Ferde Daviian, el Ladrón de Almas, y asesino de once chicas,
había escapado de la prisión de la Fortaleza de los Magos con la ayuda de Cahil
Ixia. El consejo no pudo capturarlo nuevamente, y después de su fracaso, sus
miembros pasaron un mes entero debatiendo sobre cómo podían encontrarlos.
Mi frustración aumentaba con cada retraso. Ferde había
quedado muy débil cuando yo había liberado, durante nuestra lucha, las almas
que él había robado y que eran su fuente de poder mágico. Sin embargo, sólo
necesitaba asesinar a otra muchacha para recuperar su fuerza. Hasta el momento
no se había denunciado la desaparición de nadie, pero el hecho de saber que era
libre me encogía el corazón.
Para evitar imaginarme el horror que podía provocar Ferde,
me concentré en el mensaje que tenía entre las manos. El Hombre Luna no había
dicho que yo acudiera sola, pero no descarté la idea de informar al consejo.
Cuando hubieran decidido lo que había que hacer, Ferde ya se habría escapado.
Iría sin avisarlos. Irys diría que era mi método de hacer las cosas, meterme en
una situación de lleno con la esperanza de que todo saliera bien. Salvo algunos
percances en el pasado, siempre había funcionado. Y en aquel momento, salir
corriendo me resultaba atractivo.
Irys se había apartado cuando yo desplegué el mensaje, pero
por su modo de mantenerse inmóvil, yo sabía que tenía curiosidad. Le conté lo
que ponía en la nota.
—Deberíamos informar al consejo —dijo.
—¿Y qué harían? ¿Debatir sobre el asunto durante todo el mes
que viene? El mensaje es una invitación para mí. Si necesito tu ayuda, te
enviaré un aviso —dije, y noté que ella cedía.
—No deberías ir sola.
—Está bien. Le pediré a Leif que me acompañe.
Después de un momento de vacilación, Irys asintió. Como
miembro del consejo, no debía de estar muy contenta, pero había aprendido a
confiar en mi sentido común.
Mi hermano, Leif, probablemente estaría tan contento como yo
de poder alejarse de la Fortaleza y de Citadel. La animosidad creciente que
Roze Featherstone sentía hacia mí había puesto a Leif en una situación
complicada. Roze había sido su tutora mientras él cursaba sus estudios en la
Fortaleza de los Magos, y después se había convertido en su ayudante. Su
habilidad mágica de percibir las emociones de los demás habían ayudado a Roze a
determinar la culpabilidad o inocencia de las personas en un crimen, y la magia
de mi hermano también ayudaba a las víctimas a recordar detalles sobre lo que
les había ocurrido.
Cuando yo había aparecido en Sitia después de una ausencia
de catorce años, Leif había reaccionado con odio hacia mí. Estaba convencido de
que mi secuestro y mi traslado a Ixia había sido algo para molestarlo, y mi
regreso desde el norte había sido un complot de Ixia para espiar a Sitia.
—Al menos, deberíamos informar a los Magos Maestros del
mensaje del Hombre Luna —dijo Irys—. Estoy segura de que a Roze le gustaría
saber cuándo puede empezar con tu educación.
Yo fruncí el ceño y pensé en contarle el mezquino ataque que
Roze me había lanzado con el fuego. No. Yo me enfrentaría a Roze por mí misma.
Desafortunadamente, iba a pasar mucho tiempo con ella.
—Se va a celebrar una reunión de los Magos esta tarde en el
edificio de administración. Será un momento perfecto para hablarles de tus
planes.
Yo puse mala cara, pero ella se mantuvo firme.
—Bien, nos veremos más tarde —dijo.
Irys salió de la torre antes de que yo pudiera expresar mi
desacuerdo. Sin embargo, yo podía comunicarme con ella por telepatía, porque
nuestras mentes siempre estaban conectadas. Aquella comunicación se producía
como si las dos estuviéramos en la misma habitación. Yo podía tener mis
pensamientos privados, pero si quería «hablar» con Irys, ella me oiría. Si
alguna vez, ella intentara leer mis pensamientos profundos o mis recuerdos, se
consideraría una violación del Código Ético de los magos.
Mi yegua, Kiki, y yo, teníamos la misma conexión. Lo único
que tenía que hacer para que ella me oyera era llamarla por medio de la mente.
La comunicación con Leif o con Dax era más difícil. Tenía que tirar de un hilo
de poder y buscarlos. Y cuando los encontraba, ellos tenían que permitirme
acceso a su pensamiento a través de sus defensas mentales.
Aunque yo tenía el don de tomar atajos hacia sus
pensamientos y emociones por medio de su alma, los sitianos consideraban
aquella habilidad como una infracción del Código Ético. Yo había asustado a
Roze al usarlo para protegerme de ella. Ni siquiera con todo su poder había
podido evitar que yo rozara su esencia.
Sentí un nudo de ansiedad en el estómago. Mi nuevo título de
Halladora de Almas tampoco encajaba bien conmigo. Rehuí aquellas especulaciones
mientras me abrigaba con la capa antes de salir de la torre.
De camino hacia el campus de la Fortaleza, volví a mis
cavilaciones sobre la comunicación mental. Mi vínculo con Valek no podía
considerarse una conexión mágica. Para mí, la mente de Valek era inalcanzable,
pero él tenía la asombrosa habilidad de saber cuándo lo necesitaba, y era él
quien se ponía en contacto conmigo. Me había salvado la vida muchas veces
gracias a aquel nexo de unión.
Mientras hacía girar el brazalete de serpiente que me había
regalado Valek en la muñeca, reflexioné sobre nuestra relación hasta que un
viento helado cuajado de aguas de hielo me apartó de la cabeza todo pensamiento
cálido sobre Valek. La estación fría había llegado al norte de Sitia con rabia.
Yo tuve que sortear charcos fangosos y protegerme la cara del aguanieve.
Los edificios blancos de la Fortaleza estaban salpicados de
barro y, a la luz débil del día, parecían grises. Yo había pasado la mayor
parte de mis veinte años de vida en el norte de Ixia, y había soportado poco el
frío, sólo algunos días durante la estación de invierno. Allí, el aire frío se
llevaba toda la humedad. Sin embargo, según Irys, aquel horrible tiempo era
típico de Sitia aunque la nieve era un evento raro que no solía durar más de
una noche.
Caminé con dificultad hasta el edificio de administración de
la Fortaleza, haciendo caso omiso de las miradas hostiles de los estudiantes
que se iban apresuradamente de clase en clase. Uno de los resultados de atrapar
a Ferde había sido el cambio inmediato de estatus, de aprendiz de la Fortaleza
a Ayudante de Mago. Desde que Irys y yo nos habíamos convertido en socias, ella
me había ofrecido que compartiéramos su torre. Yo había aceptado con alivio por
poder alejarme de las miradas de censura de mis compañeros.
Su desprecio no era nada en comparación con la furia de Roze
cuando entré en la sala de juntas de los Maestros. Me preparé para su
estallido, pero Irys se puso en pie de un salto, junto a la larga mesa, y
explicó por qué había ido yo a la reunión.
—… nota del Tejedor de Historias de los Sandseed —dijo—.
Cabe la posibilidad de que haya localizado a Ferde y a Cahil.
Roze hizo un gesto de desdén.
—Imposible. Sería un suicidio que intentaran cruzar las
Llanuras de Avibian para volver con su clan, en la Planicie Daviian. Y sería
demasiado evidente. Probablemente, Cahil se esté llevando a Ferde a Stormdance
o a las tierras de Bloodgood. Cahil tiene muchos seguidores allí.
Roze había sido la valedora de Cahil en el Consejo. A Cahil
lo habían criado unos soldados que habían huido de Ixia al producirse un golpe
de estado que había cambiado el gobierno de una monarquía a una dictadura. Los
soldados habían convencido a Cahil de que era el sobrino del difunto rey de
Ixia y de que debía heredar el trono.
Él había trabajado mucho para conseguir partidarios y había
intentado reunir un ejército para vencer al Comandante de Ixia. Sin embargo,
cuando había descubierto que en realidad descendía de un soldado raso, había
rescatado a Ferde y había escapado con él.
Roze había animado a Cahil. Ellos tenían la misma opinión:
que sólo era cuestión de tiempo antes de que el Comandante Ambrose se
propusiera conquistar Sitia.
—Cahil puede rodear las llanuras —dijo Zitora Cowan, la
Tercera Maga. Sus ojos color miel estaban llenos de preocupación, pero como era
la más joven de los Magos Maestros, en general los demás hacían caso omiso de
sus opiniones.
—Entonces, ¿cómo iba a saberlo el Hombre Luna? Los Sandseed
no salen de las llanuras a menos que sea absolutamente necesario —replicó Roze.
—Eso es lo que quieren que creamos —dijo Irys—. Seguramente,
tienen algunos exploradores diseminados por ahí.
—De todos modos —dijo Bain Bloodgood, el Segundo Mago—,
debemos tener en cuenta todas las posibilidades. Evidente o no, alguien tiene
que confirmar que Cahil y Ferde no están en las llanuras.
Con su pelo blanco y la túnica larga y suelta, Bain tenía un
aspecto de mago tradicional. La sabiduría irradiaba de su cara arrugada.
—Voy a ir —dije yo.
—Deberíamos enviar soldados para que la acompañen.
—Y Leif debe ir también —añadió Bain—. Al ser primos de los
Sandseed, Yelena y su hermano serán bien acogidos en las llanuras.
Roze se pasó los esbeltos dedos por los blancos mechones de
su pelo y frunció el ceño pensativamente. El color azul marino de sus
vestiduras absorbía la luz, y casi igualaba el de su piel oscura. El Hombre
Luna tenía el mismo tono de piel, y me pregunté cómo sería su pelo si no
llevara afeitada la cabeza.
—No voy a enviar a nadie —dijo Roze finalmente—. Sería una
pérdida de tiempo y de recursos.
—Yo voy a ir. No necesito tu permiso —dije yo, y me puse en
pie, dispuesta a marcharme.
—Necesitas mi permiso para salir de la Fortaleza —dijo
Roze—. Estos son mis dominios. Yo estoy por encima de todos los magos, incluida
tú, Halladora de Almas —dijo ella, golpeando los brazos de su silla con las
palmas de las manos—. Si yo tuviera el control del consejo, haría que te
llevaran a una celda a esperar tu ejecución. Nunca ha salido nada bueno de un
Hallador de Almas.
Los otros Maestros miraron a Roze con horror. Ella estaba iracunda.
—Sólo hay que leer nuestra historia. Todos los Halladores de
Almas han deseado tener el poder mágico y político, el poder sobre las almas de
los demás. Yelena no será distinta. Ahora está jugando a ser Enlace y ha
aceptado que yo la instruya, pero sólo es cuestión de tiempo. Ya… —dijo,
haciendo un gesto hacia la puerta—. Ya quiere marcharse, antes de que hayamos
empezado la primera clase.
—Roze, eso ha sido…
Ella alzó la mano, acallando a Bain antes de que pudiera
continuar rebatiéndola.
—Ya conoces la historia. Has recibido muchas advertencias,
así que no diré nada más —Roze se levantó de su asiento. Era unos veinte
centímetros más alta que yo, y me miró desde arriba—. Entonces, ve. Llévate a
Leif. Considéralo tu primera lección, una lección de inutilidad. Cuando
vuelvas, estarás en mis manos.
Roze hizo ademán de irse, pero yo capté sus pensamientos
mentalmente.
«…con eso la mantendré ocupada y alejada de mi camino».
Roze se detuvo antes de salir. Mirando hacia atrás por
encima del hombro, me miró significativamente.
«No te inmiscuyas en los asuntos de Sitia, y quizá seas la
única Halladora de Almas conocida que ha vivido más de veinticinco años».
«Ve a consultar tus libros de historia, Roze», le dije yo.
«La muerte de un Hallador de Almas siempre ha ido pareja a la de un Mago
Maestro».
Roze dejó la sala sin otro comentario. De aquel modo terminó
la sesión.
Fui en busca de Leif. Su habitación estaba cerca del ala de
aprendices, en la zona este del campus de la Fortaleza. Vivía en el edificio de
los Magos, en el cual se alojaban quienes se habían graduado en la Fortaleza y
se habían convertido a su vez en profesores o trabajaban de ayudantes de los
Magos Maestros.
Al resto de los magos que también habían terminado sus
estudios se les asignaba una ciudad para que sirvieran a los ciudadanos de
Sitia. El consejo intentaba que hubiera un sanador en cada pueblo, pero los
magos con poderes especiales, como el don de leer lenguas antiguas o de
encontrar objetos perdidos, viajaban de sitio en sitio cuando era necesario.
Los magos que tenían poderes más fuertes hacían el examen
para convertirse en Maestros antes de marcharse de la fortaleza. Durante los
últimos veinte años, la única que había aprobado aquel examen era Zitora, que
había pasado a engrosar el grupo de Magos Maestros.
Irys pensaba que una Halladora de Almas podía ser lo
suficientemente fuerte como para hacer aquel examen. Yo no estaba de acuerdo.
El grupo estaba formado por el número máximo de componentes que había habido
durante toda la historia, cuatro magos. Además, yo no tenía habilidades
básicas, como la de encender el fuego ni mover objetos, capacidades que los
Maestros sí tenían.
Ya era lo suficientemente malo ser Halladora de Almas como
para tener además que soportar y suspender el examen para convertirse en Maestra.
O eso pensaba yo. Corrían rumores de que era una prueba horrible.
Antes de que pudiera llegar a la puerta de la casa de Leif,
mi hermano abrió la puerta y sacó la cabeza. La lluvia le empapó el pelo negro
en un instante. Yo lo empujé hacia dentro y entré en su salón rápidamente,
manchándole el suelo de barro.
Su apartamento estaba impecable, aunque escasamente
amueblado. Las únicas pistas de su personalidad eran las pinturas que decoraban
la sala. Un cuadro de la flor de Ylang Ylang, originaria de la Selva de
Illiais, otro de una liana ahogando a un árbol de caoba y otro de un leopardo
que descansaba en la rama de un árbol.
Leif observó mi aspecto desaliñado con resignación. Sus
ojos, del color del jade, eran el único rasgo que teníamos en común. Su cuerpo
fuerte y la mandíbula cuadrada eran completamente opuestos a mi complexión
delgada y mi rostro oval.
—No traes buenas noticias —dijo Leif—. Dudo que hubieras
salido con este tiempo sólo para saludar.
—Tú abriste la puerta antes de que yo llamara —respondí yo—.
Debes de saber que ocurre algo.
Leif se enjugó la lluvia de la cara.
—Te he olido.
—¿Me has olido?
—Apestas a lavanda. ¿Te bañas con el perfume de mamá, o sólo
lavas la capa con él? —me dijo en son de broma.
—Qué poco sofisticado. Yo pensaba que era algo de magia.
—¿Por qué voy a malgastar la energía usando la magia si no
es necesario? Aunque…
La mirada de Leif se volvió distante y yo sentí que un
delgado hilo de poder se tensaba.
—Aprensión. Emoción. Molestia. Ira —dijo Leif—. Entiendo que
el consejo aún no te ha elegido Reina de Sitia.
Yo no respondí, y él continuó:
—No te preocupes, hermanita. Aún eres la princesa de la
familia. Los dos sabemos que papá y mamá te quieren más a ti.
En sus palabras había cierta tirantez, y yo recordé que no
hacía mucho tiempo, él quería verme muerta.
—Esau y Perl nos quieren a los dos por igual. Necesitas que
yo esté por aquí para demostrarte que estás equivocado. Ya te lo he demostrado
antes, y puedo hacerlo otra vez.
Leif se puso en jarras y arqueó una ceja con expresión
dubitativa.
—Tú dijiste que tenía miedo de volver a la Fortaleza. Bueno…
—dije yo, extendiendo los brazos y salpicando agua en el suelo de Leif—, pues
aquí estoy.
—Estás aquí, eso te lo concedo. Pero, ¿no tienes miedo?
—Ya tengo una madre y un Tejedor de Almas. Tu trabajo es el
de molesto hermano mayor. Dedícate a lo que sabes hacer.
—Ah. He tocado un punto débil.
—No quiero discutir contigo. Mira —dije. Me saqué la nota
del Hombre Luna del bolsillo de la capa y se la entregué.
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Paginas 14-252
Él desplegó el papel y leyó el mensaje.
—Ferde —dijo él, llegando rápidamente a la misma conclusión
que yo—. ¿Se lo has dicho al consejo?
—No. A los Maestros sí —respondí.
Le expliqué a Leif lo que había sucedido en la sala de
reuniones, aunque omitiendo mi encontronazo con Roze.
A Leif se le hundieron los hombros. Después de un largo
momento, dijo:
—La Maestra Featherstone no cree que Ferde y Cahil hayan ido
a la Planicie Daviian. Ya no confía en mí.
—No lo sabes…
—Cree que Cahil se ha encaminado en otra dirección. En otras
circunstancias, me enviaría a buscarlo y después yo la avisaría para que,
juntos, nos enfrentáramos a él. Ahora me envía a una caza de valmures.
—¿Valmures? —pregunté yo. Pasó un instante antes de que yo
pudiera relacionar el nombre con la criatura pequeña de rabo largo que vivía en
la selva.
—¿Te acuerdas? De pequeños los perseguíamos por los árboles.
Eran tan rápidos que nunca capturamos ninguno. Pero si te sientas y los ofreces
un pedazo de dulce de savia y se te sientan de un salto en el regazo, te siguen
durante todo el día.
Yo no pude responder, y Leif se encogió debido a la
culpabilidad.
—Eso debió de ser después de…
Después de que a mí me secuestraran y me llevaran a Ixia.
Aunque me imaginaba a Leif, de niño, corriendo por la cubierta verde de la
selva, de árbol en árbol, tras un valmur.
El hogar de los Zaltana estaba construido sobre las copas de
los árboles, y mi padre siempre decía que los niños aprendían a trepar antes de
caminar.
—Puede que Roze se equivoque en cuanto a las intenciones de
Cahil. Así que haz la maleta y llévate un poco de ese dulce de savia. Quizá lo
necesitemos —le dije yo.
Leif se estremeció.
—Al menos, estaremos más cálidos en las llanuras, y la
meseta está incluso más al sur.
Salí de casa de Leif y me dirigí a la torre para recoger
algunas provisiones. Irys me estaba esperando en el recibidor de la torre. Las
llamas del hogar temblaron bajo el aire helado que entraba por las puertas mientras
yo luchaba por cerrarlas contra el viento.
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Me acerqué rápidamente a la chimenea y extendí las manos
hasta el fuego. La idea de viajar con aquel tiempo no era nada atractiva.
—¿Leif sabe encender fuego? —le pregunté a Irys.
—Creo que sí. Pero, por muy bien que se le dé, la madera
húmeda no prende.
—Estupendo —murmuré yo.
De mi capa calada salía vapor de agua. Me la quité y la
colgué en el respaldo de una silla para acercarla al fuego.
—¿Cuándo te vas? —me preguntó Irys.
—Enseguida.
El estómago me avisó, con un rugido, de que no había comido.
Suspiré, sabiendo que la cena posiblemente sería una rebanada de pan con queso.
—He quedado con Leif en el establo. Oh, vaya. Irys, ¿podrías
decirles a Gelsi y a Dax que comenzaremos con las lecciones cuando vuelva?
—¿Qué lecciones? No serán de magia…
—No, no, lecciones de defensa propia —le dije yo, y señalé
mi arco.
Era un bastón de ébano curvo, de casi dos metros, que estaba
junto a mi mochila. Las gotas de agua brillaban sobre su superficie.
Yo lo saqué y noté el peso sólido del arco. Bajo la
superficie de ébano del bastón había una madera dorada. En ella había grabadas
imágenes de mí cuando era niña, de la selva, de mi familia… incluso los ojos
cariñosos de Kiki habían sido incluidos en la historia de mi vida. El arco se
movía con suavidad entre mis manos. Era un regalo de una artesana del clan
Sandseed, que también había criado a Kiki.
—Y Bain sabe que no vas a ir a la clase de esta mañana —dijo
Irys—, pero dijo que te ayudaría a que te pongas al día con las materias cuando
vuelvas.
Yo asentí. Tomé la mochila y miré en su interior para ver
qué provisiones necesitábamos.
—¿Algo más? —me preguntó Irys.
—No. ¿Qué vas a decirle al consejo?
—Que Roze te ha enviado a aprender cosas sobre tu magia de
los Tejedores de Historias. El primer Hallador de Almas documentado en Sitia
era del clan Sandseed, ¿lo sabías?
—No.
Me sorprendió, pero no debería. Después de todo, lo que yo
sabía sobre los Halladores de Almas no llenaría una página de los libros de
historia del Maestro Bain.
Cuando terminé de hacer el equipaje, me despedí de Irys y me
dirigí a la cocina. Allí, recogí comida para una semana. Después fui a los
establos, y vi que algunos
caballos valientes asomaban la cabeza fuera de sus
compartimientos. La cara blanca y canela de Kiki era inconfundible, incluso con
aquella luz mortecina.
Ella relinchó para saludarme, y yo abrí mi mente.
«¿Nos vamos?», me preguntó.
«Sí. Siento tener que sacarte en un día tan horrible», le
dije.
«No está mal con la Dama Lavanda».
La Dama Lavanda era el nombre que los caballos me habían
otorgado. Ellos les ponían nombre a las personas como las personas a las
mascotas. Sonreí al recordar el comentario de Leif.
«La lavanda huele como…». Kiki no tenía palabras para
describir sus emociones. En su mente se formó la imagen de una mata de lavanda
llena de flores. La imagen estaba acompañada de sentimientos de alegría y
seguridad.
«¿Y Leif?», le pregunté a Kiki.
«El Hombre Triste está en la habitación de los arreos»,
respondió ella.
«Gracias».
Yo me dirigí hacia la parte trasera del establo, inhalando
el aroma familiar del cuero y el jabón de limpiar las sillas.
«El Rastreador, también».
«¿Quién?».
Antes de que Kiki pudiera responder, vi al capitán Marrok en
la habitación de arreos con Leif. La aguda punta de la espada de Marrok estaba
dirigida al pecho de mi hermano.
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