lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 1

—Eso es patético, Yelena —se quejó Dax—. Una Halladora de Almas todopoderosa que no es todopoderosa. ¿Qué tiene eso de divertido? —dijo, y elevó los brazos, delgados y largos, hacia el cielo, fingiendo frustración.
—Siento decepcionarte, pero yo no soy la que le agregó lo de todopoderosa al título.
Me aparté un mechón de pelo negro de los ojos. Dax y yo habíamos estado trabajando para ampliar mi habilidad mágica, pero sin éxito. Mientras practicábamos en la planta baja de la torre de Irys, la Guardiana, intentaba que el fastidio que sentía no afectara negativamente a las clases. En realidad, la torre también era un poco mía, porque Irys me había cedido tres pisos para que yo los usara.
Dax estaba intentando enseñarme cómo mover objetos con la magia. Había reubicado los muebles y había colocado las butacas en filas ordenadas; le había dado la vuelta al sofá y lo había puesto de costado. Ninguno de mis esfuerzos por recuperar la agradable distribución de Irys e impedir que me persiguiera una mesilla sirvió. Aunque no fue por falta de interés… yo tenía la camisa pegada a la piel sudorosa.
De repente, tuve un escalofrío. Los postigos estaban bien cerrados, pero, pese al fuego que ardía en la chimenea y las alfombras que cubrían el suelo, el salón estaba helado. Las paredes eran del mármol blanco, maravillosas en la estación caliente, pero absorbían todo el calor de la habitación en la estación fría. Me imaginé la calidez siguiendo las vetas verdes de la piedra y escapándose al exterior.
Dax Greenblade, mi amigo, se tiró de la túnica hacia abajo. Era alto y delgado. Su físico era el típico de un miembro del clan Greenblade. A mí me recordaba a una brizna de hierba, incluido el filo cortante: su lengua.
—Es evidente que no tienes la capacidad de mover objetos, así que probemos con el fuego. ¡Hasta un bebé puede prender una llama! —exclamó, y puso una vela sobre la mesa.
—¿Un bebé? Ya estás exagerando otra vez.
La capacidad de acceder a la fuente de poder y hacer magia de una persona se manifestaba en la pubertad.
—Detalles, detalles —dijo Dax, agitando una mano como si estuviera apartando una mosca—. Ahora, concéntrate en encender esta vela.
Yo arqueé una ceja. Hasta aquel momento, mis esfuerzos con objetos inanimados no habían tenido resultados. Podía sanar el cuerpo de mi amigo, oír sus pensamientos e incluso ver su alma, pero cuando alcanzaba un hilo de magia e intentaba mover una silla, no ocurría nada.
Dax me mostró tres dedos extendidos.
—Tienes tres razones para ser capaz de hacer esto. Una, eres poderosa. Dos, tienes tenacidad. La tercera es que has vencido a Ferde, el Ladrón de Almas.
Que había escapado y era libre de empezar otra juerga de robo de almas.
—¿Y podrías recordarme en qué me está ayudando Ferde?
—Se supone que esto es una charla para levantarte el ánimo. ¿Quieres que enumere todas tus heroicidades?
—No. Continuemos con la clase —dije yo.
Lo que menos quería era que Dax me contara los últimos cotilleos. La noticia de que yo era Halladora de Almas había corrido como la pólvora en la Fortaleza de los Magos. Y yo todavía no podía pensar en aquel título sin estremecerme de dudas, preocupación y miedo.
Intenté concentrarme y conectarme a la fuente de poder. El poder envolvía al mundo como una manta, pero sólo los magos podían tirar de hilos de magia de aquella manta para usarlos. Yo atraje una hebra y la dirigí hacia la vela, intentando que la mecha se prendiera.
Nada.
—Inténtalo con más fuerza —me dijo Dax.
Yo incrementé el poder y volví a apuntar.
Tras la vela, Dax se puso rojo y comenzó a tartamudear como si estuviera conteniendo una tos. Entonces, la mecha se encendió ante mis ojos.
—Eso es de mala educación —protestó Dax con una expresión cómica.
—Tú querías que se encendiera.
—¡Pero quería que lo hicieras por ti misma! Los Zaltana y sus extraños poderes. Me has obligado a encender la vela. ¡Bah! Y pensar que yo quería vivir tus aventuras a través de ti…
—Cuidado con lo que dices de mi clan, o… —lo miré a modo de amenaza.
—¿O qué?
—Le diré al Segundo Mago dónde vas cada vez que él saca uno de sus viejos libros de la estantería —dije.
Bain era el mentor de Dax pero, aunque al Segundo Mago le apasionaba la historia antigua, Dax hubiera preferido leer sobre los últimos bailes de moda.
—Está bien, está bien. Has ganado y has demostrado que tenías razón. No tienes capacidad para encender fuego. Yo seguiré traduciendo lenguas antiguas —dijo Dax con gesto adusto—, y tú sigue buscando almas.
Yo sabía que bromeaba, pero también percibía el trasfondo de sus palabras. Su inseguridad acerca de mis habilidades tenía un motivo de peso. El último Hallador de Almas nació en Sitia ciento cincuenta años antes, y durante su corta existencia, había convertido a sus enemigos en esclavos sin voluntad propia, y había estado a
punto de conseguir su objetivo de hacerse con el mando del país. La mayoría de los sitianos no se tomaría bien la noticia de que existía una Halladora de Almas.
El momento embarazoso pasó, y Dax volvió a su buen humor de siempre.
—Será mejor que me vaya. Tengo que estudiar. Tenemos un examen de historia mañana, ¿te acuerdas?
Yo gruñí, pensando en el grueso tomo que me estaba esperando.
—Tus conocimientos sobre la historia de Sitia también son patéticos.
—Dos razones —repliqué yo, extendiendo dos dedos—: Una, Ferde Daviian. Dos, el consejo de Sitia.
Dax hizo un gesto vago con la mano.
—Sí, ya sé —le dije yo—. Detalles, detalles.
Él sonrió, se envolvió en su capa y dejó entrar una ráfaga de aire helador al salir. Las llamas del hogar temblaron durante un instante. Yo me acerqué a la chimenea para calentarme las manos, y comencé a pensar de nuevo en aquellas dos razones.
Ferde era un miembro del clan Daviian, que era un grupo renegado del clan Sandseed. Los miembros del clan Daviian querían algo más de la vida que vagar por las Llanuras de Avibian y contar historias. En su búsqueda del poder, Ferde había secuestrado y torturado a doce chicas para robarles el alma e incrementar su magia. Valek y yo lo habíamos detenido antes de que pudiera completar su búsqueda.
Sentí dolor por Valek en el corazón. Acaricié el colgante en forma de mariposa que llevaba al cuello. Él había regresado a Ixia un mes antes, pero yo lo echaba de menos más y más a cada día que pasaba. Quizá debiera ponerme en peligro de muerte deliberadamente. Él tenía un don especial para aparecer cuando más lo necesitaba.
Por desgracia, aquellos tiempos eran peligrosos, y no habíamos tenido muchas oportunidades para estar juntos. Yo deseaba con todas mis fuerzas que me asignaran una misión diplomática en Ixia.
El consejo de Sitia no aprobaría un viaje así hasta que decidieran lo que iban a hacer conmigo. Los once líderes de los clanes y los cuatro Magos Maestros componían aquel consejo, y habían estado discutiendo sobre mi nuevo papel de Halladora de Almas durante todo el mes pasado. De los cuatro maestros, Irys Jewelrose, la Cuarta Maga, era mi apoyo más grande, y Roze Featherstone, la Primera Maga, era mi detractora más firme.
Me quedé mirando el fuego, siguiendo la danza de las llamas con los ojos. Seguí pensando en Roze. Los movimientos de las llamas dejaron de ser aleatorios. Se movían con un determinado ritmo, se dividían y gesticulaban como si estuvieran sobre un escenario.
Qué raro. Parpadeé. En vez de volver a la normalidad, el fuego creció hasta que me llenó la visión y bloqueó el resto de la habitación. Los brillantes dibujos de color
me atravesaron los ojos. Los cerré, pero la imagen permaneció allí. Sentí aprensión; pese a mis fuertes barreras mentales, un mago tejía su magia a mi alrededor.
Atrapada, observé la escena del fuego hasta que se convirtió en una figura con apariencia real de mí misma. El cuerpo sin alma se puso en pie y Enciéndeme señaló otra figura. Se dio la vuelta, persiguió a la otra persona y la estranguló.
Alarmada, intenté detener aquella visión del fuego, pero no lo conseguí. Me vi obligada a observarme a mí misma haciendo más gente sin alma, que a su vez, seguía matando. Un ejército contrario atacó. Destellaron las espadas de fuego, y salpicaron llamas de sangre. Me habría quedado impresionada con el nivel artístico de aquel mago si no hubiera estado tan horrorizada por la matanza del fuego.
Con el tiempo, mi ejército fue extinguido, y a mí me atraparon con una red de fuego. Enciéndeme fue arrastrada, encadenada a un poste y sofocada con aceite.
Yo volví a mi cuerpo de golpe. Junto a la chimenea, noté la tela de magia a mi alrededor. Se contrajo, y en mi ropa se encendieron pequeñas llamas.
Y se extendieron.
No podía detener su avance con mi poder. Maldiciendo mi falta de habilidad con el fuego, me pregunté por qué no poseía aquel poder en concreto.
La respuesta me resonó en la mente. «Porque necesitamos una manera de matarte».
Yo me desplomé y me alejé del fuego. Estaba empapada en sudor y el sonido de la sangre hirviendo me silbaba en los oídos. Toda la humedad se evaporó de mi boca y el corazón se me asó en el pecho. El aire caliente me quemó la garganta. El olor a carne quemada me inundó la nariz y sentí náuseas. Sentí dolor en todos los poros de la piel.
No tenía aire para gritar.
Rodé por el suelo, intentando apagar el fuego.
Me quemaba.
El ataque mágico cesó y me liberó del tormento. Me desplomé y respiré el aire fresco.
—Yelena, ¿qué te ha pasado? —me preguntó Irys, mientras me posaba la mano helada sobre la frente—. ¿Estás bien?
Mi mentora y amiga me miraba fijamente. En su expresión y en la mirada de sus ojos verdes se reflejaba una gran preocupación.
—Estoy bien —dije con la voz quebrada, y fui presa de un ataque de tos. Irys me ayudó a incorporarme.
—Mírate la ropa. ¿Es que te has quemado?
Tenía la camisa llena de hollín, y agujeros de quemaduras en las mangas y los pantalones. Ya no podría arreglarlos. Tendría que pedirle a mi prima, Nutty, que me hiciera otro par. Suspiré. Debería pedirle cien túnicas de algodón y pantalones para ahorrarle tiempo. Los sucesos, incluyendo los ataques mágicos, se confabulaban para hacer de mi vida algo interesante.
—Un mago me ha enviado un mensaje a través del fuego —le expliqué a Irys. Aunque sabía que Roze era la maga más fuerte de Sitia, y podía atravesar mis defensas mentales, no quería acusarla sin tener pruebas.
Antes de que Irys pudiera hacerme más preguntas, yo inquirí:
—¿Cómo ha ido la sesión del consejo?
A mí no me habían permitido acudir. Aunque el tiempo lluvioso no era un incentivo para caminar hasta la Asamblea del Consejo, me fastidiaba.
El consejo quería que yo estuviera informada de todos los asuntos que trataban diariamente, como parte de mi formación para ser el enlace entre Sitia y el territorio de Ixia. Mi formación como Halladora de Almas, sin embargo, no era algo en lo que el consejo se hubiera puesto de acuerdo. Yo pensaba que estaban preocupados por si, cuando yo descubriera el alcance de mi poder, seguía el mismo camino que aquel antiguo Hallador de Almas.
—La sesión… —ella sonrió con ironía—. Bien y mal. El consejo ha accedido a apoyar tu formación —me dijo. Después hizo una pausa.
Yo me preparé para escuchar sus palabras siguientes.
—Roze… se disgustó con esa decisión.
—¿Se disgustó?
—Se opuso ferozmente.
Al menos, ya sabía el motivo del mensaje de fuego.
—Ella aún cree que eres una amenaza. Así que el consejo ha decidido que será ella quien te forme. Yo me puse en pie de un salto.
—No.
—Es la única manera.
Yo tuve que tragarme la respuesta. Había otras opciones. Tenía que haberlas. Yo estaba en la Fortaleza de los Magos, rodeada de magos con diferentes niveles de poder. Tenía que haber otro que pudiera trabajar conmigo.
—¿Y tú, o Bain?
—Querían un mentor que fuera imparcial. De los cuatro Maestros, sólo quedaba Roze.
—Pero ella no es…
—Lo sé. Esto podría ser beneficioso para ti. Al trabajar con Roze, podrás convencerla de que no quieres regir los designios del país. Entenderá que tu deseo es ayudar a Sitia y a Ixia.
La expresión de duda permaneció en mi semblante.
—A ella no le agradas, pero su anhelo de que Sitia continúe a salvo libre supera sus sentimientos personales.
Irys me entregó un pliego de pergamino y evitó mi comentario sarcástico sobre los sentimientos personales de Roze.
—Esto llegó durante la sesión del consejo.
Yo abrí el mensaje. Era una orden del Hombre Luna.
Yelena, he encontrado lo que buscas. Ven.

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