lunes, 2 de septiembre de 2013

Capítulo 4

Cuando el espejismo desapareció, también desaparecieron las tiendas y los Daviian. El único hombre que había ante el fuego se desplomó antes de que los guerreros Sandseed llegaran hasta él.
Había pruebas en el suelo de que un gran ejército había estado acampado allí. Sin embargo, cuando los líderes Sandseed restauraron el orden entre los guerreros, muchas de las huellas se habían borrado.
Y el único testigo había tomado veneno.
—Es uno de sus brujos, un Hechicero —dijo el Hombre Luna, moviendo el cuerpo con un pie—. Él mantuvo el espejismo y cuando ya no era necesario, se ha suicidado.
—Si pueden despejar la zona, quizá sea capaz de averiguar adonde han ido —dijo Marrok.
Los guerreros Sandseed volvieron hacia el bosquecillo de espinos. El Hombre Luna y yo nos quedamos junto al fuego mientras Marrok y Leif recorrían el campamento. Marrok buscaba pruebas físicas, mientras Leif se valía de su magia para olfatear las intenciones de los Daviian. Yo protegí mi conocimiento mental tanto como pude. Si buscaba a una persona en concreto, quizá pudiera alcanzarlos desde lejos, pero con una búsqueda general, mi magia sólo cubría unos quince kilómetros. No alcancé a nadie en la planicie, y la explosión de vida de la selva era demasiado abrumadora como para distinguir algo.
Cuando Marrok y Leif terminaron su recorrido, volvieron. La expresión sombría de sus rostros presagiaba malas noticias.
—Se marcharon hace días. La mayor parte de las huellas se dirigen hacia el este y el oeste —les dijo Marrok—. Sin embargo, he encontrado algunas escarpias de metal con fibras de ropa en el suelo, cerca del borde de la meseta. Quizá unos cuantos Vermin hayan bajado a la selva.
Yo le toqué el brazo a Leif.
—¿Los Zaltana?
—Si los Vermin llegan a encontrar nuestro pueblo entre los árboles, estarán bien protegidos —dijo mi hermano.
—¿Incluso de los Hechiceros?
Leif palideció.
—¿Aún están allí las cuerdas? —le pregunté a Marrok.
—No. Los otros debieron de esperar y cortar las cuerdas. O se las han llevado —respondió Marrok.
—¿Sabes cuántos han bajado? —le preguntó el Hombre Luna.
—No.
—Había muchas esencias y emociones mezcladas —dijo Leif—. La necesidad de sigilo y apremio predomina. Se movían con un objetivo, y se sentían seguros. El grupo del este, sin embargo, estaba formado por hombres y ellos… —Leif cerró los ojos y olisqueó la brisa—. No sé. Necesitaría seguir su rastro durante un rato.
Marrok condujo a Leif hacia las huellas del este. Yo le pedí a Kiki y a los otros caballos que se dirigieran hacia nosotros. Mientras los esperábamos, el Hombre Luna y los demás Tejedores de Historias separaron a los guerreros en dos grupos, y enviaron dos exploradores, uno al oeste y el otro al este.
Sin embargo, ¿qué ocurría con los que habían bajado por las cuerdas hacia la selva? ¿Dónde estaban Cahil y Ferde? ¿Estaban con los Daviian? Y de ser así, ¿adónde habían ido?
Cuando llegaron los caballos, tomé mi bolsa de la silla de Kiki. La abrí, saqué mi cuerda y me dirigí hacia el borde de la planicie. Encontré una de las escarpias que Marrok había mencionado y até mi cuerda. Me tumbé sobre el estómago y me acerqué al borde hasta que puede ver lo que había abajo, en la selva. Aquella bajada parecía muy peligrosa; quizá intentara llevarla a cabo una persona desesperada, pero la descripción que había hecho Leif de los Vermin no incluía la desesperación.
El Hombre Luna me estaba esperando junto a los caballos.
—Cuando vuelvan los grupos de exploración, nos pondremos en camino —dijo.
Algo que me había estado fastidiando, por fin, salió a la superficie.
—Tu gente ha estado peinando la planicie y ha estado vigilando el campamento. ¿Cómo es posible que los Vermin hayan escapado sin que os hayáis dado cuenta?
—Unos cuantos de sus Hechiceros han sido Tejedores de Historias. Deben de haber aprendido a elaborar un escudo anulador.
—Eso sólo ocultaría su presencia ante una búsqueda mágica, pero, ¿no se puede verlos?
Antes de que el Hombre Luna pudiera responder sonó un grito. Leif, Marrok y el explorador corrieron hacia nosotros.
—He encontrado una zanja —dijo Marrok, jadeando.
—Va hacia el este, y luego hacia el norte —dijo el explorador.
—Malas intenciones —dijo Leif.
Hacia el norte, hacia las Llanuras de Avibian. Hacia las tierras sin protección de los Sandseed, porque sus guerreros estaban allí, en la planicie. Todos.
El Hombre Luna se cubrió la cara con las manos, como si necesitara escapar de las distracciones y pensar.
El segundo explorador llegó del oeste.
—¿Otra trinchera? —preguntó Marrok.
—El rastro termina. Volvieron hacia atrás —dijo el explorador.
El Hombre Luna bajó las manos y comenzó a impartir órdenes a gritos, enviando a los guerreros hacia el noreste a toda velocidad e instando a los Tejedores de Historias que se pusieran en contacto con la gente que se había quedado atrás, en las llanuras.
—Vamos —dijo después.
—No —respondí yo.
Él se detuvo y me miró.
—¿Qué?
—Es evidente. No creo que Cahil aceptara eso.
—Entonces, ¿adónde ha ido? —preguntó el Hombre Luna.
—La mayor parte de los Daviian fue al este, pero creo que un grupo más pequeño ha ido al oeste o al sur.
—Mi pueblo está en peligro —dijo el Hombre Luna.
—Y el mío —respondí yo—. Tú ve con tus guerreros. Si estoy equivocada, os alcanzaremos.
—¿Y si tienes razón?
Buena pregunta. Sólo éramos tres.
—Yo iré con vosotros —dijo el Hombre Luna.
Se volvió hacia uno de los Tejedores de Historias y yo sentí el roce de la magia en la piel mientras ellos conectaban sus mentes.
Después de que terminaran su conversación telepática, Tauno se acercó a nuestro grupo y preguntó:
—¿Adónde vamos?
Yo miré al Hombre Luna. Él se encogió de hombros.
—Se le da mejor rastrear que pelear. Lo necesitaremos —dijo con seguridad.
Yo suspiré al entender lo que quería decir.
—Hacia el oeste.
Para bajar a la selva, debíamos seguir el borde oeste de la meseta hacia las tierras del clan Cowan. Cuando estuviéramos en sus tierras, nos dirigiríamos al sur para adentrarnos en el bosque, y después, al este, hacia la Selva Illiais. Sólo había que esperar que no llegáramos demasiado tarde.
Montamos en los caballos. Tauno y Marrok nos guiaron una vez más. El lugar donde los Daviian se habían dado la vuelta fue evidente incluso para mí. La arena estaba llena de marcas en donde se habían detenido, y hacia el oeste, el suelo estaba intacto.
Tauno detuvo a los caballos y esperó más instrucciones.
—Un truco. Percibo engaño y petulancia —dijo Leif.
—¿Por qué petulancia? —pregunté yo—. Dejar un rastro falso es una estrategia básica.
—Puede ser Cahil —dijo Marrok—. Él tiende a pensar que es más listo que nadie. Quizá pensara que con esto engañaría a los Sandseed para que enviaran a la mitad de sus guerreros en la dirección equivocada.
Yo proyecté mi magia por la arena suave. Encontré unos cuantos ratones que buscaban comida. Había una serpiente enroscada en una roca caliente, disfrutando del sol de la tarde. Y encontré una extraña mente oscura.
Yo seguí buscando por la planicie. A unos cuantos metros de nosotros había un punto donde la tierra parecía esponjosa, como si hubieran cayado un agujero y después lo hubieran tapado. Yo bajé de Kiki y caminé hasta aquel lugar. Noté que la arena estaba blanda bajo mi pies.
—Un Vermin debe de haber enterrado algo aquí —dijo Marrok.
Tauno resopló con disgusto.
—Probablemente, habéis encontrado uno de sus pozos negros.
Kiki se acercó, con el Hombre Luna montado en su lomo.
«Huele a humedad», dijo.
«¿Humedad buena o mala?», pregunté yo.
«Sólo a humedad».
Tomé mi garfio de la mochila y comencé a cavar. Los otros me observaron con expresiones diferentes, de diversión, de disgusto y de curiosidad.
Cuando había cavado unos treinta centímetros, di con algo duro.
—Ayudadme a retirar la arena.
Mi desganado público se unió a mí. Finalmente, desenterramos una plancha de madera.
Marrok tocó con los nudillos y dijo que era la tapa de una caja. Todos trabajamos más aprisa para encontrar los bordes. Era una tapa redondea de un metro de diámetro.
Mientras Tauno y el Hombre Luna hablaban sobre por qué los Vermin habían enterrado una caja circular, yo encontré la tapa y la abrí. Una ráfaga de aire estuvo a punto de absorber la tapa hacia abajo nuevamente.
Todo el mundo se quedó en silencio, asombrado. La tapa cubría un agujero que había en el suelo. Y, a juzgar por la fuerza del aire que emanaba de él, era un agujero muy profundo.

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