jueves, 5 de septiembre de 2013

Capítulo 12

Yo me puse en pie de un salto y corrí hacia el Hombre Luna. Le puse mi capa sobre los hombros y compartí mi energía con él.
—¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde están los demás? —le pregunté.
—Todo el mundo está bien. Te lo explicaré más tarde —dijo, y tiró del borde de mi capa hacia la cara.
—¿De veras? ¿O me darás algunos detalles vagos al típico estilo del Tejedor de Historias?
Él respondió con un suave ronquido.
Yo reprimí el deseo de infundirle más poder y despertarlo. Dormir era la mejor manera de que el Hombre Luna recuperara las fuerzas después de usar la magia. Por desgracia, yo no podía conciliar el sueño. Tomé una manta de las alforjas de Leif y tapé al Hombre Luna. Mi capa no parecía abrigo suficiente para él aquella noche fría. Pese a mi renuencia, eché varios troncos a la hoguera y avivé el fuego.
Mientras miraba la danza de las llamas, me pregunté qué otras sorpresas me esperaban. Las respuestas se revelarían a su tiempo, pero mi capacidad para enfrentarme a ellas permanecía incierta.
Ni siquiera los gritos de los vendedores y las voces de los compradores del concurrido mercado despertaron al Hombre Luna hasta que el sol llegó a lo más alto del cielo. Cuando el Tejedor de Historias terminó la comida que le había preparado Leif, mi impaciencia se había multiplicado.
—Cuéntanoslo todo —le pregunté antes de que pudiera tragar el último bocado.
Él sonrió ante mi agitación. Aún tenía una expresión de cansancio, pero los ojos le brillaron de diversión.
—Después de que Leif y tú distrajerais al Hechicero de Fuego, perseguimos a los Vermin a través de la selva. Y los habríamos atrapado si tú no hubieras necesitado mi ayuda —me dijo, con una mirada significativa—. ¿Cómo está el explorador?
—Vivo y coleando —dije yo.
—¿Ha vuelto a ser él mismo?
Yo titubeé, pero no quise dejar que el Hombre Luna cambiara de tema.
—Está bien. Continúa con tu historia.
—Al ayudarte, consumí toda mi energía y tuve que descansar durante un rato —dijo el Hombre Luna—. Marrok persiguió a los Vermin hasta el Mercado Illiais y después, al norte, hasta la ciudad de Booruby. Es una ciudad muy populosa, y perdimos el rastro de los Vermin. Demasiada gente —dijo, y se estremeció.
Booruby era una ciudad que estaba en las tierras del clan Cowan, al borde de la planicie; demasiado lejana como para que mi magia la alcanzara.
—¿Dónde están los demás? —le preguntó Leif.
—Nos alojamos en una de las posadas. Dejé a Tauno y a Marrok allí, para que reunieran información sobre los Daviian mientras yo me reunía contigo.
Leif miró a su alrededor por el campamento.
—¿Cómo, exactamente, has llegado aquí?
El Hombre Luna sonrió.
—Un poder secreto de Tejedor de Historias.
—Has usado la luz de la luna —le dije.
Él sonrió con aprobación.
—Vine a través del mundo de las sombras. La luna revela el mundo de las sombras y permite acceder a él.
—¿Es así como me mostraste la historia de mi vida? —le pregunté, recordando la planicie oscura que él había transformado en visiones de mi infancia.
—Sí. Es un lugar donde desenmaraño los hilos de las historias para ayudar a los otros a aprender de su pasado y a tejer su futuro.
—¿Es un lugar físico?
Yo había estado dos veces allí. La segunda vez, el Hombre Luna nos había llevado allí a Leif y a mí para desentrañar los nudos de hostilidad e ira que teníamos el uno hacia el otro. Cada vez, sin embargo, yo me había sentido intangible, como si mi cuerpo se hubiera vuelto de humo.
—Existe en las sombras de nuestro mundo.
—¿Puede alguien con poderes mágicos entrar en el mundo de las sombras?
—Hasta el momento, sólo los Tejedores de Historias tienen esa capacidad. Pero estoy esperando a ver si hay otro que sea lo suficientemente valiente como para reclamar ese don —dijo, y me miró a los ojos. Yo vi un asomo de sombras en ellos, y aparté la vista.
Leif rompió el silencio y dijo:
—Hayas llegado como hayas llegado, todavía tienes que trabajar tu forma de transporte. Quizá la próxima vez traigas algo de ropa puesta.
Leif y yo le compramos al Hombre Luna una túnica de color marrón y unos pantalones, y compramos provisiones para el viaje. Preparamos las alforjas y a los caballos. El Hombre Luna montaría a Garnet hasta que llegáramos a Booruby.
Fuimos al norte, y durante el camino, yo iba pensando en el hecho de que habíamos perdido a los Vermin, y preocupándome de qué dirección habrían tomado Ferde y Cahil. ¿Habrían vuelto a las planicies, o se habrían involucrado en otro plan para conseguir poder?
Ferde había secuestrado a Tula de su hogar en Booruby. Era la única de sus víctimas a la que habían encontrado con vida, y la habían enviado a la Fortaleza. Yo había sanado su cuerpo y había encontrado su alma, pero había perdido ambas cosas ante Ferde. La culpabilidad me hizo un nudo en la garganta. La libertad de aquel hechicero me roía el corazón.
Yo agarré con fuerza las riendas, y Kiki relinchó al sentir mi agitación.
«Lo siento», dije, y me relajé. «Estaba pensando en Ferde y Cahil».
«Al Hombre Menta le gustan las manzanas», me dijo Kiki, refiriéndose a Cahil.
«¿Por qué dices eso?», le pregunté yo. Sabía que a Kiki le encantaban las manzanas.
«Él es manzana negra. Nadie la quiere».
Vi una imagen de manzanas podridas en el suelo.
«Malo. Pero viene algo bueno».
Kiki pensó en cómo las semillas que había dentro echaban raíces y se convertían en árboles después de que la manzana se pudriera.
«¿Me estás diciendo que puede venir algo bueno del Hombre Menta? ¿O que si muere, su muerte sería algo beneficioso?».
«Sí».
¿Un consejo críptico de caballo? Bien, ya sabía que podía morir feliz. Lo había escuchado.
Dos días después llegamos a Booruby. Las afueras de la ciudad estaban delimitadas por casas de madera y de piedra. La espesura del bosque fue disminuyendo, y el aire limpio se fue llenando de humo, polvo de carbón y serrín a medida que nos acercábamos a la calle principal. Nos asaltaron los olores de la basura mezclada con desechos humanos. La gente iba de un lado a otro afanosamente y las calles estaban atestadas de carretas llenas de género. Entre los talleres y las oficinas había tiendas y puestos de venta.
La expresión de alarma del Hombre Luna demostraba su incomodidad mientras maniobrábamos con los caballos por las vías abarrotadas. Él nos condujo hasta la Posada de los Tres Fantasmas. Era una casa de piedra de cuatro alturas, estrecha, que tenía un estrecho callejón. Por allí condujimos a los caballos a un establo vacío lo suficientemente grande como para albergar seis animales.
Después entramos en una zona común. Había mesas de madera con bancos largos alineados contra la pared, y una chimenea encendida. Sin embargo, la sala estaba vacía.
La posadera, una mujer de pelo gris recogido en un moño se acercó sonriendo cuando vio al Hombre Luna. Él nos presentó a la señora Floranne, que, mientras se frotaba las manos en el mandil antes de saludarnos, nos observó con una expresión inteligente en sus brillantes ojos azules.
Ella nos asignó una habitación a Leif y a mí y, mientras nos instalábamos, el Hombre Luna fue a la que había ocupado con Tauno, para ver si le había dejado alguna nota. Al momento volvió; no había encontrado nada.
Salimos de la posada y vagamos por las calles. Yo usé la magia en diferentes lugares para buscar algún rastro de los Vermin, pero había demasiada gente alrededor; sus emociones y sus pensamientos me abrumaban y tuve que bloquearlos. Leif también se sentía inundado de olores. Seguimos buscando por la ciudad y escuchando con atención cualquier retazo de información.
Un brillo atrajo mi mirada. En un escaparate había expuestas filas y filas de animales de cristal. Me recordaron a Tula. Ella fabricaba animales de cristal en la fábrica de su familia. ¿Habría creado aquellas piezas? ¿Era aquélla la tienda de su familia?
En aquel momento, apareció por la calle una mujer que llevaba un pequeño cajón de embalaje en el brazo. Llevaba el pelo cubierto con un pañuelo blanco, y aunque tenía el rostro y las manos cubiertas de hollín, reconocí la espléndida sonrisa de Opal y no pude resistirme a darle un abrazo.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó.
—Tengo negocios —dije yo. Antes de que pudiera preguntarme qué negocios eran, yo proseguí—: ¿Es ésta la tienda de tu familia?
—Oh, no. Nuestra fábrica está al este de la ciudad, casi en la planicie. Vendemos el cristal a algunas tiendas de Booruby. ¡Tienes que venir a visitarnos! Es decir, si quieres… —susurró, y apartó la mirada—. Después de lo que hice… —después me miró con intensidad y dijo—: Deja que te compense. Tienes que venir de visita.
—No hiciste nada malo —respondí yo con convicción—. No tienes que compensarme.
—¡Pero si te pinché con curare!
—Alea te obligó. Y debo admitir que fue un buen truco —dije. Yo había creído que Opal estaba libre, que el peligro había terminado. Un error casi fatal.
—Pero…
—No puedes permitir que el pasado estropee tu futuro. Olvidémoslo y comencemos de nuevo.
Opal asintió. Yo le presenté al Hombre Luna y a Leif, y ella nos invitó a cenar con su familia aquella noche. Leif y yo aceptamos la invitación, pero el Hombre Luna dijo que prefería ir a la posada a esperar a que volvieran Tauno y Marrok.
Después, me miró con las cejas arqueadas y me hizo una señal. Yo abrí mi mente.
«Quizá su familia tenga información sobre los Vermin. Pregúntales».
«Sí, señor», respondí.
Él me sonrió antes de marcharse. Opal se apresuró a entrar en la tienda para terminar sus entregas. Mientras Leif y yo la esperábamos, los dos examinamos las figuras de cristal que había en el escaparate. Leif se unió a mí, y ambos hicimos un comentario sobre los preciosos colores de las figuras. Irradiaban una luz increíble, como si tuvieran fuego atrapado en el núcleo.
Cuando llegamos a casa de Opal, sus padres nos saludaron con amabilidad. Su casa y la fábrica de cristales estaban al límite de la ciudad, rodeadas por la Llanuras de Avibian por tres costados. La situación explicaba por qué Ferde había elegido a Tula. Tula estaba en los hornos de noche, a solas, cumpliendo su turno para mantenerlos encendidos. No había nadie que pudiera evitar su secuestro.
Opal nos enseñó el negocio de la familia y nos presentó a su hermana Mara y a su hermano menor, Ahir. Después, todos nos sentamos a tomar un delicioso estofado de carne servido en una rebanada de pan.
Leif se sentó junto a Mara y flirteó con ella. Incluso fue con la muchacha a la cocina a la hora de fregar. No podía culpársele; Mara tenía una preciosa melena de brillantes rizos castaños, y unos ojos marrones muy grandes. Escuchaba las historias de Leif con embeleso.
Mientras los demás retiraban los platos de la mesa, el padre de Opal, Jaymes, me contó anécdotas divertidas de su negocio y su familia. Cuando terminó, yo le pregunté por las últimas noticias de Booruby.
—Los ancianos del clan Cowan siempre están hablando de los árboles que hay que cortar, y ahora quieren comenzar a gravar la arena que importo para hacer el cristal —dijo—. Y los rumores sobre los demás clanes siempre son algo muy apreciado en la ciudad. Este año se trata de los Daviian. Todo el mundo está preocupado por su causa, pero los magos tienen al asesino de Tula en la cárcel, y estoy seguro de que los Sandseed se ocuparán de lo demás. Siempre lo hacen.
Yo estaba de acuerdo, pero me concentré en el hecho de que pensara que Ferde todavía estaba encerrado. Eso no era bueno. ¿Por qué no había informado el Consejo a la gente? Probablemente, para evitar asustarlos. Ferde aún estaba débil, y ellos creían que ya estaría de nuevo en una celda en aquel momento. ¿Debería decírselo a Jaymes? Tenía otras dos hijas. Y la gente debería saber lo que era el ritual Kirakawa. Podrían ayudar a encontrar a los Vermin y podrían proteger a sus familias. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que se dejaran dominar por el pánico y entorpecieran nuestros esfuerzos.
Era una elección difícil para mí sola. En aquel momento, comprendí lo beneficioso que era tener un Consejo que votara los asuntos importantes. Ningún miembro podía ser responsable de una sentencia fallida.
Yo no quise tomar una decisión, así que le pregunté si sus hijos todavía trabajaban a solas de noche.
—No, no. Yo hago el turno de noche entero. Hemos aprendido la lección, y no volverán a tomarnos desprevenidos.
—Bien. Manténganse alerta. Los líderes del clan Cowan tienen razón en preocuparse por los Daviian.
Opal volvió de la cocina y me tomó de la mano para enseñarme la casa. En su habitación, el aire olía a madreselva. Había una pequeña balda llena de animales de cristal. Las figuras eran muy reales, pero no tenían fuego en el interior, como las que Leif y yo habíamos visto en el escaparate de la tienda.
—Las hizo Tula. Son demasiado preciosas como para desprenderse de ellas —me explicó Opal con tristeza—. Yo he intentado copiarla, pero a mí me salen diferentes. Sólo he vendido unas cuantas —dijo, y se encogió de hombros.
—Tú hiciste las que había en la tienda, ¿verdad?
—Sí.
—Opal, son maravillosas. ¿Cómo consigues que brillen?
Ella se apretó las manos contra el corazón, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.
—¿Ves la luz?
—Claro. ¿Es que no la ve todo el mundo?
—¡No! —exclamó ella—. Sólo la veo yo. ¡Y ahora tú también! —dijo, y se puso muy alegre.
—Y Leif. Él también la vio.
—¿De verdad? Qué raro. Nadie de mi familia ni mis amigos ve la luz interior de las figuras. Todos piensan que soy tonta, pero me siguen la corriente.
—¿Cómo las haces?
Ella me explicó el proceso del soplado del vidrio. Me dio muchos detalles, más de los que necesitaba, pero entendí lo básico. La pieza brillaba mientras estaba caliente, pero Opal conseguía que dentro permaneciera una chispa incluso cuando se había apagado el calor del vidrio.
Yo me quedé pensando durante un momento.
—Finalmente, toda la pieza se enfría, ¿verdad? —le pregunté—. Entonces, ¿qué es lo que provoca el brillo?
Ella hizo un gesto de frustración con las manos.
—No lo sé. Pongo todo mi corazón en estas piezas.
La respuesta apareció en mi mente.
—Magia.
—No. La Maestra Jewelrose me ha examinado. No tenía el poder necesario para quedarme en la Fortaleza.
Yo sonreí.
—Debería examinarte de nuevo. Tienes poder suficiente como para capturar el fuego dentro de tus figuritas.
—¿Y por qué no lo ve nadie más?
—Quizá para verlo, una persona necesite tener habilidades mágicas —teoricé yo—. Si es así, tienes que vender tus obras en el mercado de Citadel, donde hay muchos magos.
Ella apretó los labios, pensativamente.
—Evidentemente, no conozco a los suficientes magos. ¿Podrías llevarte una de mis figuras allí para averiguar si tu teoría es cierta?
—Claro que sí.
Opal me dio las gracias alegremente y salió corriendo de la habitación. El aire fresco de la noche me recordó que teníamos que volver a la posada. Les agradecí a los padres de Opal la invitación, y ellos me dijeron que Leif había ido con Mara al taller.
Opal también estaba allí. Ella me entregó un paquete con varias capas de tela para proteger el cristal.
—Ábrelo más tarde —dijo—. Tenía otra cosa en mente para ti, pero ésta… me llamó. Es una locura, lo sé.
—He oído cosas más raras. Te escribiré una carta cuando vuelva a la Fortaleza y te contaré cómo ha ido el experimento —le dije. Metí con cuidado la figurilla de Opal en mi mochila; después me colgué la bolsa de la espalda—. ¿Sabes dónde está Leif? —le pregunté.
Ella se sonrojó.
—Creo que le gusta Mara. Están en la habitación de mezclas. Se supone que mi hermana está midiendo la arena para fundir.
Yo pasé por entre los hornos, bancos de trabajo y barriles de materiales. Al asomarme por la puerta de la habitación trasera, vi que había una mesa llena con cuencos de mezclar pegada a la pared del fondo. Leif y Mara estaban inclinados sobre un gran cuenco, pero en vez de mirar a la mezcla, se estaban mirando el uno al otro.
Me detuve antes de interrumpirlos. Mara tenía las manos recubiertas de arena, y Leif tenía granos en el pelo. Mi hermano parecía más joven, y le brillaba el rostro de alegría.
Di unos pasos atrás y me aparté de la puerta. Llamé a mi hermano lo suficientemente alto como para que me oyera por encima del ruido de los hornos. Cuando volví a la puerta, él se había alejado de Mara y la arena le había desaparecido del pelo.
—Se está haciendo tarde. Tenemos que volver a la pensión.
Leif asintió pero no se movió. Yo entendí lo que quería decirme y me marché. Fuera del taller corría una fuerte brisa que arrastraba las nubes. Los rayos de la luna se derramaban desde el cielo entre ellas. Cuando Leif salió, los dos nos pusimos de camino a la posada.
Él estaba muy callado.
—¿Quieres hablar de ello? —le pregunté.
—No.
Después de un rato, él preguntó:
—¿Jaymes te ha contado algo sobre los Vermin?
—La ciudad entera está preocupada por ellos, pero no hay información sobre dónde pueden estar. ¿Le has hablado tú a Mara sobre la fuga de Ferde?
—No. Sólo le dije que tuviera mucho cuidado.
Él caminó durante un rato en silencio. El aire me atravesó la camisa, y me arrepentí de no haber llevado la capa. Booruby estaba al límite de la zona de temperatura extrema, y tenía días cálidos seguidos de noches muy frías.
—Me gusta —dijo Leif—. Nunca me había gustado nadie. Estaba demasiado ocupado preocupándome por ti como para preocuparme por otra. No pude mantenerte a salvo. No levanté un dedo para ayudarte. Encontrarte se convirtió en algo más importante que mi propia vida.
—Leif, tenías ocho años y te habrían matado si hubieras intentado impedir a Mogkan que me secuestrara. Hiciste lo correcto.
—Morir habría sido más fácil. Sin culpabilidad, sin preocupaciones, sin miedo. Querer a alguien es terrible y maravilloso. No sé si tengo la fuerza necesaria para querer a otro. ¿Cómo te enfrentas tú a eso?
—Me concentro en las partes maravillosas y sufro con lo malo, sabiendo que finalmente terminará.
—¿Te gustó Valek en cuanto lo viste?
—No. Al principio, nuestra relación fue sólo de trabajo.
La primera vez que yo había visto a Valek me había ofrecido ir a la horca o convertirme en la catadora de alimentos del Comandante. Mi familia sabía que yo era la catadora del Comandante, pero no sabían por qué. Algún día tendría que hablarles de aquella etapa de mi vida.
—¿Cuándo cambiaron tus sentimientos?
Aquélla era una pregunta difícil.
—Supongo que la primera vez que me salvó la vida.
Le conté a Leif lo que había ocurrido en el festival del fuego de Ixia. Irys había contratado a cuatro matones para que me asesinaran, porque mi magia descontrolada podía inflamarse y destruir la fuente de poder.
—Entonces, cuando conociste a la Maestra Jewelrose, ¿intentó matarte? Y antes me has contado que Valek intentó matarte dos veces. Vaya, Yelena, no se te da muy bien la gente, ¿no?
—Eran otras circunstancias —dije yo, defendiéndome.
—Todo parece muy complicado. No debería relacionarme con Mara.
—Eso sería el camino fácil. Seguro, pero aburrido. ¿Por qué te gusta?
—Huele como la selva en un día perfecto. Es un ligero aroma de la flor de Ylang-Ylang mezclado con el olor de las hojas, y un poco de tierra húmeda. Es una esencia que hace que te sientas en paz —dijo Leif, y respiró profundamente—. Tiene un alma suave, contenta.
—Entonces, puede que merezca la pena esforzarse. Puede que haya muchos días lluviosos, pero los días perfectos harán que te olvides de la lluvia.
—¿Lo dices por experiencia?
—Sí.
Cuando llegamos a la Posada de los Tres Fantasmas y entramos a la sala común, nos encontramos al Hombre Luna y a Tauno sentados en una de las mesas. La sala estaba abarrotada de clientes.
Tauno se llevó un trapo con manchas de sangre a la sien. También le sangraba el labio.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunté—. ¿Dónde está Marrok?
Tauno tenía una expresión sombría. Miró al Hombre Luna como si estuviera pidiéndole permiso para hablar.
—Encontramos a los Vermin —dijo por fin—. O debería decir que ellos nos encontraron a nosotros. Eran un grupo de cinco soldados con el Ladrón de Almas y Cahil. Nos rodearon, nos metieron en un edificio y amenazaron con matarnos. Cahil se llevó aparte a Marrok y tuvieron una conversación privada. Se rieron y se marcharon juntos, como si fueran grandes amigos —explicó Tauno, que se llevó la mano a las costillas y se encogió de dolor—. Los otros me atacaron, y no recuerdo nada más.
—¿Cuándo ha ocurrido esto?
—Esta mañana.
—Me alegro de que esté vivo, pero no sé por qué no lo han matado —dijo el Hombre Luna.
Yo reflexioné un instante y dije:
—Llevarse un prisionero por las calles atestadas de gente sería difícil. Y si esperaban a la noche para llevar a cabo el ritual de Kirakawa con él se arriesgaban a que los descubrieran.
—Entonces, ¿por qué no lo han matado? —preguntó el Hombre Luna.
—Porque quieren que sepamos que tienen a Marrok —dijo Leif.
—¿Un rehén? —preguntó el Hombre Luna.

—No. Marrok se marchó con Cahil. Ellos están haciendo alarde de que Marrok se ha pasado a su bando —dije yo—. Y ahora, saben todo lo que nosotros sabemos. Incluyendo dónde estamos ahora.

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