—¿Cómo se contrarresta el escudo anulador? —pregunté al Hombre Luna, intentando que no se notara mi pánico en el tono de voz.
—La magia no puede atravesar el escudo, pero se puede encontrar un modo de pasar por los bordes del escudo, y entonces sí se puede usar la magia.
—¿Cuáles son las dimensiones del escudo?
—Depende de la fuerza de quien lo lleva. El que nosotros usamos en la planicie es tan alto como un hombre a caballo, y tan ancho como treinta hombres. Sin embargo, cuatro Tejedores de Historias unieron sus fuerzas para construirlo. Para un solo Hechicero, el escudo será más pequeño.
Yo miré a los árboles. La emboscada había llegado desde arriba. ¿Usarían la misma táctica para tendernos otra trampa? No. Si el primer intento no había funcionado, pensarían en otra estrategia. Estar en una posición más alta que la de tu objetivo tenía muchas ventajas, y si yo trepaba hasta las copas de los árboles, quizá pudiera sobrepasar los bordes de otro escudo anulador y descubrir dónde había otra emboscada.
Saber cuál sería mi próximo movimiento me ayudó a mitigar el terror. Me puse en contacto con Kiki y le dije que nos encontraríamos en el Mercado Illiais, como habíamos convenido, y les conté mi plan a los demás. Decidimos que mi hermano Leif se quedaría con el grupo para guiarlos por la jungla, puesto que él se había criado allí y la conocía como la palma de su mano. Antes de irme, despertamos al prisionero para interrogarlo, pero se negó a decirnos de dónde había obtenido los pasos de los antiguos rituales.
El Hombre Luna me explicó que Guyan, su líder, había hecho ejecutar a los miembros malvados del clan que conocían los detalles de los rituales malignos. La información debería haber muerto con ellos.
Sin embargo, yo recordé que mi amigo Dax había leído unos libros antiguos cuando estábamos intentando interpretar los tatuajes de Ferde para averiguar por qué estaba raptando y violando a las muchachas. Le expliqué al Hombre Luna que en la Fortaleza había tomos antiquísimos, y que quizá hubiera copias que estaban usando los Vermin para conocer los pasos de aquellos rituales.
Decidí registrar la mente del Vermin con la magia para averiguar si sabía algo de los planes de su clan. Aunque aquello estaba prohibido por el Código Ético, la prohibición no protegía a los criminales ni a los espías. Sin embargo, el prisionero no sabía casi nada, sólo había estado cumpliendo órdenes. En su cabeza sólo había algunos chismes: conseguí confirmar que Cahil y Ferde habían ido hasta allí y que viajaban con un grupo de doce Vermin.
—Catorce personas no son suficientes para vencer en un ataque a los Zaltana —dijo Leif con orgullo.
Yo estaba de acuerdo.
—Pero ganar no lo es todo.
Mi ansiedad por marcharme de allí se multiplicó por mil. No podía quitarme de la cabeza que un grupo de Vermin se había adentrado en la selva y que mi clan podía estar en peligro. Me puse la mochila al hombro. Le pregunté al Hombre Luna qué iba a ocurrir con el prisionero, y me explicó que aplicaría las leyes Sandseed, que proporcionaban el mejor modo de ocuparse de un Vermin.
—¿Y cuál es ese modo?
—Exterminarlos.
Yo contuve una protesta. Aquél no era el momento apropiado para hablar del crimen y el castigo.
En vez de eso, miré hacia las copas de los árboles y al instante, divisé una liana. La usé para trepar a las ramas más altas y, después de reorientarme durante un instante y confirmar que el pueblo Zaltana estaba hacia el oeste, me balanceé hacia el árbol siguiente.
Mantuve los sentidos mágicos concentrados en la vida que me rodeaba, en busca de los Daviian y otros predadores mientras viajaba hacia casa. La red de ramas y espesos árboles ralentizaba mi paso. Después de pocas horas, estaba empapada en sudor, tenía la ropa rasgada y la piel me quemaba debido a las picaduras de los insectos.
Descansé un rato y después continué mi viaje por la bóveda de la selva, sin bajar la guardia, atenta a cualquier signo de la presencia de los Daviian. De pronto percibí una vibración distante. Me concentré en descubrir la fuente. Había un hombre entre los árboles. Antes de que pudiera averiguar si era amigo o enemigo, mi mano izquierda se agarró a una rama suave y flexible. Entre la sorpresa, mi mente conectó con un cazador que acechaba entre los árboles.
Las hojas susurraron y se movieron. El ruido áspero y aterrorizador de una serpiente me rodeó. La rama que había bajo mis pies se curvó. Yo me moví para encontrar una rama sólida, pero no toqué nada más que las espirales secas del reptil, que estaba completamente camuflada por el verde de la vegetación.
Cerré los ojos y entré en la mente de la serpiente. Había enrollado su cuerpo en dos ramas y había formado una red a mi alrededor. Me saqué la navaja de la funda.
Cuando noté que las pesadas curvas del animal caían sobre mi hombro, supe que no tenía más que segundos antes de que la serpiente se me enrollara en el cuello y me ahogara. Sentí la satisfacción de la serpiente mientras se movía para estrujar a su presa.
Clavé la navaja en el cuerpo del reptil. ¿Tendría efecto el curare en aquella criatura? En la mente de la serpiente se registró un suave dolor, pero consideró que la herida era leve.
La serpiente siguió contrayéndose a mi alrededor. Me atrapó las piernas y el brazo izquierdo. Entonces, intentó rodearme el cuello. Yo le clavé la navaja en la curva más cercana, con la intención de cortarla en dos. Antes de que aplicara más presión, la criatura se detuvo.
Quizá el curare la hubiera paralizado. Saqué la hoja de la navaja y la serpiente volvió a contraerse. El curare no había funcionado. Pero, cuando volvió a clavarle el puñal, el animal hizo una pausa. Era raro. Debía de haber encontrado una zona vulnerable de su cuerpo. Estábamos en punto muerto. Yo no quería matarla, pero no veía otra solución para salvarme.
—Hola, ¿hay alguien ahí? —preguntó la voz de un hombre.
Mi lucha con la serpiente había atrapado toda mi atención. Me maldije por olvidarme del hombre.
—¿Te ha comido la lengua la serpiente? —inquirió él, y se rió de su propia broma—. Sé que estás ahí. Siento tu poder. Si no perteneces a esta selva, dejaré que las serpientes te tomen de cena.
—¿Serpientes? —pregunté.
—Tu serpiente ha enviado una llamada pidiendo ayuda. Puede que mates a ésta y te desenrolles, pero para entonces, sus parientes estarán allí para terminar el trabajo.
Yo escudriñé mentalmente la selva y vi otras cinco serpientes avanzando hacia mí.
—¿Y si pertenezco a la selva?
—Entonces te ayudaré. Sin embargo, será mejor que tengas una buena excusa. Últimamente están ocurriendo cosas raras.
—Soy Yelena Liana Zaltana, hija de Esau y hermana de Leif.
—Ese parentesco lo conoce todo el mundo. Dime algo más concreto.
Soy el alma gemela de Valek, el azote de Sitia, pensé, pero sabía que decirle aquello no me ayudaría. Pensé en algo de información que sólo pudieran saber los Zaltana.
—Podría enviarte a cazar valmures, ¿pero no sería más fácil si te diera un pedazo de dulce de savia? —dije, y contuve el aliento.
Entonces, comenzó a sonar un tambor. Las vibraciones resonaron por la serpiente.
El animal se relajó y abrió un agujero entre sus curvas.
Una cara sonriente y pintada de verde apareció ante mí y me tendió una mano, también verde.
—Agárrate.
Yo obedecí. Él me sacó de la red de la serpiente y me depositó en una rama sólida. Sentí tanto alivio que me flaquearon las rodillas y tuve que sentarme.
La ropa del hombre era del mismo color que la selva. Posó el tambor de cuero sobre la rama y tocó otra canción. La serpiente se movió y desapareció por la vegetación.
—Con eso, las mantendremos alejadas durante un rato —dijo él.
Por su ropa y su color de pelo castaño, supe que tenía que ser un Zaltana. Le di las gracias por ayudarme.
—¿Quién eres?
—Tu primo, Chestnut. Estaba de patrulla la última vez que viniste a casa, por eso no nos conocimos. Soy hermano de Nutty.
Las historias que Nutty me había contado sobre sus hermanos eran muy divertidas, y yo recordé que jugaba con mi prima, haciendo piña contra ellos, antes de mi secuestro.
—¿Cómo has controlado a la serpiente? —le pregunté.
—Soy encantador de serpientes —dijo él, como si aquel título lo explicara todo—. Es parte de mi magia. Mi poder me permite localizarlas con facilidad y escuchar sus llamadas a las demás serpientes. Y el tambor es una forma de comunicarse con ellas. No funciona con otros animales —explicó, y se encogió de hombros—. Pero consigo mantener a las serpientes apartadas del pueblo.
—¿Y estabas de patrulla cuando oíste a esta serpiente?
—Sí. Aunque cuando salí esta mañana, tenía la esperanza de encontrar algo más que reptiles —dijo, y me miró de una forma extraña—. Supongo que lo he conseguido. ¿Por qué has venido, Yelena?
—Estoy siguiendo a un grupo de gente que vivía en la planicie. Han venido hacia aquí. ¿Los ha visto alguien? —pregunté. Sin embargo, lo que de verdad quería saber era si alguien había atacado a mi clan, y si mi padre y mi madre estaban bien.
—¿Verlos? No. Los extraños están en la selva, pero no podemos encontrarlos y… quizá sería mejor que hablaras con los ancianos del clan. ¿Estás sola?
—No. Mi hermano y algunos Sandseed viajan conmigo.
—¿Por los árboles?
—No. Por el suelo —respondí yo.
Después, le hablé a Chestnut sobre el ataque, y le dije que yo era la exploradora del grupo.
Chestnut me acompañó al pueblo Zaltana. Estaba formado por una enorme red de viviendas, con zonas de descanso y cocina conectadas por puentes y suspendidas sobre el suelo. Estaba bien escondido entre la espesa vegetación de la selva, y era difícil encontrar el complejo.
Estaba construido de madera, y el suelo de los edificios estaba anclado a las ramas más grandes. En el exterior de las paredes crecía la hiedra, escondiendo sus formas. Casi todo el mobiliario era de madera, y para dormir se utilizaban cómodas hamacas de cuerda. La artesanía, confeccionada sobre todo de semillas y palos de la jungla, decoraba las estancias, incluyendo esculturas de animales que se hacían con piedras de colores adheridas entre sí.
La vía principal del pueblo estaba formada por las áreas comunes de cada familia del clan. Las habitaciones privadas de vida y descanso se ramificaban desde las estancias comunes.
Además de ser muy grande, el pueblo estaba bien defendido. Los magos Zaltana vigilaban a todos los extraños.
Después de nuestra llegada, Chestnut se apresuró a buscar a los ancianos del clan y yo me comuniqué con el Hombre Luna.
«Venid», le dije. «Venid rápidamente».
«Estamos de camino», respondió él.
Yo corrí hacia la casa de mis padres. Me siguieron unas cuantas miradas de sorpresa y algunas llamadas, pero yo no les presté atención.
Mi madre, Perl, estaba paseándose por el salón. El aire olía a canela y jengibre, pero su destilería de perfumes, que estaba colocada en una larga mesa, estaba vacía.
—¡Yelena!
Ella se echó a mis brazos. Era unos pocos centímetros más baja que yo. Se agarró a mí como si fuera a caerse.
—Madre, ¿qué ocurre? —le pregunté.
—Esau —respondió ella, y rompió a llorar.
—¿Qué ocurre con papá?
—Ha desaparecido.
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