—¿Los has encontrado? —me preguntó Perl.
—Están a unos cuatro kilómetros al sureste de nosotros.
—Necesitaremos magos y soldados —le dijo Leif a Oran.
—¿Cuántos hay, y qué tienen planeado hacer los Vermin? —me
preguntó Oran.
—Nueve. Y no importa lo que tengan planeado. Los Vermin
tienen a Esau y a los exploradores. ¡Tenemos que rescatarlos!
Oran titubeó.
—Deberíamos consultar al consejero Bavol…
—Bavol está en Citadel. Tardaríamos semanas en tener su
respuesta.
—No podemos dejar desprotegido el pueblo —dijo Violet—.
Concertaremos una reunión y pediremos voluntarios.
—Muy bien —dije yo, que había perdido la paciencia. Acompañé
a Violet y a Oran a la puerta—. Haced lo que queráis.
—Yelena… —dijo mi madre.
—Regáñame después. Ahora nos vamos.
Leif y el Hombre Luna me miraron como si estuvieran
esperando órdenes.
—Avisad a Tauno y a Marrok. Os alcanzaré abajo, junto a la
escalera.
—¿Adónde vas tú? —me preguntó Leif.
—A conseguir nuestra distracción.
Ellos salieron de la estancia y yo iba a hacer lo mismo
cuando mi madre me tomó del brazo.
—Un minuto —me dijo—. Sólo sois cinco. ¿Qué tienes pensado
hacer? Dímelo, o iré con vosotros.
Irradiaba la obstinación de los Liana, y yo sabía que sus
amenazas no eran en vano. Así pues, le resumí lo que tenía en mente.
—Eso no funcionará sin ayuda —me dijo.
—Pero voy a…
—Necesitas más incentivos. Yo tengo lo preciso. Vete. Te
veré junto a la escalera —dijo Perl, y se marchó apresuradamente.
Después de unos minutos de búsqueda frenética, encontré lo
que necesitaba. Cuando bajé las escaleras hasta el suelo, los demás ya estaban
preparados. Los rayos de luna brillante atravesaban las hojas y la oscuridad
del suelo de la selva, iluminando levemente las formas de los árboles.
Les expliqué a Tauno y a Marrok cómo debían aproximarse al
campamento de los Vermin y a los guardias, y les dije dónde debían colocarse
cuando estuvieran cerca.
—Sin ruidos. A distancia. Esperad mi señal para atacar.
—¿Qué señal? —preguntó Marrok.
Tenía una expresión de determinación, pero la incertidumbre
asomaba en sus ojos. Aunque Cahil había dado órdenes a sus hombres, Marrok era
el que estaba realmente al mando.
—Algo alto y repugnante.
Marrok frunció el ceño.
—Éste no es momento de bromear.
—No estaba bromeando.
Después de un momento de vacilación, Marrok y Tauno
partieron.
El Hombre Luna se quedó mirándolos.
—¿Y nosotros?
Hubo un sonido sobre nosotros. Alguien estaba bajando las
escaleras de cuerda. Un poco después, Chestnut se unió a nosotros. Llevaba una
túnica oscura y pantalones, y el tambor atado al cinturón. Se había lavado la
pintura verde de la cara y el tinte del pelo.
—Me alegro de poder ayudar —dijo Chestnut—. Pero tenéis que
saber que nunca había hecho esto.
—¿Qué? —preguntó Leif—. Yelena, ¿qué sucede?
—Espero que Chestnut pueda llamar a unas cuantas serpientes
para que se unan a la fiesta de los Vermin.
—Ah. Tu distracción —dijo el Hombre Luna.
—¿A qué distancia necesitas colocarte? —le pregunté a mi
primo.
—Probablemente, a un kilómetro, pero depende de cuántas
serpientes haya por allí —dijo él dubitativamente—. Estoy acostumbrado a
ahuyentarlas, no a llamarlas. ¿Y si no funciona?
Oportunamente, la escalera comenzó a moverse por el peso de
otra persona. Perl descendió con agilidad.
—Toma —me dijo mi madre, y me entregó diez cápsulas del
tamaño de una uva, y varios alfileres rectos—. Por si acaso fracasa el primer
plan.
—¿Y si fracasa el segundo? —preguntó Leif.
—Entonces, atacaremos el campamento y que todo salga bien
—dije yo.
Me metí las cápsulas al bolsillo, me prendí los alfileres a
la camisa de modo que no me pincharan y me ajusté la mochila para que el peso
descansara en mitad de mi espalda. Después tomé mi arco.
—Tened cuidado —dijo Perl.
Yo la abracé. Después, me puse en contacto con los
murciélagos de nuevo y, guiándome por su mapa de formas de la selva, comencé a
moverme con facilidad por el estrecho camino, aunque la cubierta de árboles
impedía el paso de la luz de la luna en algunos tramos.
A un kilómetro del campamento de los Vermin, me detuve.
Chestnut apoyó la frente en el tronco de un árbol y yo noté que el poder me
rozaba.
—Sólo hay una serpiente cerca —dijo él—. Está esperando a
que uno de los hombres que están sobre los árboles caiga en su trampa. Estas
serpientes no son cazadoras activas. Prefieren esperar, valerse del elemento
sorpresa —explicó Chestnut, y me miró—. Y yo no quiero enseñarles a cazar.
—Tienes razón —dijo el Hombre Luna.
—¿Y ahora qué? —preguntó Leif.
—Estoy pensando —respondí yo.
—Piensa más rápido —me dijo Leif, apremiándome.
Una serpiente no era suficiente. Era hora de usar el método
de Perl. Yo le entregué a todo el mundo dos cápsulas y un alfiler.
—Acercaos a los guardias tanto como podáis. Haced un pequeño
agujero en la cápsula y echad el líquido cerca de ellos. No os manchéis con él
—les dije.
—¿Por qué no? —preguntó Leif.
—Tendréis a una serpiente intentando aparearse con vosotros.
—Vaya, Yelena. Me alegro mucho de que hayas vuelto a casa
—dijo Leif, refunfuñando—. Mamá ha empezado a hacer cosas útiles en su tiempo
libre.
—Creía que tu madre hacía perfumes —dijo el Hombre Luna.
—Todo depende de cómo lo mires —intervino Chestnut—. Para
una serpiente macho, esto es un perfume.
—Hay seis guaridas. El Hombre Luna, Leif y yo rociaremos a
dos —dije yo. Me quité la mochila y la dejé tras un árbol—. Chestnut, tú
quédate aquí. ¿Puedes evitar que las serpientes nos atrapen a nosotros cuando
lleguen?
—Lo intentaré. Tienen un magnífico olfato, así que apartaos
rápidamente cuando rociéis a los guardias con la sustancia.
—¿Y los que están en los árboles? —preguntó Leif.
—Apuntad alto y sigilosamente.
Leif murmuró algo para sí mientras los tres nos
dispersábamos para acercarnos al campamento Vermin. Chestnut se quedó atrás
para comunicarse con los depredadores, mientras nosotros nos posicionábamos.
Cuando llegara nuestra distracción y los guardias tuvieran que afanarse para
escapar de las amorosas serpientes, Leif y el Hombre Luna se reunirían con
Tauno y Marrok y esperarían mi señal. Yo espiaría a los Vermin en su
campamento.
Trepé por los árboles, buscando a los guardias. Me
desvinculé de la mente de los murciélagos y busqué a los Vermin proyectando mi
conciencia. Entonces, me di cuenta de que los sonidos de la selva habían
cesado.
Se me aceleró el corazón y el estómago se me encogió de
miedo. Sentí una presencia sobre mí y conecté con un hombre que estaba agachado
en las ramas más bajas de un árbol. Su mente estaba alerta para captar señales
de intrusos, pero no me había detectado. Hice un agujero en una de las
cápsulas, rocié el líquido por la rama del árbol y bajé silenciosamente.
Cinco minutos después encontré al segundo guardia. Era una
mujer, y no notó que me aproximaba ni que rociaba el perfume de serpiente en
los matorrales que había cerca de ella. Esperaba que se frotara con ellos en
algún momento.
Al retirarme, me tropecé con una raíz y me caí. Me volví a
tiempo para ver cómo me apuntaba con una flecha.
—¡Quieta! —gritó—. Manos arriba.
Yo alcé ambas manos y lamenté no haber restablecido mi
vínculo con los murciélagos. A través de sus ojos, nunca me habría tropezado.
Ella llamó a otro guardia.
—Levántate lentamente —me ordenó—. Deja tu arma.
Dejé el arco en el suelo.
Ella se acercó y me miró en la penumbra. El guardia inhaló
bruscamente y dijo:
—La Halladora de Almas.
Yo rodé cuando el arma de la guarda vibró, y agarré mi arco.
La flecha se clavó en el suelo. Me puse en pie de un salto y dibujé un amplio
semicírculo con el arco; le di un golpe tras los tobillos y ella cayó
mascullando un juramento. La forma oscura de su compañero aumentó de tamaño a
medida que él se acercaba corriendo. Estupendo.
El aire se llenó con un sonido extraño, más y más alto, que
llegaba de todas las direcciones. Los tres nos quedamos inmóviles. Todos los
pensamientos de pelea se disiparon mientras buscábamos la fuente de los
sonidos.
Una serpiente pasó por entre mis piernas sigilosamente. Fue
directamente hacia la guardia y se enroscó en ella a una velocidad pasmosa. El
otro guardia miró a su compañera y dio un salto hacia atrás. Otra serpiente se
deslizó hacia él. Las vibraciones de las serpientes y del tambor de Chestnut me
resonaban en el pecho.
Proyecté mi mente hacia Chestnut para que me pusiera al día.
Él estaba impidiendo que las criaturas nos atacaran a nosotros, pero no sabía
cuánto tiempo iba a poder mantener el control.
«Cuanto más rápido, mejor», dijo.
«Muy bien».
Me vinculé con el Hombre Luna. Leif y él habían marcado a los
otros cuatro guardias. Estaban esperando, junto a Marrok y Tauno, mi señal.
Yo corrí hacia el campamento, evitando a las serpientes y a
los guardias aterrorizados, y atravesé el escudo anulador. Me detuve durante un
instante al sentir una carga de emociones y pensamientos. El aire estaba
impregnado de magia y miedo. El pánico me empujaba por la espalda, pero yo me
obligué a calmarme.
Cuando llegué al límite del campamento Vermin, se me heló la
sangre. Tres hombres estaban sacando el estómago de una de las formas inmóviles
del suelo. Los Vermin fijaron su atención en mí. Quedaron boquiabiertos de la
sorpresa.
Sin darme cuenta, me había movido, y estaba en mitad de su
campamento, pidiéndoles a gritos que pararan.
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