Leif estaba muy pálido, pero tenía los labios apretados con
firmeza. Me miró a mí.
—¿Qué quieres, Marrok? —le pregunté.
Los moretones de su rostro habían desaparecido, pero aún
tenía el ojo derecho hinchado y herido, pese a los esfuerzos que había hecho el
Sanador Hayes para reparar su pómulo roto.
—Quiero encontrar a Cahil —dijo Marrok.
—Todos queremos encontrarlo. ¿Por qué estás amenazando a mi
hermano? —le pregunté yo, en tono severo, para recordarle que en aquel momento
estaba tratando conmigo. Tener una mala reputación también proporcionaba
ventajas.
Marrok me miró también.
—Tu hermano trabaja con la Primera Maga. Ella está al mando
de la búsqueda. Si tiene alguna pista sobre dónde puede estar Cahil, enviará a
Leif —razonó Marrok, y señaló las bridas que Leif tenía entre las manos—. No
creo que en un día como hoy vaya al mercado, ni a dar un paseo por placer. Sin
embargo, no quiere decirme adónde va.
—¿Y por qué no has decidido seguirlo? —le pregunté yo. La
habilidad de rastreo de Marrok había impresionado tanto a los caballos que lo
habían llamado Rastreador.
Marrok se tocó la mejilla e hizo un gesto de dolor. Yo
supuse lo que pensaba. Marrok había seguido a Cahil con suma lealtad, pero
Cahil lo había golpeado y torturado para averiguar la verdad sobre su
nacimiento. Después, lo había abandonado al borde de la muerte.
El soldado envainó la espada con un rápido movimiento, como
si acabara de tomar una decisión.
—No puedo seguir a Leif. Me percibiría con su magia y
confundiría mi mente.
—Yo no puedo hacer eso —dijo Leif.
—¿De veras? —preguntó Marrok, dejando descansar la mano
sobre la empuñadura de la espada.
—Pero yo sí —dije.
Marrok fijó su atención en mí.
—Marrok, no estás en condiciones de viajar. Y no puedo
permitir que mates a Cahil. El Consejo de Sitia quiere hablar con él primero.
Yo también quería hablar con él.
—No busco venganza —dijo Marrok.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Ayudar.
—¿Cómo? —preguntamos Leif y yo al unísono.
—Sitia necesita a Cahil. Los únicos que saben que no tiene
sangre real son los miembros del consejo y los Maestros. Ixia es una amenaza
real para el estilo de vida de Sitia. Sitia necesita una figura de cohesión.
Alguien que los conduzca a la batalla.
—Pero Cahil ha ayudado a escapar a Ferde —dije yo—. ¡Y puede
que Ferde esté torturando y violando a otra chica mientras hablamos!
—Cahil se quedó muy confuso y abrumado cuando supo la verdad
de su nacimiento. Yo lo crié. Lo conozco mejor que nadie. Probablemente, ya
lamenta su precipitación. Seguramente, Ferde habrá muerto. Si tengo la
oportunidad de hablar con Cahil, estoy seguro de que podré convencerlo de que
vuelva sin oponer resistencia, y podemos arreglar esto con el consejo.
Yo sentí que el poder me rozaba.
—Es sincero en cuanto a sus intenciones —dijo Leif.
Sin embargo, ¿cuáles eran las intenciones de Cahil? Yo lo
había visto comportarse de forma despiadada y oportunista para reunir un
ejército, pero nunca de forma precipitada. Sin embargo, sólo lo conocía desde
hacía dos estaciones. Pensé en valerme de la magia para ver los recuerdos que
Marrok tenía de Cahil, pero eso habría sido una violación del Código Ético del
mago, a menos que él me diera su consentimiento. Así que se lo pedí.
—Adelante —dijo Marrok, mirándome.
Tenía un dolor reflejado en los ojos. El pelo gris y corto
se le había quedado completamente blanco desde el ataque de Cahil.
El hecho de que me concediera el permiso fue suficiente para
que yo me convenciera de su sinceridad, pero pese a sus buenas intenciones,
quería reunir un ejército para atacar Ixia, y eso estaba en contra de lo que yo
creía. Ixia y Sitia necesitaban entenderse y trabajar juntas. Una guerra no
ayudaría a nadie.
¿Debía dejar allí a Marrok, para que influenciara al consejo
y lo convenciera de atacar, o debía llevármelo? Sus habilidades de rastreo
podían ser una ventaja.
—Si te permito que nos acompañes, deberás obedecer todas mis
órdenes. ¿Entendido? —le pregunté.
Él se irguió, como si estuviera en una formación militar.
—Sí, señora.
—¿Tienes fuerzas para cabalgar?
—Sí, pero no tengo caballo.
—Eso no es un problema. Te encontraré un caballo Sandseed.
Lo único que tienes que hacer es agarrarte —dije yo con una sonrisa, pensando
en el paso de ráfaga de viento de Kiki.
Leif se rió y su cuerpo se relajó al notar que la tensión se
había disipado.
—Buena suerte para que consigas convencer al Jefe de
Establos para que te preste su caballo.
—¿A qué te refieres?
—Garnet es el único caballo, aparte de Kiki, que fue criado
por los Sandseed.
Yo me encogí con sólo pensar en el obstinado y malhumorado
Jefe de Establos. ¿Qué podía hacer? Ningún otro caballo podría seguir nuestro
ritmo.
«Miel», me dijo Kiki.
«¿Miel?».
«Miel de Avibia. Al Jefe le encanta la miel».
Lo cual significaba que, si le ofrecía traerle miel de las
Llanuras de Avibian al Jefe de Establos, quizá me prestara su caballo.
Salimos de Citadel por la puerta sur, y tomamos el camino
del valle. Los campos de las granjas estaban rebosantes de maíz, y el lado
derecho de la carretera estaba lleno de surcos de ruedas de carreta.
A la izquierda se extendían las Llanuras de Avibian. Con el
frío, la hierba verde de las praderas se había vuelto marrón, y las lluvias
habían ocasionado muchos charcos. El paisaje se había convertido en un pantanal
que impregnaba el aire del olor húmedo a tierra podrida.
Leif cabalgaba sobre Rusalka, y Marrok llevaba agarradas las
riendas de Garnet con todas sus fuerzas. Su nerviosismo afectaba al caballo,
que temblaba a cada ruido que oía.
Kiki se puso a su lado para que yo pudiera hablar con él.
—Marrok, relájate. Yo soy la que le prometió la miel al Jefe
de Establos, además de limpiar la habitación de arreos durante tres semanas.
Él se rió, pero siguió asiendo las riendas con tirantez.
Era hora de cambiar de táctica. Me estiré hacia la manta de
poder que envolvía el mundo y tiré de uno de sus hilos de magia. Conecté mi
mente a la de Garnet. El caballo echaba de menos al Jefe de Establos. No le
gustaba el extraño que tenía sobre el lomo. Sin embargo, se calmó cuando yo le
mostré nuestro destino.
«Hogar», convino Garnet. Quería ir. «Dolor».
La rígida sujeción de Marrok le hacía daño en la boca a
Garnet, debido al bocado. Yo sabía que Marrok no se relajaría ni aunque lo
amenazara con dejarlo allí. Suspirando, establecí contacto con su mente. Su
preocupación y su miedo se debían más a Cahil que a sí mismo. Su aprensión se
debía a que no se sentía con el control del poderoso caballo sobre el que
cabalgaba, y también a que no tenía el control de la situación y tenía que
acatar mis órdenes.
Había un trasfondo oscuro en sus pensamientos que me alarmó,
y me habría gustado explorar más. Él me había dado permiso para que viera sus
recuerdos de Cahil, pero no me había dado carta blanca para examinar su mente.
En vez de eso, le envié algunos pensamientos calmantes. Aunque no podía oír mis
palabras, sí podía percibir el tono de tranquilidad.
Después de un rato, Marrok ya no cabalgaba con tanta
rigidez, y su cuerpo se movía siguiendo la marcha de Garnet. Cuando Garnet se
sintió cómodo, Kiki se puso en camino hacia el este, hacia las llanuras. Sus
cascos salpicaban en el barro mientras ella incrementaba la velocidad. Les hice
a Leif y a Marrok una señal para que dejaran que sus caballos tomaran el
control.
«Por favor, encuentra al Hombre Luna. Rápido», le pedí a
Kiki.
Con un ligero salto, ella adoptó el paso de ráfaga de
viento. Yo me sentí transportada en un río de viento. Las llanuras se hacían
borrosas bajo los cascos de Kiki, a un paso el doble de rápido que un galope.
Sólo los caballos Sandseed podían alcanzar aquella
velocidad, y sólo cuando cabalgaban por las Llanuras de Avibian. Tenía que ser
una habilidad mágica, pero yo no sabía si Kiki tiraba de los hilos de poder.
Tendría que preguntárselo al Hombre Luna cuando lo viera.
Las llanuras ocupaban una gran parte del este de Sitia.
Estaban situadas al sureste de Citadel, y se extendían desde las Montañas
Esmeralda, al este, hasta la Planicie Daviian, en el sur.
Con un caballo normal se tardarían unos siete días en cruzar
las llanuras. Los Sandseed eran el único clan que vivía en aquel territorio, y
sus Tejedores de Historias habían protegido sus tierras con un poderoso escudo
mágico. Cualquier extraño que se adentrara en las Llanuras de Avibian sin
permiso de los Sandseed se perdía. La magia podía confundir la mente de un
intruso, y permanecería viajando en círculos hasta que por casualidad saliera
de las llanuras o muriera de sed.
Los magos con poderes fuertes podían viajar sin que les
afectara aquel escudo protector, pero los Tejedores de Historias siempre sabían
cuándo había alguien cruzando sus tierras. Los miembros del clan de los
Zaltana, al ser primos lejanos de los Sandseed, también podían viajar por las
llanuras sin problemas. Los otros clanes evitaban la zona.
Como Marrok cabalgaba sobre un caballo Sandseed, la
protección tampoco le afectaba, y pudimos avanzar durante toda la noche. Finalmente,
Kiki se detuvo a descansar al amanecer.
Mientras Leif recogía leña, yo cepillé a los caballos y les
di de comer. Marrok ayudó a Leif, pero yo me di cuenta de que estaba exhausto.
Teníamos la ropa mojada a causa de la lluvia, así que la
colgué de un árbol. Marrok y Leif encontraron algunas ramas secas. Después de
colocarlas sobre el suelo, Leif las miró fijamente y unas pequeñas llamas se
encendieron.
—Fantasma —le dije yo.
El sonrió mientras llenaba un cazo con agua para hacer té.
—Te da envidia —me dijo.
—Es cierto —respondí con frustración.
Leif y yo teníamos diferentes poderes, pese a ser hermanos.
Nuestro padre, Esau, no tenía poderes mágicos, sólo facilidad para encontrar y
usar las plantas y los árboles de la selva para hacer comida, medicinas e
inventos. Perl, nuestra madre, sólo podía sentir si una persona tenía capacidad
mágica.
Entonces, ¿por qué Leif tenía la habilidad mágica de prender
el fuego y de sentir la fuerza vital de una persona mientras que yo podía
afectar a sus almas? Con mi magia, podía obligar a Leif a encender una hoguera,
pero no podía hacerlo por mí misma. Me pregunté si alguien, en la historia de
Sitia, habría estudiado la relación entre la magia y los padres de una persona.
Bain Bloodgood, el Segundo Mago, lo sabría probablemente. Él tenía un ejemplar
de todos los libros que existían en Sitia.
Marrok se quedó dormido en cuanto terminamos de comer el pan
y el queso. Leif y yo nos quedamos despiertos junto al fuego.
—¿Le has puesto algo en el té? —le pregunté a mi hermano.
—Un poco de una corteza curativa, para ayudarle a sanar.
La cara de Marrok estaba cruzada de arrugas y cicatrices. A
través de los hematomas amarillentos que tenía en la mandíbula, distinguí una
incipiente barba blanca. De su ojo hinchado brotaban lágrimas y sangre. Tenía
regueros rojos en la mejilla derecha. Hayes, el Sanador, no me había permitido
que lo ayudara en la recuperación de Marrok. Otro más que temía mis poderes.
Yo le toqué la frente a Marrok. Tenía la piel caliente y
seca. De él emanaba un olor fétido a carne podrida. Me erguí hacia la fuente de
poder y sentí el escudo protector de los Sandseed, vigilándome por si descubría
alguna señal de amenaza. Con la magia, proyecté un hilo de poder hacia Marrok y
revelé los músculos y los huesos bajo su piel. Sus heridas latían con una luz
roja. Tenía el pómulo hecho añicos, y algunas pequeñas piezas se le habían
clavado en el ojo y le afectaban la visión. Tenía pequeños puntos negros de una
infección por toda la zona.
Yo me concentré en la herida hasta que su dolor se traspasó
a mi rostro. Noté una punzada de dolor atravesándome el ojo derecho, y mi
visión se hizo borrosa al tiempo que se me caían las lágrimas. Me hice un
ovillo y luché contra la arremetida, canalizando la magia de la fuente de poder
a través de mi cuerpo. El flujo continuó y yo seguí haciendo un gran esfuerzo.
De repente, la corriente de magia comenzó a moverse con facilidad y se llevó el
dolor. Sentí un gran alivio y me relajé.
—¿Crees que ha sido buena idea? —me preguntó Leif cuando
abrí los ojos.
—La herida estaba infectada.
—Pero has usado toda tu energía.
—Yo… —me senté. Estaba cansada, pero no exhausta—. Yo…
—Ha tenido ayuda —dijo una voz que salía de ninguna parte.
Leif se puso en pie, sobresaltado, pero yo reconocí aquella
voz masculina y profunda. El Hombre Luna apareció junto a la hoguera como si
acabara de materializarse. Su calva brillaba bajo la luz del sol.
Debido al frío, el Hombre Luna llevaba una túnica marrón de
manga larga y unos pantalones, también de color marrón oscuro, que igualaba el
color de su piel. Sin embargo, iba descalzo.
—¿No hay maquillaje? —le pregunté al Hombre Luna.
Cuando conocí al Hombre Luna, él había salido de un rayo de
luna, cubierto sólo con una capa de pintura color añil. Me había dicho que era
mi Tejedor de Historias, y me había mostrado la historia de mi vida, incluyendo
mis recuerdos de infancia, que habían permanecido bloqueados durante mucho
tiempo. Los seis años que había vivido con mis padres y mi hermano habían sido
suprimidos por un mago llamado Mogkan para que no echara de menos a mi familia
después de que me secuestraran.
El Hombre Luna sonrió.
—No me ha dado tiempo a cubrirme la piel. Y me alegro de
haber venido en este momento —dijo, en tono de desaprobación—. O habrías
gastado todas tus fuerzas.
—Claro que no —respondí yo como si fuera una niña
contestona.
—¿Ya te has convertido en una Halladora de Almas
todopoderosa? —me preguntó, con los ojos abiertos como platos con asombro fingido—.
Me inclino ante ti, oh, la más grande —dijo, y se dobló por la cintura hacia
delante.
—Está bien, ya es suficiente —respondí yo, riéndome—.
Debería haberlo pensado dos veces antes de curar a Marrok. ¿Contento?
Él suspiró exageradamente.
—Estaría contento si pensara que has aprendido la lección y
no volvieras a hacerlo. Sin embargo, sé que continuarás metiéndote en
problemas. Está en el patrón de tu vida. No hay esperanza para ti.
—¿Para eso me has llamado? ¿Para decirme que no tengo
arreglo?
El Hombre Luna se puso serio.
—Ojalá. Hemos sabido que el Ladrón de Almas ha escapado de
la Fortaleza con la ayuda de Cahil. Uno de nuestros Tejedores de Historias, que
estaba explorando la Planicie Daviian, sintió a un extraño que viajaba
acompañado de uno de los Vermin.
—Entonces, ¿Cahil y Ferde están en la planicie? —preguntó
Leif.
—Eso creemos, pero queremos que Yelena identifique al Ladrón
de Almas.
—¿Por qué? —pregunté yo.
Los Sandseed no perdían el tiempo con juicios y
encarcelamientos. Ejecutaban a los criminales cuando los detenían.
Maria V. Snyder - Dulce Fuego - 3º Soulfinders
Escaneado por Mariquiña-Naikari y Corregido por ID Nº
Paginas 23-252
Sin embargo, había sido muy difícil encontrar a los Vermin
Daviian, y ellos también tenían magos poderosos. Los Vermin eran un grupo de
jóvenes Sandseed que se habían sublevado contra el estilo de vida de los
Sandseed, que consistía en mantenerse aislados y limitar el contacto con los
otros clanes. Los Vermin querían que los Tejedores de Historias usaran su gran
poder para guiar a toda Sitia, y no sólo a los habitantes de las Llanuras de
Avibian.
Se habían separado de su clan y se habían establecido en la
Planicie Daviian; así, se habían convertido en el clan Daviian. El suelo seco y
yermo de la planicie imposibilitaban los cultivos, así que los Daviian robaban
a los Sandseed, y se habían ganado el sobrenombre de Vermin, gusanos. Los
Sandseed llamaban Hechiceros a los brujos de los Vermin, porque usaban su magia
para conseguir objetivos egoístas.
—Tienes que identificar al Ladrón de Almas porque puede que
haya robado más almas, y sólo tú puedes liberarlas antes de que lo matemos
—respondió el Hombre Luna.
Yo lo tomé por el brazo.
—¿Habéis encontrado más cuerpos?
—No, pero me preocupa lo que podamos encontrar cuando
ataquemos su campamento.
El horror de las dos últimas estaciones me angustió. Ferde
había mutilado y violado a once muchachas para poder robarles el alma y
fortalecer su poder mágico. Valek y yo lo habíamos detenido antes de que
pudiera robar el alma definitiva. Si lo hubiera conseguido, Sitia e Ixia
estarían en aquel momento bajo su poder. Sin embargo, yo había liberado todas
aquellas almas hacia el cielo. Pensar que hubiera podido comenzar de nuevo me
resultaba insoportable.
—¿Habéis encontrado su campamento? —le preguntó Leif.
—Sí —dijo el Hombre Luna—. Los guerreros del clan han
peinado toda la planicie. Encontramos un campamento en el límite sur, cerca de
la Selva de Illiais.
Y cerca de mi familia. Debí de emitir un gemido, porque el
Hombre Luna me agarró por el hombro y me lo apretó.
—No te preocupes por tu clan. Todos los guerreros Sandseed
están preparados para atacar si los Vermin salen de su campamento. Nos
pondremos en camino cuando los caballos hayan descansado.
Yo me puse a caminar alrededor de nuestro campamento. Sabía
que debía dormir, pero no podía calmarme. Leif atendió a los caballos, y Marrok
siguió durmiendo. El Hombre Luna se sentó junto al fuego y se quedó mirando al
cielo.
Marrok se despertó cuando el cielo se oscureció. Había
dejado de sangrarle el ojo y ya no tenía hinchazón. Se tocó la mejilla con un
dedo, y el asombro se le reflejó en el rostro hasta que vio al Hombre Luna a su
lado. Se puso en pie de un salto y desenvainó la espada, blandiéndola hacia el
Hombre Luna. Incluso armado, Marrok parecía insignificante junto al musculoso
Sandseed, que se puso en pie. Le sacaba, al menos, veinte centímetros de
altura.
El Hombre Luna se rió.
—Veo que te encuentras mejor. Vamos, tenemos que hacer
planes.
Los cuatro nos sentamos alrededor del fuego mientras Leif
preparaba la cena. Marrok se sentó a mi lado, y por el rabillo del ojo, yo veía
que, cada vez que se tocaba la mejilla, miraba al Hombre Luna con una
fascinación temerosa. Además, su mano derecha nunca se apartaba de la
empuñadura de su espada.
—Nos marcharemos al amanecer —dijo el Hombre Luna.
—¿Por qué todo tiene que empezar al amanecer? —pregunté yo—.
Los caballos tienen buena visión nocturna.
—Así, los caballos tendrán un día entero para recuperarse.
Yo iré contigo sobre Kiki. Ella es la más fuerte. Y cuando lleguemos a la
planicie, no habrá descansos hasta que nos unamos a los demás.
—¿Y después qué?
—Después atacaremos. Tú te quedarás cerca de mí y de los
demás Tejedores de Historias. El Ladrón de Almas estará protegido por algunos
de los Hechiceros. Cuando neutralicemos a los guardias del exterior, comenzará
la parte más difícil.
—Enfrentarse a los Hechiceros —dije yo.
Él asintió.
—¿Y no podéis mover el Vacío de nuevo? —preguntó Leif.
El Vacío era un agujero en la manta de poder donde no
existía magia. La última vez que los Sandseed habían descubierto un escondite
de los Vermin, estaba protegido por un escudo mágico que creaba una ilusión.
Parecía que el campamento sólo estaba ocupado por unos cuantos guerreros; sin
embargo, cuando los Sandseed habían trasladado el Vacío sobre los Vermin, la
ilusión se había roto. Por desgracia, en aquel campamento había cuatro veces
más soldados de los que parecía, y nos superaban ampliamente en número.
—Ya conocen ese truco, y si intentamos mover la manta de
poder, los pondremos sobre aviso —respondió el Hombre Luna.
—Entonces, ¿cómo vais a vencer a los Hechiceros? —pregunté
yo, preocupada. Si los Vermin tenían acceso a la magia, aquélla sería una
batalla difícil.
—Todos los Tejedores de Historias Sandseed nos uniremos para
formar una red mágica fuerte que los atrapará e impedirá que usen su magia. Los
mantendremos atrapados el tiempo suficiente como para que tú encuentres al
Ladrón de Almas.
Entonces, Marrok preguntó:
—¿Y Cahil?
—Ayudó a escapar al Ladrón de Almas. Debería ser castigado.
—El consejo quiere hablar con él —dije yo.
—Y ellos decidirán qué hay que hacer con él —agregó Leif.
El Hombre Luna se encogió de hombros.
—Él no es un Vermin. Les diré a los demás que no lo maten,
pero en una batalla grande, puede resultar difícil.
—Probablemente, estará con los dirigentes Vermin —dijo
Marrok.
—Marrok… Leif y tú encontrad a Cahil y llevadlo al norte del
campo de batalla y yo me reuniré con vosotros después de la lucha.
—Sí, señora —dijo Marrok.
Leif asintió, pero yo vi dudas en su mirada.
«¿Hay algún problema?», le pregunté telepáticamente.
«¿Y si Cahil convence a Marrok de que no lo lleve ante el
consejo? ¿Y si se unen contra mí?».
«Buena observación. Le pediré al Hombre Luna que…».
«Le diré a uno de mis guerreros que se quede con Leif», dijo
el Hombre Luna.
Yo me sobresalté. No había notado que el Hombre Luna se
conectara con nosotros.
«¿Qué más puedes hacer?», le pregunté.
«No voy a decírtelo. Destruiría mi misteriosa identidad de
Tejedor de Historias».
A la mañana siguiente, ensillamos los caballos y nos
dirigimos hacia el sur, a la planicie. Kiki nos llevaba con facilidad, aunque
éramos dos jinetes. Sólo nos detuvimos una vez para tomar una cena caliente y
dormir, y llegamos al límite de las Llanuras de Avibian en dos días. Al
atardecer del segundo, paramos para que descansaran los caballos.
La gran planicie se extendía hacia el horizonte. Había
algunos parches de hierba marrón en la superficie abrasada por el sol. Mientras
que las llanuras tenían algunos árboles, colinas, rocas y elevaciones de
arenisca, la planicie tenía arbustos de espino, arena áspera y escasos pinos
raquíticos.
Habíamos dejado atrás el tiempo frío y lluvioso. El sol de
la tarde había calentado la tierra lo suficiente como para que yo me quitara la
capa, pero a medida que oscurecía, se levantó una brisa fresca.
El Hombre Luna se marchó a encontrarse con su explorador.
Incluso a aquella distancia del campamento de los Vermin resultaba peligroso
encender una hoguera. Yo me estremecía mientras comía pan reseco con queso
duro.
El Hombre Luna regresó con otro Sandseed.
—Os presento a Tauno —dijo—. Él nos guiará por la planicie.
Yo miré al hombre. Era de baja estatura y llevaba un arco y
flechas. Sólo medía un par de centímetros más que yo, y llevaba pantalones
cortos pese al frío. Llevaba la piel pintada, pero en la penumbra, yo no
distinguía los colores.
—Nos marcharemos cuando la luna haya salido —dijo Tauno.
Viajar de noche era buena idea, pero me pregunté qué hacían
los guerreros durante el día.
—¿Cómo os escondéis los Sandseed en la planicie?
Tauno señaló su propia piel.
—Nos mimetizamos. Y ocultamos nuestro pensamiento tras el
escudo anulador de los Tejedores de Historias.
Yo miré al Hombre Luna.
—Un escudo anulador sirve para bloquear la magia —me explicó
él—. Si quisieras peinar la planicie con tu magia, no detectarías a ninguna
criatura que estuviera tras el escudo anulador.
—¿Y el hecho de usar la magia para crear ese escudo no
alerta a los Vermin? —pregunté yo.
—No si se hace bien. Se completó antes de que los Tejedores
de Historias salieran de las llanuras.
—¿Y los Tejedores de Historias que están detrás del escudo?
¿Pueden ellos usar la magia? —preguntó Leif.
—La magia no puede atravesar el escudo. No impide ver ni
oír, sólo nos protege del hecho de ser descubiertos por medio de la magia.
Mientras nos preparábamos para ponernos en marcha, pensé en
lo que había dicho el Hombre Luna, y me di cuenta de que había muchas cosas que
no sabía todavía sobre la magia. Demasiadas. Y la idea de aprender más con Roze
estimuló mi curiosidad.
Cuando la luna hubo recorrido un cuarto del cielo negro,
Tauno dijo:
—Es hora de salir.
Yo me sentí tensa de aprensión mientras el Hombre Luna se
acomodaba detrás de mí sobre la silla de Kiki. ¿Y si mi falta de conocimientos
mágicos ponía en peligro la misión?
En aquel momento, ya no tenía sentido preocuparse por
aquello. Tomé aire, intenté calmarme y miré a mis compañeros. Tauno iba con
Marrok sobre Garnet. Por la expresión de fastidio de Marrok, supe que no le
agradaba compartir la montura con un guerrero Sandseed. Y para empeorar las
cosas, Tauno insistió en llevar él las riendas de Garnet.
Para permanecer detrás del escudo anulador, debíamos llevar
una ruta precisa a través de la planicie. Tauno nos guió. Lo único que se oía
era el sonido de los casos de los caballos sobre la arena dura. Ladrón de Almas
luna recorría el cielo. Hubo un momento en el que tuve la tentación de gritar y
pedirle a Kiki que galopara, sólo para romper la tensión que nos rodeaba.
Cuando la negrura del cielo comenzó a clarear por el este, Tauno se detuvo y
desmontó. Tomamos un rápido desayuno y les dimos de comer a los caballos. A
medida que amanecía, vi cómo Tauno se mimetizaba con el entorno. Se había
pintado con los colores de la planicie, gris y marrón.
—Desde aquí, iremos caminando —dijo Tauno—. Dejaremos a los
caballos. Tomad sólo lo que necesitéis.
El cielo claro prometía un día cálido, así que yo me quité
la capa y la metí en la mochila. También tomé la navaja. Me até la funda al
muslo derecho e impregné la punta de la hoja con curare. Aquella droga que
paralizaba los músculos me resultaría útil si Cahil no cooperaba. Después, puse
el cuchillo en su funda a través de un agujero que tenía en los pantalones. Me
recogí el pelo en un moño y después, tomé mi arco.
Estaba vestida para la batalla, sí, pero eso no significaba
que estuviera preparada para la batalla. Tenía la esperanza de ser capaz de
encontrar a Cahil y a Ferde, y apresarlos sin acabar con la vida de nadie. Sin
embargo, el hecho de saber que tendría que matar para salvarme hizo que se me
formara un nudo en la garganta.
Tauno observó nuestra ropa y nuestras armas. Leif llevaba el
machete colgando de la cintura. Llevaba una túnica y unos pantalones verdes.
Marrok se había atado la espada al cinturón, y su ropa era marrón. Yo me di
cuenta de que todos íbamos vestidos con los colores de la tierra, y aunque no
nos mimetizábamos tan bien como Tauno, no llamaríamos la atención.
Dejamos atadas nuestras mochilas y las bolsas de provisiones
en las sillas de los caballos, y después, soltamos a los animales para que
pudieran pastar en la hierba que encontraran. Nos pusimos de camino al sur.
Aparentemente, la planicie estaba desierta. La necesidad de buscar por la zona
con la magia me abrumaba, e intenté hacer caso omiso del deseo. Conectar con la
vida que me rodeaba se había vuelto algo casi instintivo, y yo me sentí
expuesta por no saber quién respiraba a mi alrededor.
Después de recorrer un camino tortuoso, Tauno se detuvo por
fin. Señaló a un grupo de espinos.
—Justo detrás de aquellos matorrales está el campamento
—susurró.
Yo observé la planicie. ¿Dónde estaba el ejército Sandseed?
La tierra se onduló como si la arena se hubiera licuado. Las ondas del suelo
aumentaron. Yo me tapé la boca con la mano para ahogar un grito de sorpresa.
Fila tras fila, los guerreros Sandseed se pusieron en pie.
Estaban camuflados en la arena, y habían estado tumbados en el suelo, ante
nosotros, sin que yo me diera cuenta.
El Hombre Luna sonrió al notar mi consternación.
—Has estado apoyándote tanto en tus sentidos mágicos que se
te han olvidado tus sentidos físicos.
Antes de que yo pudiera responder, cuatro Sandseed se
unieron a nosotros. Aunque iban vestidos como los demás, tenían un aire de
autoridad. Daban órdenes e irradiaban poder. Tejedores de Historias.
Un Tejedor de Historias le entregó al Hombre Luna una
cimitarra. Después, me miró atentamente y estudió mis rasgos.
—¿Esta es la Halladora de Almas? —preguntó—. No es como me
esperaba.
—¿Qué esperabas? —pregunté yo.
—Una mujer grande de piel oscura. No parece que tú pudieras
sobrevivir a una tormenta, y mucho menos encontrar y liberar un alma.
—Me alegro de que tú no seas mi Tejedor de Historias. Te
distraes fácilmente con las ropas y no ves la calidad de la tela.
—Bien dicho —me dijo el Hombre Luna—. Reed, enséñanos el
campamento.
El Tejedor de Historias nos condujo hasta los espinos. A
través de las agujas de las ramas, vio el campamento Daviian.
El aire vibraba alrededor del campamento como si estuviera
en una burbuja de calor. Había una gran hoguera en la zona central, y mucha
gente yendo de un lado a otro como si estuvieran preparando el desayuno o
tomándoselo. Las tiendas se extendían hasta el límite de la planicie.
Entornando los ojos bajo el sol, miré más allá del
campamento. A lo lejos se divisaban las copas de los árboles de la Selva
Illiais. Aquello me recordó al momento en que me había situado en una
plataforma, cerca de la copa del árbol más alto de la selva y había visto la
expansión de la planicie por primera vez. La abrupta caída desde la meseta
hasta la selva me había parecido imposible de escalar. Entonces, ¿para qué
habían acampado allí?
El Hombre Luna se inclinó hacia mí.
—El campamento es un espejismo.
—¿Hay suficientes guerreros para atacar? —le pregunté,
pensando en que tras aquel espejismo se escondían muchos Vermin.
—Todos están aquí.
—Todos…
Los Sandseed prorrumpieron en gritos de batalla y se
lanzaron contra el campamento. El Hombre Luna me tomó del brazo y me llevó
consigo.
—No te apartes de mí.
Con Leif y Marrok justo detrás de nosotros, seguimos a los
demás. Cuando los primeros guerreros entraron en el espejismo, desaparecieron
de nuestra vista durante un instante. Un sonido de agua me llegó a los oídos justo
cuando la quimera se disipaba.
Parpadeé unos instantes para ajustar la visión a lo que los
Daviian habían escondido. La hoguera central era la misma; sin embargo, en vez
de haber muchos
Vermin alrededor de las llamas, había un solo hombre. El
resto del campamento estaba vacío.
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