Irys tenía otros planes. Me tomó del brazo y me llevó
aparte.
—Éste no es el momento —me dijo.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
Irys miró a su alrededor. Había cerca unos cuantos
Consejeros que podían oírnos, así que ella eligió nuestra forma de comunicación
mental.
«Cahil afirma que ha estado en una misión encubierta durante
todo este tiempo», me explicó. «Dice que él no liberó a Ferde».
«¿Y por qué iban a creérselo los demás?».
«Porque Roze ha corroborado la historia».
Me quedé paralizada. Tenía la esperanza de haber entendido
mal, pero su expresión sombría no cambió.
«Es peor todavía», prosiguió. «Cahil dice que sorprendió a
Marrok rescatando a Ferde y que, después de interrogarlo, Cahil descubrió que
Ferde iba a reunirse con otros. Cahil dice que lo siguió para descubrir qué
tramaban».
«Eso es ridículo. Sabemos que Cahil golpeó a Marrok al
averiguar el secreto de su verdadero nacimiento».
«Es la palabra de Cahil contra la de Marrok, porque no hay
pruebas para saber quién liberó a Ferde. Sobre todo, porque no se puede interrogar
a Ferde», dijo Irys. «Ya hablaremos más tarde de tus acciones, pero lo que
averiguaras en la mente de Ferde no se puede usar como prueba».
«¿Por qué no?».
«Porque estabas involucrada emocionalmente con el Ladrón de
Almas, y tu imparcialidad está bajo sospecha. Yo sé que no es cierto, pero
cuando el Consejo descubrió lo que le habías hecho a Ferde, se confirmaron sus
miedos por el hecho de que seas una Halladora de Almas, y las advertencias de
Roze cobraron importancia».
Yo suspiré. También mis miedos se habían confirmado.
«¿Dónde está ahora Ferde?».
«En la cárcel de Citadel, esperando a que el Consejo decida
qué hay que hacer con él. Yo creo que ejecutarlo sería un favor».
Su censura me dolió, y me sentí muy culpable. Me aparté a
Ferde de la cabeza y me concentré en Cahil. Tenía que haber un modo de
demostrarle al Consejo que estaba mintiendo.
«¿Dónde está Marrok? ¿Qué ha dicho?».
«Marrok está siendo interrogado. Dice que él no liberó a
Ferde. No tenía motivos. Pero Cahil dice que Marrok quería acusarlo de la fuga
para hacerse con el mando de los hombres de Cahil. Y también, que Marrok mintió
y que él sí tiene sangre azul».
Me daba vueltas la cabeza. Cahil tenía respuesta para todo.
«Entonces, ¿para qué estaba Cahil viajando con Ferde?».
«Dice que era parte de la misión encubierta. Cuando alcanzó
a Ferde, lo convenció para que le permitiera formar parte de sus planes. Cahil
dice que, mientras él viajaba con los Daviian, consiguió que cambiaran de
bando», explicó, y señaló a los Vermin con un discreto gesto.
«¿Ha contado que los Vermin usan la magia de sangre, y ha
mencionado al Hechicero de Fuego?».
«No. Sin embargo, Leif intentó hacerlo. Tu hermano trató de
desacreditar a Cahil, y muchos de los Consejeros pensaron que exageraba en
cuanto a los Daviian. Por desgracia, la reputación de agorero de Leif ha ido en
su contra».
«¿Y ha dicho Cahil lo que tienen planeado hacer los
Vermin?».
«Según Cahil, los líderes Daviian se han aliado con el
Comandante de Ixia, y juntos han fraguado el plan de asesinar a los miembros
del Consejo y a los Magos Maestros y, en el caos subsiguiente, los Daviian se
ofrecerán para ayudar a Sitia a luchar contra los ixianos. Sin embargo, no
habrá guerra; la intención de los Daviian es en realidad transformar Sitia en
una dictadura».
Aquello era exactamente lo que temía el Consejo desde que el
Comandante se había hecho con el control de Ixia; sumado al mal sabor de boca
que había dejado la visita del Embajador ixiano, tenía lógica que los
Consejeros se inclinaran a creer a Cahil. Y yo no tenía pruebas para demostrar
que estaban equivocados.
«¿Y mi instrucción?», pregunté.
Irys me miró con una expresión de profundo disgusto.
«El Consejo le ha dado a Roze permiso para evaluar tu
participación en estos eventos, y para determinar el riesgo que representas
para Sitia».
«Seguro que va a ser imparcial. ¿Yo tengo algo que decir
sobre esto?».
«No, pero los otros Magos Maestros estarán allí como
testigos. Todos excepto yo. Mi objetividad no es fiable debido a nuestra
amistad».
El Hombre Luna y Tauno terminaron su conversación con Harun
y se acercaron a nosotras.
«¿Te has enterado de la masacre de los Sandseed?», le
pregunté a Irys.
«Sí. Es una noticia terrible, y le ha dado a Cahil más
pruebas de la amenaza de los Daviian. El Consejo está preparando al ejército
sitiano para la guerra contra Ixia».
Había sido demasiado bonito pensar que mi trabajo de Enlace
entre los dos países hubiera podido evitar aquella guerra. Sin embargo, tenía
que estar sucediendo algo más con los Vermin Daviian. Sabía que el Comandante
nunca se aliaría con ellos. Usaban la magia de la sangre, y él no permitiría ni
perdonaría el uso de ningún tipo de magia. Además, podía atacar a Sitia sin la
ayuda de los Vermin. De nuevo, no tenía pruebas.
El Hombre Luna y Tauno se unieron a nosotras.
—Hay unos doce supervivientes Sandseed —dijo el Hombre
Luna—. Vinieron a Citadel, y por el momento van a quedarse aquí. Sólo ha
sobrevivido un Tejedor de Historias, aparte de mí. Es Gede, y con él debemos
hablar sobre el Hechicero de Fuego —explicó, y le preguntó a Irys—: Dijiste que
el Maestro Bloodgood tiene unos cuantos libros sobre Efe, ¿verdad?
—Sí —dije yo.
—Deberíamos examinarlos. Gede y yo volveremos a la Fortaleza
mañana por la mañana —dijo el Hombre Luna. Se dio la vuelta y se alejó.
Yo lo observé con inquietud. Su actitud hacia mí había
cambiado por completo desde que había intentado arrastrarme al mundo de las
sombras. Actuaba como si yo fuera un caso perdido.
—Eso ha sido muy brusco —dijo Irys.
—Ha sido muy duro para él.
—Y para ti también. Cuéntame lo que ha ocurrido con el
Hechicero de Fuego. Leif sólo me ha dado algunos detalles.
Yo le informé de todas nuestras aventuras mientras salíamos
del edificio y nos dirigíamos hacia la Fortaleza.
A la mañana siguiente nos reunimos en el estudio de Bain
Bloodgood. Ocupaba todo el segundo piso de su torre, y estaba lleno de
estanterías, cuyas baldas rebosaban de libros. Había además una mesa y unas
sillas de madera en el centro.
La tensión de la sala me presionaba la piel. El Hombre Luna
se había sentado en una de las sillas y miraba con tristeza por la ventana. Yo
también me sentía incómoda. La habitación me resultaba atestada incluso a mí.
Bain estaba sentado en su escritorio, y Dax Greenblade
estaba junto a él. Dax era el pupilo de Bain, y tenía la habilidad única de
leer los idiomas antiguos. Su ayuda para encontrar a Ferde y salvar a Gelsi
había sido vital. Irys miraba al otro Tejedor de Historias con evidente
antipatía. Gede había llegado con el Hombre Luna y se había abierto paso por la
sala como si fuera suya. Era un hombre corpulento que se conducía con un aire
de autoridad.
—Estos libros me pertenecen —dijo.
Se hizo el silencio. Dax me miró con incredulidad.
—Mi antepasado trabajó para prohibir el conocimiento de la
magia de la sangre, y ahí está —prosiguió Gede, señalando los dos libros que
había sobre la mesa de Bain—, para que todo el mundo pueda verlos y leerlos.
Irys intervino.
—Dudo que nadie, aparte del Maestro Bloodgood y Dax puedan
entender ese idioma…
Gede la interrumpió.
—Es suficiente con que lo lea una persona para que se haga
ideas y comience a experimentar. La magia de la sangre no es como las demás.
Una vez que empiezas no puedes parar.
—Parece que los Vermin han descubierto la información sin
estos libros —dije yo.
—¿Y cómo lo sabes? —preguntó Gede, mirando a Dax con
desconfianza—. Quizá alguien les haya estado pasando esa información.
Yo respondí a Gede antes de que Dax pudiera defenderse.
—Nadie de aquí. Además, tener estos libros puede ser una
ventaja. Tu antepasado Guyan venció a los Efe, y quizá los libros contengan
información sobre cómo contrarrestar la magia de sangre de los Vermin y cómo vencer
al Hechicero de Fuego.
—Razón de más para dármelos —dijo Gede—. Los Sandseed
encontrarán un modo de vencer a los Daviian. Después de todo, son problema
nuestro.
—Ya no. Han pasado a ser problema de todos —dijo Bain—.
Guardaremos aquí los textos. Puedes venir cuando quieras a estudiarlos con
nosotros.
Sin embargo, Gede no cedió, y Bain tampoco. Finalmente, Gede
se levantó para marcharse. Se detuvo ante mí y me observó con una mirada fría y
calculadora.
—¿Sabías que Guyan era un Hallador de Almas? —me preguntó.
—No —respondí yo con sorpresa—. Pensaba que fue el primer
Tejedor de Historias.
—Era ambas cosas. Tú no sabes nada de los Halladores de
Almas —dijo, y le lanzó al Hombre Luna una mirada de desdén—. Tu educación es
patética. Yo puedo enseñarte a ser una verdadera Halladora de Almas.
A mí me dio un vuelvo el corazón. La idea de aprender más
sobre los Halladores de Almas me entusiasmaba y aterrorizaba a la vez.
Gede debió de percibir mi indecisión.
—No necesitas estos libros para vencer al Hechicero de
Fuego.
Era demasiado bueno para ser cierto. Yo sabía que tenía que
haber un truco.
—Supongo que me guiarás con consejos crípticos.
—¡Bah! —dijo Gede, y de nuevo, le lanzó al Hombre Luna una
mirada molesta—. No hay tiempo para eso. ¿Te interesa?
La lógica luchó contra la emoción.
—Sí.
Ganó la emoción.
—Bien. Me alojo en las residencias de invitados de Citadel.
Ven al anochecer. La luna ya habrá salido para entonces.
Gede salió de la habitación seguido del Hombre Luna.
Irys me miró con una ceja arqueada.
—No…
—Crees que sea la mejor decisión —dije yo—. Yo creo que debo
lanzarme a la situación y esperar que todo salga bien.
Ella se alisó las mangas de la túnica y me miró fijamente.
—No confío en él.
Me entretuve a la salida de la torre de Roze, pensando.
Aquella reunión con Bain, Zitora y ella podía ser una trampa. Ella podía
tenderme una trampa para obligarme a confesar que yo estaba conspirando contra
Sitia; también podía ser mi oportunidad para redimirme. Era agradable poder
elegir.
Bain abrió la puerta y dijo:
—Vamos, niña. Hace frío fuera.
Seguí a Bain a casa de Roze. Había un gran fuego en la
chimenea, escupiendo pavesas que habrían quemado la alfombra si Roze no las
sofocara con su magia. Con el recuerdo de su ataque con el fuego grabado en la
memoria, me senté en una silla de madera, tan lejos del hogar como pude.
Zitora, la Tercera Maga, estaba sentada en una butaca y
tenía las manos entrelazadas en el regazo. Bain ocupaba un sillón muy cómodo; a
juzgar por la molesta expresión de Roze, él debía de haberle quitado su asiento
favorito.
—Yelena, has hecho jirones el alma de Ferde.
—Yo…
—No hagas comentarios hasta que yo haya terminado.
El tono severo de la voz de Bain me puso el vello de punta.
Era el segundo mago más poderoso de la sala.
—Sí, señor.
Satisfecho, Bain continuó con su sermón.
—Tus acciones impetuosas han provocado el descontento del
Consejo. Has perdido su confianza, y la información que descubriste a través de
Ferde no es válida.
Yo intenté captar la mirada de Zitora, pero ella volvió la
cara.
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—De ahora en adelante te mantendrás apartada de los asuntos
de Sitia, mientras nos enfrentamos a la amenaza de los Daviian. Roze ha
accedido a que trabajes con Gede para descubrir el alcance de tus poderes y
evaluar de nuevo cómo puedes ayudarnos en el futuro —dijo Bain, y me hizo un
gesto para que yo respondiera.
—¿Y Cahil? ¿Creéis lo que dice? —les pregunté.
—No hay pruebas de que haya mentido. La Primera Maga lo
apoya.
—Él siempre ha sido egoísta —intervino Roze—. Sólo quiere
una cosa. Ayudar a los Daviian en contra de Sitia perjudica sus aspiraciones.
Necesita nuestra ayuda para lanzar la campaña de reclamar el trono de Ixia. Un
país en mitad de una guerra civil no podría ayudarlo en absoluto.
La lógica razonable de Roze me preocupó más que enfadarme.
—¿Y el Hechicero de Fuego?
En aquel momento, una bola de fuego brillante salió de la
chimenea y se situó sobre nosotros. Yo entrecerré los ojos para protegerme de
la cruda luz. El calor de las llamas me abanicó la cara. Roze apretó un puño y
la bola desapareció. Después abrió la mano, hizo un gesto y apagó el fuego del
hogar, dejándonos en la penumbra.
—Soy la Primera Maga por una razón, Yelena. Mi habilidad más
fuerte es el dominio del fuego. No tienes por qué temer al Hechicero de Fuego.
Yo me enfrentaré a él —afirmó. Las llamas se prendieron. De nuevo, el calor y
la luz emanaron de la chimenea.
Yo no pude evitar sentir escepticismo.
—¿De verdad crees que dejaría a los Daviian y al Hechicero
de Fuego tomar el control de Sitia? Ellos no se ocuparían bien de mi país. No.
Haré lo que pueda para mantenerlos alejados del poder, aunque eso incluya
protegerte a ti del Hechicero de Fuego.
En aquel momento, me asusté de verdad.
—Me quieres muerta.
—Cierto. Eres una amenaza para Sitia, pero no tengo pruebas.
No puedo obtener el permiso del Consejo para ordenar que te ejecuten. Pero
cuando tenga las pruebas, serás mía.
Aquélla era la Roze que yo conocía y odiaba. Nos fulminamos
mutuamente con la mirada.
Bain carraspeó.
—Hija, si haces caso de lo que dice el Consejo y trabajas
con Gede Sandseed, recuperarás la confianza del Consejo.
Aprender más sobre mis poderes era algo que siempre había
querido hacer. Ferde ya no era una amenaza, y el Consejo sabía lo que ocurría
con los Daviian. Si deseaban creer a Cahil, ¿por qué debía importarme? El
ejército del Comandante se impondría sobre Cahil. Yo había querido evitar la
guerra, pero no tenía ninguna influencia sobre el Consejo. ¿Por qué no podía
ser egoísta por una vez y mantenerme alejada de la política mientras aprendía
más sobre mi capacidad mágica?
Accedí. Sin embargo, el ligero alivio que sentí no consiguió
disipar mis dudas. El Hombre Luna me había dicho que iba a convertirme en
esclava de otro, y aquello resonaba en mi cabeza.
Volví a la torre de Irys. Estaba preocupada y frustrada.
Esperaba que los alardes de Roze fueran ciertos y pudiera controlar al
Hechicero de Fuego. Los libros Efe de Bain contenían símbolos de poder y
rituales de sangre, pero él no había descubierto nada para contrarrestarlos. Y
no mencionaban a ningún Hechicero de Fuego.
Dax había traducido gran parte de los libros, pero aún le
quedaban algunos capítulos. Iba a pasar la tarde trabajando en ellos.
Mi preocupación tenía otro motivo: un comentario que Dax me
había hecho sobre Gelsi. Gelsi era la otra pupila de Bain, y había sido la
última víctima de Ferde; yo había conseguido detenerlo a tiempo y había podido
revivir el cuerpo de Gelsi y devolverle su alma.
—A decir verdad —me había contado Dax cuando le había
preguntado por ella—, ha cambiado.
—¿En qué sentido? —le pregunté.
—Es más dura. Infeliz —respondió él con un gesto de
impotencia—. Ya no disfruta de la vida. Está más preocupada con la muerte. Es
algo difícil de explicar. El Maestro Bloodgood está trabajando con ella.
Esperamos que sea algo que puede superar, y no algo permanente. Quizá tú
pudieras hablar con ella.
Le' prometí que la visitaría.
Sin embargo, me quedé pensativa; yo había devuelto dos almas
a los cuerpos de dos personas que habían muerto. Gelsi y Stono. Ambos habían
vuelto cambiados. ¿Se debían las alteraciones de sus personalidades a algo que
yo había hecho cuando había atrapado sus almas? Sentí impaciencia por averiguar
más sobre mis capacidades de Halladora de Almas con Gede.
Con aquellos pensamientos mórbidos, llegué a mis
habitaciones. Aunque tenía tres pisos, sólo disponía de muebles para uno: un
armario, un escritorio, una cama y una mesilla de noche. Necesitaría hacer
alguna compra cuando tuviera tiempo. En aquel momento, encontrar almas era más
importante que encontrar cortinas. Entonces podría convertirme en Yelena, la
poderosa Halladora de Cortinas. Capaz de decorar una habitación en una hora.
Me eché a reír.
—¿Qué te resulta tan divertido? —me preguntó una voz que me
derritió el corazón.
Valek estaba apoyado en el quicio de la puerta, de brazos
cruzados, como si me visitara todos los días. Iba vestido con ropa de los
sirvientes de la Fortaleza, una túnica y unos pantalones grises.
—Estaba pensando en unas cortinas —dije mientras me acercaba
a él.
—¿Y las cortinas son divertidas?
—En comparación con mis otros pensamientos sí, las cortinas
pueden ser divertidas. Pero vos, señor, sois lo mejor que me ha ocurrido en
todo el día, toda la semana, y ahora que lo pienso, toda la estación.
En dos pasos estaba entre sus brazos.
—Y éste es el mejor recibimiento que me han hecho en todo el
día.
Me imaginaba en qué se había estado ocupando. Su habilidad
para entrar en cualquier edificio sin que lo detectaran lo convertía en uno de
los hombres más temidos de Sitia. Y su inmunidad a la magia aterrorizaba a los
Magos Maestros. Era la mejor arma del Comandante Ambrose contra ellos.
—¿Quiero saber por qué estás aquí? —le pregunté.
—No.
Yo suspiré.
—¿Debería saber por qué estás aquí?
—Sí. Pero no ahora.
Se inclinó y me besó, y el motivo ya no tuvo importancia.
El sol del atardecer me despertó. Recordé que debía ir a la
reunión con Gede. Le di un suave codazo a Valek para despertarlo. Nos acurrucamos
bajo las mantas para protegernos contra el aire helado.
Valek se movió para levantarse.
—Voy a encender la chimenea…
—¡No! —le dije, agarrándolo por el brazo.
Él me miró con preocupación. Yo me maravillé con el color
azul zafiro de sus ojos, con su piel pálida.
—Vas a tener que ponerte de nuevo el maquillaje oscuro —le
dije, apartándole de la cara un mechón de pelo negro.
Él me agarró la mano.
—Buen intento, pero tú vas a decirme por qué no quieres que
encienda el fuego.
—Sólo si tú me dices por qué estás aquí.
—De acuerdo.
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Yo le conté lo que había ocurrido con Cahil, Ferde y el
Hechicero de Fuego.
—Es absurdo pensar que el Comandante esté aliado con esos
Vermin —me dijo Valek pensativamente—. Así que el aspirante a rey ha preferido
hacer caso omiso de la verdad de sus orígenes. Tienes que admitir que su
habilidad para embaucar a todo el Consejo es impresionante.
—No a todo el Consejo. Irys no cree a Cahil, y yo estoy
segura de que hay más. Pero no importa. No es cosa mía. Me han dicho que sea
una buena estudiante y que me preocupe de mis asuntos.
Valek resopló.
—Y tú vas a hacer caso.
—He accedido.
Él estalló en carcajadas.
—Tú, ¿preocuparte sólo de tus asuntos? —me dijo Valek, que
hizo una pausa para tomar aliento—. Llevas en mitad de los problemas desde que
te convertiste en catadora de alimentos del Comandante, mi amor. Nunca te
alejarás.
Esperé hasta que él se limpió las lágrimas de las mejillas.
—Esto es distinto —le dije—. Entonces no me quedaba otra
opción.
—¿Y ahora sí?
—Sí. Dejaré que el Consejo se ocupe de esos Vermin y me
quedaré aparte.
—Pero sabes que no pueden vencerlos.
—No quieren que yo les ayude.
La expresión de Valek se volvió grave. Tenía un brillo duro
en la mirada.
—¿Qué ocurriría si ganaran los Vermin?
—Me quedaría contigo en Ixia.
—¿Y tus padres? ¿Leif? ¿El Hombre Luna? ¿Irys? ¿Irían
contigo? ¿Y qué ocurriría cuando esos Hechiceros de increíble poder decidieran
seguirte a Ixia? ¿Qué harías entonces? —me preguntó, mirándome fijamente—. No
puedes permitir que el miedo que sientes hacia el Hechicero de Fuego te impida…
Yo reaccioné.
—El Consejo me lo ha impedido. Ellos son quienes están en
contra de mí.
Además, yo no quería pensar en mi familia. Todos eran
adultos que podían cuidar de sí mismos. Entonces, ¿por qué tenía aquel
sentimiento de culpabilidad, tan fuerte que me encogía el corazón?
—Has dicho que había unos cuantos Consejeros de tu lado.
Cuando el Consejo oiga la confesión de Marrok esta noche, creerán tu versión
con respecto al aspirante a rey.
—¿Cómo sabes lo de Marrok?
Irys me lo había contado aquella mañana. Yo le había rogado
que me permitiera asistir al interrogatorio, pero me había dicho que la sesión
era cerrada, sólo para Consejeros.
Valek recuperó una expresión divertida.
—Los sirvientes. Su red de información es superior a la de
un cuerpo de espías profesionales —me dijo, y agregó—: Esta noche te contaré lo
que ocurra en la sesión.
—¡Gusano! Es una reunión cerrada. Sólo tú serías capaz de
infiltrarte.
—Ya me conoces, amor.
—Lo sé. Te encantan los desafíos y eres un gallito.
Él sonrió.
—Yo no lo describiría así. Se necesita un poco de confianza
en uno mismo, sobre todo en mi profesión —dijo, y se puso serio—. Y en la tuya.
Yo hice caso omiso de su comentario.
—Hablando de trabajo, hemos hecho un trato. ¿Por qué has
venido?
Él estiró los brazos por encima de la cabeza y bostezó,
fingiendo que sopesaba la respuesta.
—Valek —le advertí, dándole con el codo en las costillas—.
Dímelo.
—El Comandante me ha enviado a Sitia.
—¿A qué?
—A asesinar al Consejo sitiano.
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