miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo 9

No teníamos mucho tiempo que perder. Leif, el Hombre Luna y yo bajamos rápidamente al salón de mis padres. Perl había vuelto con Oran y Violet.
—¿Los has encontrado? —me preguntó Perl.
—Están a unos cuatro kilómetros al sureste de nosotros.
—Necesitaremos magos y soldados —le dijo Leif a Oran.
—¿Cuántos hay, y qué tienen planeado hacer los Vermin? —me preguntó Oran.
—Nueve. Y no importa lo que tengan planeado. Los Vermin tienen a Esau y a los exploradores. ¡Tenemos que rescatarlos!
Oran titubeó.
—Deberíamos consultar al consejero Bavol…
—Bavol está en Citadel. Tardaríamos semanas en tener su respuesta.
—No podemos dejar desprotegido el pueblo —dijo Violet—. Concertaremos una reunión y pediremos voluntarios.
—Muy bien —dije yo, que había perdido la paciencia. Acompañé a Violet y a Oran a la puerta—. Haced lo que queráis.
—Yelena… —dijo mi madre.
—Regáñame después. Ahora nos vamos.
Leif y el Hombre Luna me miraron como si estuvieran esperando órdenes.
—Avisad a Tauno y a Marrok. Os alcanzaré abajo, junto a la escalera.
—¿Adónde vas tú? —me preguntó Leif.
—A conseguir nuestra distracción.
Ellos salieron de la estancia y yo iba a hacer lo mismo cuando mi madre me tomó del brazo.
—Un minuto —me dijo—. Sólo sois cinco. ¿Qué tienes pensado hacer? Dímelo, o iré con vosotros.
Irradiaba la obstinación de los Liana, y yo sabía que sus amenazas no eran en vano. Así pues, le resumí lo que tenía en mente.
—Eso no funcionará sin ayuda —me dijo.
—Pero voy a…
—Necesitas más incentivos. Yo tengo lo preciso. Vete. Te veré junto a la escalera —dijo Perl, y se marchó apresuradamente.
Después de unos minutos de búsqueda frenética, encontré lo que necesitaba. Cuando bajé las escaleras hasta el suelo, los demás ya estaban preparados. Los rayos de luna brillante atravesaban las hojas y la oscuridad del suelo de la selva, iluminando levemente las formas de los árboles.
Les expliqué a Tauno y a Marrok cómo debían aproximarse al campamento de los Vermin y a los guardias, y les dije dónde debían colocarse cuando estuvieran cerca.
—Sin ruidos. A distancia. Esperad mi señal para atacar.
—¿Qué señal? —preguntó Marrok.
Tenía una expresión de determinación, pero la incertidumbre asomaba en sus ojos. Aunque Cahil había dado órdenes a sus hombres, Marrok era el que estaba realmente al mando.
—Algo alto y repugnante.
Marrok frunció el ceño.
—Éste no es momento de bromear.
—No estaba bromeando.
Después de un momento de vacilación, Marrok y Tauno partieron.
El Hombre Luna se quedó mirándolos.
—¿Y nosotros?
Hubo un sonido sobre nosotros. Alguien estaba bajando las escaleras de cuerda. Un poco después, Chestnut se unió a nosotros. Llevaba una túnica oscura y pantalones, y el tambor atado al cinturón. Se había lavado la pintura verde de la cara y el tinte del pelo.
—Me alegro de poder ayudar —dijo Chestnut—. Pero tenéis que saber que nunca había hecho esto.
—¿Qué? —preguntó Leif—. Yelena, ¿qué sucede?
—Espero que Chestnut pueda llamar a unas cuantas serpientes para que se unan a la fiesta de los Vermin.
—Ah. Tu distracción —dijo el Hombre Luna.
—¿A qué distancia necesitas colocarte? —le pregunté a mi primo.
—Probablemente, a un kilómetro, pero depende de cuántas serpientes haya por allí —dijo él dubitativamente—. Estoy acostumbrado a ahuyentarlas, no a llamarlas. ¿Y si no funciona?
Oportunamente, la escalera comenzó a moverse por el peso de otra persona. Perl descendió con agilidad.
—Toma —me dijo mi madre, y me entregó diez cápsulas del tamaño de una uva, y varios alfileres rectos—. Por si acaso fracasa el primer plan.
—¿Y si fracasa el segundo? —preguntó Leif.
—Entonces, atacaremos el campamento y que todo salga bien —dije yo.
Me metí las cápsulas al bolsillo, me prendí los alfileres a la camisa de modo que no me pincharan y me ajusté la mochila para que el peso descansara en mitad de mi espalda. Después tomé mi arco.
—Tened cuidado —dijo Perl.
Yo la abracé. Después, me puse en contacto con los murciélagos de nuevo y, guiándome por su mapa de formas de la selva, comencé a moverme con facilidad por el estrecho camino, aunque la cubierta de árboles impedía el paso de la luz de la luna en algunos tramos.
A un kilómetro del campamento de los Vermin, me detuve. Chestnut apoyó la frente en el tronco de un árbol y yo noté que el poder me rozaba.
—Sólo hay una serpiente cerca —dijo él—. Está esperando a que uno de los hombres que están sobre los árboles caiga en su trampa. Estas serpientes no son cazadoras activas. Prefieren esperar, valerse del elemento sorpresa —explicó Chestnut, y me miró—. Y yo no quiero enseñarles a cazar.
—Tienes razón —dijo el Hombre Luna.
—¿Y ahora qué? —preguntó Leif.
—Estoy pensando —respondí yo.
—Piensa más rápido —me dijo Leif, apremiándome.
Una serpiente no era suficiente. Era hora de usar el método de Perl. Yo le entregué a todo el mundo dos cápsulas y un alfiler.
—Acercaos a los guardias tanto como podáis. Haced un pequeño agujero en la cápsula y echad el líquido cerca de ellos. No os manchéis con él —les dije.
—¿Por qué no? —preguntó Leif.
—Tendréis a una serpiente intentando aparearse con vosotros.
—Vaya, Yelena. Me alegro mucho de que hayas vuelto a casa —dijo Leif, refunfuñando—. Mamá ha empezado a hacer cosas útiles en su tiempo libre.
—Creía que tu madre hacía perfumes —dijo el Hombre Luna.
—Todo depende de cómo lo mires —intervino Chestnut—. Para una serpiente macho, esto es un perfume.
—Hay seis guaridas. El Hombre Luna, Leif y yo rociaremos a dos —dije yo. Me quité la mochila y la dejé tras un árbol—. Chestnut, tú quédate aquí. ¿Puedes evitar que las serpientes nos atrapen a nosotros cuando lleguen?
—Lo intentaré. Tienen un magnífico olfato, así que apartaos rápidamente cuando rociéis a los guardias con la sustancia.
—¿Y los que están en los árboles? —preguntó Leif.
—Apuntad alto y sigilosamente.
Leif murmuró algo para sí mientras los tres nos dispersábamos para acercarnos al campamento Vermin. Chestnut se quedó atrás para comunicarse con los depredadores, mientras nosotros nos posicionábamos. Cuando llegara nuestra distracción y los guardias tuvieran que afanarse para escapar de las amorosas serpientes, Leif y el Hombre Luna se reunirían con Tauno y Marrok y esperarían mi señal. Yo espiaría a los Vermin en su campamento.
Trepé por los árboles, buscando a los guardias. Me desvinculé de la mente de los murciélagos y busqué a los Vermin proyectando mi conciencia. Entonces, me di cuenta de que los sonidos de la selva habían cesado.
Se me aceleró el corazón y el estómago se me encogió de miedo. Sentí una presencia sobre mí y conecté con un hombre que estaba agachado en las ramas más bajas de un árbol. Su mente estaba alerta para captar señales de intrusos, pero no me había detectado. Hice un agujero en una de las cápsulas, rocié el líquido por la rama del árbol y bajé silenciosamente.
Cinco minutos después encontré al segundo guardia. Era una mujer, y no notó que me aproximaba ni que rociaba el perfume de serpiente en los matorrales que había cerca de ella. Esperaba que se frotara con ellos en algún momento.
Al retirarme, me tropecé con una raíz y me caí. Me volví a tiempo para ver cómo me apuntaba con una flecha.
—¡Quieta! —gritó—. Manos arriba.
Yo alcé ambas manos y lamenté no haber restablecido mi vínculo con los murciélagos. A través de sus ojos, nunca me habría tropezado.
Ella llamó a otro guardia.
—Levántate lentamente —me ordenó—. Deja tu arma.
Dejé el arco en el suelo.
Ella se acercó y me miró en la penumbra. El guardia inhaló bruscamente y dijo:
—La Halladora de Almas.
Yo rodé cuando el arma de la guarda vibró, y agarré mi arco. La flecha se clavó en el suelo. Me puse en pie de un salto y dibujé un amplio semicírculo con el arco; le di un golpe tras los tobillos y ella cayó mascullando un juramento. La forma oscura de su compañero aumentó de tamaño a medida que él se acercaba corriendo. Estupendo.
El aire se llenó con un sonido extraño, más y más alto, que llegaba de todas las direcciones. Los tres nos quedamos inmóviles. Todos los pensamientos de pelea se disiparon mientras buscábamos la fuente de los sonidos.
Una serpiente pasó por entre mis piernas sigilosamente. Fue directamente hacia la guardia y se enroscó en ella a una velocidad pasmosa. El otro guardia miró a su compañera y dio un salto hacia atrás. Otra serpiente se deslizó hacia él. Las vibraciones de las serpientes y del tambor de Chestnut me resonaban en el pecho.
Proyecté mi mente hacia Chestnut para que me pusiera al día. Él estaba impidiendo que las criaturas nos atacaran a nosotros, pero no sabía cuánto tiempo iba a poder mantener el control.
«Cuanto más rápido, mejor», dijo.
«Muy bien».
Me vinculé con el Hombre Luna. Leif y él habían marcado a los otros cuatro guardias. Estaban esperando, junto a Marrok y Tauno, mi señal.
Yo corrí hacia el campamento, evitando a las serpientes y a los guardias aterrorizados, y atravesé el escudo anulador. Me detuve durante un instante al sentir una carga de emociones y pensamientos. El aire estaba impregnado de magia y miedo. El pánico me empujaba por la espalda, pero yo me obligué a calmarme.
Cuando llegué al límite del campamento Vermin, se me heló la sangre. Tres hombres estaban sacando el estómago de una de las formas inmóviles del suelo. Los Vermin fijaron su atención en mí. Quedaron boquiabiertos de la sorpresa.

Sin darme cuenta, me había movido, y estaba en mitad de su campamento, pidiéndoles a gritos que pararan.

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