de aceptar cambios. Sin embargo,
he vendido muchísimos en el mercado.
—¿Perl también vende sus perfumes en el mercado? —le pregunté.
—Sí. La mayor parte de los Zaltana venden o intercambian género en el
mercado de Illiais. Está abierto durante todo el año. Mis invenciones y los perfumes
de Perl han sido una gran fuente de ingresos —me dijo Esau mientras recorríamos el
pasillo.
—¿Tú diseñaste también el mobiliario hecho con cuerdas?
—Sí. Pero no son cuerdas. Son lianas. Enredaderas de la selva.
—Oh.
—Las lianas son un gran problema. Probablemente, de ahí viene el nombre de
nuestra familia —dijo Esau, sonriendo—. Crecen por todas partes, y pueden arrancar
un árbol. Nosotros las mantenemos podadas o las cortamos del todo. Un día, en vez
de quemarlas, me traje unas cuantas a casa y comencé a trabajar con ellas —me
explicó mi padre, y me hizo un gesto para que lo precediera hacia una habitación.
—Las lianas se hacen muy resistentes cuando se secan. Mientras aún son
flexibles, se puede tejer con ellas casi todo.
Al principio, creía que habíamos entrado a un almacén. El aire olía a moho y
humedad, y había muchas filas de estanterías llenas de contenedores de cristal de
todas las formas y tamaños. En un rincón vi una pequeña cama hecha de lianas y un
escritorio.
Esau bajó la cabeza y se pasó la mano manchada de verde por el pelo.
—Lo siento. He estado usando esta habitación para almacenar mis muestras.
Pero limpié la cama y el escritorio esta mañana —dijo él.
—Gracias —dije yo, intentando ocultar mi decepción. Había tenido la esperanza
de que aquella habitación me hiciera recordar algo de mi vida tal y como era antes de
que me encerraran en el orfanato de Brazell.
Dejé mi mochila sobre la cama y pregunté:
—¿Cuántas habitaciones más hay aquí?
—Nuestra habitación y el estudio. Ven, te las enseñaré.
Después de pasar por el sencillo dormitorio de mis padres, Esau me condujo a
una habitación más pequeña, donde había una cama individual, una mesilla y una
cómoda. No había decoración ni objetos personales.
—Leif vive en la Fortaleza del Mago durante la mayor parte del año —dijo Esau
—. Así que añadí su cuarto a mi zona de trabajo.
Continuamos caminando por el pasillo y llegamos a una gran estancia. Yo
sonreí al mirar a mi alrededor. El estudio de Esau estaba lleno de plantas,
contenedores, hojas y herramientas. Aquel revoltijo me recordó a las habitaciones de
Valek; sin embargo, Valek tenía libros, papeles y piedras por todas partes. Mi padre
había invitado a la jungla a vivir con él.
—Pasa, pasa —me dijo—. Quiero enseñarte una cosa.
—¿Qué es lo que haces en esta habitación?
—Un poco de todo —respondió él mientras rebuscaba en una pila de papeles
que había en una mesa—. Me gusta coleccionar muestras de la selva y averiguar para
qué sirven. He descubierto algunas medicinas y algunos tipos de comida. También
flores nuevas para tu madre. ¡Aquí está! —dijo, y me mostró un cuaderno blanco.
Yo tomé el cuaderno, pero mi atención estaba fija en la estancia, buscando algo
que me pudiera resultar familiar. Las palabras «tu madre» me habían provocado un
sentimiento de inseguridad, que en realidad había sentido desde que había llegado a
la aldea de los Zaltana. Finalmente, me atreví a preguntarle a Esau:
—¿Cómo sabes que soy tu hija? Parece que estás totalmente seguro.
Esau sonrió.
—Mira ese cuaderno.
Yo lo abrí. En la primera página había un dibujo a carboncillo de un bebé.
—Sigue pasando las páginas.
En la siguiente había un dibujo de una niña pequeña. A medida que yo iba
pasando las páginas, la niña se convirtió en una adolescente, y después en alguien a
quien yo reconocía. Yo. Sentí un nudo en la garganta y se me llenaron los ojos de
lágrimas. Mi padre me había querido incluso cuando yo no estaba y yo no podía
recordar nada del tiempo que había pasado allí. Los dibujos me mostraban mi niñez
tal y como debía haber sido, viviendo allí con Perl y Esau.
—Es muy divertido pasar las páginas rápidamente. Puedes verte crecer hasta
los veinte años en pocos segundos —dijo Esau, y tomó el cuaderno de mis manos—.
¿Ves? Por esto sé que eres mi hija. Hacía un retrato tuyo todos los años, después de
tu cumpleaños, y seguí haciéndolo después de que desaparecieras —dijo, y abrió la
última página—. No me equivoqué demasiado. No es perfecto, pero ahora que te he
visto puedo hacer las correcciones.
Esau se apretó el cuaderno contra el pecho.
—Cuando desapareciste, tu madre llevaba siempre este cuaderno consigo y
miraba los retratos todo el día. Al final dejó de hacerlo, y después de un par de años,
me vio haciendo otro retrato y me pidió que lo destruyera. Yo le dije que no volvería
a verlo. Y, que yo sepa, no lo ha visto, así que mantengamos esto en secreto, ¿de
acuerdo?
—Claro —respondí yo—. Es maravilloso.
Esau me tendió el cuaderno de nuevo, y mientras yo miraba los retratos, todas
mis dudas sobre mi pertenencia a la familia se desvanecieron. En aquel momento
supe que formaba parte del clan de los Zaltana. Sentí un gran alivio, y me dije que
intentaría fortalecer todo lo posible la conexión con mis padres. Leif, sin embargo, era
otra cosa.
—Deberías enseñarle este cuaderno a Leif —le dije a mi padre al devolvérselo
—. Quizá entonces crea que soy su hermana.
—No te preocupes por Leif. Él no necesita ver un retrato. Sabe quién eres. Tu
llegada ha sido para él una gran conmoción. Lo pasó muy mal cuando desapareciste.
—Oh, sí. No lo había pensado. Para mí todo fue muy fácil en el norte.
Esau hizo un gesto de dolor, y yo lamenté haber sido sarcástica.
—Leif estaba contigo el día en que te secuestraron —me explicó Esau en voz
baja—. Tú le habías rogado que te llevara a jugar con él al suelo de la selva. El tenía
ocho años; puede parecerte que era demasiado pequeño como para permitirle bajar
solo al suelo, pero todos los niños Zaltana aprenden a sobrevivir en la jungla en
cuanto andan. Nutty estaba subiéndose a los árboles antes de dar sus primeros pasos.
Volvía loca a mi hermana —dijo, y después se sentó en una silla de lianas, con
cansancio—. Cuando Leif volvió a casa sin ti, no nos preocupamos demasiado.
Siempre encontrábamos en menos de una hora a cualquier niño que se perdiera. Sin
embargo, nos pusimos más y más nerviosos a medida que pasaba el tiempo y no
aparecías. Todos pensaron que te había atrapado una serpiente pitón o un leopardo
de los árboles, y que te había devorado. Al final, únicamente Leif creyó que seguías
con vida. Pensó que estabas escondida en algún lugar, jugando. Mientras el resto de
nosotros sufríamos por haberte perdido, Leif siguió buscándote por la selva, todos
los días.
—¿Y cuándo dejó de buscar?

—Ayer.

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