—¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde están los demás? —le
pregunté.
—Todo el mundo está bien. Te lo explicaré más tarde —dijo, y
tiró del borde de mi capa hacia la cara.
—¿De veras? ¿O me darás algunos detalles vagos al típico
estilo del Tejedor de Historias?
Él respondió con un suave ronquido.
Yo reprimí el deseo de infundirle más poder y despertarlo. Dormir
era la mejor manera de que el Hombre Luna recuperara las fuerzas después de
usar la magia. Por desgracia, yo no podía conciliar el sueño. Tomé una manta de
las alforjas de Leif y tapé al Hombre Luna. Mi capa no parecía abrigo
suficiente para él aquella noche fría. Pese a mi renuencia, eché varios troncos
a la hoguera y avivé el fuego.
Mientras miraba la danza de las llamas, me pregunté qué
otras sorpresas me esperaban. Las respuestas se revelarían a su tiempo, pero mi
capacidad para enfrentarme a ellas permanecía incierta.
Ni siquiera los gritos de los vendedores y las voces de los
compradores del concurrido mercado despertaron al Hombre Luna hasta que el sol
llegó a lo más alto del cielo. Cuando el Tejedor de Historias terminó la comida
que le había preparado Leif, mi impaciencia se había multiplicado.
—Cuéntanoslo todo —le pregunté antes de que pudiera tragar
el último bocado.
Él sonrió ante mi agitación. Aún tenía una expresión de
cansancio, pero los ojos le brillaron de diversión.
—Después de que Leif y tú distrajerais al Hechicero de
Fuego, perseguimos a los Vermin a través de la selva. Y los habríamos atrapado
si tú no hubieras necesitado mi ayuda —me dijo, con una mirada significativa—.
¿Cómo está el explorador?
—Vivo y coleando —dije yo.
—¿Ha vuelto a ser él mismo?
Yo titubeé, pero no quise dejar que el Hombre Luna cambiara
de tema.
—Está bien. Continúa con tu historia.
—Al ayudarte, consumí toda mi energía y tuve que descansar
durante un rato —dijo el Hombre Luna—. Marrok persiguió a los Vermin hasta el
Mercado Illiais y después, al norte, hasta la ciudad de Booruby. Es una ciudad
muy populosa, y perdimos el rastro de los Vermin. Demasiada gente —dijo, y se
estremeció.
Booruby era una ciudad que estaba en las tierras del clan
Cowan, al borde de la planicie; demasiado lejana como para que mi magia la
alcanzara.
—¿Dónde están los demás? —le preguntó Leif.
—Nos alojamos en una de las posadas. Dejé a Tauno y a Marrok
allí, para que reunieran información sobre los Daviian mientras yo me reunía
contigo.
Leif miró a su alrededor por el campamento.
—¿Cómo, exactamente, has llegado aquí?
El Hombre Luna sonrió.
—Un poder secreto de Tejedor de Historias.
—Has usado la luz de la luna —le dije.
Él sonrió con aprobación.
—Vine a través del mundo de las sombras. La luna revela el
mundo de las sombras y permite acceder a él.
—¿Es así como me mostraste la historia de mi vida? —le
pregunté, recordando la planicie oscura que él había transformado en visiones
de mi infancia.
—Sí. Es un lugar donde desenmaraño los hilos de las
historias para ayudar a los otros a aprender de su pasado y a tejer su futuro.
—¿Es un lugar físico?
Yo había estado dos veces allí. La segunda vez, el Hombre
Luna nos había llevado allí a Leif y a mí para desentrañar los nudos de
hostilidad e ira que teníamos el uno hacia el otro. Cada vez, sin embargo, yo
me había sentido intangible, como si mi cuerpo se hubiera vuelto de humo.
—Existe en las sombras de nuestro mundo.
—¿Puede alguien con poderes mágicos entrar en el mundo de
las sombras?
—Hasta el momento, sólo los Tejedores de Historias tienen
esa capacidad. Pero estoy esperando a ver si hay otro que sea lo
suficientemente valiente como para reclamar ese don —dijo, y me miró a los
ojos. Yo vi un asomo de sombras en ellos, y aparté la vista.
Leif rompió el silencio y dijo:
—Hayas llegado como hayas llegado, todavía tienes que
trabajar tu forma de transporte. Quizá la próxima vez traigas algo de ropa
puesta.
Leif y yo le compramos al Hombre Luna una túnica de color
marrón y unos pantalones, y compramos provisiones para el viaje. Preparamos las
alforjas y a los caballos. El Hombre Luna montaría a Garnet hasta que
llegáramos a Booruby.
Fuimos al norte, y durante el camino, yo iba pensando en el
hecho de que habíamos perdido a los Vermin, y preocupándome de qué dirección
habrían tomado Ferde y Cahil. ¿Habrían vuelto a las planicies, o se habrían
involucrado en otro plan para conseguir poder?
Ferde había secuestrado a Tula de su hogar en Booruby. Era
la única de sus víctimas a la que habían encontrado con vida, y la habían
enviado a la Fortaleza. Yo había sanado su cuerpo y había encontrado su alma,
pero había perdido ambas cosas ante Ferde. La culpabilidad me hizo un nudo en
la garganta. La libertad de aquel hechicero me roía el corazón.
Yo agarré con fuerza las riendas, y Kiki relinchó al sentir
mi agitación.
«Lo siento», dije, y me relajé. «Estaba pensando en Ferde y
Cahil».
«Al Hombre Menta le gustan las manzanas», me dijo Kiki,
refiriéndose a Cahil.
«¿Por qué dices eso?», le pregunté yo. Sabía que a Kiki le
encantaban las manzanas.
«Él es manzana negra. Nadie la quiere».
Vi una imagen de manzanas podridas en el suelo.
«Malo. Pero viene algo bueno».
Kiki pensó en cómo las semillas que había dentro echaban
raíces y se convertían en árboles después de que la manzana se pudriera.
«¿Me estás diciendo que puede venir algo bueno del Hombre
Menta? ¿O que si muere, su muerte sería algo beneficioso?».
«Sí».
¿Un consejo críptico de caballo? Bien, ya sabía que podía
morir feliz. Lo había escuchado.
Dos días después llegamos a Booruby. Las afueras de la
ciudad estaban delimitadas por casas de madera y de piedra. La espesura del
bosque fue disminuyendo, y el aire limpio se fue llenando de humo, polvo de
carbón y serrín a medida que nos acercábamos a la calle principal. Nos
asaltaron los olores de la basura mezclada con desechos humanos. La gente iba
de un lado a otro afanosamente y las calles estaban atestadas de carretas
llenas de género. Entre los talleres y las oficinas había tiendas y puestos de
venta.
La expresión de alarma del Hombre Luna demostraba su
incomodidad mientras maniobrábamos con los caballos por las vías abarrotadas.
Él nos condujo hasta la Posada de los Tres Fantasmas. Era una casa de piedra de
cuatro alturas, estrecha, que tenía un estrecho callejón. Por allí condujimos a
los caballos a un establo vacío lo suficientemente grande como para albergar
seis animales.
Después entramos en una zona común. Había mesas de madera
con bancos largos alineados contra la pared, y una chimenea encendida. Sin
embargo, la sala estaba vacía.
La posadera, una mujer de pelo gris recogido en un moño se
acercó sonriendo cuando vio al Hombre Luna. Él nos presentó a la señora
Floranne, que, mientras se frotaba las manos en el mandil antes de saludarnos,
nos observó con una expresión inteligente en sus brillantes ojos azules.
Ella nos asignó una habitación a Leif y a mí y, mientras nos
instalábamos, el Hombre Luna fue a la que había ocupado con Tauno, para ver si
le había dejado alguna nota. Al momento volvió; no había encontrado nada.
Salimos de la posada y vagamos por las calles. Yo usé la magia
en diferentes lugares para buscar algún rastro de los Vermin, pero había
demasiada gente alrededor; sus emociones y sus pensamientos me abrumaban y tuve
que bloquearlos. Leif también se sentía inundado de olores. Seguimos buscando
por la ciudad y escuchando con atención cualquier retazo de información.
Un brillo atrajo mi mirada. En un escaparate había expuestas
filas y filas de animales de cristal. Me recordaron a Tula. Ella fabricaba
animales de cristal en la fábrica de su familia. ¿Habría creado aquellas
piezas? ¿Era aquélla la tienda de su familia?
En aquel momento, apareció por la calle una mujer que
llevaba un pequeño cajón de embalaje en el brazo. Llevaba el pelo cubierto con
un pañuelo blanco, y aunque tenía el rostro y las manos cubiertas de hollín,
reconocí la espléndida sonrisa de Opal y no pude resistirme a darle un abrazo.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó.
—Tengo negocios —dije yo. Antes de que pudiera preguntarme
qué negocios eran, yo proseguí—: ¿Es ésta la tienda de tu familia?
—Oh, no. Nuestra fábrica está al este de la ciudad, casi en
la planicie. Vendemos el cristal a algunas tiendas de Booruby. ¡Tienes que
venir a visitarnos! Es decir, si quieres… —susurró, y apartó la mirada—.
Después de lo que hice… —después me miró con intensidad y dijo—: Deja que te
compense. Tienes que venir de visita.
—No hiciste nada malo —respondí yo con convicción—. No
tienes que compensarme.
—¡Pero si te pinché con curare!
—Alea te obligó. Y debo admitir que fue un buen truco —dije.
Yo había creído que Opal estaba libre, que el peligro había terminado. Un error
casi fatal.
—Pero…
—No puedes permitir que el pasado estropee tu futuro.
Olvidémoslo y comencemos de nuevo.
Opal asintió. Yo le presenté al Hombre Luna y a Leif, y ella
nos invitó a cenar con su familia aquella noche. Leif y yo aceptamos la
invitación, pero el Hombre Luna dijo que prefería ir a la posada a esperar a
que volvieran Tauno y Marrok.
Después, me miró con las cejas arqueadas y me hizo una
señal. Yo abrí mi mente.
«Quizá su familia tenga información sobre los Vermin.
Pregúntales».
«Sí, señor», respondí.
Él me sonrió antes de marcharse. Opal se apresuró a entrar
en la tienda para terminar sus entregas. Mientras Leif y yo la esperábamos, los
dos examinamos las figuras de cristal que había en el escaparate. Leif se unió
a mí, y ambos hicimos un comentario sobre los preciosos colores de las figuras.
Irradiaban una luz increíble, como si tuvieran fuego atrapado en el núcleo.
Cuando llegamos a casa de Opal, sus padres nos saludaron con
amabilidad. Su casa y la fábrica de cristales estaban al límite de la ciudad,
rodeadas por la Llanuras de Avibian por tres costados. La situación explicaba
por qué Ferde había elegido a Tula. Tula estaba en los hornos de noche, a
solas, cumpliendo su turno para mantenerlos encendidos. No había nadie que
pudiera evitar su secuestro.
Opal nos enseñó el negocio de la familia y nos presentó a su
hermana Mara y a su hermano menor, Ahir. Después, todos nos sentamos a tomar un
delicioso estofado de carne servido en una rebanada de pan.
Leif se sentó junto a Mara y flirteó con ella. Incluso fue
con la muchacha a la cocina a la hora de fregar. No podía culpársele; Mara tenía
una preciosa melena de brillantes rizos castaños, y unos ojos marrones muy
grandes. Escuchaba las historias de Leif con embeleso.
Mientras los demás retiraban los platos de la mesa, el padre
de Opal, Jaymes, me contó anécdotas divertidas de su negocio y su familia.
Cuando terminó, yo le pregunté por las últimas noticias de Booruby.
—Los ancianos del clan Cowan siempre están hablando de los
árboles que hay que cortar, y ahora quieren comenzar a gravar la arena que
importo para hacer el cristal —dijo—. Y los rumores sobre los demás clanes
siempre son algo muy apreciado en la ciudad. Este año se trata de los Daviian.
Todo el mundo está preocupado por su causa, pero los magos tienen al asesino de
Tula en la cárcel, y estoy seguro de que los Sandseed se ocuparán de lo demás.
Siempre lo hacen.
Yo estaba de acuerdo, pero me concentré en el hecho de que
pensara que Ferde todavía estaba encerrado. Eso no era bueno. ¿Por qué no había
informado el Consejo a la gente? Probablemente, para evitar asustarlos. Ferde
aún estaba débil, y ellos creían que ya estaría de nuevo en una celda en aquel
momento. ¿Debería decírselo a Jaymes? Tenía otras dos hijas. Y la gente debería
saber lo que era el ritual Kirakawa. Podrían ayudar a encontrar a los Vermin y
podrían proteger a sus familias. Sin embargo, también cabía la posibilidad de
que se dejaran dominar por el pánico y entorpecieran nuestros esfuerzos.
Era una elección difícil para mí sola. En aquel momento,
comprendí lo beneficioso que era tener un Consejo que votara los asuntos
importantes. Ningún miembro podía ser responsable de una sentencia fallida.
Yo no quise tomar una decisión, así que le pregunté si sus
hijos todavía trabajaban a solas de noche.
—No, no. Yo hago el turno de noche entero. Hemos aprendido
la lección, y no volverán a tomarnos desprevenidos.
—Bien. Manténganse alerta. Los líderes del clan Cowan tienen
razón en preocuparse por los Daviian.
Opal volvió de la cocina y me tomó de la mano para enseñarme
la casa. En su habitación, el aire olía a madreselva. Había una pequeña balda
llena de animales de cristal. Las figuras eran muy reales, pero no tenían fuego
en el interior, como las que Leif y yo habíamos visto en el escaparate de la
tienda.
—Las hizo Tula. Son demasiado preciosas como para
desprenderse de ellas —me explicó Opal con tristeza—. Yo he intentado copiarla,
pero a mí me salen diferentes. Sólo he vendido unas cuantas —dijo, y se encogió
de hombros.
—Tú hiciste las que había en la tienda, ¿verdad?
—Sí.
—Opal, son maravillosas. ¿Cómo consigues que brillen?
Ella se apretó las manos contra el corazón, como si no
pudiera creer lo que estaba oyendo.
—¿Ves la luz?
—Claro. ¿Es que no la ve todo el mundo?
—¡No! —exclamó ella—. Sólo la veo yo. ¡Y ahora tú también!
—dijo, y se puso muy alegre.
—Y Leif. Él también la vio.
—¿De verdad? Qué raro. Nadie de mi familia ni mis amigos ve
la luz interior de las figuras. Todos piensan que soy tonta, pero me siguen la
corriente.
—¿Cómo las haces?
Ella me explicó el proceso del soplado del vidrio. Me dio
muchos detalles, más de los que necesitaba, pero entendí lo básico. La pieza
brillaba mientras estaba caliente, pero Opal conseguía que dentro permaneciera
una chispa incluso cuando se había apagado el calor del vidrio.
Yo me quedé pensando durante un momento.
—Finalmente, toda la pieza se enfría, ¿verdad? —le
pregunté—. Entonces, ¿qué es lo que provoca el brillo?
Ella hizo un gesto de frustración con las manos.
—No lo sé. Pongo todo mi corazón en estas piezas.
La respuesta apareció en mi mente.
—Magia.
—No. La Maestra Jewelrose me ha examinado. No tenía el poder
necesario para quedarme en la Fortaleza.
Yo sonreí.
—Debería examinarte de nuevo. Tienes poder suficiente como
para capturar el fuego dentro de tus figuritas.
—¿Y por qué no lo ve nadie más?
—Quizá para verlo, una persona necesite tener habilidades
mágicas —teoricé yo—. Si es así, tienes que vender tus obras en el mercado de
Citadel, donde hay muchos magos.
Ella apretó los labios, pensativamente.
—Evidentemente, no conozco a los suficientes magos. ¿Podrías
llevarte una de mis figuras allí para averiguar si tu teoría es cierta?
—Claro que sí.
Opal me dio las gracias alegremente y salió corriendo de la
habitación. El aire fresco de la noche me recordó que teníamos que volver a la
posada. Les agradecí a los padres de Opal la invitación, y ellos me dijeron que
Leif había ido con Mara al taller.
Opal también estaba allí. Ella me entregó un paquete con
varias capas de tela para proteger el cristal.
—Ábrelo más tarde —dijo—. Tenía otra cosa en mente para ti,
pero ésta… me llamó. Es una locura, lo sé.
—He oído cosas más raras. Te escribiré una carta cuando
vuelva a la Fortaleza y te contaré cómo ha ido el experimento —le dije. Metí
con cuidado la figurilla de Opal en mi mochila; después me colgué la bolsa de
la espalda—. ¿Sabes dónde está Leif? —le pregunté.
Ella se sonrojó.
—Creo que le gusta Mara. Están en la habitación de mezclas.
Se supone que mi hermana está midiendo la arena para fundir.
Yo pasé por entre los hornos, bancos de trabajo y barriles
de materiales. Al asomarme por la puerta de la habitación trasera, vi que había
una mesa llena con cuencos de mezclar pegada a la pared del fondo. Leif y Mara
estaban inclinados sobre un gran cuenco, pero en vez de mirar a la mezcla, se
estaban mirando el uno al otro.
Me detuve antes de interrumpirlos. Mara tenía las manos
recubiertas de arena, y Leif tenía granos en el pelo. Mi hermano parecía más
joven, y le brillaba el rostro de alegría.
Di unos pasos atrás y me aparté de la puerta. Llamé a mi
hermano lo suficientemente alto como para que me oyera por encima del ruido de
los hornos. Cuando volví a la puerta, él se había alejado de Mara y la arena le
había desaparecido del pelo.
—Se está haciendo tarde. Tenemos que volver a la pensión.
Leif asintió pero no se movió. Yo entendí lo que quería
decirme y me marché. Fuera del taller corría una fuerte brisa que arrastraba
las nubes. Los rayos de la luna se derramaban desde el cielo entre ellas.
Cuando Leif salió, los dos nos pusimos de camino a la posada.
Él estaba muy callado.
—¿Quieres hablar de ello? —le pregunté.
—No.
Después de un rato, él preguntó:
—¿Jaymes te ha contado algo sobre los Vermin?
—La ciudad entera está preocupada por ellos, pero no hay
información sobre dónde pueden estar. ¿Le has hablado tú a Mara sobre la fuga
de Ferde?
—No. Sólo le dije que tuviera mucho cuidado.
Él caminó durante un rato en silencio. El aire me atravesó
la camisa, y me arrepentí de no haber llevado la capa. Booruby estaba al límite
de la zona de temperatura extrema, y tenía días cálidos seguidos de noches muy
frías.
—Me gusta —dijo Leif—. Nunca me había gustado nadie. Estaba
demasiado ocupado preocupándome por ti como para preocuparme por otra. No pude
mantenerte a salvo. No levanté un dedo para ayudarte. Encontrarte se convirtió
en algo más importante que mi propia vida.
—Leif, tenías ocho años y te habrían matado si hubieras
intentado impedir a Mogkan que me secuestrara. Hiciste lo correcto.
—Morir habría sido más fácil. Sin culpabilidad, sin
preocupaciones, sin miedo. Querer a alguien es terrible y maravilloso. No sé si
tengo la fuerza necesaria para querer a otro. ¿Cómo te enfrentas tú a eso?
—Me concentro en las partes maravillosas y sufro con lo
malo, sabiendo que finalmente terminará.
—¿Te gustó Valek en cuanto lo viste?
—No. Al principio, nuestra relación fue sólo de trabajo.
La primera vez que yo había visto a Valek me había ofrecido
ir a la horca o convertirme en la catadora de alimentos del Comandante. Mi
familia sabía que yo era la catadora del Comandante, pero no sabían por qué.
Algún día tendría que hablarles de aquella etapa de mi vida.
—¿Cuándo cambiaron tus sentimientos?
Aquélla era una pregunta difícil.
—Supongo que la primera vez que me salvó la vida.
Le conté a Leif lo que había ocurrido en el festival del
fuego de Ixia. Irys había contratado a cuatro matones para que me asesinaran,
porque mi magia descontrolada podía inflamarse y destruir la fuente de poder.
—Entonces, cuando conociste a la Maestra Jewelrose, ¿intentó
matarte? Y antes me has contado que Valek intentó matarte dos veces. Vaya,
Yelena, no se te da muy bien la gente, ¿no?
—Eran otras circunstancias —dije yo, defendiéndome.
—Todo parece muy complicado. No debería relacionarme con
Mara.
—Eso sería el camino fácil. Seguro, pero aburrido. ¿Por qué
te gusta?
—Huele como la selva en un día perfecto. Es un ligero aroma
de la flor de Ylang-Ylang mezclado con el olor de las hojas, y un poco de
tierra húmeda. Es una esencia que hace que te sientas en paz —dijo Leif, y
respiró profundamente—. Tiene un alma suave, contenta.
—Entonces, puede que merezca la pena esforzarse. Puede que
haya muchos días lluviosos, pero los días perfectos harán que te olvides de la
lluvia.
—¿Lo dices por experiencia?
—Sí.
Cuando llegamos a la Posada de los Tres Fantasmas y entramos
a la sala común, nos encontramos al Hombre Luna y a Tauno sentados en una de
las mesas. La sala estaba abarrotada de clientes.
Tauno se llevó un trapo con manchas de sangre a la sien.
También le sangraba el labio.
—¿Qué ha ocurrido? —pregunté—. ¿Dónde está Marrok?
Tauno tenía una expresión sombría. Miró al Hombre Luna como
si estuviera pidiéndole permiso para hablar.
—Encontramos a los Vermin —dijo por fin—. O debería decir
que ellos nos encontraron a nosotros. Eran un grupo de cinco soldados con el
Ladrón de Almas y Cahil. Nos rodearon, nos metieron en un edificio y amenazaron
con matarnos. Cahil se llevó aparte a Marrok y tuvieron una conversación
privada. Se rieron y se marcharon juntos, como si fueran grandes amigos
—explicó Tauno, que se llevó la mano a las costillas y se encogió de dolor—.
Los otros me atacaron, y no recuerdo nada más.
—¿Cuándo ha ocurrido esto?
—Esta mañana.
—Me alegro de que esté vivo, pero no sé por qué no lo han
matado —dijo el Hombre Luna.
Yo reflexioné un instante y dije:
—Llevarse un prisionero por las calles atestadas de gente
sería difícil. Y si esperaban a la noche para llevar a cabo el ritual de
Kirakawa con él se arriesgaban a que los descubrieran.
—Entonces, ¿por qué no lo han matado? —preguntó el Hombre
Luna.
—Porque quieren que sepamos que tienen a Marrok —dijo Leif.
—¿Un rehén? —preguntó el Hombre Luna.
—No. Marrok se marchó con Cahil. Ellos están haciendo alarde
de que Marrok se ha pasado a su bando —dije yo—. Y ahora, saben todo lo que
nosotros sabemos. Incluyendo dónde estamos ahora.
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