miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 6

Hubo una lluvia de flechas. Tauno gritó de dolor cuando una le atravesó el hombro.
—¡A cubierto! —ordenó Marrok. Una flecha le había alcanzado en el muslo.
Nos tiramos al suelo, hacia los matorrales. El Hombre Luna arrastró a Tauno consigo. Marrok cayó al suelo. Una flecha me pasó silbando junto al oído y se clavó en el tronco de un árbol. Otra me dio en la mochila antes de que me escondiera bajo un arbusto.
Escudriñé las copas de los árboles con mi magia, pero no percibí nada.
—Hay un escudo anulador —me dijo el Hombre Luna—. La magia no sirve.
Marrok estaba en el claro, inmóvil. Las flechas continuaban volando, pero no le daban. Él miraba al cielo.
—¡Curare! —grité yo—. ¡Las flechas están impregnadas de curare!
Los que nos habían tendido la emboscada querían paralizarnos, no matarnos. Al menos, todavía no. Recordé cómo era estar completamente inmovilizado por aquella droga. Alea Daviian había querido vengarse por la muerte de su hermano, así que me había herido con curare y me había torturado.
Leif gritó desde cerca. Una flecha le había rozado la mejilla.
—¿Teobroma? —preguntó, antes de que se le paralizara la cara.
¡Claro! El teobroma de mi padre, que me había salvado de Alea. Abrí la mochila y busqué el antídoto del curare. La lluvia de flechas había disminuido, y había un ruido de ramas por encima de nosotros que significaba que nuestros atacantes estaban bajando de los árboles. Probablemente, era para poder apuntar mejor. Yo encontré algunos pedazos de teobroma y me metí uno en la boca. Rápidamente, lo mastiqué y lo tragué.
El Hombre Luna soltó una maldición, y yo salí de mi refugio y corrí hacia él. Una flecha me alcanzó en la espalda. La fuerza del impacto me tiró al suelo y el dolor me atravesó el cuerpo.
—¡Yelena!
El Hombre Luna tomó la mano que yo le tendía y me arrastró a su lado.
—Toma —le dije, jadeando, mientras el curare me anestesiaba el dolor de la espalda—. Cómete esto.
Él se comió el pedazo de teobroma sin dudarlo. Una flecha le había clavado la túnica al tronco de un árbol.
Yo perdí la sensación de las piernas.
—¿Te han dado?
Él se abrió la camisa y se examinó el costado derecho.
—No.
—Finge que sí —le susurré—. Y espera mi señal.
Él entendió rápidamente y asintió. Rompió la flecha que no le había alcanzado y se manchó con sangre de mi espalda. Se tumbó y agarró la flecha con ambas manos, poniéndosela en el estómago para que pareciera que le había atravesado el estómago. Con la mano derecha, asió la empuñadura de la cimitarra.
Los hombres se llamaron cuando llegaron al suelo de la selva. Antes de que me descubrieran, me metí la mano derecha en el bolsillo del pantalón y palpé mi puñal. El entumecimiento se me extendió por el torso, pero el Teobroma contrarrestó los efectos del curare hasta un punto en el que podía moverme limitadamente. De todos modos, me mantuve quieta, fingiendo que estaba paralizada.
—He encontrado a uno —dijo un hombre.
—Aquí hay otro.
—Yo he encontrado a otro —dijo alguien con la voz muy ronca, por encima de mí.
—Están todos. Aseguraos de que están incapacitados antes de sacarlos. Ponedlos a todos juntos en la orilla —dijo una cuarta voz.
El hombre de la voz ronca me dio una patada en las costillas. El dolor se me extendió por el pecho y el estómago. Apreté los dientes para reprimir un gruñido. Cuando me tomó por los tobillos y me arrastró sobre los arbustos y las piedras del claro de la orilla, agradecí tener curare en el cuerpo. Mitigaba el agudo dolor que sentía en la mejilla izquierda y en el oído cuando se me raspaban contra el suelo.
El curare también amortiguaba mis emociones. Sabía que debería estar aterrorizada, pero sólo sentía algo de preocupación. El aspecto más inquietante del curare era que podía anular mi magia. Aunque el teobroma lo neutralizaba, también tenía un efecto secundario: el antídoto abría la mente de una persona a la influencia mágica. Aunque yo podía valerme de la magia, ya no tenía defensa contra la magia de otro.
Marrok quedó inmóvil en el lugar donde lo depositaron sin miramientos. El sonido del arma del Hombre Luna al arrastrarse por el suelo me llegó a los oídos antes de que lo tiraran a mi lado.
—Tiene los dedos agarrados a la empuñadura de su cimitarra —dijo uno de los hombres.
—No le va a servir de nada —respondió otro.
Por sus voces, conté cinco hombres. Dos contra cinco. No estaba mal, a menos que mis piernas continuaran entumecidas. Entonces, el Hombre Luna estaría solo.
Cuando los hombres trajeron a Leif y a Tauno al claro, el líder de nuestros atacantes deshabilitó el escudo anulador. Fue como si hubieran descorrido una cortina y se me hubiera revelado lo que había detrás. Los pensamientos de los cinco hombres se abrieron para mí.
Su jefe comenzó a impartir órdenes.
—Preparad a los prisioneros para el ritual Kirakawa —dijo.
—No deberíamos darles de comer a estos prisioneros —dijo Voz Áspera—. Deberíamos usar su sangre para nosotros mismos. Deberías quedarte.
Mi mirada se cruzó con la del Hombre Luna. Teníamos que actuar pronto. Reprimí el impulso de conectarme mentalmente con el Tejedor de Historias. Su líder debía de ser un Hechicero muy fuerte para haber creado un escudo anulador tan sutil. Cabía la posibilidad de que nos oyera.
El sonido de la gravilla bajo las botas se acercó. A mí se me encogió el estómago.
—Tengo órdenes de llevarle la mujer a Jal —dijo el jefe, encima de mí—. Jal tiene planes especiales para ella.
Sin aviso previo, me arrancaron la flecha de la espalda. Yo me mordí la lengua para no gritar de dolor. El jefe se arrodilló junto a mí. Examinó la flecha, que tenía la punta manchada con mi sangre.
—Es una pena —dijo Voz Áspera—. Piensa en el poder que tendrías si tú realizaras el ritual Kirakawa sobre ella. Podrías hacerte más fuerte que Jal. Tú podrías dirigir nuestro clan.
La parte baja de mi espalda latía de dolor. El teobroma estaba surtiendo efecto. Otro minuto más y recuperaría la movilidad de las piernas.
—Es poderosa —dijo el jefe—, pero yo todavía no conozco el ritual de vinculación. Espero que, cuando se la lleve a Jal, me recompense y me permita ascender al siguiente nivel.
Me apartó los mechones de pelo de la cara y yo tuve que hacer un esfuerzo para no estremecerme al sentir sus dedos en la mejilla.
—¿Son ciertos los rumores? ¿Eres de verdad una Halladora de Almas? —me susurró. Me acarició el brazo de una forma posesiva—. Quizá pueda sacarte una taza de sangre antes de entregarte a Jal —dijo, y se llevó la mano al cuchillo que llevaba en el cinturón.
Yo me moví. Me saqué la navaja del bolsillo y rodé por el suelo. De una puñalada le abrí el estómago. Sin embargo, en vez de caerse hacia atrás de la sorpresa, se inclinó hacia delante y me rodeó el cuello con las manos.
Con la rapidez de un rayo, el Hombre Luna se puso en pie de un salto y trazó un arco mortal con su cimitarra sobre el cuerpo de Voz Áspera.
Yo luché con el líder. Con su peso, me aprisionaba los brazos. La presión que ejercía con los dedos pulgares me constreñía la garganta. Intentó conectar con mi mente, y habría tenido éxito con su ataque mágico si el curare que yo había impregnado en la punta de mi navaja no hubiera actuado con tanta velocidad y no hubiera paralizado su poder.
Había otro problema. Estaba atrapada bajo el Vermin paralizado y no podía respirar.
«Hombre Luna, ¡ayúdame!», le pedí.
«Un minuto». El sonido del entrechocar de las espadas se oía muy cerca.
«En un minuto estaré muerta. Sólo tienes que empujarlo un poco».
Entonces, en un segundo, el hombre que estaba sobre mí cayó a un lado. Yo me liberé los brazos y conseguí quitarme sus manos del cuello.
El Hombre Luna retomó su lucha. Estaba enfrentándose a tres hombres. La cabeza de otro de ellos estaba a mi lado. Encantador.
Con mi corto puñal no podía hacer frente a sus cimitarras, y mi arco estaba en la selva, junto a mi mochila. Reuní el poder y envié un ligero toque a la mente de uno de los hombres. Aliviada por que no fuera un Hechicero, le hice llegar imágenes absurdas para distraerlo.
Se apartó de la lucha con el Hombre Luna y vio cómo me aproximaba con desconcierto. Elevó la espada un segundo más tarde de lo que hubiera debido. Yo me acerqué y le rasgué el brazo con el puñal, con la esperanza de que todavía hubiera curare en la hoja. Incapaz de usar su espada, el hombre la dejó caer al suelo y se abalanzó sobre mí. Yo profundicé mi conexión mental con él y lo obligué a dormirse.
Con sólo dos atacantes, el Hombre Luna consiguió cortarles la cabeza en poco tiempo. Se acercó al hombre que dormía y alzó el arma.
—No —le dije yo—. Cuando se despierte, podemos preguntarle por Cahil.
—¿Y el otro?
—Paralizado.
El Hombre Luna hizo rodar al líder. La sangre de la herida que yo le había infligido en el estómago había formado un charco sobre las rocas. Después de tocarle el cuello y la cara, el Hombre Luna dijo:
—Ha muerto.
El corte había sido más profundo de lo que yo pensaba. Sentí una punzada de culpabilidad. Probablemente, el líder tenía más información que el otro hombre.
—Es mejor. Era un Hechicero. No habríamos conseguido nada de él, salvo problemas.
Yo miré la carnicería que nos rodeaba. Los cuerpos decapitados proyectaban sombras macabras a la luz de la luna. A mí me dolían la mejilla y la espalda. Notaba el aire de la noche, helado, en la ropa mojada. Tauno y Marrok necesitaban atención médica, y no podíamos ir a ninguna parte hasta que el efecto del curare no hubiera pasado. Y la idea de pasar la noche rodeada de cadáveres…
—Yo me ocuparé de ellos —dijo el Hombre Luna, leyéndome el pensamiento—. Y haré una hoguera. Tú cuida de los heridos. Incluida de ti.
Saqué las flechas de las heridas de Marrok y de Tauno, pero no pude asumir sus heridas. El curare que tenían en el cuerpo bloqueaba mi magia. Parecía que, bajo la influencia de aquella droga, una persona no podía hacer magia ni verse afectada por ella.
Mientras pensaba en las implicaciones de aquello, rebusqué en mi mochila hasta que encontré otros pedazos de teobroma. Se los entregué al Hombre Luna para que los derritiera al fuego y pudiéramos dárselos a nuestros compañeros. Por mi experiencia con el curare, sabía que la droga no afectaba a la capacidad de tragar, respirar y oír. Así que les dije lo que tenía planeado hacer.
Mis últimas reservas de energía se terminaron cuando curé mi propia herida. Me acurruqué en el suelo y me dormí.
Cuando me desperté, vi que el cielo estaba teñido de colores. El Hombre Luna estaba sentado, con las piernas cruzadas, junto a la hoguera, asando un estupendo pedazo de carne. A mí me rugió el estómago.
Miré a los demás. Marrok, Leif y Tauno aún estaban dormidos. El corte de Leif había sanado, pero aún tenía que curar las heridas de Marrok y Tauno. El Hombre Luna había atado de pies y manos al prisionero Daviian con lianas de la selva, aunque el Vermin continuaba inconsciente.
El Hombre Luna me hizo un gesto para que me uniera a él.
—Come antes de curarlos.
Me tendió una tajada de carne ensartada en un palo. Cuando lo olisqueé, me dijo:
—No lo analices. Está caliente y es nutritivo. Es lo único que tienes que saber.
—¿Por qué decides tú lo que debo saber? ¿Por qué no puedes limitarte a darme la información que te pido? —le pregunté con frustración.
—Eso sería demasiado fácil.
—¿Y qué tiene de malo que sea fácil? Lo entendería si el aspecto más estresante de mi vida fuera el próximo examen de Historia de Bain, pero en este caso, hay vidas en juego. Tal vez Ferde esté robándole el alma a alguien, y yo debería tener el poder necesario para detenerlo.
—¿Y qué quieres? ¿Que yo te lo diga todo? ¡Éxito instantáneo!
—Sí. Eso es exactamente lo que quiero. Por favor, dímelo.
Él se quedó pensativo.
—Cuando te estabas formando para ser la catadora del Comandante, ¿habrías sabido cuál era el sabor del veneno Mi Amor si Valek te lo hubiera descrito?
—Sí.
Era imposible confundir un sabor a manzana amarga.
—¿Y confiarías tu vida a ese conocimiento? ¿O la de otros?
Abrí la boca para responder, pero me callé. En aquel momento, no recordaba los venenos que no había probado ni olido. Sin embargo, nunca olvidaría la acidez de Mi Amor, ni el sabor a naranja pasada del Polvo de Mariposa, ni la espesura amarga del Susto Blanco.
—Estoy hablando de magia. Probar los alimentos en busca de venenos es otra cosa.
—¿De veras? —pregunté yo, y di un puñetazo en el suelo—. ¿Es que los Tejedores de Historias hacen un juramento para ser difíciles y obstinados y pesados?
Él sonrió con serenidad.
—No. Cada Tejedor de Historias elige el modo en que guía a sus pupilos. Piénsalo, Yelena. No respondes bien a las órdenes. Y ahora, come la carne antes de que se enfríe.
Contuve el deseo de tirar la comida al fuego y demostrarle al Hombre Luna que tenía razón en cuanto a mi incapacidad de aceptar órdenes, mordí un buen bocado.
La carne estaba sazonada con pimienta y tenía sabor a pato. El Hombre Luna me dio dos pedazos más antes de dejar que volviera junto a los hombres dormidos y los curara. Después, muy cansada, me quedé durmiendo junto al fuego.
Cuando todo el mundo se despertó y se reunió alrededor de la hoguera, hablamos de nuestro siguiente movimiento.
—¿Crees que van a hacer más emboscadas en la selva? ¿Dejarán a más Hechiceros en nuestro camino? —le pregunté al Hombre Luna.
—Es posible. Nuestros espías han determinado que los Vermin tienen unos diez Hechiceros, ahora, ocho. Dos de ellos son muy poderosos, y el resto tienen habilidades variadas.
—El líder de la emboscada tenía suficiente magia como para crear un escudo anulador.
—Sí —dijo el Hombre Luna—. Eso es alarmante. Quiere decir que quizá lleven un tiempo llevando a cabo el ritual Kirakawa.
—¿Qué es el ritual Kirakawa? —preguntó Leif.
—Es un ritual antiguo. Tiene muchos pasos y ritos. Cuando se hace correctamente, transfiere la energía vital de una persona a otra. Todos los seres vivos tienen la capacidad de usar la magia, pero la mayoría no pueden conectar con la fuente de poder. Una persona que lleve a cabo el Kirakawa incrementará su poder mágico o conseguirá la habilidad de conectarse con la fuente de poder, y por lo tanto, se convertirá en un Hechicero. Su líder mencionó niveles y un rito de vinculación. Probablemente están usando el ritual para concederles a ciertos miembros habilidades mágicas, y aumentar ciertos poderes de los Hechiceros. Su líder no querrá que todos los miembros del clan sean igual de poderosos.
—¿Y en qué se diferencia el Kirakawa del ritual Efe que usó Ferde? —preguntó Leif, frotándose el corte de la mejilla.
—El ritual Efe vincula el alma de una persona a la del que lo lleva a cabo, y aumenta su poder. Aunque se necesita sangre, no es el medio que contiene el poder en Efe. Es el alma la que lleva el poder. Y la persona que lleva a cabo el ritual ha de ser un mago.
—Parece que cualquiera puede usar este Kirakawa para ganar poder —dijo Leif.
—Si conocen los pasos apropiados, sí. Con el Kirakawa, el alma de la víctima queda atrapada en sangre. Es truculento. A la víctima se le abre el estómago y se le saca el corazón mientras está con vida. El Kirakawa es más complejo que el ritual Efe.
—¿Puede un mago usar Efe? ¿O sólo el Ladrón de Almas? —pregunté.
—Un Hallador de Almas puede, pero nadie más. ¿Es suficiente respuesta para ti, Yelena?
Yo no me digné a responder a su comentario. En vez de eso, le pregunté por Mogkan, el hermano de Alea. En Ixia, él había capturado a treinta personas y los había convertido en esclavos sin voluntad para poder absorber su poder. Valek y yo le habíamos impedido, finalmente, hacerse con el control de Ixia, lo que explicaba el deseo de venganza de Alea.
—Mogkan los torturó tanto física como mentalmente hasta que ya no podían soportar nada de lo que les rodeaba. Se retiraron dentro de sí mismos y se convirtieron en un conducto que él explotaba. Su magia permaneció en sus cuerpos.
Las implicaciones de las diferentes maneras que tenía la gente de abusar del poder se me sucedieron en la cabeza.
—Volviendo al Kirakawa. Si los Vermin llevan un tiempo llevándolo a cabo, entonces puede que tengan más de ocho Hechiceros.
El Hombre Luna asintió.
—Muchos más.
Sentí un estremecimiento de paranoia. Convencida de que nos rodeaban los Hechiceros, mi deseo de devolver a mis amigos a la seguridad de la planicie me presionó entre los omóplatos.

Sin embargo, si los Daviian querían encontrar más víctimas para su ritual, el clan Zaltana estaba lleno de gente y magos. Si los Hechiceros usaban un escudo anulador, el clan no tendría forma de saber que se acercaban. El miedo me encogió el estómago cuando las imágenes de mi madre y mi padre mutilados me llenaron la mente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario