—Hubo una reunión del clan —dijo Perl entre sollozos—. Un
par de exploradores se habían perdido, y él fue a buscarlos.
—¿Unos exploradores que se pierden?
Ella sonrió entre las lágrimas.
—Algunos de los nuevos sí se pierden. Esau siempre los
encuentra. Nadie conoce la selva tan bien como él.
—Quizá uno de los exploradores se haya herido —dije yo, con
la esperanza de que se relajara, y para dejar de imaginarme a mi padre como
víctima de un ritual Kirakawa—. ¿Por qué lo esperabais ayer?
—Por la reunión del clan. Las criaturas de la selva han estado
muy inquietas, y no sabemos por qué. Al no aparecer los dos exploradores, el
clan decidió que todo el mundo debía permanecer cerca del pueblo. Cada noche
nos reunimos en la sala común para asegurarnos de que todo el mundo está bien.
Se suponía que Esau sólo iba a estar fuera durante unas horas —me dijo,
mientras las lágrimas le caían por las mejillas.
Su semblante reflejaba horas de preocupación y miedo. Su
largo pelo tenía más gris que negro. No podía dejarla sola, pero necesitaba más
información.
—Tengo que hablar con los ancianos —dije—. Puedes venir sólo
si me prometes que no te vas a disgustar mucho.
Ella asintió, pero tenía una mirada de incertidumbre. Sin
embargo, al instante se irguió.
—Espera —me dijo, y fue hacia el ascensor.
Mientras la veía tirar de las cuerdas y ascender al segundo
piso de la casa en el ascensor de poleas que había inventado mi padre y que
había fabricado con lianas de la selva, sentí un terrible miedo por Esau.
Cuando volvió a bajar, vi que mi madre se había lavado la
cara con agua fresca y se había recogido el pelo en una coleta. También se
había puesto un amuleto de fuego que yo le había regalado al cuello.
—Para que me dé fuerzas —dijo, y me miró. En aquella
ocasión, en sus ojos había determinación—. Vamos.
Quizá el nombre de nuestro clan fuera Zaltana, pero nuestro
apellido familiar era Liana, que significaba enredadera en la lengua antigua de
los Illiais. Aquellas lianas crecían por todas partes en la selva, y trepaban
por los árboles en busca del sol. Cuando se cortaban y se dejaban secar, se
endurecían como la roca.
Al ver la firmeza de mi madre, supe que había llegado al
punto en el que ya no se dejaría llevar por sus emociones, sino que haría todo
lo necesario para ayudar a encontrar a su marido.
La sala común era la zona más grande del pueblo. Allí cabía
todo el clan, y en el centro había una gran chimenea. A su alrededor había
bancos de ramas y lianas. Olía a muchos perfumes. Cuando yo había conocido
aquella sala, todo el clan estaba reunido para recibirme con una mezcla de
esperanza, alegría y desconfianza. Mis esperanzas de tener una reunión
tranquila se disiparon cuando mi hermano declaró ante todos que yo apestaba a
sangre.
Chestnut me sacó de mi ensimismamiento al presentarme a los
ancianos del clan.
—Oran Cinchona Zaltana y Violet Rambutan Zaltana.
Me hicieron una reverencia al estilo formal de Sitia. Sus
rostros oscuros estaban fruncidos de preocupación. Aquellos dos trataban los
problemas del día a día mientras nuestro líder, Bavol, estaba en Citadel. El
hecho de que hubieran desaparecido dos exploradores y hubieran aparecido unos
visitantes inesperados eran demasiados problemas juntos.
—Tus amigos han llegado a la escalera de la palmera —me dijo
Violet—. Cuando suban, los acompañarán hasta aquí —añadió con una sonrisa
ligera.
Me sentí aliviada al saber que habían llegado sanos y
salvos. Cuando llegaron a la sala común, yo sentía mi deseo de acción cada vez
más intenso, amenazando con explotar. Puse al día a los ancianos del clan sobre
lo que sabía, pero la única información que añadieron Oran y Violet fue la
dirección en que habían partido los dos exploradores. Uno, al sur, el otro, al
este. Esau había ido primero al este para buscarlos.
—Tienen que ser los Daviian —dije yo—. Tenemos que
rescatarlos antes de que puedan hacer algo del ritual Kirakawa.
—Vamos —dijo Leif, alzando el machete con una mirada fiera.
—No sabéis con certeza si los Vermin tienen a vuestro padre
—dijo el Hombre Luna—. Ni dónde están. Ni cuántos Hechiceros hay. Ni lo bien
defendidos que pueden estar.
—Está bien, señor lógico. ¿Cómo propones que consigamos esa
información? —le pregunté.
—Marrok y Tauno buscarán pistas y nos informarán.
—¿Hacia dónde?
—Hacia el este.
—¿Para que caigan en la misma emboscada que mi padre? Los
atraparán y los matarán —repliqué yo—. Es demasiado arriesgado enviar a gente
allí. A menos que… —de repente, tuve una idea. Si los Daviian estaban
escondidos tras un escudo anulador, ninguna magia podía alcanzarlos, pero sí
podíamos saber dónde estaban mediante los sentidos, mediante la luz y el
sonido.
—¿A menos que qué? —me preguntó Leif.
—A menos que pudiéramos conseguir una perspectiva a vista de
pájaro. Podría vincularme a un pájaro de la selva y ver a través de sus ojos.
—Pero no verás mucho durante el día —dijo el Hombre Luna—.
Seguro que los Vermin están bien camuflados. Por la noche, necesitarán una
pequeña hoguera y la luna para llevar a cabo el primer paso del ritual
Kirakawa.
Yo sentí una oleada de frío miedo.
—La luna salió anoche.
—Demasiado pronto. Necesitan tiempo para prepararse
adecuadamente.
—¿Y puede un pájaro ver de noche? —intervino Leif.
—Habrá luz de la hoguera —dijo Marrok.
—Murciélagos —dije yo.
Tauno me miró con desconcierto.
—¿Dónde?
—Me vincularé con los murciélagos para encontrar a los
Vermin. Su fuego atraerá a los insectos, y los murciélagos comen insectos.
—¿Y podemos permitirnos el hecho de esperar a que anochezca?
—inquirió Leif—. ¿Y si Yelena no los encuentra a través de los murciélagos?
Entonces habremos perdido un tiempo precioso para buscar a nuestro padre.
—Yelena los encontrará —dijo mi madre.
Había cumplido su promesa y estaba controlando sus emociones
durante la conversación. Su confianza en mí era reconfortante, pero de todos
modos, yo estaba muy preocupada. Había tres vidas en juego.
—Está bien. Encontremos a los Vermin y determinemos cuál es
su fuerza. Todo el mundo debería comer y descansar. Puede que sea una noche muy
larga.
Leif y yo fuimos con nuestra madre a casa. Allí comimos y
tomamos té, aunque yo tragaba los alimentos sin notar su sabor. Después, la
fatiga me venció y me quedé dormida en el sofá. Tuve pesadillas de serpientes
que me estrujaban el cuerpo mientras me siseaban al oído.
—…despiértate. Está oscureciendo —me susurró Leif.
Yo parpadeé. Perl también estaba dormida en una de las
butacas. El Hombre Luna estaba junto a la puerta de la casa.
Yo desperté a mi madre.
—¿Puedes ir en busca de los ancianos del clan? Tenemos que
hacer planes para cuando haya encontrado a Esau.
Ella salió apresuradamente por la puerta.
—¿Adónde quieres ir? —me preguntó Leif.
—Arriba, a mi antigua habitación —respondí, y me dirigí
hacia el ascensor.
Leif y el Hombre Luna me siguieron, y los tres subimos al
piso superior.
Unos años después de mi secuestro, Esau había comenzado a
usar mi cuarto como almacén. Después de catorce años de recoger y catalogar
muestras de la selva, la habitación estaba llena de estanterías, y las
estanterías atestadas de frascos de todas las formas y tamaños. Los únicos
lugares libres eran una pequeña cama y un escritorio de madera.
Quería concentrar toda mi energía en conectarme con los
murciélagos, así que me tumbé en la camita.
—Intentad evitar cualquier distracción para mí y manteneos
listos para ayudar.
Leif y el Hombre Luna asintieron. Ambos tenían suficiente
energía mágica como para que yo tomara de su fuerza si lo necesitaba. Proyecté
mi conciencia hacia la boca de la cueva. Los murciélagos estaban saliendo de su
guarida para buscar alimento.
Yo volé con ellos, flotando de un animal a otro, intentando
entender mi situación en la selva. Era una vista de pájaro sin colores, sólo
formas, tamaños y movimiento. Con mi mente de murciélago, los árboles y las
rocas no eran visuales, sino sonoros. Esperé y vigilé hasta que uno de ellos
encontró una pequeña fogata. Me concentré con todas mis fuerzas mientras el
murciélago bajaba y se acercaba al aire caliente que emanaba de la hoguera,
atrapando a los insectos que danzaban sobre la luz.
Evitando instintivamente a las criaturas que había debajo,
el murciélago se mantuvo alto en el aire. Yo usé los sentidos del murciélago
para determinar el número de Vermin que había en el campamento: tres alrededor
del fuego, dos subidos a los árboles y cuatro haciendo guardia alrededor de las
tiendas. Junto a una de las tiendas había tres formas inmóviles. Alarmada, me
concentré en ellas hasta que sentí que sus pechos subían y bajaban.
Cuando tuve la situación exacta del campamento Vermin en la
mente, me retiré de la conciencia del murciélago.
—Hay nueve —les dije a Leif y al Hombre Luna—. No sé cuántos
de ellos son Hechiceros.
—Deberíamos tener suficientes magos Zaltana como para
vencerlos —dijo Leif—. Si pudiéramos sorprenderlos, tendríamos ventaja.
¿Podrías formar un escudo anulador? —le pidió al Hombre Luna.
—No. Ésa no es una de mis habilidades.
Yo me incorporé, pensando en lo que había dicho Leif. Si
atacábamos con un grupo grande, los Vermin sabrían que nos acercábamos.
Entonces escaparían y se esconderían de nuevo, o quizá se enfrentaran a nosotros.
De cualquiera de las dos formas tendrían tiempo para matar a sus prisioneros.
El elemento sorpresa era clave, pero, ¿cómo podríamos conseguirlo?
—¿No puede Tauno disparar a los guardias con flechas
impregnadas de curare para inmovilizarlos? —preguntó Leif—. O quizá pudiéramos
dispararles dardos con cerbatanas…
—Demasiados árboles —dijo el Hombre Luna.
—Sería difícil hacer blanco, en la oscuridad —convine yo—.
Podríamos acercarnos y apuñalarlos.
—¿Y los guardias de los árboles? Acercarnos sin que se den
cuenta es algo muy difícil, casi imposible —dijo Leif.
Si yo fuera capaz de controlar a los murciélagos, podría
usarlos como distracción. Necesitábamos algo que causara un revuelo en el
campamento. Seguí la lógica y encontré una solución.
Leif, al ver mi expresión, sonrió.
—¿Qué estás tramando, hermanita?
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