—¡Hay que marcharse!
Kiki estaba suelta, pero había dos Sandseed agarrando las
bridas de Garnet. Miré hacia detrás y vi que el Vermin más rápido estaba a sólo
cinco metros de nosotros.
Saqué mi arco de la mochila mientras Kiki se daba la vuelta.
Ella utilizó las patas traseras para mantener ocupados a los Vermin mientras yo
le daba un golpe con un extremo del arco a uno de los Sandseed que sujetaba a
Garnet. Me sentí mal por hacerlo; el hombre cayó al suelo. Probablemente, lo
habían obligado a emboscarnos. Sin embargo, no permití que los sentimientos me
impidieran deshacerme del otro hombre que sujetaba a Garnet.
—¡Vamos! —grité otra vez.
Ni siquiera con la cimitarra del Hombre Luna, las flechas de
Tauno y mi arco podíamos enfrentarnos a los Vermin. Eran muchos. Sólo era
cuestión de tiempo que nos vencieran. En un caos de cascos, gritos y choques de
metal, los caballos salieron del campamento Sandseed y galoparon con su paso de
ráfaga de viento.
Viajamos durante toda la noche para alejarnos lo más posible
de los Vermin. Poco a poco, los caballos aminoraron el ritmo con las cabezas
agachadas y la piel sudorosa, jadeando. Sólo quedaban un par de horas de
oscuridad. Desmontamos y les quitamos las sillas. Mientras yo hacía caminar
lentamente a los animales para que se enfriaran, Tauno y el Hombre Luna
buscaron leña.
Nadie dijo una palabra. La conmoción del ataque aún tenía
que pasar. Lo que significaba aquella emboscada era demasiado horrible como
para pensarlo en aquel momento.
Comimos otro estofado de conejo en silencio. Yo pensaba en
nuestro próximo movimiento.
—Los ancianos… —dijo el Hombre Luna. Su voz sonó alta en la
oscuridad de la noche.
—Todavía están vivos —dijo Tauno—. Por ahora.
—¿Los matarán? —pregunté yo. Me estremecí al recordar todas
aquellas calaveras secándose.
—Ya han tendido la trampa. No los necesitan más —respondió
el Hombre Luna, pero después reconsideró sus palabras—. Quizá los conserven
como esclavos. Los Vermin son vagos en lo que se refiere a las tareas
domésticas.
—¿Crees que ha escapado alguien de vuestro clan?
—Quizá. Sin embargo, se habrían marchado de la llanura —dijo
el Hombre Luna—. Los Sandseed ya no controlan la magia protectora de las
Llanuras de Avibian. Quedarse dentro de sus límites sería muy peligroso para
ellos. En este momento, los Vermin están usando la protección para mantener su
presencia en secreto, pero ahora que han escapado, creo que la usarán para
encontrarnos. Quizá para atacarnos con la magia.
—Entonces no deberíamos entretenernos. ¿Hay modo de saber si
nos encuentran?
Decidimos crear una barrera para que nos avisara de un
posible ataque, y ensillar a los caballos para poder hacer una huida rápida.
Cuando los animales estuvieron listos, el Hombre Luna y yo tejimos hilos de
poder a nuestro alrededor para formar el escudo. Sin embargo, la protección que
acabábamos de crear sólo duraría unas cuantas horas, el tiempo suficiente para
que los caballos pudieran descansar.
—¿Y qué haremos después? —pregunté. Sin embargo, el Hombre
Luna me miró a mí, y yo recordé los comentarios de Leif sobre mi papel de
líder. Respondí mi propia pregunta—. Saldremos de la llanura. Iremos a Citadel
e informaremos al Consejo de lo que está ocurriendo con los Vermin.
—Esperemos que ya lo sepan —dijo el Hombre Luna con una
expresión de tristeza—. Los sobrevivientes Sandseed habrán ido a Citadel
—añadió, y la emoción le quebró la voz—. Si es que ha sobrevivido alguien.
Al amanecer, salimos hacia el noroeste. Cuando estuvimos a
dos horas del límite de la llanura, nos detuvimos a descansar nuevamente.
Terminé de cepillar a los caballos y atenderlos, y percibí el olor del estofado
que se estaba haciendo en el horno.
Tauno estaba sentado junto a la olla. Tenía los hombros
hundidos, como si estuviera soportando un gran peso, y su mirada estaba fija en
el suelo. No había pronunciado más que unas cuantas palabras desde el día
anterior. Quizá se sintiera culpable por llevarnos a una emboscada; yo pensé en
si debía hablar con él, pero seguramente estaría más cómodo hablando con el
Hombre Luna. Me pregunté si el Hombre Luna era su Tejedor de Historias. Todos
los Sandseed tenían un Tejedor de Historias que los guiaba y los aconsejaba en
la vida.
Yo miré a mi alrededor y me di cuenta de que el Hombre Luna
no había vuelto de recoger leña, aunque había una pila de ramas junto al fuego
de cocinar.
—Tauno, ¿dónde está el Hombre Luna? —le pregunté.
Tauno ni siquiera levantó la cabeza al responder.
—Lo han llamado del mundo de las sombras.
—¿Lo han llamado? ¿Eso significa que hay otro Tejedor de
Historias que ha sobrevivido al ataque Vermin?
—Tendrás que preguntárselo a él.
—¿Cuándo volverá?
Tauno hizo caso omiso del resto de mis preguntas. Frustrada,
di una vuelta por la zona, buscando al Hombre Luna, y encontré su ropa en el
suelo, en un montón. Cuando me volvía para ir hacia el fuego, me choqué con él.
Sobresaltada, me tambaleé. El Hombre Luna me agarró por los
brazos para evitar que me cayera.
—¿Dónde has estado? —le pregunté.
Él me miró con una intensidad alarmante. En sus ojos
castaños ardía un fuego azul. Intenté moverme, pero no me soltó.
—Están muertos —me dijo—. Los Tejedores de Historias y los
Sandseed han muerto. Sus almas penan en el mundo de las sombras.
Él me apretó los brazos.
—Estás sufriendo…
—Puedes ayudarlos.
—Pero yo no…
—Niña egoísta. Prefieres perder tus habilidades antes que
usarlas. Y eso es lo que ocurrirá. Te convertirás en esclava de otro.
Aquellas palabras fueron como una bofetada para mí.
—Pero si he estado usándolas todo el tiempo.
—Cualquiera puede sanar. Tú, sin embargo, ocultas tu
verdadero poder, y otros sufren por ello.
Yo me sentí herida e intenté soltarme, pero él no me lo
permitió. Para no tener que hacerle daño, entré en su mente. Estaba rodeado de
gruesas cuerdas de poder gris. El mundo de las sombras aún poseía su mente. Mis
esfuerzos por cortar aquellas cuerdas fracasaron.
—El mundo de las sombras nos llama.
El Hombre Luna comenzó a desvanecerse. Mi cuerpo se hizo
traslúcido. Él tenía planeado llevarme a un lugar donde temía que no pudiera
utilizar mi magia. Tomé la navaja de mi bolsillo y le hice un corte en el estómago.
El Hombre Luna se estremeció y me soltó. Después cayó al suelo y se acurrucó de
costado.
Yo miré su cuerpo inmóvil. El poder gris se había disipado,
pero no estaba segura de cuál era su estado mental. Quizá la conmoción y la
pena hubieran sido demasiado para él. Era difícil de creer. Desde que yo lo
conocía, era una presencia calmada y sólida en mi vida.
Me arrodillé a su lado. La sangre le brotaba de la herida.
Tiré de los hilos de poder y me concentré en su estómago. El corte latía con
una luz roja, y yo noté que comenzaba a formárseme una línea de dolor en el
estómago. Me acurruqué en el suelo, concentrándome en la herida. Mi magia
reparó la lesión.
Cuando terminé, el Hombre Luna me tomó de la mano. Yo
intenté zafarme, pero él me apretó. Mi cuerpo se tensó cuando las imágenes de
los cuerpos decapitados me anegaron la mente. Se acercaron y me rodearon con un
hedor a carne muerta, mientras me exigían venganza. Sentí un tirón y vi una
escena de la batalla. La sangre de los muertos empapaba la arena. Había cuerpos
mutilados tendidos por el suelo de maneras irreverentes, abandonados a los
buitres.
El Hombre Luna se sentó, y yo intenté separar mis manos de
las suyas. Él me miró a los ojos.
—¿Es eso lo que has visto en el mundo de las sombras? —le
pregunté.
—Sí —dijo.
Tenía una mirada de terror. Estaba viendo nuevamente
aquellas atrocidades.
—Dame los recuerdos —dije, y noté su renuencia—. No los
olvidaré.
—¿Los ayudarás?
—¿Tú no puedes hacerlo?
—Yo sólo puedo ayudar a los vivos.
—¿Vas a decirme cómo?
—Tú no quieres aprender. Te has negado a ver lo que está a
tu alrededor.
—No has respondido a mi pregunta.
El dolor contorsionó su rostro, y la luz de sus ojos se
apagó. No podría funcionar sabiendo las cosas tan terribles que había sufrido
su pueblo.
—Dámelos. Yo intentaré ayudarlos, pero no ahora mismo.
El Hombre Luna liberó el caos emocional de sus visiones. No
podría olvidar las imágenes, pero ya no lo estrangularían más. Yo encerré su
pena, su angustia y su sentimiento de culpabilidad en mi alma.
Después, él me soltó la mano y se puso en pie.
—¿Es cierto lo que has dicho sobre mi futuro? —le pregunté.
—Sí. Te convertirás en esclava de otro.
Terminó con la conversación y volvió hacia el campamento.
Comimos el estofado en silencio. Después recogimos nuestras
cosas, montamos y continuamos hacia la frontera de las Llanuras de Avibian.
Cuando llegamos a la carretera que había entre las llanuras y los campos del
clan Greenblade, tomamos el camino hacia el norte, a Citadel. A aquellas horas,
el camino estaba vacío.
Estar fuera de la llanura nos proporcionó una sensación de
seguridad, pero yo quise avanzar un poco más antes de que paráramos para pasar
la noche.
Los tres días siguientes pasaron muy despacio. Apenas
hablamos durante el camino. Yo no dejaba de pensar en el comentario sobre mi
futuro que había hecho el Hombre Luna, y me sentía nerviosa. Quería saber quién
iba a obligarme a ser su esclava, y cuándo, pero sabía que el Hombre Luna sólo
iba a hacerme un comentario misterioso y que yo no sería lo suficientemente
inteligente como para entenderlo. El aire se volvía frío y húmedo a medida que
avanzábamos hacia el norte, y una noche comenzó a llover. Nuestro caminar se
hizo penoso.
Al ver los muros de mármol blanco de la ciudad, al tercer
día, espoleé a Kiki para que galopara. Llevaba fuera de la Fortaleza dieciocho
días, y echaba de menos a Irys, mi mentora, la que respondía a mis preguntas
con claridad, y también a mis amigos.
Cuando cruzamos las puertas de la entrada sur, nos dirigimos
hacia el edificio de la Asamblea del Consejo, que estaba situada junto a los
otros edificios gubernamentales. Después de dejar a los caballos en el establo,
entramos en el vestíbulo.
Un guardia nos informó de que acababa de terminar una
reunión del Consejo, y que deberíamos entrar antes de que los Consejeros se
marcharan. Al entrar en la Gran Sala, vi a Irys hablando con Bain Bloodgood, el
Segundo Mago. Había pequeños grupos de Consejeros y asesores hablando con voces
ásperas y estridentes. Me di cuenta de que la reunión no había ido bien, y
sentí miedo.
El Hombre Luna y Tauno fueron directamente a hablar con su
Consejero, Harun Sandseed. Yo me quedé atrás; no quería interferir en los
asuntos de su clan. Irys vino apresuradamente a saludarme. Tenía una expresión
severa de Cuarta Maga. Estaba preocupada. Entonces, al mirar a los grupos de
Consejeros, descubrí la razón de su inquietud.
Cahil estaba con Roze Featherstone y otro Consejero. Él se
reía y hablaba como si no hubiera sucedido nada.
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